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domingo, 13 de octubre de 2024

Hay que matar al Joker (una mirada política), por Dante Augusto Palma

 



Llegó Joker: Folie à Deux, la segunda entrega de la saga tras una primera que, allá por 2019, fue aclamada por la crítica. Con expectativas tan altas, era difícil que esta segunda parte pudiera colmarlas y, efectivamente, los malos vaticinios se cumplieron. 

En todo caso, cabría decir que el problema del Joker 2 es que todos la comparamos con la 1. Si la primera no hubiera existido, seguramente estaríamos hablando de sus muchas virtudes y no solamente de los defectos. Con todo, este no es un espacio para hablar de cine sino de política y, en este sentido, Folie à Deux viene despertando diversas interpretaciones, gran mayoría de las cuales, podrían, como mínimo, necesitar alguna complementación.  

Pero antes de entrar en ello, de la película en sí podemos decir que la actuación de Phoenix vuelve a ser descollante y que Lady Gaga no está mal, a pesar de que, desde el guion, su personaje parece tener menos desarrollo. Asimismo, su director, Todd Phillips, vuelve a lograr atmósferas increíbles, una fotografía excepcional con decenas de imágenes que conformarían posters que todos quisiéramos colgados en la pared de casa y, sobre todo, sale airoso de la osada apuesta por transformar esta segunda parte en un musical, algo que no le sienta mal a la lógica bufonesca del personaje. 

En contra podría decirse que ese recurso del musical, por momentos, parece forzado y algo repetitivo, al igual que la trama girando todo el tiempo alrededor del juicio que se le lleva adelante a Arthur Fleck (el Joker) por haber asesinado a cinco personas, tal como se vio en la primera entrega.

Dicho esto, consideramos que una clave interpretativa viene dada ya desde el título: Folie à Deux. Podemos traducirlo simplemente como “locura de dos” o hacer referencia a una lectura más técnica que habla de un “trastorno psíquico compartido”, fenómeno muy poco frecuente por el cual la psicosis de una persona induce la psicosis de otra. Si, como les indicaba antes, este no es un espacio de crítica de cine, tampoco es un consultorio de psiquiatría, con lo cual, alcanza con esta definición algo básica para descifrar el mensaje que nos quiere dejar la película.       

De modo que, desde el vamos, se nos dice que hay locura y que esa locura se comparte. Si tomamos en cuenta la decisión de incluir al personaje de Lady Gaga, Lee, aquella que más insiste a lo largo de la película en la idea de que el atormentado Arthur es el Guasón, la lectura es clara: él está loco y ella comparte esa locura. Folie à Deux. 

Dicho esto, hay que indicar que, políticamente hablando, en un sentido, la película tiene menos de política que la primera y, lo que es más frustrante aún, es que aquellos elementos que habían hecho de la primera entrega una película de culto, son traídos en esta segunda con el fin de aclaraciones varias. Sinceramente, hubiera sido preferible no hacerlo.  

Dicho de otra manera, si en la primera, en el mejor de los casos, había una inquietante ambigüedad que estimuló lecturas políticas varias, entre ellas, las de una película que hacía una apología de las olas reaccionarias, el anarquismo y/o el nihilismo de una sociedad completamente rota en la que un eventual demente acaba siendo el emblema de una explosión de violencia por la violencia misma, en esta segunda el director parece estar demasiado preocupado en echar por tierra los “malos entendidos”. Es curioso, pero es como si el director estuviera enojado con la audiencia que hizo de la primera entrega un éxito. De aquí que rompiera todo lo esperado haciendo de la segunda un musical donde el Joker acaba “compartiendo cartel” con una coprotagonista, y que, en términos de lecturas políticas, se intente acabar con el conjunto de interpretaciones que habían llevado al primer Joker a un lugar incómodo para los tiempos de corrección política.     

Para decirlo con nombres propios, nunca lo sabremos, pero hasta da la sensación de que la riqueza de sentidos que otorgaba la primera entrega, por ejemplo, para entender sin condenar necesariamente, a fenómenos como el de Trump o Milei, fue demasiado lejos para el director. De aquí que hubiera que “matar” al Joker o, al menos, a “ese” Joker, el Joker “de derechas”, el Joker que glorificaba la violencia de individuos rotos por el sistema, individuos que, en su mayoría, eran varones, a contramano de lo que indica el canon del pensamiento hegemónico progresista.      

¿Cómo se lo “mata” al Joker? Cuando, y disculpen por adelantar aspectos de la trama, él acaba reconociendo que no es el Joker, sino simplemente Arthur Fleck, o sea, cuando afirma que al haber matado a cinco personas, e incluso a una sexta, no estaba “poseído” por una “segunda personalidad”. Es en este momento, casi al final de la película, donde aparece lo más rico políticamente y lo que, considero, es el mensaje hacia el que apunta el director. Porque la trama deja ver la decepción que eso genera en varios pasajes de la película, a saber: en la reacción de Lee, su enamorada, ante la “confesión” de Fleck; en la propia sala de audiencia del juicio cuando muchos de sus seguidores se retiran indignados y, para finalizar, en la última escena de la película, aquella en la que sucede algo muy relevante para la trama que no vamos a revelar pero que también puede interpretarse como la reacción de un fanático ante una decepción profunda. 

Y en este punto, podemos, como hipótesis, aventurar lo siguiente: si efectivamente el director entendió que las interpretaciones de la primera entrega fueron hacia un lugar que él nunca se propuso, alimentando o, al menos, ofreciendo alguna explicación y/o justificación a los ascensos de las derechas populistas en distintas partes del mundo, ahora hacía falta apuntar hacia el público por ello. En otras palabras, si Joker 1 se posó en el personaje de Joaquin Phoenix, Folie à Deux hará énfasis en la otra parte, que no es el personaje de Lady Gaga, sino el público y/o, eventualmente, aquellos que siguen a “los Jokers” de carne y hueso que gobiernan, gobernaron o pretenden gobernar. El guion es claro en este sentido cuando, por ejemplo, el personaje de Lee le dice al Joker que es un entretenimiento que cumple una función o cuando, por razones que no hace falta revelar, el Joker sale corriendo del auto en el que unos fanáticos con la careta de payaso lo llevaban para “hacer la revolución”. Si en la primera hubo ambigüedad, aquí no: el Joker es un pobre tipo que es usado por una turba violenta o, en todo caso, un hombre con problemas mentales que en sus actos de violencia acabó canalizando todo ese odio larvado que existe en nuestras sociedades. Pero aquí no aparece un odio a las elites, o a los poderosos, ni la violencia de una sociedad injusta como se veía en la primera. Solo un trastornado y una masa de chiflados que lo sigue como si fuera el líder que no es. 

La locura de dos es, entonces, la locura del loco que es funcional a la locura de la turba deseosa del espectáculo de la violencia. Se trata de un giro que echa por tierra la valiente apuesta de la primera entrega para en ese mismo giro ofrecer un mensaje más previsible y, por ello mismo, claro está, bastante menos interesante.

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