Cenizas en la puerta de Palacio Nacional durante protesta por Ayotzinapa.
Foto: Eduardo Miranda
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- Ya son pocos los
manifestantes que permanecen en el Zócalo a las 11:30 de la noche. Ha
sido larga la jornada de protesta por los 43 estudiantes desaparecidos
de Ayotzinapa. Un grupo de granaderos arremete contra dos individuos.
Uno queda inconsciente. El otro, un niño, con el rostro ensangrentado.
Una señora, quién “vende cigarros desde siempre en el Zócalo”, rompe
en llanto al ver el chorro de sangre que corre por debajo de la cara del
menor. Entre los gritos que urgen a llamar una ambulancia, solloza: “Mi
México querido, ¿Adónde vamos a llegar?”. Y añade: “Vi todo, un policía
me quitó para que no viera, pero lo vi, vi como le pegaban con sus
bototas, es injusto”.
Fue tanta la rabia de la mujer que acaba tirada en el suelo. Sólo sus piernas se agitan bajo el asalto de las convulsiones.
Desde la plancha del Zócalo vienen dos bloques de granaderos. Se
llevan a dos jóvenes. “¡Dame tu nombre!, ¿Cómo te llamas?”, les gritan
los reporteros presentes, cámara en mano. Luís Andrés Villegas, contesta
uno. El otro se mantiene silencioso. La camioneta con el escudo de la
Policía Federal, placa 14727, arranca. Se corre el rumor de que los
policías detuvieron a otro.
Entre las luces de las ambulancias de la Cruz Roja Mexicana y los
vehículos que transportan a los granaderos, se distingue a los
integrantes del Estado Mayor Presidencial (EMP), que empiezan a quitar
los escombros que quedaron frente a la puerta principal de Palacio
Nacional que exhibe un hoyo, luego de que le prendieron fuego y la
golpearon con las mismas vallas metálicas dejadas ahí por las
autoridades.
Mientras los uniformados limpian afuera de Palacio, en la fachada se
puede leer: “Lárgate Peña Asesino”, la palabra Vivos y una A que suelen
estampar los anarquistas.
El Zócalo ya está vacío. En la plancha quedan piedras y pedazos de
velas que sirvieron de proyectiles contra la puerta dañada. Con la
acometida policiaca se acabó el sitio al Palacio Nacional.
La movilización
La marcha que partió del edificio central de la PGR al Zócalo en
apoyo a los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, a las 20:00 horas
del sábado, se desarrolló sin incidentes. Miles de personas, algunos con
velas, otros con antorchas, caminaron mientras coreaban las ya
emblemáticas consignas: “Vivos los queremos…” y “Fue el Estado”,
arropados por los aplausos de las personas que observaban desde las
banquetas.
Pero al llegar al Zócalo, ya pasadas de las 22:00 horas, una masa
compacta se juntó ante un Palacio Nacional vacío, con todas sus luces
apagadas. Entonces, un grupo de jóvenes encapuchados empezó a pegar a la
doble puerta de madera del edificio. Primero a patadas y luego con las
vallas que resguardan al edificio, bajo la mirada sorprendida de
centenares de personas ubicadas unos metros atrás, algunos de los cuales
contaban hasta 43 antes de gritar: “¡Justicia!”.
Una mujer trató de convencer a los encapuchados de que dejaran de
golpear la puerta de Palacio, pero no le hicieron caso. “¡Tomemos el
Palacio!”, exclamaron como respuesta.
Incontenibles, los encapuchados agarraron una de las pesadas vallas.
Se acercaron a la puerta. Tomaron impulso y se abalanzaron sobre ella,
chocando su improvisado ariete de metal contra el portón que se
estremeció.
Eran las 22:15. Otros jóvenes –encapuchados algunos y otros con la
cara descubierta-, lanzaron algunos artefactos que al estrellarse contra
la puerta se convertían en llamas, lo que activó el sistema
anti-incendio, ubicado arriba del portón, y el agua que chorreó sobre la
madera apagó el incipiente fuego.
