Votaron los venezolanos y ganó Chavez. Y ahí se terminan las
encuestas y los pronósticos y los relatos. Más allá del margen de diez puntos,
si es mucho o poco, ganar ganó. Y si ganó por algo será. Lo conocen de sobra.
Lleva trece años al frente de Venezuela y dice que quiere llegar a treinta.
Tiene un programa, Socialismo Siglo XXI, que es una interpretación que el
propio Chávez hace uniendo las enseñanzas de Marx con las de Jesús.
Los venezolanos lo votaron por primera vez cuando el país
venía de un estallido social, el Caracazo, que provocó la implosión de su
sistema político. Chávez, un militar con pasado golpista, ganó las elecciones
de 1998 y asumió la presidencia, rompiendo con el bipartidismo y los famosos
“acuerdos de caballeros” entre la
AD y el Copei, que excluían a millones de venezolanos. Eso
fue en 1999. Después ganó dos referéndum para imponer una reforma
constitucional. Dos años más tarde fue reelecto bajo la nueva Constitución por
un término de seis años. Durante esos seis primeros años Chávez enfrentó los
embates de una oposición que por entonces no apostaba a los mecanismos
democráticos. Golpe de Estado fallido, huelga petrolera y boicot a las
elecciones legislativas fueron sus maniobras más llamativas. La prolongada
huelga petrolera (diciembre de 2002-febrero de 2003) se convirtió en una
pulseada por el poder real dentro de la empresa estatal, cuya burocracia había
sido colonizada por las multinacionales de la industria. Las reformas y los quince
mil despidos que siguieron a la huelga permitieron que Chávez redireccionara
parte de los vastos recursos petroleros venezolanos para ayudar a vecinos
pobres y así impulsar un proyecto de integración regional. Como un boomerang,
las maniobras antidemocráticas terminaron golpeando a la oposición y
fortaleciendo al presidente venezolano, que por entonces empezaba a mostrar los
primeros resultados de sus programas de inclusión social. Las llamadas
“misiones” de salud, educación y vivienda empezaban a sentirse en sectores
marginales y largamente olvidados.
La oposición recién pudo reagruparse después de perder por
veinte puntos un referéndum revocatorio en el 2004, y no presentarse a las
elecciones legislativas del 2005, con la esperanza de deslegitimar la representación
chavista. En su versión democrática y moderada se presentó a las elecciones del
2006 con el candidato Manuel Rosales, hoy asilado en Perú, acusado de
enriquecimiento ilícito, y perdió por veinte puntos. Pero un año más tarde esa
misma oposición derrotó a Chávez en un referéndum para cambiar la Constitución y
permitirle la reelección indefinida al líder bolivariano. Chávez asimiló la
derrota y volvió a la carga por la reelección indefinida en el 2009, pero a
diferencia del 2007, se encargó de incluir en el proyecto la reelección
indefinida de gobernadores y alcaldes. Así consiguió el apoyo que le había
faltado en el 2007 y ganó el derecho a volver a presentarse como lo hizo ayer y
como piensa seguir haciéndolo hasta el 2030.
Claro que los venezolanos saben que es probable que Chávez
no llegue al 2030. Saben que ha sido operado en La Habana tres veces en los
últimos dos años por un cáncer maligno. Rogándole a Dios por más vida, rodeado
por su familia, lo han visto luchar contra el cáncer con valentía y emoción
mientras enfrentaba una campaña electoral agotadora y al mismo tiempo gobernaba
el país. Aunque el candidato opositor se vio más activo y dinámico durante la
campaña, el sacrificio de Chávez seguramente jugó en favor de un voto emotivo
que sumó para la victoria.
Pero también, y sobre todo, hay argumentos racionales para
explicar el resultado. Es cierto, como dice la oposición, que hay fallas de
gestión, que hay bolsones de corrupción, que hay falta de inversión, que hay
inflación alta, que hay mucha inseguridad. El liderazgo hiperpersonalista de
Chávez podrá oscilar entre el populismo y el autoritarismo.
Pero en la campaña Chávez pudo decir sin faltar a la verdad
que durante su gobierno la pobreza se redujo a la mitad, la pobreza extrema se
redujo a la mitad, se acabó el analfabetismo en Venezuela y se extendieron
servicios y derechos políticos por primera vez a amplios sectores de la
población.
La oposición presentó sus argumentos. Pudo hacerlo con
libertad. Pudo ocupar espacios en medios masivos y convocar manifestaciones
multitudinarias. Su candidato Henrique Capriles se definió como de
centroizquierda y dijo que no iba a tocar las misiones de Chávez sino más bien
convertirlas en ley. Dijo que no hace falta regalarles el petróleo a otros países
cuando lo necesitan los venezolanos. Dijo que no hay que pelearse tanto con
Estados Unidos.
Chávez contestó que Capriles es un corderito disfrazado que
quiere hacer un tremendo ajuste y volver a entregarles el país a las
multinacionales, aplicando recetas fracasadas de un neoliberalismo pasado de
época.
Fueron unas elecciones limpias, pacíficas y multitudinarias.
Venezuela, una vez más, eligió a Chávez.
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