Han pasado más de 2 años desde la salida estadounidense de Afganistán. Los talibanes llegaron poco después y derrocaron al gobierno de Kabul. La mayoría de las fuerzas de seguridad afganas no opusieron resistencia, pero la paz no llega tan fácilmente a un país en guerra durante casi 5 décadas. Incluso ahora, Afganistán vive hostilidades ininterrumpidas. Esta vez, sin embargo, el gobierno talibán está en el punto de mira de su antiguo socio del crimen, un grupo autodenominado Estado Islámico del Gran Jorasán o Isis K para abreviar.
Mientras que los combatientes talibanes han cogido bolígrafos y papeles para realizar tareas administrativas, el Isis K se ha mantenido cerca de sus armas. Afganistán ha sido testigo de unos 400 ataques del ISIS K desde la toma del poder por los talibanes. Es una guerra de la que nadie habla, pero es una guerra al fin y al cabo.
Isis K ha atacado la embajada de Pakistán en Kabul y ha amenazado a China por el trato que da a los musulmanes en la provincia de Xinjiang. Es mucho lo que está en juego, tanto que incluso Estados Unidos se ha aliado con los talibanes para reprimir a Isis K, proporcionándoles apoyo aéreo, entre otras cosas. Así pues, mientras el gobierno talibán ha estado hinchando el pecho y propagando cuentos de valor marcial, está a punto de descubrir que es más fácil conquistar que gobernar.
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