La economía y la seguridad nacional siempre fueron por la misma autopista, pero en carriles diferentes. En otras épocas los legisladores estadounidenses utilizaban las herramientas económicas para alcanzar objetivos estratégicos. En el nuevo orden mundial el equilibrio entre seguridad y economía se han visto alterados, lo que ha dado lugar a una mayor convergencia entre ganancias y seguridad. Es un nuevo orden mundial, el orden geoeconómico.
En La guerra por otros medios, Robert Blackwill y Jennifer Harris definen la geoeconomía como el “uso de instrumentos económicos para promover y defender los intereses nacionales y producir resultados geopolíticos beneficiosos”. Y amplían: “Los métodos de comercio están desplazando a los métodos militares: con capital desechable en lugar de potencia de fuego, innovación civil en lugar de avance técnico-militar y penetración de mercado en lugar de guarniciones y bases”.
Ninguna de estas artimañas es nueva. La idea se puede remitir a Thomas Jefferson supervisando la compra de Luisiana a Francia en 1803 por un ridículo precio de 0.10 centavos de dólar la hectárea o durante la Guerra Civil, cuando el Norte persuadió al Reino Unido para que dejara de apoyar al Sur a través de la intimidación económica: amenazó con confiscar las inversiones británicas en valores estadounidenses y cesar todo el comercio, incluidos los envíos de granos.
Después vinieron formas más delicadas, los acuerdos comerciales. La interdependencia comercial garantizaba la paz y promovía la cooperación, desechaba el conflicto entre estados. La interdependencia económica reducía las barreras arancelarias, el movimiento de capitales, los acuerdos son ganar-ganar, se maximizaban las riquezas y las economías se volvían más eficientes. Las disputas terminaban en algún estrado de diferendos. Pero la economía y la sociedad en su conjunto no han mejorado.
Sin embargo, la guerra comercial y la seguridad nacional han inaugurado un juego diferente, y bajo la excusa de la mentira y el engaño investigan quién será el futuro propietario del mundo. Y como en una novela negra, cada participante embauca a la platea mundial con diferentes falsificaciones de sucesos, pero los que se encuentra en danza es la seguridad en los “sectores críticos” como el aeroespacial, la salud, la nanotecnología, los chips, las baterías eléctricas, la robótica, los suministros de alimentos y la energía.
La seguridad económica es la seguridad nacional, por lo que la perfecta movilidad de capitales para la inversión es voluntaria, si y solo si, no afecta la seguridad nacional, por lo que las inversiones se vuelven selectivas, los aranceles prohibitivos o las exportaciones controladas para Estados Unidos. China, por su parte, aprovecha las políticas de austeridad para ganar presencia a fuerza de dólares, extrayendo conocimientos en cada rincón dejado en situación de desastre por las políticas de ajuste.
En el mismo momento en que la política económica se ha convertido en un arte, Estados Unidos la utiliza para reprimir, mientras que China la utiliza como poder e influencia. Nadie deja las diferencias militares, como el Mar de China, Taiwán, Corea del Norte o Irán, pero lo que Estados Unidos utiliza para ingresar sus inversiones en América Latina, la política de deuda, China la manipula para quedarse con puertos, industrias, tecnología y alimentos.
La realidad es que las sanciones americanas a China tienen que ver con el “Made in China 2025” y su estrategia de desarrollo. La idea es muy simple y está causando estragos. Durante 2016 unos U$S 10.000 millones de dólares chinos se usaron para la adquisición de empresas alemanas. El interés asiático estaba destinado al mercado alemán y a su tecnología. Compraron pequeñas firmas, a menudo familiares, pero tecnológicamente punteras en su sector, y adquierieron en tales operaciones las patentes y el I+D desarrollado por cada empresa.
La coherencia y la disciplina estatal chinas están quedándose con el “Made in Germany”. El aeropuerto de Hach, el 10% del Deutsche Bank, Kuka, la mayor fábrica de robótica alemana, casi el 10% de Dalmeir–Mercedes, Geely Holding, que también es dueño de la suiza Volvo Cars y del fabricante inglés de taxis LEVC llamaron la atención, porque ya no eran pequeñas firmas. La bomba detonó con el intento de adquisición de Aixtion, fabricante de LED azules con representación en 14 países, y que fue detenida por la filial americana por riesgo a la seguridad nacional. La oferta de U$S 676 millones quedó en la nada.
