20 de febrero de 2018
Opinión
Por Alberto Fernández
Hugo Moyano es, sin duda, el hombre que ha dominado la escena de la demanda laboral durante las últimas dos décadas.
Enfrentó a Menem y a sus políticas neoliberales. Fue central en la recomposición de la crisis que dejó la Alianza colaborando con Duhalde y Kirchner. Un día rompió lanzas con Cristina y protagonizó con ella muchos momentos de confrontación que incluyeron paros generales.
Su enojo con la ex presidenta fue tan grande que, para el asombro de muchos (entre ellos yo), acabó acompañando a Macri en las elecciones de 2015. Ese apoyo fue tan explícito que juntos inauguraron un monumento a Perón. Esa vez llegó a afirmar que Macri había reconocido derechos a los trabajadores que el peronismo había negado.
En esos días, Macri habló maravillas de Moyano. Reconoció su lucha y dijo que a ambos los unía el amor por los trabajadores. Repentinamente, El Negro había virado en la consideración macrista hasta convertirse en un “hombre de Estado”.
Ahora el idilio se ha roto. Todo empezó a diluirse cuando Pablo Moyano lanzó críticas a la mala administración de Macri, reclamando acciones para terminar con la inflación y pidiendo que en ese escenario se les garantice a lo que viven de un salario que la suba de los precios no devore sus ingresos.
Ese fue el detonante que llevó a Macri a esgrimir una vez más su arma más efectiva: poner en marcha los engranajes judiciales para disciplinar opositores. Así fue como de un día para el otro el gremio de Hugo Moyano apareció cuestionado, el club de fútbol que preside quedó envuelto en un manto de sospechas a partir del interesado “arrepentimiento” de un delincuente apodado Bebote Alvarez y su patrimonio empezó a ser puesto en tela de juicio.
Ahora Moyano volvió a ser El Negro. El mismo que siempre irritó a ese “círculo rojo” que entornó a Macri y que nunca pudo dominarlo. El mismo que les dio a los camioneros el bienestar que nadie les había reconocido. El mismo que enfrentó al poder cada vez que la política del Estado quiso convertirlo en uno de esos “sindicalistas civilizados” capaces de entender que la sociedad solo puede funcionar empobreciendo a los que menos tienen.
Los diarios más importantes de Argentina han vuelto a aventar el “fantasma del moyanismo”. Con total desvergüenza anuncian en sus primeras planas que los gremios que apoyen al jefe de los camioneros serán “auditados por el Gobierno”. Explicitan en letras de molde la descarada amenaza que lanza Macri.
Dicen también que con la marcha anunciada para el próximo miércoles (de la que participan también otros sindicatos, movimientos sociales y distintos espacios políticos opositores) solo se busca presionar a la Justicia para garantizar la impunidad de Moyano.
Es ahí donde muchos dudan. Esa prédica prende en vastos sectores medios de nuestra sociedad a los que les preocupa ver cómo el sindicalismo engorda mientras sus representados adelgazan perdiendo derechos e ingresos. Es entonces cuando desconfían de la verdadera génesis de la marcha.
En ese planteo hay una trampa. No se trata de una lucha de los buenos contra los malos porque Macri no quiere construir un modelo sindical alternativo. Amenaza terminar con los vicios del sindicalismo pero a los gremialistas que se someten a sus designios les garantiza que nada ha de cambiar. Su ministro de trabajo es parte de una familia que se enriqueció cuando su padre (el único sindicalista que devino en socio del Jockey Club) manejó el gremio de los plásticos practicando los peores vicios del sindicalismo.
Tal vez sea cierto que la marcha del 21 sea un round más entre Macri y Moyano. Pero para muchos que miran esa pelea desde la tribuna y padecen el presente, representa la oportunidad de escalar al ring y mostrar su descontento. Se trata de dejar de ser espectador (o víctima) para convertirse en actor (o demandante).
Porque al fin y al cabo hay un sinfín de razones para expresar en las calles el malestar que existe.
Porque la inflación no cede y Macri ha demostrado no saber cómo combatirla. Quiso bajarla montando un festival de Lebac que solo incrementó la deuda despiadadamente. Luego quiso atacarla liberando las importaciones y solo consolidó el mayor déficit comercial de nuestra historia. No conforme con tantos desaciertos, ahora quiere contener los precios depreciando los salarios.
