El jueves pasado, cuando todavía no era pública la restitución de
identidad del nieto 116, hijo de Hugo Castro y Ana Rubel, nacido en la
ESMA, Estela Barness de Carlotto recibía, conmovida, al padre de uno de
los 43 estudiantes secuestrados en Iguala. El hombre contaba lo que era
para él, un campesino con apenas segundo grado de primaria, que su hijo
pudiera haber llegado a estudiar en la Escuela Normal de Ayotzinapa,
donde fue secuestrado el pasado 26 de septiembre. Hugo y Ana fueron
secuestrados en 1977 y también eran estudiantes. Al rato, mientras en
cada actividad de la Feria Internacional del Libro se pedía la aparición
con vida de los 43, la Presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo daba la
noticia del 116. No se trata de un juego de números, sino de la
hermandad en la tragedia, de las formas más dignas de resistencia, del
grito más íntimo de quien sufre como padre o abuela la política criminal
de Estado de negar el derecho básico a saber dónde está una persona.
No es un juego de números, pero los números indican que la democracia
formal y republicana puede hacer que la muerte sea un lugar común. El
sexenio de Felipe Calderón (2006-2012) llevó, según la mayoría de los
defensores de los derechos humanos, a que unos 80.000 mexicanos cayeran
bajo las balas de carteles de la droga o de la represión de las fuerzas
de seguridad. En los dos años que cumplió días pasados al frente del
Ejecutivo Enrique Peña Nieto, los muertos en esas circunstancias serían
20.000. Y hay muchos mitos alrededor de esto. Uno es que la violencia no
está circunscripta a Ciudad Juárez y otras zonas fronterizas con los
Estados Unidos. El Estado de Guerrero, que está en el centro del país y
donde fueron secuestrados los 43, tiene una fiscalía especial para
radicar denuncias sobre desaparecidos. Porque allí, una región donde en
los setenta hubo una guerrilla indomable, quedó la costumbre de hacer
desaparecer los rastros de las víctimas. Lucio Cabañas, líder de
aquellas luchas, había estudiado en la Escuela Normal de Ayotzinapa. Dos
de los chicos secuestrados, según se supo días pasados, son familiares
directos de Cabañas. El jueves pasado, Peña Nieto viajó a Acapulco,
lugar emblemático del turismo rico, cerca de Iguala, el lugar donde se
produjo el asesinato de seis estudiantes y el secuestro de 43. El
presidente, antes, ordenó un impresionante dispositivo militar y
policial en Guerrero, Michoacán, Morelos y Edomex, cuatro estados
cercanos a la capital mexicana. El operativo se llama Tierra Caliente y
está destinado a garantizar la circulación de las carreteras y la
seguridad de los destinos turísticos. Es la clásica respuesta de
militarizar la sociedad sembrando un sentimiento confuso de control, que
no se sabe si puede afectar a los carteles mafiosos o a los que piden
por la aparición con vida de los desaparecidos. En los fundamentos del
operativo Tierra Caliente no hay mención alguna al tema de fondo: ¿dónde
están los 43 estudiantes normalistas?
Desaparecer de los medios. La clase política
mexicana vive un terremoto. Lo único cierto es que, esta vez, la
sociedad reaccionó ante la barbarie. Desde el 26 de septiembre se
producen cientos de actos y manifestaciones en todo el país, extensivos a
la gran comunidad azteca en los Estados Unidos. Dado que tanto el
alcalde de Iguala como el gobernador de Guerrero, responsables directos
de la desaparición de los estudiantes, forman parte del opositor Partido
de la Revolución Democrática (PRD), con el correr de las semanas se
produjo la renuncia del máximo líder de esa fuerza, Cuauhtémoc Cárdenas.
Es decir, la evidente pertenencia del alcalde Iguala, José Luis Abarca,
actualmente detenido, con el narcotráfico y el secuestro de los
normalistas, dejó al PRD sin argumentos para presentarse como una fuerza
moralmente capaz de ser alternativa.
