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martes, 5 de febrero de 2019

Anacronismos y ambigüedades, por Juan Chaneton (para "El Comunista" del 04-02-19)



“El principal problema de Venezuela es la «descarada» intervención de Trump pero hay que ver qué la hizo posible”, dice Horacio Verbitsky en la habitual nota de los domingos que  su portal ofrece a la infatuada autocontemplación de sus lectores, un target con predominancia de progresismo blanco.  Y  termina su danza  con un pas de deux en línea con el introito: “oportunidades perdidas”, dirá el melancólico post sciptum que cierra su nota.

Por Juan Chaneton*

*jchaneton022@gmail.com

Pero antes de entrar en “qué la hizo posible”, recuerda que él es distinto a Daniel Santoro y Jorge Lanata. Operación self promotion necesaria para entrar a jugar el partido con razonables perspectivas de éxito. Y eso que no es un partido difícil. Basta con sorprender a propios y extraños acoplándose al relato dominante acerca de lo mal que le va a Venezuela con Nicolás Maduro. Es esa, al fin y al cabo, la esencia de la nota de Verbitsky.  El Tata Yofre ha quedado gratamente sorprendido.

Inmediatamente, afirma que el golpe contra el proceso soberanista venezolano que encabezó Hugo Chávez fue el punto de partida de unos hechos que “… pusieron en evidencia el hielo fino sobre el que patinaban los gobiernos populistas”.

Es decir, previo a todo que se sepa bien a quién se está leyendo: a un no populista. El lenguaje  -académico y periodístico-  allanó, en Alemania, el camino del infierno,  escribió Karl Kraus.

Y esos hechos que hicieron patinar al populismo -dice HV-   fueron, ni más ni menos, que la ola de golpes de Estado e intentos de revoluciones de colores o en blanco y negro con que el imperio estadounidense iniciaba, en América Latina, el proceso de restauración neoliberal.

Se refiere luego, encomiásticamente, al ex presidente Frondizi, lo cual, tratándose de HV, es un avance en punto a forma y modos en que se manifiesta la educación de una persona, ya que en el pasado supo referirse al declinante ex presidente que aun participaba en actos públicos, con el ciertamente feo (también injusto) sintagma de “los restos del Arturo Frondizi”. Dice HV, en este punto de su nota: ” …No hay en la Argentina de hoy ningún político con la visión que en 1961 impulsó al presidente Arturo Frondizi a tender puentes entre el Che Guevara, a quien recibió en secreto en la residencia de Olivos, y el gobierno estadounidense de John F. Kennedy”.

Ese párrafo, que bien pudo haberlo escrito Perogrullo, se detiene en el límite que habría que haber franqueado para entender por qué ocurren las cosas; y entendido que fuere el porqué de las cosas, el párrafo seguramente no se habría escrito. En efecto, Trump como opción al descrédito de la banda Bush-Clinton,  y los neo fascismos europeos como alternativa a la inoperancia del ménage a trois Merkel-Macron-May, están expresando una crisis de representación que, por global y extendida, no permite abrigar  esperanza alguna de que aparezca, por esta región, ningún “político con visión” más que para administrar la casa, con las para mí muy evidentes excepciones de Cristina Kirchner y el Papa Francisco. Pero HV no navega por ahí. Está en su derecho.

Entrando ya en el tema de fondo (que, objetivamente, resulta en una deslegitimación del presidente Maduro), se dispone HV a despejar equívocos que estarían obnubilando el magín de una progresía torpe de entendederas o, por lo menos, ingenua hasta la estupidez, por cuanto, sedicentemente, esa progresía cree que Maduro es Chávez, que Putin es Kruschev, que Xi Jinping es Mao Tse Tung, que la tempestad sobre el petróleo en Venezuela 2019 es igual al huracán sobre el azúcar de Cuba 1959 y, finalmente, que los venezolanos que se exilian constituyen un grupo de extras parecido al que contrató Seguei Bondarchuk para filmar Waterloo. Y agrega, con vocación de servicio, el ex peronista: “Nada de eso es cierto, pero disipar tales confusiones no es una tarea simple”. Y se dispone a desconfundirnos.

Cuestiona los títulos de Maduro para estar en la presidencia de la Nación. Es decir, cuando ahora arrecia la campaña criminal  (que antes incluyó guarimbas  con chavistas degollados y quemados vivos), un periodista progresista de este país increíble llamado Argentina, prorrumpe, en línea con la mejor Beatriz Sarlo, en unas puntualizaciones que ingresan, de emboquillada, en el arcón de filibusteros de los Bolton, Pompeo y Abrams como activo fijo para engrosar su arsenal de mentiras y falacias orientadas al derrocamiento de un gobierno venezolano sostenido, hasta hoy, a sol y sombra, por los pobres y trabajadores de ese país.