Porque el déficit fiscal no afloja y nunca va a aflojar enfriando la economía y bajando el consumo. Tampoco se arregla ese déficit echando a los familiares de funcionarios o prescindiendo de empleados públicos que en muchos casos ellos mismos nombraron. Esas inservibles medidas puestas en cabeza de un peronista hubieran sido catalogadas como “demagógicas”.
Porque nos endeudamos solo para pagar la impericia del Gobierno afectando a varias generaciones de argentinos. Lamentablemente, en este nuevo contexto internacional, esa deuda seguirá creciendo peligrosamente.
Porque las inversiones no llegan y los dólares que nos prestan vuelven a emigrar sin crear ninguna riqueza en Argentina. Pasaron cuatro semestres y ninguna empresa nació generando nuevos empleos. La única inversión que se anuncia (no que se efectiviza) es la que dice que hará Telecom, devolviendo con “buenas intenciones” los favores que el Gobierno ha prodigado al Grupo Clarín.
Porque la calidad institucional se ha demacrado y la Justicia se ha convertido poco a poco en una herramienta electoral y mediática del Gobierno, forzando interpretaciones para encarcelar innecesariamente a personas muchas veces acusadas por hechos que de ningún modo constituyen delito. Con esa lógica, Milagro Sala sigue detenida para domesticar jujeños disconformes, mientras la Secretaría de Derechos Humanos está más atenta en liberar a los genocidas del pasado que en investigar la violencia estatal del presente.
Porque el delito no cede y la única fórmula que encuentran para combatirlo es liberando el gatillo de gendarmes, prefectos y policías. Así ceden a las lógicas de la DEA y hasta promueven la instalación de bases militares norteamericanas en territorio argentino. Ahora, para peor, están pensando en que el Ejército se inmiscuya en cuestiones de seguridad interior.
Porque la educación y la salud se han precarizado y quieren hacernos creer que los culpables son los maestros y los médicos.
Porque a los jubilados se los condenó a resignar sus recursos para cubrir los agujeros que la ineficiencia del gobierno bonaerense no sabe tapar de otro modo.
Porque la única política exterior que practican es la de la sumisión a los poderes centrales y promueven un acuerdo con la Unión Europea muy nocivo para América Latina. Hasta sueñan con sentirse parte del primer mundo convirtiendo a la Argentina en el socio pobre de la OCDE.
Porque el Presidente tiene un hermano que (por gracia presidencial) ha blanqueado 35 millones de dólares que acumuló evadiendo impuestos del Estado.
Porque el ministro de Economía tiene el 85 por ciento de su patrimonio en el exterior preservándolo de las políticas que aquí impulsa como ministro.
Porque el ministro de Energía tiene intereses en Shell y no deja de aumentar los combustibles.
Porque el ministro de Finanzas compra los bonos que él mismo emite.
Porque casi todos los funcionarios del Gobierno tienen empresas offshore o cuentas en el exterior y pasan horas, días, semanas y meses explicando lo inexplicable.
Porque la fiscal Gils Carbó fue obligada a renunciar pues era la única que conocía quiénes fueron los socios de Odebrecht en Argentina y Macri temió que las coimas brasileras acabaran salpicando a los suyos.
Porque dijeron combatir a la corrupción y sólo la remixaron bajo las formas del “conflicto de intereses”.
Cuando uno repara en todo esto ya no importa la pelea entre Moyano y Macri. Ello no puede frenar la voluntad de reclamo.
Hay demasiadas causas que justifican salir a las calles y demandarle al Gobierno que escuche la demanda ciudadana. Hay que pedirle a Macri que no insista en perpetuar sus políticas. Y hay que recordarle que los ladrones de cuello blanco que lo rodean no dejan de ser ladrones por colgar de ese cuello una corbata.
Pensé en todas estas cosas. Recordé quién fue Moyano. Confirmé quién es Macri. Repasé lo que cada día nos viene pasando desde hace dos años. Fue entonces cuando entendí que el próximo miércoles hay que salir a la calle. En paz, sin darles lugar a los violentos. No es por Moyano. Es por Macri. Porque ya es hora de dejarle en claro al Gobierno que las cosas no están bien, más allá de que sus cómplices dibujen con noticias un país de ensueños para ocultar tanto padecimiento.
* Ex jefe de Gabinete, dirigente del randazzismo.
Publicado en:
https://www.pagina12.com.ar/96778-no-es-por-moyano-es-por-macri
martes, 20 de febrero de 2018
No es por Moyano, es por Macri, por Alberto Fernández (para "Página" del 20-02-18)
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