sábado, 10 de noviembre de 2018
Inyectar el odio, por Luis Bruschtein (para "Página 12" del 10-11-18)
Las recientes elecciones en los Estados Unidos pueden afectar a la Argentina en varios aspectos que confirman la inserción del país que eligió Cambiemos en el mundo. La preeminencia de esta política ubica bases militares en la Argentina, el extremo de su patio trasero, en el contexto de la fuerte disputa con China por la hegemonía. Y con Jair Bolsonaro en Brasil, donde empiezan los rumores de provocaciones y agresiones contra Venezuela y Bolivia. Otra vez un continente conmocionado por amenazas militaristas, los antagonismos y la violencia.
Hillary Clinton y Donald Trump representan sectores diferentes de las elites económicas norteamericanas. Mientras que el establishment que respalda a Clinton y Obama plantea la profundización de la hegemonía estadounidense a partir de la expansión y la dominación económica respaldada también por las Fuerzas Armadas, Trump prioriza consolidarla con el poder militar al mismo tiempo que se repliega hacia el fortalecimiento de la economía interna.
Desde la asunción de Trump, Washington se dedicó a desbaratar los tratados de libre comercio multilaterales (Nafta, Transpacífico y Transatlántico) y recuperar a las fábricas que habían emigrado en busca de mano de obra barata. A su vez, desde 2016, el gobierno de Cambiemos viene autorizando la instalación de bases norteamericanas en territorio argentino.
En la triple frontera funciona una base de la DEA para “colaborar” en supuestas acciones contra el narcotráfico. En Neuquén se instaló una base militar norteamericana con la supuesta intención solidaria de “auxiliar en situaciones de catástrofe” tipo terremotos o inundaciones. Y en Ushuaia se denunció la instalación de otra base militar de ese país con la desinteresada finalidad de “cooperar en actividades científicas” relacionadas con la Antártida.
El resultado en las elecciones de medio término en Estados Unidos permitió a los demócratas recapturar el control de la Cámara de Diputados. En contrapartida consolidó el dominio republicano en el Senado. Otro dato inquietante: el resultado puso de manifiesto un corrimiento a los extremos en las posiciones, donde antes, la mayoría de las veces los candidatos de uno y otro partido entonaban la misma canción.
En el partido Demócrata avanzaron los candidatos más progresistas, algunos que se asumen socialdemócratas –para los parámetros norteamericanos serían ultraizquierdistas–, representantes del movimiento feminista, de los latinos y de minorías islámicas. Y del otro lado, el viejo aparato republicano depuso su rebeldía ante la imagen grotesca de Trump y se alineó finalmente detrás de su liderazgo chauvinista y proarmamentista.
Ese fenómeno de posiciones tan enfrentadas es un síntoma de la época. Las campañas mediáticas de la derecha, a través de intervenciones piratas masivas en las redes y, en algunos casos, (como Brasil y Argentina) con el respaldo de las grandes corporaciones de medios, se caracterizaron por la fuerte carga de odio que inyectaron en la sociedad.
Valga la digresión: en el diario español El País del viernes se reproducen las declaraciones del coronel retirado estadounidense y analista de inteligencia Stefan J. Banach, director de la Escuela de Altos Estudios Militares de Fort Laevenworth, Kansas. Para buscar los fines deseados, dice “es necesario saber comunicar con éxito lo que es correcto como incorrecto, y lo que es incorrecto, como correcto. Hay que ser capaz de generar desequilibrio a nivel individual y social...cegar la mente del adversario a través de la propagación de elementos de ambigüedad que atacan y engañan a las personas y producen distracciones masivas...” Los textuales son de un artículo de Olivia Muñoz Rojas. Y lo extraño es que las reproduzca un medio que amplificó esa estrategia en el ataque a los gobiernos populares de la década pasada.
Los mensajes que despiertan odio están elaborados según el público al que se dirigen. Pueden ser chauvinistas para movilizar a trabajadores desocupados o precarizados. Parte de la campaña de Trump en estas elecciones fueron sus amenazas contra la caravana multitudinaria de centroamericanos pobres que emigran miles de kilómetros a pie hacia Estados Unidos. O pueden ser mensajes de tipo sexista o de género, acusando de pedófilo al candidato contrario, como sucedió en Brasil, o de asesino narcomafioso, como hicieron en Argentina con Aníbal Fernández.
Nunca se trata de propuestas concretas o debates entre proyectos de país. Estos mensajes tan reactivos se construyen también con la ayuda de medios y funcionarios judiciales, sobre denuncias de corrupción. Pero el tema favorito, el que suele ser más eficiente a la hora de provocar odio, es el mensaje sexista, como en el que están empeñados ahora en Argentina contra la educación sexual integral. Dicen, por ejemplo, que promueve la homosexualidad, cuando la realidad es que promueve la no discriminación. Provocan así a una franja más vulnerable, primitiva, que reacciona furiosa porque se les dice que la ESI hará homosexuales a sus hijos.