Dice nuestro hombre en Buenos Aires que la Revolución Bolivariana que encontró  el país  -agrego yo-   con un legado adeco-copeyano de 80 % de analfabetos, ahora ha derivado  (por obra de una muy extraña  transformación de su humanismo inicial en vocación por el mal) en un gobierno que incurre en violaciones a los derechos humanos. Pero el argumento de Verbitsky es una falacia ad hóminem al revés: postula su verdad por las calidades personales que, presuntamente, exornarían a la señora Michelle Bachelet, quien ahora preside  la Oficina del Alto Comisionado de  la ONU para los Derechos Humanos.

Pero la señora Bachelet ha sido fulminada en su propio país por suscribir una política de olvido selectivo respecto de los genocidas chilenos jefeados por Pinochet. Hija del ilustre aviador legalista Alberto Bachelet, se trata de  una mujer cuyos valores e ideología están en línea con una extracción de clase que no valora   -sino, más bien, teme-  la instauración del negro, del indio y del pobre en el lugar del poder político. Y es esa misma mujer la que -sin sorpresa alguna dados sus antecedentes-   suscribió, línea a línea, una decisión contra Venezuela firmada por Macri, Piñera, Bolsonaro y Duque, entre otros hombres que componen un instrumento injerencista y cuasi delictivo que opera en tiempo real en la consola geopolítica manejada desde Washington: el grupo de Lima. Aquí, para menesteres semejantes, contamos con Rosa Castagnola.

Se entiende que para seguir al tope de un organismo de derechos humanos fundado por el ilustre Emilio Fermín Mignone (¿qué diría Mignone hoy sobre Venezuela?) haya que entregar el alma al diablo y calumniar, en línea c1on Washington, a los enemigos de Washington, como Venezuela y … Cuba. Porque Verbitski también dice que Cuba viola los derechos humanos. Es para tomar nota, por cierto. Podrá haber perdón sobre esto, pero lo que nunca habrá será olvido.

Agrega HV otra flor de su gajo para deslegitimar a Maduro. Dice que esas “violaciones a los derechos humanos”  han sido constatadas  “por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en materia de  protesta social, libertad de expresión y derechos económicos, sociales y culturales”. La pregunta cae de maduro, hablando de Maduro: ¿cuántos y cuáles fueron los casos de semejantes violaciones por causa de un accionar sistemático del gobierno venezolano?;  ¿y cuántas y cuáles de esas violaciones hallan su etiología en la prohibición a las empresas del mundo de comerciar con Venezuela y a la negativa de entregar depósitos  genuinos del gobierno venezolano por parte de bancos que juegan en la geopolítica latinoamericana con Estados Unidos? No es serio (o lo es en demasía) no mentar estas circunstancias cuando de emitir opinión sobre la Venezuela de hoy se trata.

No hay ninguna prueba que abone que el del presidente Maduro sea un gobierno que sistemáticamente viola los derechos humanos y que se niega a investigar las denuncias.  Linda con lo antiestético imputar al gobierno venezolano “… ejecuciones extrajudiciales en operativos de represión al delito y ausencia de investigación sobre esas muertes…”. Se supone que esa denuncia imputa sistematicidad en la ejecución extrajudicial y represión constante como política del Estado venezolano, ya que es  dable presumir que no se está refiriendo al impulso loco de algún policía que haya delinquido. De modo que si estamos presumiendo bien, resulta asombroso que un periodista que se reclama del campo progresista de la Argentina pueda poner por delante, en el ejercicio de su profesión, el revalidar títulos en la defensa de los derechos humanos y no la verdad de los hechos históricos que están ocurriendo en Venezuela. Porque son históricos esos hechos. Como lo fue Allende en Chile, en 1970-73. Con una diferencia, entre otras: la “vía venezolana al socialismo” tiene el apoyo activo de más de la mitad de la población.

Y esto es así por mucho y tanto que se apele a la imputación genérica que, por genérica y sin pruebas, deviene calumnia lisa y llana. El propio artículo 28º del Reglamento de la CIDH, en sus nueve incisos, no acoge, por cierto, ninguna imputación genérica a los Estados; y el procedimiento de admisibilidad del artículo 30º  ha solido ser interpretado  de un modo ideológicamente sesgado cada vez que ha estado en la mira de las administraciones de Washington un gobierno desafecto a la Casa Blanca. La CIDH es un órgano de la OEA que, antes de que su actual secretario general Luis Almagro traicionara la confianza de toda una formación política que lo había propuesto para el cargo (el Frente Amplio uruguayo) parecía que podía abjurar de su triste pasado, pero hoy las cosas han quedado claras: sigue siendo el “ministerio de colonias” de Estados Unidos, según la acertada caracterización de Fidel Castro.

