¿Se puede gobernar en minoría la principal provincia del mapa nacional? En todo caso, ¿por cuánto tiempo? La política nacional guarda un misterio escrutable: ¿que hará Daniel Scioli?
Una parodia de crisis política mece la poltrona del gobernador de la provincia de Buenos Aires. Eso sí, la tenaza limita su juego: a la hora de la verdad numérica sus huestes quedaron sensiblemente reducidas; y en la legislatura provincial, al menos, el gobernador está en minoría. La fragilidad de su estructura política quedó al descubierto.
¿Se puede gobernar en minoría la principal provincia del mapa nacional? En todo caso, ¿por cuánto tiempo? En una de las caras de la tenaza bonaerense está la presidenta de la República, en la otra un reguero de reclamos de empleados públicos que intentan cobrar trabajosamente el aguinaldo. Encima la oposición, para auxiliarlo, pide un precio que Scioli no parece dispuesto a pagar: saltar la tranquera; restablecer sus “naturales” vasos comunicantes con “amigos” de igual ADN ideológico. Asumirse como “jefe” de toda la oposición, nacionalizar el conflicto provincial. ¿Lo hará?
Consideremos esa hipótesis: la UCR bonaerense le tiende la mano, sus diputados se suman a los del gobernador, incluso los sobrevivientes del Peronismo Federal terminan por apoyarlo. En ese caso, el brumoso quinteto que dice acompañarlo persistirá en la tarea. Y si lo hace, alcanzará para quebrar la tenaza. Pero ni los radicales, ni los seguidores del puntero de Lomas de Zamora, parecen materia dispuesta a votar una ley que arrime recursos reduciendo, por ejemplo, la astronómica tasa de ganancia de los pools sojeros; después de todo, la pequeña corrección del impuesto inmobiliario rural gatilló la resistencia de la Mesa de Enlace; sin embargo, el gobernador no podrá zafar sin incrementar los acotados recursos propios. Ahí se obtiene la primera conclusión tajante: saltar el cerco no le sirve, no para seguir gobernando con una mayor cuota de oxigeno político. ¿El gobernador se terminará acomodando a tan incómoda montura?
Avancemos despacio. La oposición no puede respaldar a Scioli más allá del parloteo; el gobernador solicita, requiere, necesita dinero fresco. O lo genera mediante impuestos provinciales (después de todo, esa sería la retraducción práctica de la andanada discursiva presidencial) o lo recibe del Poder Ejecutivo. La oposición no puede apoyar una cosa ni lograr la otra, por tanto sigue en el limbo, carece de política propia. No es la lealtad la que le impide a Scioli invertir las alianzas, sino la dura materialidad de la política práctica. Salvo que decida inmolarse.
A ver, Horowicz, no se haga el vivo, usted sabe perfectamente que nadie se inmola en la política contemporánea, ni aquí ni en parte alguna. ¿Por qué un hombre que hizo de la obediente medianía su estrategia natural haría semejante cosa? Convengamos algo, estoy de acuerdo en que, en condiciones normales, ese sería el comportamiento esperable, pero estas no son condiciones normales y por tanto se pueden esperar curiosidades relevantes. Consideremos dos extremos lógicos, no políticos. En uno el gobernador “aguanta” todo y sobrevive. En el otro no aguanta más y pega el brinco. Primero, aguantar todo y sobrevivir no es exactamente lo mismo. Sobrevivir, para un hombre que mostró sus cartas presidenciales de movida, no puede ser otra cosa que conservar vivo su proyecto. ¿Si aguanta todo, su proyecto aguanta? Sólo si Cristina Fernández quiere. ¿Y si pega el salto? ¿Cómo? Da batalla pública para terminar renunciando y trasformarse en el punto de recomposición del universo anti -K.
Claro, Horowicz, es bueno que usted lo reconozca, esa es la madre del autoritarismo K. O Scioli se somete sin más, o pega el salto. Y eso es lo que queríamos demostrar: no es que Scioli quiera irse, es Cristina quien empuja.