El inconveniente aquí, contra lo que se pudiera pensar, es el dinero, el temor de la inversión, lo que no resulta disparatado. Los motivos de seguridad nacional son una y otra vez invocados, y la caza de Alemania es sólo una muestra de cómo sacar provecho de las consecuencias de la austeridad de Occidente. ¿Cómo detener esta oleada de dólares? Es difícil, tanto que el foro económico de Papúa Nueva Guinea, por primera vez desde 1989, cerró sin que las 21 economías tuvieran una declaración de consenso, solo peleas y acusaciones mutuas.
Europa, desesperada ante los ruinas de sus políticas internas, intenta poner fin a lo que Trump llama “la ingenuidad europea”, tratando de determina cuales serían las condiciones de la inversión extranjera, particularmente china, en infraestructura estratégica, puertos, redes energéticas etc.
El problema de esta nueva maniobra es de difícil explicación. Según los europeos, no se trata de cerrar sus mercados, sino de actuar con responsabilidad, la misma responsabilidad que utiliza Estados Unidos con los aranceles. La solución llega algo tarde, sobre todo para los perdedores de la globalización, esos países cuyas políticas de austeridad los obligaron a privatizar su infraestructura estratégica o rentable, que, por cierto, cayeron en manos chinas.
¿Qué le dirán a España, Chipre, Grecia o Malta, que han vendidos sus puertos a China? En este contexto, el protagonista estelar es el gigante COSCO (China Ocean Shipping Company), con base en Hong Kong, que se adueñó de la mayoría (67%) de las acciones del puerto ateniense del Pireo; por migajas se quedó con una de las puertas más grandes de Europa. Y también con Neatum, el primer operador portuario de terminales de España y el movimiento de contenedores de Valencia. Desde 2010, China compró 40 puertos en lugares estratégicos del mundo por unos U$S 45.000 millones.
Occidente se miró en el espejo de la diplomacia de la deuda y no le gustó lo que vio. El mundo no debe tomar deuda del país asiático, ya sea para infraestructura o, como en caso argentino, para reforzar sus reservas. América proveerá fondos, y las inversiones fluirán siempre y cuando se realicen los ajustes fiscales necesarios, las desvalorizaciones pertinentes y todo valga una miseria. Lo cierto es que lo que el FMI y el Departamento de Estado americano ejecutan, los chinos lo aprendieron bien.
En agosto, el primer ministro de Malasia anunció que su país estaba cancelando los multimillonarios proyectos que había negociado con China por no poder pagarlos. La idea de la Ruta de la seda y el cinturón que la completa, una especie de Plan Marshall a la asiática, están metiendo en los mismos problemas que el FMI a quienes asiste en el mundo.
Montenegro no puede pagar su ruta del puerto del Adriático a Serbia. Sri Lanka estaba tan endeudada con China, después de aprobar una serie de proyectos ambiciosos, que el año pasado se vio obligada a arrendar un puerto en Hambantota. Pakistán, el reino de la corrupción, tampoco puede pagar las inversiones de más de U$S 62.000 millones chinos y plantea, cómo podía ser de otro modo, solicitar ayuda al FMI. Pero el Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, dijo que los aportes al FMI no estarían destinados a salvar a China.
La estrategia de la deuda da resultados en el mundo, porqué no se los daría a China. Ellos están utilizando la geoeconomía como antes América y Europa. Ahora la seguridad se está imponiendo en EE.UU. Acusar a empresas chinas de conspirar para robar secretos comerciales se están convirtiendo en un clásico, y la manera de escarmentar a China es con aranceles o dejando de comprarle tecnología, por ejemplo, a través de la prohibir la venta de teléfonos Huawei y ZTE por considerarlos tecnología robada, o por usar dispositivos que facilitan el espionaje chino.
Nada de lo que hemos mencionado es ajeno a nuestros países. La diferencia está en que estamos fuera del juego. No participamos para ninguno de los jugadores, pero recibimos las pedradas de todos. Nos endeudamos y nos inmoviliza la deuda de Occidente, y pedimos favores y le vendemos alimentos al Oriente. También tendremos una platea preferencial en nuestro país, con el G20, para deleitarnos sobre cómo se desarrolla una disputa que nos afecta y, que, a pesar de llevarse cabo en nuestra casa, no somos convidados a opinar.
Publicado en:
https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2018/11/23/el-nuevo-orden-mundial-la-geoeconomia/
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