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viernes, 5 de diciembre de 2014

LOS QUE NO QUIEREN PREGUNTAR, por Dante Augusto Palma (para "Veintitrés" del 17-05-12)


“Para poder preguntar hay que querer saber, esto es, saber que no se sabe”. Hans-Georg Gadamer

El último fin de semana, el programa que conduce Jorge Lanata en Canal 13 retomó una crítica recurrente al modo en que el kirchnerismo elige comunicar. Más específicamente, un aspecto que puede leerse a la luz de esa relación de tensión entre el Gobierno y los medios dominantes, es la negativa a someterse a conferencias de prensa. Justamente el informe del programa mostraba cómo pueden contarse con los dedos de una mano los momentos en que la Presidenta ha decidido aceptar preguntas de los periodistas y el modo en que algunas de sus respuestas se realizaron en un clima de tensión.
Hasta aquí no hay nada demasiado novedoso pero la particularidad estuvo en ese aspecto de espectacularidad que Lanata intenta dar a sus puntos de vista, privilegiando, en muchos casos, los golpes de efecto al dato duro. Lo llamativo, entonces, es que tras su monólogo inicial, buscando emular la respuesta de Tato Bores a la jueza Servini de Cubría, un grupo de periodistas referentes especialmente de Clarín, Perfil y La Nación más algunos que legitiman por izquierda, establecieron un slogan que rápidamente se diseminó a través de los portales de estos diarios y las redes sociales. Se trata del “queremos preguntar” y que refiere, entonces, al deseo que tendrían estos periodistas de transmitir sus interrogantes a la Presidenta, si no a través de los reportajes exclusivos que anteriores mandatarios brindaban, al menos, en el marco de una conferencia de prensa.

Dado que no tuve la suerte de ser convocado a esta manifestación, aprovecharé estas líneas para dar mi parecer al respecto y para reflexionar sobre lo que significa preguntar, pues se trata de una herramienta que ha sido determinante para todo el pensamiento occidental desde los griegos hasta la actualidad.

Por lo pronto creo que habría que hacer algunas diferenciaciones: considero que es mejor que haya conferencias de prensa a que no las haya pero de eso no se sigue que esté en juego la libertad de prensa ni que se esté frente a un gobierno autoritario y solipsista que ha resuelto cortar todo vínculo con la opinión pública. De hecho, aun cuando esto pueda ser criticado, el kirchnerismo optó por una nueva forma de comunicación sin intermediarios a través de los discursos que realiza casi diariamente la Presidenta y utilizando, para situaciones que lo ameriten, la cadena nacional. Claro está, los periodistas que el domingo se convocaron en los estudios de Canal 13 aducen que ese tipo de comunicación directa no admite preguntas ni interpelación y que de ese modo el funcionario en cuestión sólo comunica lo que desea, evitando así los temas comprometidos. Sin dudas es así y, de hecho, la conferencia de prensa es el formato que se le da a esa lógica de las repúblicas modernas en las que el gobernante debe rendir cuentas y hacer públicas sus decisiones frente a la ciudadanía. Ahora bien, como muchas veces indicamos desde esta columna, este esquema más propio del siglo XIX y las primeras décadas del XX se ha venido alterando hasta llegar a una actualidad en la que está en discusión toda la lógica periodística, desde la posibilidad de ser objetivos y neutrales, hasta el hecho mismo de ser representativos de la sociedad civil. Lo que, entonces, cabe reflexionar a partir de este “queremos preguntar” es si efectivamente quieren hacerlo, quiénes son los que quieren preguntar y qué garantía existe de que esa pregunta sea representativa de los intereses de la ciudadanía. Respondiendo rápidamente a los últimos interrogantes, daría la sensación de que en el marco de la profunda crisis del periodismo y a partir del gran apoyo que ha recibido el Gobierno en su disputa contra los medios dominantes, pareciera que una gran parte de la sociedad entiende que lo que se unió en el programa de Lanata es la corporación periodística y que lo que quieren preguntar no es representativo de los intereses de la sociedad, sino más bien de las corporaciones a las que representan.

Pero más interesante sería indagar en lo que significa preguntar porque, vinculado a lo recién dicho, puede que indagando en el origen y el sentido que la pregunta tenía en la antigüedad, se concluya que el preguntar está vedado menos por la decisión del kirchnerismo que por la soberbia y los intereses de los periodistas del establishment.

