El desafío de defender el rumbo
Publicado el 28 de Noviembre de 2010
Por Martín SabbatellaDiputado nacional - Presidente del Bloque Nuevo Encuentro.
Lo que el establishment no esperaba es que al crecimiento económico le sumara medidas redistributivas, de mejora salarial y protagonismo de los trabajadores.
Hace un mes falleció Néstor Kirchner, el dirigente que desde 2003 asumió la responsabilidad de sacar al país del desastre al que lo había llevado el neoliberalismo y colocarlo en la senda de un desarrollo inclusivo, para todos y para todas. La conmoción que produjo su muerte es comprensible si se atiende al impacto que tuvieron sus políticas, en especial, entre quienes habían sido las mayores víctimas del modelo de marginación y desigualdad de la dictadura y de los ’90. El final de su vida fue tan sorpresivo como, para muchos, su decisión de transitar un camino distinto al que se venía recorriendo.Aunque algunos intentaron acotar las manifestaciones masivas de dolor y de apoyo a una actitud refleja y despojada de compromiso, es obvio que el estallido de conmoción tras su muerte nace del lazo de afecto y confianza que Kirchner y Cristina lograron generar desde hace tiempo con millones de compatriotas. Afecto y confianza que sólo consiguen en la historia de los países quienes representan intereses populares.Pero hay más. La huella trascendente que deja Kirchner tras su paso por la primera línea de decisiones nacionales tiene que ver con su capacidad de interpretar las necesidades emergentes de la crisis 2001-2002, recuperando la política como herramienta de transformación de la realidad. El ex presidente no sólo se ajustó a las demandas de una sociedad castigada por la recesión, la pobreza, el desempleo, la concentración y el desamparo. No sólo aprovechó las oportunidades de crecimiento económico que se abrieron para el país en el mundo. También le imprimió un sello innovador y rupturista a su gestión, avanzando por la senda de un desarrollo nacional, integrado a la región y orientado a revertir la matriz de desigualdad.Lo inesperado de Kirchner –y lo que mayor malestar le produjo al establishment político y económico– no fue su carácter exultante, su trato con los medios, sus modales descontracturados o su vestimenta poco protocolar. Tampoco su invitación a que el proceso de transformación incorporara aspectos supuestamente apolíticos como el amor o la alegría, a los que tanto apeló en los últimos años.Lo que ese establishment no esperaba de Kirchner es que al crecimiento económico, fruto sobre todo de la demanda internacional de materias primas argentinas, le sumara medidas redistributivas, de mejora salarial y protagonismo de los trabajadores y sus representantes; que a la recuperación de instituciones corroídas por el descrédito, como la Corte Suprema de Justicia, le incorporara la democratización de la palabra y la lucha contra los monopolios informativos; que a la integración comercial con los países de la región la enmarcara en una alianza política y económica latinoamericana, con una mirada ideológica común inédita desde hacía muchas décadas; que a la perspectiva de Derechos Humanos y de recuperación de la memoria colectiva la tradujera en reapertura de los juicios a los responsables del horror genocida, al lado de los organismos y al lado de los y las militantes que más lucharon por la Verdad y la Justicia en estas tres décadas.Entonces, la huella que deja Kirchner tiene que ver, al menos, con esos tres aspectos: con la adopción de gran parte de la agenda de demandas que emergieron de la debacle neoliberal, con el aprovechamiento de las oportunidades mundiales que se presentan para el crecimiento de nuestro país, y con que la absorción de aquellas demandas incluyó empezar a saldar muchas deudas históricas que no sólo no estaban entre las prioridades del establishment político, económico y cultural, sino que afectan directa o indirectamente sus intereses y su modo de vida. Ningún sector del variopinto conservadurismo le pedía a Kirchner que mantuviera los niveles de pobreza o de desempleo a los que se había llegado en el último cuarto del siglo XX. Pero la caridad de los poderosos se termina cuando se ponen en riesgo sus privilegios.
Cuando la derecha reclama moderación (cosa que hizo desde los primeros días del mandato del dirigente patagónico) no se refiere a buenos modales o trajes sobrios. La moderación conservadora tiene el propósito de que no se discuta si es justa la matriz productiva y distributiva del país, si es justo que el Estado se mantenga impasible ante el libre juego del Mercado, si es justa la forma en la que unos pocos administran la información y la expresión, o si es justo que representantes políticos se transformen en lobbistas de rentas empresarias, entre muchas otras cuestiones que la alternancia bipartidista se había ocupado de garantizar.
La política interpelando al poder es un problema para los poderosos, al mismo tiempo que el mejor terreno para que germine la sociedad que deseamos. Los jóvenes movilizados embanderando sus sueños, los trabajadores y las trabajadoras organizados gremialmente luchando por mejores condiciones laborales y salariales, los ciudadanos y ciudadanas participando en organizaciones, en agrupaciones, en partidos, debatiendo caminos, construyendo alternativas, acercándose a lo que parecía ajeno e intocable, son un desafío preocupante para quienes detentan privilegios ilegítimos.
Todo eso se despertó con fuerza en los últimos años, con el impulso militante de Néstor Kirchner. Se hizo evidente el deseo de muchas y muchos de ser protagonistas de la edificación de un país en el que nadie quede a la intemperie. Por eso la reacción. Por eso las ansias de la derecha y su esfuerzo por desacreditar e inhibir el accionar político. Porque el mejor escenario para saciar su ambición es un escenario vacío de protagonismo social, sin movilización popular, sin compatriotas involucrados luchando por sus derechos en el marco de la Democracia. Este entusiasmo militante, este reverdecer de ganar la calle es tan mala noticia para ellos como buena para el resto de la sociedad.Este es el presente que atravesamos, indudablemente mejor que el pasado, aun cuando queda mucho por hacer y a pesar de los evidentes claroscuros y contradicciones que también existieron en los siete años de este proceso histórico. El desafío es defender el rumbo, profundizar los pasos dados y, al calor de estos tiempos, impulsar la construcción de una nueva fuerza política que esté en sintonía con lo que vive el país y la región. Una fuerza política que una lo mejor de nuestra historia con lo que despertó este presente.
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