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martes, 24 de septiembre de 2013
Entre halcones y buitres, por Eric Calcagno (para "INFOnews" del 24-09-13)
La heráldica era el estudio de los
escudos de armas, o blasones, que identificaban a las diferentes
familias de la nobleza durante la Edad Media. Rememoraban hechos
ilustres que se atribuían los nobles, según una estricta codificación en
términos de animales y figuras, de colores y de formas.
Cuando la presidenta habló de la asamblea de
las Naciones Unidas que comienza hoy, dijo que será "entre los halcones
de la guerra", por los acontecimientos que se viven en Medio Oriente
centrados en la crisis siria; y los "buitres de la deuda", en referencia
a los fondos especulativos financieros que se benefician con las
quiebras económicas de los países. Halcones y buitres podrían figurar, entonces, en una imaginaria
heráldica mundial de los tiempos modernos, con el significado que la
fuerza bruta prima por sobre la razón y el derecho, tanto como las
finanzas desbocadas ponen en riesgo el sistema económico mundial, presa
de burbujas especulativas fomentadas por movimientos de capitales. Si
continuamos con el ejercicio, veríamos que esos símbolos de poder y
prestigio que identificaban con signos pasados linajes, también tienen
su correlato local en los nuevos escudos de armas que presentan
diferentes candidatos. Como ninguno desea llevar los colores del ajuste, cuya memoria aún
truena en la historia reciente argentina, hablan de "metas de inflación"
para significar su adhesión a la teoría cuantitativa de la moneda,
aquella que sostiene que toda emisión monetaria impacta de inmediato en
el nivel general de precios, por lo cual hay que disminuir el circulante
o subir las tasas de interés, con el menor grado de políticas
económicas activas. Al menos eso dicen, en teoría. En los hechos, las
políticas antiinflacionarias ejecutadas durante el antiguo régimen en la
Argentina han servido para realizar grandes transferencias de ingresos
hacia los estratos superiores de la sociedad. La inflación puede ser
también, como lo vimos con las híper, un poderoso disciplinador de la
sociedad argentina. Más simpático, pero no menos gravoso, es el llamado al consenso, el
elogio del pacto, la admiración por la comunidad de intereses. Para ello
la fórmula ritual es mentar el abrazo de Perón y de Balbín, que debería
significar la unión de los opuestos. Sin embargo, poco se habla del
contexto y del significado de tal saludo, reduciéndolo a una anécdota y
no al encuentro de dos líderes populares cuyas fuerzas habían sufrido
ambas golpes de Estado, por cierto en diferentes circunstancias. No se
ve bien qué andarían haciendo el General y Don Ricardo con la Mesa de
Enlace, frecuentando embajadas o confundiendo la política con el
marketing. De un cariz más socialmente correcto es la fascinación por "estar en
el mundo", como si estuviésemos en el espacio exterior. Aquí priman los
ejemplos sobre caminos que otros países han tomado, en particular con el
endeudamiento externo. Si existe hoy una sobreabundancia de dólares,
¿por qué no aprovecharla? La prepotencia, la desprolijidad, las
políticas antimercado son las responsables de que Argentina no se
endeude, como si fuera un bien absoluto; tanto como si la inserción
internacional pasara sólo por tomar deuda. ¿Para qué? ¿Con qué tasas?
¿Con qué condicionalidades? ¿Con qué resultados? Son preguntas que
escapan a aquellos que ya se ven sentados en los despachos oficiales a
la espera de una misión del Fondo Monetario Internacional que les diga
qué hacer. Su política exterior ya fue explícita con la cuestión de la
Fragata Libertad: mejor pagar a los buitres antes que pelear por
nuestros derechos. La principal tonalidad opositora es escamotear el conflicto.
Reducirlo todo a un pase de manos entre personas "mal educadas" a
personas bien educadas, a "crispados" por relajados, al "relato" por
lugares comunes. Esta evacuación del conflicto como elemento permanente
de la vida política, económica y social no es gratuita. A esta altura,
el blasón de los opositores no luce demasiado seductor. Todo símbolo
termina por significar algo, y por más que se lo busque esconder sale a
relucir tarde o temprano. Y es allí donde la política –o la no-política–
propuesta se expone en toda su dimensión. Se hace explícitos los
supuestos del modelo. En efecto, negar el ejercicio de poder que supone fijar un precio es
admitir una estructura económica aún demasiado concentrada, así como
naturalizar la inflación permite asegurar las relaciones sociales
dominantes; clamar por el consenso significa que ya ha pasado el tiempo
de las reivindicaciones, al menos de las que hacen a la Nación y a su
pueblo. Las instituciones volverán a atender las necesidades de paz y
administración de las clases altas. Volver al mundo significa adoptar
las políticas exteriores de países que, por poderosos que parezcan, no
son menos extraños a nuestros intereses. Es dar la espalda a la
construcción de un mundo multipolar donde los países del sur puedan
llevar posiciones solidarias, a la construcción regional, a nuestro
destino, que sólo precisa –en su escudo– la fraternidad, el sol y el
gorro frigio de la libertad.
Soy "Profesor de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Historia" recibido en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Ejerzo desde 1991 como docente en escuelas secundarias de Capital Federal y el Gran Buenos Aires.
Desde marzo de 2010 edito el Blog "Mirando hacia adentro", cuyas imagenes originales serán publicadas en esta página satélite.
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