En cuanto al gobierno federal, es preciso reparar en que a dos
semanas del secuestro de los estudiantes, el procurador general Jesús
Morillo Karam fue la cara visible de un gran operativo mediático que
daba por cerrado el caso. Un montaje burdo de tres arrepentidos
mostrados ante las cámaras daba la versión oficial: los policías y los
guerreros unidos (cara legal e ilegal del aparato montado en Iguala como
en muchos otros distritos) habrían matado, calcinado y enterrado a los
normalistas. La urgencia de Karam era que Peña Nieto no quería cancelar
su viaje a China y Australia. La desmentida llegó días después de la
mano del Equipo de Antropología Forense. Es decir, del grupo de
argentinos expertos convocados como peritos de parte por los familiares
de los estudiantes. De todos los restos óseos analizados, ninguno
coincidía con el ADN de los estudiantes. Pero el despliegue mediático
había sido montado cuando Karam dio su versión. Las protestas crecen
pero el gobierno y su blindaje mediático, basado en el monopolio de
Televisa del clan Azcárraga, apuntan a que con el correr de las semanas
se desvanezcan sin que nada salga a luz. La información con otras
fuentes circula por pocos medios de impacto masivo y son básicamente el
diario La Jornada y CNN, cuya corresponsal jefe es Carmen Aristegui, una
periodista de mucho prestigio, con presencia también en radio y en
prensa gráfica. La pelea de la CNN con Televisa es histórica y posiciona
a esa cadena norteamericana como una voz confiable contra la corrupción
política. Un equilibrio sólo posible por la presencia de Aristegui.
Para ver cómo funcionan los medios en un país donde nunca se dio un
golpe de Estado pero la clase política está contaminada de vínculos con
los negocios del narco, basta ver que Telesur está prohibido en todas
las cadenas de televisión paga. No es censura: es la libertad de
empresa. Sólo se la puede ver por internet.
Demasiado lejos de Dios... y demasiado cerca de los Estados Unidos,
dicen aquí quienes no se resignan a naturalizar la barbarie. Es difícil
para el extranjero entender cómo es México. Un país que creció en base
al petróleo y que este año dio un paso hacia la entrega de las poderosas
riquezas hidrocarburíferas a manos de las transnacionales al iniciar el
proceso de privatización periférica de Pemex. Justo en un momento en el
que el precio del barril de petróleo se desploma y con eso se pone en
riesgo la principal fuente de divisas (legales). La otra, muestra el
México lindante con el imperio: la segunda fuente de dólares son las
remesas de los millones de trabajadores legales e ilegales que son mano
de obra barata en Estados Unidos. Los mexicanos dan muestra de una
hospitalidad y un orgullo patriótico increíbles. Tienen una vida
cultural colorida, vivaz, alegre. Sin embargo, hay un manto de silencio
sobre la violencia estatal que permitió naturalizar estos cien mil
muertos ocurridos en menos de una década. El libro institucional de la
Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde se presentan las
voces más comprometidas por el cambio social, no tiene empacho en
referirse a la masacre de Tlatelolco de 1968 como el trágico
enfrentamiento entre policías y estudiantes, cuando se trató de una
emboscada masiva por parte de los uniformados, orquestada desde el
gobierno cuando Luis Echeverría era secretario de Gobernación. Luego, en
1970, fue electo presidente y tuvo un rol activo en dar asilo a miles
de argentinos que huían de la represión en Argentina, en Chile o
Uruguay. Es decir, sudamericanos militantes que, de haber estado en
aquella plaza de las Tres Culturas, hubieran caído bajo las balas
policiales. Ese México es el de un acendrado machismo: el jueves por la
noche, cuatro argentinas que volvían de la Feria del Libro subieron por
la noche a un taxi y pretendieron discutir el precio del viaje: el
chofer, sin vueltas, arrancó y les dijo que no abrieran la boca hasta
llegar al hotel, que no estaba dispuesto a que unas mujeres le hablaran
en ese tono. El temor a un lugar desconocido hizo que la consigna del
taxista fuera cumplida a rajatabla. El colorido de la cultura convive
con la cultura de la imposición. Mande, es la primera voz que surge de
cualquier empleado que cumple funciones en áreas de servicio. Esa
aparente docilidad está acompañada de la militarización de miles y miles
de jóvenes que se incorporan a agencias policiales. Un spot que grafica
esto se ve a cada rato en la televisión de Guadalajara (capital del
Estado Jalisco): Únete a la Fuerza Única Jalisco, tu fuerza puede ser
nuestra fuerza. Tanques, helicópteros, ametralladoras antiaéreas y
hombres vestidos de negro armados hasta los dientes convocan a sumarse a
la policía estatal, una de las tantísimas agencias estatales que
circulan por los laberintos de un país convulsionado por el dolor.