¿Esa es una sucia maniobra desestabilizadora? ¿O es simplemente naturaleza del modelo político argentino? En un sistema presidencialista, el presidente elige a su sucesor, después de todo "poder" es un verbo que se conjuga solamente en presente del indicativo. Toda discusión sobre el poder futuro, discute de hecho quién manda hoy. Roca eligió a Juárez Celman; Roque Sáenz Peña a Hipólito Yrigoyen; e Yrigoyen hizo lo propio con Marcelo Torcuato de Alvear, quien le devolvió la poltrona a Yrigoyen. Sólo el coronel Perón tuvo un padrino plebeyo, el 17 de octubre, y el bloque de clases dominantes jamás se lo perdonó. Carlos Menem optó por Fernando De la Rúa, y Eduardo Duhalde ubicó a Néstor Kirchner en Balcarce 50. Y esa termina siendo una decisión plebiscitada: la sociedad argentina la convalida o la rechaza en las urnas.
Además, el enfrentamiento entre el gobernador de la provincia de Buenos Aires con el presidente de la República es una palinodia que también se repite. Recordemos, el General Perón y el gobernador Mercante, durante el primer peronismo; el presidente Frondizi y el gobernador Alende, en el año '62; de nuevo Perón y el gobernador Oscar Bidegain, en el '74; y si la escena no se repitió con Raúl Alfonsín fue porque la UCR perdió, en el '87, esa estratégica provincia a manos de Antonio Cafiero; pero con Menem y Eduardo Duhalde el conflicto recobró máxima intensidad, en su anteúltima versión. Por eso Menem optó por Fernando de la Rúa. Entonces, salvo durante los gobiernos militares, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, por peso específico del distrito, termina siendo un “enemigo natural” del presidente. No es la “personalidad” de Cristina, un tanto sobreestimada en esta versión sencillota, sino el funcionamiento de la estructura.
Esa es la historia nacional, y para que no se repita es preciso cambiar de modelo político; poner en marcha la alternativa parlamentaria, reformar la Constitución. No grita enardecida la oposición, ese es un traje a medida de Cristina, la otra cara del continuismo. Ahora podemos entender, la oposición requiere de un animal que no provee la zoología política. Ni acepta un nuevo presidente fogoneado por la Casa Rosada, ni tolera un gobierno parlamentario. Quiere designar el próximo presidente como derecho natural inalienable, como durante el ciclo 1983–2001, donde se votara lo que se votara todos los gobiernos hacían lo mismo, y para lograrlo espera que la crisis global arrime la brasa y la economía nacional se detenga.
Entonces, razonan a media voz, cuando quede claro que no sirven, que sólo ejercen su cruel despotismo personal sin límite republicano, la sociedad argentina reaccionará. El razonamiento es simple. Si el enojo clasemediero por las dificultades para hacerse de dólares siguiera su curso, si los precios de los productos de la canasta familiar se volvieran a empinar y la economía se terminara estancando, después de todo la brasileña ya lo hizo, hasta los amigos del gobierno se convertirían en sus enemigos. El viento de cola habría sostenido el barrilete; con un huracán soplando en sentido opuesto se caería.
Un silencio denso se instala en el horizonte político nacional, es evidente que no faltan irresponsables que apuestan a las virtudes pedagógicas de la crisis, a que la marcha de sus volutas arrase una vez más la estragada piel de la sociedad argentina y la rehaga a la griega. Pero la compacta mayoría de la sociedad argentina está condenada al sentido común. Y nadie con sentido común está dispuesto a dejarse arrasar primero, para que después Scioli sea presidente. Es un poco mucho. Sólo la Mesa de Enlace, en privado, puede permitirse semejante tipo de “reflexión”; y nada indica que esa interesada voluntad suicida puesta en marcha (después de todo las crisis no sólo tienen perdedores también están los “ganadores sistémicos”) termine por cristalizar otra mayoría amorfa capaz de avanzar alegremente en dirección a la nada. Sobre todo, mientras la experiencia de 2001 sigue estando tan fresca en la cabeza de casi todos.
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