“Comunicar lo correcto como incorrecto” y al revés. Es significativa esa frase en boca de un estratega militar norteamericano. Porque lo que en un principio se pudo interpretar como estrategias electorales de las fuerzas derechistas en todo el mundo, desde otra mirada puede verse también como el síntoma de la llegada de otra siniestra Guerra Fría, donde nuevamente las divisiones serán antagónicas. Síntoma no quiere decir necesariamente causa, ni planificación. Es la característica visible de un fenómeno más abarcador. Será complicada la convivencia de las corrientes demócratas más progresistas con republicanos tan corridos a la derecha. Como se hace difícil pensar en el bolsonarismo inducido a una actitud visceralmente antipetista en Brasil, donde el PT tiene una gran presencia. Son antagonismos explosivos, amenazantes que pueden generar estallidos de violencia.
Es un mundo que se va pareciendo al de la Guerra Fría y al de los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Era un planeta donde se disputaban fuertes hegemonías. Y cuando se producen esas disputas es porque hay un sistema que cruje y que entró en una crisis de la que puede salir renovado o reemplazado.
Hace varios años que se viene anunciando que llegaría el momento en que la economía china se convertiría en la más importante del planeta. Ese momento ya sucedió desde hace uno o dos años. La economía china superó a la de Estados Unidos y ha logrado instalarse como la más importante del planeta. En ese proceso sembró inversiones multimillonarias en otras regiones del planeta, en especial en países latinoamericanos. Pero además es el principal tenedor de bonos de la deuda norteamericana y un gran abastecedor de partes para la maquinaria industrial norteamericana.
Estas estrategias para antagonizar lograron debilitar procesos populares para instalar presidentes derechistas y pronorteamericanos en los países latinoamericanos, los que a su vez han permitido la instalación de bases militares norteamericanas en sus territorios. Son países en los que Estados Unidos no invertirá un solo dólar, pero donde los chinos ya vienen realizando importantes inversiones en infraestructura como represas hidroeléctricas, centrales atómicas y, en perspectiva, hasta canales interoceánicos.
Es una disputa donde Estados Unidos está en una situación complicada. Los llamados populismos chauvinistas de la derecha antiglobalización han ganado espacio en Europa y tienden a buscar alianzas con Rusia. Trump trató de replicar la estrategia de Nixon al revés: aliarse con Rusia para evitar que se junte con China. Pero la denuncia de que hackers rusos intervinieron en la elección que le ganó a Hillary Clinton lo obligó a despegarse de Moscú para no perder su frente interno. Y Rusia, finalmente cerró un acuerdo militar con China.
Es el escenario mundial que servirá de contexto a la Cumbre del G-20 de fines de mes en Buenos Aires. Para Alemania, la principal economía europea, también sorprendida por el avance de estos populismos de derecha, será la última vez que la represente Angela Merkel, golpeada en las últimas elecciones y muy enfrentada con Trump por el proteccionismo de su gobierno.
El manejo aduanero proteccionista de Washington, cuyos productos, en cambio, invaden a los demás mercados, le ha ganado pocos amigos a Trump. Ante los exagerados y poco retribuidos gestos de obsecuencia del gobierno argentino, autorizando bases, atacando a Venezuela o desregulando fronteras, Trump sugirió que podría revisar la prohibición que le aplicó al biodiesel argentino. Sobre esa base más bien exigua y lo que pueda ramonear en otras entrevistas, Macri piensa lanzar su campaña a la reelección. Ha elegido la reunión como telón de fondo para relanzar su candidatura.
Pero la reunión del G-20, con la ciudad tomada militarmente por más de 20 mil efectivos de seguridad, con aviones y naves de guerra, propios y extranjeros, con caravanas de autos acorazados y sus custodias, con vallas y controles policiales, convertirá a Buenos Aires en una viñeta de esta nueva era oscura de fuertes antagonismos, que trata de sepultar las ilusiones de aperturas y profundizaciones democráticas y hermandades regionales. Un planeta donde dos colosos disputan su primacía sordamente. Donde Estados Unidos deberá resignarse a ocupar un lugar secundario o reaccionar de alguna manera. Un mundo al que hubiera sido mejor llegar con países latinoamericanos integrados en un bloque sólido y no divididos e infestados de bases militares norteamericanas y de sus aliados. Porque no hay que olvidar la poderosa base militar británica en Malvinas.
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