Las últimas elecciones en Venezuela han sido, seguramente,
una de las más importantes de la última etapa democrática de la región. No
casualmente generaron tantas expectativas en el mundo y en los medios que
hicieron acreditar alrededor de 12.000 periodistas. En este sentido, la
relevancia obvia que cualquier elección presidencial tiene ha sido ampliamente
superada por la sencilla razón de que una derrota de Chávez hubiera significado
un golpe simbólico fenomenal para todos aquellos gobiernos progresistas de la
región cuyo vínculo va mucho más allá de las ayudas económicas provenientes del
petróleo bolivariano. Para entender esto hay que recordar que fue Chávez el
primer gobierno de la región que comenzó a marcar un camino de ruptura con la
década neoliberal cuando en 1999 asumió por primera vez la presidencia de la
nación. Por ello, más allá de las especificidades de cada región, parece
difícil pensar un Evo Morales, un Correa o un Kirchner sin un Chávez que con un
estilo propio y muchas veces alejado del perfil “racional de estadista”,
distribuyó por toda la región una impronta anti-neoliberal que no dudó en
referirse con nombre y apellido, y con una retórica a veces extemporánea, a
quienes consideró responsables de los modelos económicos que hicieron de
Latinoamérica la región más desigual del planeta.
Como todo gobierno, el de Chávez tiene aciertos y errores pero sin duda llama la atención la construcción mediática que se ha hecho sobre su figura, una suerte de emblema que ha reemplazado al fantasma comunista que en los años ’60 representaba Fidel Castro. Así, como a lo largo del siglo XX, si no hay una figura que por mérito propio condense todos los terrores del burgués medio, se la crea, lo cual no quiere decir que Chávez no contribuya a ello especialmente con sus modos y su indiscutible estilo personalista. Pero paradójicamente, entonces, un proyecto que fue sometido a 15 elecciones en 14 años, incluyendo el referéndum de revocatoria de mandato, fue víctima de un golpe de Estado en 2002 y sostiene un Estado de Derecho con plenas libertades civiles y políticas, ha dado lugar al “chavismo” en tanto adjetivo que denotaría autoritarismo, dictadura y todos los sinónimos que irresponsablemente son utilizados por plumas de derecha que al utilizar tales términos con liviandad no hacen más que banalizar los horrores que esas formas de ejercicio del poder han producido en la historia de la humanidad. Pero lo más importante es la poderosa atracción que el significante “chavismo” produce y el modo en que funciona como calificativo para la descripción de políticas o modelos de otros países. Dicho esto, si en la Argentina y en el resto de la región cada vez es más frecuente que se acuse a los gobiernos de signo popular de “chavistas”, no resulta descabellado que la elección en Venezuela sea utilizada como un espejo, una suerte de experimento que eventualmente pudiera trasladarse a cada uno de los países de la región. Se supone así que la suerte de Chávez en Venezuela anticipa la suerte del resto de los gobiernos y que un resultado adverso para el bolivariano generaría una pendiente resbaladiza que acabaría cambiando el signo de aquellos que han alcanzado el poder a lo largo de la primera década del siglo XXI. Si aceptamos esa lógica, sin ir más lejos, podría decirse que la situación de la oposición en Venezuela es similar a la que atraviesa la oposición en la Argentina que, atomizada, acaba sucumbiendo ante esa aproximadamente mitad del pueblo que apoya al kirchnerismo. Incluso, casi como una revelación kabalista, Chávez obtuvo, al igual que Cristina Fernández, el 54% de los votos contra un 46% del resto de la oposición. Sin embargo, esta elección resultó más reñida que la que aconteció en nuestro país en 2011 pues a diferencia del año 2005, cuando insólitamente los antichavistas decidieron no presentarse a la elección parlamentaria para quitarle legitimidad a un gobierno que acabó ocupando, obviamente, la totalidad de las bancas, esta vez la oposición venezolana decidió aceptar las reglas de juego democrática, presentarse a elecciones, e intentar imponerse tratando de sumar un voto más que su adversario. Para poder lograrlo, comprendieron que debían encaramarse detrás de un único candidato y dejar de lado vanidades y ambiciones personales como muchas veces ha ocurrido a lo largo de la historia de las democracias representativas. Así, unidos por el espanto que les produce el chavismo, se encolumnaron detrás de un joven candidato llamado Henrique Capriles que marcó sus diferencias claras con Chávez pero intentó mostrarse con una actitud algo más conciliadora reconociendo algunas políticas del modelo bolivariano y prometiendo continuarlas. Se trataba de plantear un poschavismo antes que un antichavismo.
