Ni siquiera la foto de Moyano y Macri conmovió un escenario
político prácticamente inmóvil. Ante la impresentabilidad de esa yunta, y
aunque el retrato era imposible de ocultar, los medios opositores optaron por
desvanecer el impacto. Pero eso, a su vez, les significó tratar de estremecer a
través de cuestiones que no le mueven un pelo a casi nadie. Es éste un buen
punto de partida para echarle una mirada, ya persistente, al conjunto del
panorama.
La noticia más trascendente de la semana fue la aprobación
del nuevo régimen de administración de riesgos del trabajo. Por su peso en sí,
en tanto es relativo a un área muy sensible del campo laboral; pero también
porque es susceptible de críticas en ese plano, donde el kirchnerismo –con
razón– se jacta de ostentar algunos de sus mejores blasones. Y son críticas que
aparecen fundamentadas. No se discute lo positivo de actualizar y agilizar el
cobro de los montos indemnizatorios. Pero la eliminación de la denominada
“doble vía”, por la cual el trabajador tenía el derecho de demandar a su
empleador ante la Justicia,
aun cuando hubiera cobrado la indemnización de su ART, no es algo de lo que el
oficialismo pueda precisamente enorgullecerse. Y mucho menos lo es que, para el
caso de que el laburante opte por la jugada de máxima, se haya establecido la
competencia del fuero Civil y no del Laboral. La ley sancionada barre con lo
que Mario Wainfeld bien definió como uno de los puntos cardinales del
justicialismo, cual es la preeminencia de los Tribunales de Trabajo que creó
Perón cuando, a mediados del siglo pasado, conducía la Secretaría de Trabajo y
Previsión. Sirvió como herramienta democrática para compensar las desigualdades
ínsitas a la relación entre trabajador y patronal. Mandar laburantes al fuero
civil, que exime de mayores comentarios sobre la concepción ideológica de
(muchos de) sus jueces, efectivamente es hacer jugar de visitante al más débil.
El colega rotuló a este engendro como una “ley corta”, que mantiene la deuda de
no ser atendida por una más larga capaz de haber contemplado la prevención y
seguridad laborales. Porque, a ver si nos entendemos: la ley actúa cuando el
daño ya está hecho, cuando el trabajador ya perdió un brazo o una pierna, o
sufrió una afección incapacitante. La Presidenta reconoció este déficit, al señalar que
el instrumento sancionado era sólo un primer paso, pero de todas maneras no se
explica por qué no empezaron al revés o con la ley más larga. Y si no se
explica, quiere decir que mejor no explicarlo. No por nada, vamos, no hubo
siquiera un atisbo de festejo, sino apenas tibios aplausos de circunstancia, cuando
la bancada oficialista alcanzó la aprobación.
Sin embargo, sucede que en esa misma deficiencia está
escondida –solamente para quien no quiera verlo– la tremenda carencia de
opciones que sufre la oposición. O, más que eso aunque termine siendo idéntico,
la encerrona en que está atrapada. Porque resulta que, al tratarse, la ley, de
un hecho en que el kirchnerismo puede ser corrido legítimamente por izquierda,
no pueden hacerlo de tan corridos que están a la derecha. Y entonces el
episodio no les despertó la ocurrencia de aprovecharlo contra los K porque,
¿cómo hacen para denigrar a una ley con tintes pro patronales, digamos para ser
suaves, si lo que viven cuestionando con furia es que éste es un Gobierno que
no ofrece seguridad jurídica, que nos aísla del mundo, que espanta las
inversiones y que hasta nos lleva al comunismo? ¿Cómo hacen? A lo sumo se
registró la firma de alguno que marcó la contradicción gubernamental entre “el
relato” nac&pop y lo consentido el miércoles en Diputados, pero no hubo ni
grandes títulos ni coberturas destacadas en los medios opositores. No pueden.