Hay casos en que el progresismo blanco se encuentra en una aporía que resuelve siempre del mismo modo: mediante la coartada. Como la ideología  (o la militancia política continental) dicta condenar al villero-lumpen-pobre que se organiza y deviene poder político del Estado, es imprescindible hacerlo pero diciendo que lo que se hace es otra cosa y trepándose, previamente, al púlpito de la imparcialidad. Francisco Eguiguren (funcionario de la CIDH par1a Venezuela) construye esa imagen cuando visita a Milagro Sala; luego, ya puede denunciar. ¿Qué cosa puede denunciar? ¿Que el negrerío es poder político en Venezuela? No. Sería un sincericidio. Lo que denuncia es que ese gobierno de vagos y malentretenidos es corrupto, represivo y antidemocrático. En línea con Eguiguren, Verbitsky, luego de la visita de Egiguren a Jujuy,  difunde que un funcionario impoluto e insospechado de parcialidad, dice que Maduro es un dictador abominable. La operación no es mala. Es moralmente débil, por fraudulenta.

Los argumentos de Verbitsky que lo ubican en sintonía con Washington son los mismos que blande el gobierno de Macri. Fidel Castro no estaría (no estuvo nunca) contra esa revolución que lo único que quiere es construir futuro (no sólo material, también  -y principalmente- espiritual) para los niños. Pero la opinión de Fidel Castro aparece reñida con la corrección política. Foucault tendría algo que decir aquí. Si hablamos con lenguaje prestado y metemos de contrabando lógicas del enemigo en nuestro propio discurrir intelectual, estamos reproduciendo capilarmente el poder y enervando la capacidad de resistencia a ese poder. Después, gana la derecha. Tal vez eso diría Foucault.

Se busca buenos abogados HV. Heinz Dieterich y Oliver Stuenkel. El primero opina, con todo derecho, como cualquiera que quiera opinar sobre Venezuela. Además, argumenta bien. Es un intelectual sólido y bien formado, Dieterich. Pero no deja de ser su opinión. Con ese método, lo traemos a Chomsky (lúcido en sus percepciones acerca del futuro que le espera a Latinoamérica si Estados Unidos lograra derrocar a la revolución bolivariana) y… tachame la doble, estamos a mano. Stuenkel, por su parte, dice que Sudamérica debría haber presionado a Chávez para que adoptara el organigrama institucional pensado por un francés en el siglo XVII. Foráneo y anacrónico hubiera sido. Se trata de un sistema institucional que, además de obsoleto, fue pensado para la dominación, no para la libertad. Por eso, ese sistema no contempla el poder popular, como sí lo contemplaba Chávez y esto resulta ser el núcleo innegociable de los bolivarianos.  Entonces, no hay que derrocarlos por sus errores sino por sus aciertos. Y tiene que ser ahora, antes de que sea demasiado tarde. EE.UU. no puede esperar, y las elecciones no esperan a Trump.

Habría que dejar en paz a la revolución bolivariana y denunciar el bloqueo criminal de Estados Unidos que, por otra parte, también mantiene bloqueada a Cuba y pretende derrocar a Evo Morales (ejemplo histórico, Bolivia, con datos de PBI, crecimiento anual de la economía e índice Gini que deberían servir para certificar el valor histórico de esa revolución y no para disponerse a asesinarla). Pero de todo esto no dice una palabra HV. Su norte y meta ha sido y es seguir participando, esta vez,  en la gesta que el progresismo blanco viene librando en pos de merecidos laureles dispensados en los olimpos de la virtud republicana y en las escuelas de la venganza jurada contra todo aquel analfabeto y pobre que no admita que su condición es acorde con la naturaleza  de las cosas y no efecto del sistema social capitalista.

Concluye con un poco de cal, el periodista. Dice: “Nadie invistió a Estados Unidos de autoridad alguna para intervenir en los países de nuestra América. Que su gobierno mencione los derechos humanos como justificación es grotesco. Que se hable con tal naturalidad de opciones inadmisibles es también consecuencia de las oportunidades perdidas que permitieron llegar a este punto” (dest. mío). Todo bien, pero al final habría que desambiguar. No se trata de oportunidades perdidas. Y el punto al que llegamos es el punto al que siempre van a llegar (más allá de sus errores y aciertos) los gobiernos que anoten en la agenda el problema del poder. Y cuando lo hacen, es de sus aciertos que abomina el enemigo,  no de  sus errores.

Si Bolsonaro reivindica la picana en el Parlamento,  y Trump la injerencia y la invasión, ello no se debe a ninguna oportunidad perdida. Así hablan los conservadores.  Por el contrario, ello se está debiendo a que atardece y el crepúsculo envuelve en sombras a los violentos. Siempre es demasiado tarde para hablar del tiempo, dijo el ínclito Derrida. Pero hay que hacer aparecer el tiempo, y hay que hacer aparecer la historia. La globalización no nos ha vencido y Venezuela ya ha hecho aparecer el tiempo y está haciendo aparecer la historia.

Esos pobres, esos negros, esos indios, trabajan, por fin, para sus choznos. Y eso es mucho. Y si mañana el imperio invadiera ese territorio de Bolívar, a buen seguro HV denunciaría el crimen. Pero su anacronismo de fecha 3/2/2019 habría sido, ahora sí, una oportunidad perdida para evitar un nuevo crimen del imperio.

Publicado en:
https://elcomunista.net/2019/02/04/anacronismos-y-ambiguedades/

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