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lunes, 6 de julio de 2020

El riesgo de la inestabilidad política, por Claudio Scaletta (para "El Destape" del 04-07-20)




Argentina presentará esta semana su última oferta para la reestructuración de su deuda externa con acreedores privados. Su valor presente rondará los 53 dólares por cada 100 de valor nominal, muy lejos de los menos de 40 de la oferta inicial que sólo fue aceptada por el 13 por ciento de los acreedores. Los técnicos del Ministerio de Economía hicieron todo lo posible por alargar la estructura de vencimientos, es decir que a pesar de aumnentar el valor presente de los papeles mantuvieron el objetivo de patear para adelante los pagos y, de paso eliminaron anabólicos como el bono atado a la evolución de las exportaciones que no había despertado mayor interés entre los acreedores. Tampoco habrá ningún pago inicial.

La predicción del futuro es una ciencia inexacta, pero a pesar de las sucesivas concesiones realizadas no se espera que la nueva oferta sea aceptada por más del 50 por ciento de los “bonistas”, es decir que buena parte de los poderosos fondos de inversión y consorcios de acreedores que se cansaron de prestarle al macrismo sin medir consecuencias apostarán ahora a la estrategia buitre. La historia reciente les enseñó que puede ser muy redituable esperar el cambio de poder. Ellos serán siempre los mismos, pero los gobernantes no.

El problema es que con la nueva oferta, que ahora sí será la última, nadie quedará contento. Los acreedores querían más y, para la Argentina, la oferta dejó de ser sustentable, no sólo por lo que dirán los números, sino porque con una aceptación de sólo el 50 por ciento la disputa seguirá abierta. Los acreedores siguen convencidos de que el país puede pagar más y, lo peor, es que esta convicción también es compartida por buena parte de la clase política local. La referencia no es sólo a la oposición macrista, sino que incluye a una franja importante del Frente de Todos, en particular al massismo y sus satélites, entre los que destacan los devoradores de “sangüichitos” en tiempos de auge de la Alianza PRO.

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El balance preliminar señala que quizá el peor error de la negociación haya sido insistir todo el tiempo en la voluntad de pago. A ello se sumó lo dicho respecti de que el grueso de la clase política, incluidos dirigentes del oficialismo, pensaba que el país podía pagar todavía más. Esta fue la sangre que olieron los “tiburones de Wall Street” y que los incitó a ir por más.


Los próximos pasos son predecibles. A partir del lunes se renovarán las presiones sobre Martín Guzmán. Las finanzas globales hablarán del “fracaso” del ministro en sus objetivos y es cantado que lo atribuirán a la falta de pragmatismo y a un presunto “academicismo” dogmático. Las operaciones para desplazarlo arreciarán. La realidad es que las sucesivas capitulaciones en el proceso de renegociación no tuvieron nada de técnico. La oferta final de 53/100 fue pura decisión política.

Y a Guzmán todavía le queda lo peor. Lo que sigue es la renegociación con el FMI. Aquí se pondrá sobre la mesa lo que el Fondo ya dijo sobre la insustentabilidad de la deuda. También que Argentina no puede pagar nada en 2020-23. Se descuenta que, a diferencia de la puja con los privados, la disputa aquí no será sólo por las cantidades, sino por lo que es el objetivo de la existencia misma del FMI, el condicionamiento de la política económica futura, el gran éxito de la herencia macrista. Volver al fondo fue el regreso a sus condicionalidades.

Lo que el FMI le pedirá a la Argentina serán distintas variables para un objetivo común, la reducción del déficit fiscal. El detalle es que ello ocurrirá en una economía que, gracias a las políticas ya impuestas por el organismo a partir de 2018 entró en caída libre, una tendencia profundizada por la pandemia. Es muy difícil que la economía se desmorone este año sólo el 10 por ciento proyectado por el Fondo. Por razones múltiples, la caída será bastante más fuerte.

La primera razón es el contexto de una súper crisis internacional con contraccioón del producto en todas las regiones del planeta y que se transmitirá a la economía local a través de la potente contracción del intercambio comercial. La economía argentina, que necesita desesperadamente dólares tanto para afrontar los servicios de su inmensa deuda como para salir de la recesión tendrá todavía menos dólares disponibles.


La segunda razón es interna. Si bien en el contexto de la pandemia el Estado nacional tomó decisiones extraordinarias de gasto, entre las que destacan el IFE y la ATP, aunque no solamente, se trata de un paquete que apenas suma alrededor de unos tres puntos del PIB, un nivel de gasto a todas luces insuficiente para compensar la caída proyectada del Producto. Para contrarrestar el desplome del resto de los componentes de la demanda, el Gasto debería multiplicarse, una necesidad incompatible con lo que serán las exigencias de la renegociación con el FMI. Volviendo al Ministerio de Economía, lo que suceda aquí tampoco dependerá de la pericia técnica de los funcionarios del área, sino de lo que decida “la clase política”, o más concretamente, lo que emerja de la diversidad de fuerzas que integran el Frente de Todos. Ninguna solución amigable con el Fondo resultará compatible con salir de la recesión.

La principal esperanza se encuentra hoy en una dimensión impensada, el espíritu de supervivencia de “la política”. No se sabe cuándo terminará la pandemia, lo que sí se sabe es que dejará más pobreza que mortalidad, es decir más caída de la actividad y desempleo que muertos. En el presente el punto de saturación de la población frente al aislamiento social no está lejhos. A esta saturación le seguirá el malestar por el contexto de una economía destruida. Si llegado este punto se opta por seguir la lógica del poder financiero en vez de multiplicar el gasto el resultado más probable será un nuevo ciclo de inestabilidad política.-

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