La pregunta ha sido, entonces, central para acceder a la verdad, ya desde los tiempos del nacimiento de la filosofía. Como usted recordará, la historia cuenta que un amigo de Sócrates, Querefonte, consultó al oráculo de Delfos acerca de quién era el más sabio en Atenas. Los oráculos, como todos aquellos que dicen poseer algún don profético, se pronuncian con ambigüedad pero a Querefonte le quedó claro que el elegido había sido Sócrates. Al enterarse este de la información que había recibido su amigo, creyó que había habido una mala interpretación de las palabras del oráculo y se propuso probarlo. A partir de aquí, viene la historia por todos conocida, que tan bien retrata su discípulo Platón: se trata de interrogar a los representantes de las diferentes funciones de la sociedad acerca de su saber. Sin embargo, al hacerlo, Sócrates comienza a darse cuenta de que aquellos que aparentemente sabían, en realidad, no saben. De ahí concluye que el oráculo tenía razón y que él es el más sabio, no por poseer una doctrina, o una gran cantidad de conocimiento enciclopédico, sino por su conciencia de no saber, por su saberse ignorante. Y a este punto quería llegar, porque como muestra Platón, a alguien que no sabe sólo le queda la pregunta franca, nunca la respuesta. Por ello Sócrates nunca escribió y sus diálogos no terminan con un momento final en el que se propone desasnar al interlocutor comunicándole la verdad del asunto. Más bien, generalmente los intercambios acaban en aporías, finales abiertos y sin solución. Justamente de eso trata el método socrático: a través de sucesivas preguntas, demostrar al interlocutor que está equivocado para que haga catarsis, elimine ese falso conocimiento, y luego ayudarlo para que él mismo pueda alcanzar la verdad.

Dicho esto, lo que se muestra con claridad aquí es que el buen preguntar supone asumir que no se sabe. En otras palabras, el que sabe, aun cuando interpele en un formato de pregunta, en el fondo sólo la utiliza como puntapié pedagógico o como forma retórica. Es sólo un recurso para decir, lo que él considera, la verdad. De aquí que se trate de una pregunta inauténtica porque no se basa en la conciencia de no saber.

Así, contrariamente a lo que corrientemente se supone, en una conferencia de prensa, ambos interlocutores deben tener la misma predisposición: el que responde porque acepta preguntas que pueden incomodarlo, y el que pregunta porque debe hacerlo dejando de lado sus prejuicios y la soberbia de creerse poseedor de un saber. En otras palabras, las conferencias de prensa son utilizadas generalmente por los periodistas para editorializar y para opinar antes que para preguntar. Y es justamente este el tema central que aquellos periodistas corporativos que bramaban “queremos preguntar” no toman en cuenta. De hecho, como bien indica el filósofo alemán Gadamer, la opinión, la doxa, es aquello que reprime el preguntar pues quien opina, cree que sabe y en tanto tal no le interesa preguntar o, si lo hace, es sólo para abonar su pretendido saber. Es interesante, por último, una lectura que puede hacerse a partir de un comentario del mismo Gadamer en su libro Verdad y Método y es que en el origen de la palabra “opinión”, insisto, “doxa”, hay una doble significación. Por un lado es aquel no saber que se opone al verdadero saber, llamado episteme; pero por otro lado, doxa significa también la decisión alcanzada por la mayoría en la reunión del Consejo. De aquí Gadamer infiere que la opinión siempre tiene una tendencia expansiva, busca aparecer como representativa del interés general. En términos actuales, los que opinan, los periodistas, siguen pretendiendo erigirse como voz de la sociedad civil tomada como un todo homogéneo y de ahí consideran que, dado que la gente quiere saber, el poder político debe abrirse a ellos en tanto portavoces de los intereses populares. Sin embargo, está claro, las cosas han cambiado: los periodistas del establishment no son la voz del pueblo sino de intereses económicos que son presentados como intereses de toda la población. Por ello, si se indaga en profundidad, se verá con claridad que estos periodistas no quieren preguntar. Simplemente quieren opinar e incidir en las decisiones del poder político.

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