Escribe Frederico Füllgraf (*)
El día 05 de octubre, 142 millones de electores brasileños – nueve
veces la población de Chile – fueron a las urnas para elegir su nuevo
presidente, en verdad su nueva presidente, ya que desde el inicio de
agosto, las encuestas estaban polarizadas por dos mujeres: la candidata a
la reelección, Dilma Rousseff (PT-Partido de los Trabajadores), y su
contrincante, Marina Silva (de Red por la Sustentabilidad y PS-Partido
Socialista). En un tercer lugar, evaluado como seguro perdedor de la
disputa, figuraba el ex-senador y gobernador por el Estado de Minas
Gerais, Aécio Neves.
Desagradables sorpresas: PT debilitado, Congreso fragmentado
Al cabo de una campaña durísima, Brasil se acostó la noche del domingo,
05 de octubre, con algunas sorpresas: Marina Silva, ya celebrada por los
medios de comunicación y las bolsas de valores brasileños y globales
como “la potencial futura presidenta de Brasil”, había sido superada por
Aécio Neves y estaba definitivamente fuera de la contienda.
Neves, que patinaba entre 17% y 19% de las intenciones de voto, logró
doblar su votación (con 33,5%) y Dilma Rousseff, a la que a menos de 24
horas del escrutinio los institutos de encuestas atribuían “47%”, con
posibilidades de vencer la elección en primera vuelta, se había
congelado en una zona ligeramente por encima de los 40%, ganando la
primera vuelta con 41,3% y fue así condenada a una segunda vuelta que se
realizará el 26 de octubre.
Pero en Brasil se elegían también diputados para las Asambleas
Legislativas provinciales y diputados y senadores para el Congreso
bicameral. Revisado el 100% de las urnas, fue posible contabilizar el
tamaño del desastre.
Primero, el encogimiento del PT: la más grande bancada del Congreso, con
88 diputados, el partido en el gobierno se vio reducido a no más de 70
congresistas, salvando sin embargo su bancada en el Senado, en donde
continuará con 14 parlamentarios.
Segundo, la fragmentación todavía más intensa del Congreso – en donde
desde 2010 actuaban 22 partidos políticos– a los que se suman 6 nuevas
organizaciones.
La tercera sorpresa fueron los 1,6 millones de votos alcanzados por
Luciana Genro, hija del gobernador Tarso Genro (PT) de Rio Grande do Sul
y candidata a la presidencia del PSOL-Partido Socialismo &
Libertad. Fundado en 2004 como una de las disidencias del PT, en diez
años el PSOL avanzó de forma sostenida, conquistando las alcaldías en
dos grandes municipios, 7 asientos en la Asamblea Legislativa de Rio de
Janeiro y 3 mandatos en el Congreso Nacional. En las manifestaciones
multitudinarias del junio 2013, el PSOL fue, de inicio, la única fuerza
de izquierda que intentó darle un rumbo progresista a las
reivindicaciones, radicalizando también las protestas, por lo que fue
acusado de aliarse a la derecha en contra del gobierno de Dilma
Rousseff.
¿Terminaron las sorpresas? ¡No!
Si logra su reelección, con el nuevo Congreso en Brasilia comienzan los
problemas de Dilma Roussef: a los 70 diputados de la llamada “bancada
evangélica” - integrada por pastores de sectas pentecostales,
ultra-conservadoras, como la Asamblea de Dios, de Marina Silva – se
sumaron 20 parlamentarios más de nuevos grupos mesiánicos y reacios al
progreso civilizatorio.
La Cámara de Diputados, con sus 513 escaños, se tiñó más conservadora
todavía, con plataformas ultra-derechistas, involucrando temas
especialmente polémicos como la descriminalización del aborto y los
derechos de homo-afectivos.
Son fuerzas creacionistas, machistas y pseudo-moralistas, que desean derogar la penalización de la homofobia como crimen.
También está un partido como el “Republicano”, que logró acceder al
Congreso con pautas radicales en seguridad pública, cobrando la nulidad
del estatuto del desarme (que prohíbe la posesión privada de armas,
salvo autorización especial) y de la mayoría penal. Uno de sus más
destacados representantes es el ex radialista y diputado Celso
Russomano, reelecto con 1,5 millón de votos, pero involucrado en una
serie de delitos investigados por el Ministerio Público.
En Rio de Janeiro, Jair Bolsonaro – ex capitán del ejército, vocero del
discurso fascista “law & order” y diputado por el derechista
PP-Partido Popular– alcanzó 430.000 votos, y junto con Russomano y los
diputados Marco Feliciano y Levy Fidelix representa las fuerzas más
retrógradas de la política en el ámbito latinoamericano.
Con 304 (de 513) escaños en la Cámara y 52 (de 81) en el Senado, si se
confirma su victoria, Dilma Rousseff seguirá gobernando con mayoría
simple, pero serán más complejos los trámites para proyectos
progresistas.
El escupitajo de los incluidos y la encrucijada del neo-desarrollismo
A final de cuentas, ¿quienes eligieron este teatro de horrores del escenario brasileño?