Sea por convicción, sea por estrategia electoral, Capriles logró hacer una buena elección llegando a un 44% de los votos que, finalmente, no le alcanzó para llegar a la presidencia. Y cuando esto sucedió la lógica del espejo de repente se rompió. Los titulares que estaban preparaditos dispuestos a salir y que hablaban de “una lección para la Argentina”, “el pueblo latinoamericano dice ‘no’ a la reelección” o “triunfó la libertad por sobre la demagogia” fueron enviados a la papelera de reciclaje. Corrieron igual suerte que aquellos que afirmaban que a Chávez le quedaba un año de vida, que ya andaba en silla de ruedas y que tomaba altas dosis de calmantes porque ya no soportaba el dolor que le producía el cáncer que aparentemente ataca a los líderes populares porque su forma de ejercer el poder produce una degeneración celular.
Pero tras el triunfo de Chávez algunas cosas cambiaron y la metáfora del espejo dejó, en parte, de servir. De aquí que insólitamente ideólogos como Morales Solá ahora muestren que finalmente Chávez es mejor que Cristina Fernández pues esta sería la única manera de poder sostener que el chavismo puede resultar triunfante en Venezuela pero el kirchnerismo puede caer en la Argentina. De aquí que en su artículo del 9/10/12 en La Nación indique: “La primera diferencia está en los líderes. Aunque tanto a Cristina Kirchner como a Chávez los seduce más el populismo que otra cosa, al líder caraqueño no se le puede negar el ‘liderazgo carismático’ del que hablaba Weber como condición del populismo”. Otra diferencia es que “a Chávez no le va bien con la economía, pero a ella le va peor porque carece del flujo de caja que sí tiene el venezolano. El kirchnerismo redujo a la nulidad a los militares y ya no puede contar ni siquiera con gendarmes y prefectos, que eran su predilecta guardia pretoriana. Chávez supo construir su populismo con las armas del populismo. El kirchnerismo es más discurso que praxis en ese sentido”. Donde sí coinciden kirchnerismo y chavismo es en las razones que permitirían justificar un golpe de Estado porque, sin ponerse colorado, el periodista afirma, en la misma nota, que se trata de gobiernos ilegítimos: “Los dos (…), surgidos legítimamente de elecciones democráticas, se consideran ‘revolucionarios’ y esa condición los coloca por encima de las reglas de la democracia. Pierden en el ejercicio, por lo tanto, la legitimidad que tuvieron en el origen”. En la misma línea, implorando a la parca, el periodista procesado por espionaje Carlos Pagni decía en el mismo diario, un día antes, que “una franja importante de la diplomacia americana festeja que el caudillo caribeño permanezca un poco más en el poder. Que en todo caso sea la muerte, no la política, quien se lo lleve”.
Los ejemplos de Morales Solá y Pagni son sólo algunos de entre tantos y son altamente peligrosos. Pero además exponen una enorme impotencia excitada por una atávica atracción hacia formatos antidemocráticos que funcionan como un espejo para todo modelo que no se adecue mínimamente a sus intereses. En esta línea, ojalá este tipo de actitudes y posturas puedan vehiculizarse a través del sistema de partidos argentino y no en formas de desestabilización aggiornada al contexto histórico de la región. Como conclusión, dígase que este nuevo triunfo de Chávez probablemente exacerbe aún más el tipo de discurso maniqueo y destituyente que atraviesa como un mantra la línea editorial de los medios iberoamericanos de derecha. Por todo ello, imaginen ustedes lo que sobrevendrá el día en que la biología se reconcilie con los gobiernos populares y el pueblo decida profundizar la democracia al seguir votando siempre a quien quiere.
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