A su vez, de los costados del portón atacado salieron chorros de un
líquido mientras por debajo de las puertas se esparcía el humo de un gas
que provocó conatos de tos entre el grupo de manifestantes que durante
un corto instante se alejaron del lugar.
“Fue el Estado”, “¡Asesino!”, gritaban desde atrás. Con palos, unos
jóvenes volvieron a la carga. Trataron de romper los vidrios de las
ventanas, sin éxito. Tampoco cedieron los cristales cuando en dos
ocasiones, encapuchados prendieron un spray de pintura que terminó por
explotar ruidosamente.
Ante el fracaso, los jóvenes con el rostro cubierto recuperaron las
vallas y se lanzaron de nuevo sobre las puertas. “Duro”, se escuchaba.
Proyectiles se rompían sobre las paredes del Palacio. Centenares de
manifestantes contemplaban la escena. Paralizados por la curiosidad,
algunos se preguntaban entre si: ¿Qué sigue?
A cada rato, las personas ahí reunidas lanzaban vistazos inquietos hacia las azoteas de los edificios.
“Están sacando fotos arriba, ¡Los quieren desaparecer!”, gritó un joven.
Sobre el rostro del señor que aparentemente accionaba una cámara,
aparecieron las luces verdes de unos láseres.
Otra vez salió gas por debajo de las puertas, las que se tambaleaban
una y otra vez bajo los embates de las vallas manipuladas por los
jóvenes.
A las 22:45 la madera de la parte baja de la puerta derecha del
Palacio cedió. Se abrió un hoyo. Al interior del edificio se veían
colocadas barreras de metal. “¡Nos tiene miedo!”, gritó uno de los
jóvenes. Se multiplicó el lanzamiento de objetos sobre el portón.
Quince minutos después llegó una veintena de granaderos, protegidos
con sus largos escudos que golpeaban con sus bastones. Ante ello se
dispersó la masa amontonada frente a Palacio, pero varios de los jóvenes
más exaltados agarraron piedras y las lanzaron sobre los uniformados.
Algunos se apoderaron de las velas depositadas en la plancha del
Zócalo en honor a los desaparecidos de Ayotzinapa, y las arrojaron sobre
el grupo de policías, quienes ya habían recuperado el control de la
puerta de Palacio.
A la aparición de granaderos le siguió la de un grupo de integrantes
del EMP, vestidos de negro bajo sus gorras. Algunos uniformados de la
Policía Militar también se posicionaron detrás de los granaderos.
Bajo una lluvia de piedras, las guardias presidenciales reinstalaron
las vallas alrededor del Palacio Nacional, mientras otros de ellos
regresaban las pedradas, las velas y palos encendidos hacia la plancha
del Zócalo, provocando que la gente que permanecía expectante corriera y
se dispersara.
A las 23:15, con el Zócalo prácticamente vacío, los granaderos
saltaron las vallas y arremetieron contra los pocos que ahí permanecían.
Los encapuchados ya se habían ido.
Un granadero alcanzó a un niño y junto con varios de sus compañeros
lo tumbaron y le empezaron a pegar. Sólo detuvieron la agresión cuando
se dieron cuenta que eran grabados. El menor quedó tirado en la plancha
del Zócalo con su playera blanca desgarrada y el cuerpo ensangrentado.
A pocos metros, inconsciente, se ubicó a otra persona agredida por los uniformados.
Son las 23:30. Los granaderos van abandonando el Zócalo. Por debajo
de la inmensa bandera de México seguían luciendo las pequeñas llamas de
unas velas.
Pasada la medianoche, se sabría que la policía se dispersó por las
calles del Centro Histórico en busca de manifestantes. El Comité Cerezo
reportaba 17 detenidos…
Publicado en:
http://www.proceso.com.mx/?p=387171
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