Antes de contestar la pregunta, se debe anticipar que en cierta medida
actualmente Brasil se divide en dos grandes bloques antagónicos: un
bloque mayoritario de centro-izquierda y de gobierno, y el bloque
ligeramente minoritario, cuya consigna es “fora PT!” - “¡Que se vaya el
PT!”.
El mapa geográfico de las elecciones es elocuente: el Sur del país,
integrado por apenas 4 de un total de 26 Estados, produce el 49,60% –es
decir: la mitad– del PIB brasileño (del que el Estado de São Paulo,
solo, representa un 33,10%!), y concentra el mayor electorado
conservador del país.
Fue allí, en su propia cuna, en donde el PT sufrió su más notable derrota.
Aún más: lado a lado con las clases alta y media del país, que se miran
en el espejo de sus antepasados, emigrantes europeos, y su posición
social aventajada, quienes en gran parte favorecieron la avanzada
electoral del conservadorismo fueron también los 32 millones de la
decantada “nueva clase media”, beneficiada por las políticas de
inclusión social en los 12 años de gobierno PTista.
Su voto “anti-PT” fue un verdadero escupitajo en el plato que se les ofreció.
He aquí la lección quizás más amarga: con la más elevada inversión en
gasto social de todos los tiempos, que sacó de la pobreza a 34 millones
de personas (¡dos Chile en 12 años!), se puede decir que electoralmente
“la criatura se rebeló contra su creador”.
Parafraseando el dicho bíblico según el cual “no solo de pan vive el
hombre…”, comienza a percibirse el agotamiento del modelo
neo-desarrollista iniciado por Luis Inácio Lula da Silva y continuado
por Dilma Rouseff, que constituye sin duda una obra monumental de
inclusión en todo los ámbitos – alimenticia, habitacional, laboral y
educativa–, pero que fue incapaz de proporcionar la inclusión política
de este enorme segmento de la población.
Al no ofrecerle legítimos canales de participación, se despolitizó a las
masas egresadas de la pobreza y se debilitó la Democracia, como lo
demuestra un Congreso fragmentado por una veintena de partidos fantoches
y centenares de parlamentarios involucrados en presuntos delitos.
¡Sí, yo escribí parlamentarios y no “el gobierno”, como afirman los medios conservadores.
Turbulencias a la vista, pero también cambios para mejor
“Apoyamos a Dilma porque ella representa la esperanza de igualdad”,
escribió esta semana el eminente periodista Mino Carta en su editorial
de la revista “Carta Capital”, uno de los pocos medios de comunicación
simpáticos al gobierno.
En verdad, Dilma Rousseff es una suerte de pasionaria que tropieza en
sus propios éxitos. Lo que logró alcanzar en 4 años no es poco y
demasiado largo para citarlo todo en este espacio. Que su gobierno, el
de Lula y el PT hayan sido apuntados como “corruptos”, es una canallada
mediática, que esconde, selectivamente, la “privataría”
(privatizaciones) de los gobiernos del PSDB de Aécio Neves, hundidos en
una marea de corrupción solo parcialmente investigada, pero jamás
penalizada.
Lula y Rousseff sufrieron la judicialización de la política con los
abusos de la Corte Suprema y bloqueos de un Congreso cada vez más
conservador, circunstancia que solamente una auténtica Reforma Política
–disminución de los partidos políticos, prohibición de la financiación
privada de campañas electorales, adopción de un riguroso programa de
prevención y monitoreo de la corrupción– con la institución de
plataformas y foros de Democracia Participativa podrá cambiar para
mejor.
Y la propia presidente aseguró que el camino para alcanzarse el nuevo rumbo es una Asamblea Constituyente.
Una victoria de Aécio Neves –después del colapso de la candidatura de
Marina Silva, el súbito candidato de los mercados– significará enormes
pérdidas no solo para Brasil (con la restauración de una economía de
corte neoliberal), sino para toda América Latina, el Hemisferio Sur y el
Nuevo Bloque de Alianzas multi-continental, del que el BRICS es el
primer paso hacia el abandono del dólar como moneda dominante y del
actual mapa geopolítico unipolar.
Dilma Rousseff enfrentará un duro combate hasta el próximo 26 de
octubre, en el que su contrincante cuenta con el descarado apoyo del
masivo aparato de los medios de comunicación privados.
Pero hay una voz capaz de frenar la avanzada retrógrada y garantizar un
segundo gobierno Rousseff, más osado, participativo y democrático: la
voz de Lula agitando los comicios.
(*) Frederico Füllgraf es escritor, guionista y periodista investigativo
brasileño. Trabaja en Chile como Corresponsal oficialmente acreditado
del Portal Jornal GGN (
http://jornalggn.com.br/) y reportero internacional de revista Brasileiros (
http://www.revistabrasileiros.com.br/), São Paulo.
Publicado en:
http://nos-comunicamos.com.ar/content/brasil-elecciones-y-lecciones
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