En la Feria del Libro de Guadalajara
Miles y miles de estudiantes que entran gratis y se sientan a
escuchar atentamente y hacen entrevistas a cualquiera que crean
escritor. Miles y miles de adultos que pagan una entrada no muy cara a
este potente encuentro de cultura que es, a la vez, la cita para una
industria cada vez más transnacionalizada y en manos de poquísimos
jugadores. Las charlas se multiplican, al mismo tiempo. Este cronista
pasó por una y otra en el laberinto de las callecitas internas. Algunas
son escenas sobresalientes que merecen ser compartidas con el lector.
Paco Ignacio Taibo II presentó Asturias 1934, una historia que lo lleva a
su abuelo, un marino mercante que traía clandestinamente pistolas
belgas y las escondía en el taparrollos de la persiana hasta que
llegaran a manos de los mineros anarquistas. Una historia que lo lleva a
su anual Semana Negra de Gijón, plena de alegría y talento, pero
incrustada en la desaparición de las minas por las reformas económicas.
Un Paco Taibo que cuenta cómo están las cosas en México mientras ubica
en sus frases de modo quirúrgico un pinche, un cabrón, una chingada y un
cuate mientras inevitablemente todos nos reímos. Un Paco Taibo que
milita horas y horas en las bases del Movimiento de Regeneración
Nacional (Morena) del cual es dirigente. Un Paco Taibo comprometido
hasta la médula con la causa de los 43.
Un rato después, casi sin tiempo de un café, se presentaba Thomas
Piketty, autor de El Capital -escrito en rojo- y con una tipografía más
suave en el siglo XXI . El joven francés que llegó al Instituto de
Massachusetts con cara de ángel y dos décadas después publica un libro
que recorre el mundo como un fantasma. Su libro apunta a las reformas
fiscales de fondo. Se mete más con David Ricardo y Carlos Marx que con
Jhon Keynes porque plantea que el gran dilema de la economía mundial es
la distribución del ingreso y desde allí se pueden modificar las otras
variables. Pikkety, interpelado por los mexicanos, dijo que su libro no
es eurocentrista pero que de muchísimos países –como México– no puede
obtener datos confiables sobre la realidad fiscal y cómo se pagan los
impuestos. Por la noche del jueves, al cerrar la feria, una inmensa
carpa que albergaba a miles de personas, tuvo la música del Chango
Spasiuk. Polcas y chamamés, horas de fina música y las palabras agudas y
amigas del misionero: la música no es para olvidar sino para hacer
memoria, que aparezcan con vida los 43. Terminaba una jornada larga, con
la tranquilidad de que Taty Almeida se recuperaba. La historia fue que,
apenas llegada al DF, se sintió mal, la internaron y la operaron de
divertículos. Por suerte, estaba su hija Fabiana y estaban en contacto
con la embajadora Patricia Vaca Narvaja. Taty tenía una cita de honor en
la feria: Ulises Gorini iba a acompañarla en la lectura de los poemas
de su hijo Alejandro, detenido desaparecido en 1975. Ahora, esta madre
querida se recupera y podrá volver a la Argentina a seguir con su lucha y
su ejemplo de temple y dignidad.
Publicado en:
http://www.infonews.com/2014/12/07/mundo-175871-narco-y-violencia-mexico-y-sus-43-desaparecidos.php
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