Están presos de su propia lógica, nuevamente. Una lógica que radica en darle
carácter de peligrosísima a la vocación transformadora del kirchnerismo, cuando
el apriete de las medidas oficiales, antes o además que por ahí, pasa por
afectar a los intereses corporativos de un grupo comunicacional. En verdad es
razonable (genera pudor remarcarlo) que la realidad, cualquiera sea la
interpretación dada al término, no deba reducirse al enfrentamiento entre el
Gobierno y Clarín. Pero es igual de cierto que, en la coyuntura, lo
político-expreso se manifiesta a través de esa antítesis. Salvo esa
corporación, Clarín, y algún que otro discurseador periodístico amarrado entre
el mitrismo posmoderno y revistas vendehumo, el Gobierno no tiene
contendientes. Esos que tiene tuvieron que dedicarse, por ejemplo pero no el
ejemplo menor, a evaporar la foto de Macri con Moyano. Y a operar como afrenta
que la Fragata
Libertad siga interdicta en un puerto africano, y que
trajeron a la mayoría de sus tripulantes a hurtadillas a la medianoche.
Erigieron su relato en base a denunciar una nueva “desmalvinización”. “Estamos
ocultando a nuestros heroicos marineros” fue la construcción de sentido de los
medios opositores. O sea: si es por atracción mediática, un embole. Si no era
eso, no había con qué porque la foto del camionero y el dandy es repulsiva. Y
la ley de ART, quedó dicho, les juega en contra para producir semántica anti K.
Como escribió un colega que milita en las filas opositoras:
entre la plana superior de los radicales, el PRO y el peronismo no
kirchnerista, siendo que el astillamiento de la oposición no parece tener
retorno, el único objetivo sería que en 2013 consigan números capaces de
entorpecer que la
Presidenta vaya por otro período. Y la segunda meta es que
eso abra una crisis en el oficialismo, que, hasta donde se sabe, carece de plan
B. Tal cual dijo el colega, si no la sacan a Cristina de la cancha, el partido
del 2015 se les puede hacer imposible. El problema, o su solución, consisten en
el porqué de una Cristina 2015
a la que sería inverosímil vencer. Siempre –obligatorio
reiterarlo– según lo reconoce la propia oposición, y tanto la dirigencial como
la mediática. Es en ese aspecto que corresponde insistir con algunas preguntas
que, por razones diversas, son cuidadosamente evitadas. ¿Por qué no hay
oposición, excepto la periodística? ¿Es cosa abstracta, producto de generación
espontánea, que los radicales estén partidos en tres pedazos y refugiados, sin
votos de proyección nacional, en un griterío de jefes municipales y referentes
sueltos? ¿Es sólo porque el trabajo no se cuenta entre las adicciones de Macri
que el PRO no puede crecer por fuera de la geografía porteña? ¿Es nada más que
la vocación provinciana lo que impide que los socialistas se extiendan más allá
de Santa Fe? ¿Son los vedetismos de sindicalistas, progres gorilas, cineastas,
cómicos, pitonisas, ambiguos, personajes mediáticos, lo que obstaculiza que
puedan conseguirse un Capriles vernáculo, así sea para juntar un mamarracho en
condiciones de ponerle raya al kirchnerismo? ¿Es eso? ¿O es que –interrogante
un tanto insistente en este espacio, admite el firmante– no poseen ni
encuentran la fórmula para proponer una alternativa de modelo capitalista mejor
que el existente hace ya doce años largos? Una variante es creer que sí
disponen de la pócima. Pero sin chance alguna de exponerla porque les significa
desnudar que al cabo se trataría de retroceder a los ’90 para, encima, ir a
contramano de los vientos que soplan en la región. No deja de ser notable la
falta de puntualización de esta obviedad, porque sucede lo antedicho. Se habla,
y es irrebatible, de que la oposición no existe; de que no puede articular más
que tácticas de acuerdos parlamentarios sobre temas que al grueso social no le
van ni le vienen; de que está discapacitada para promover una figura
unificadora, a ese fin de ensamblar al espanto contra Cristina. Pero nunca se
indaga en los motivos de esa invalidez, que no es de ahora ni de ayer. Vienen
de derrota en derrota, hace ya un ciclo más extenso que el del primer
peronismo. Y cuando ocurrió la excepción de haber ganado, contra la 125 y en su
expresión electoral de 2009, tampoco supieron conformar no ya una potencialidad
avasallante, sino tan sólo una fuerza ligeramente presentable que tuviese un
papel destacado en el Congreso. Otra vez, otra enésima vez: ¿cuál es la causa
de que no se interrogue por qué no pueden? ¿No será que la oposición no existe
gracias a los méritos del oficialismo? ¿Y que el verdadero problema es la
inviabilidad de reconocerlo?
La cuestión es que la derecha está aburrida. No sabe por
dónde entrar. La fragata no es. La ley de ART, tampoco. El abuso de la cadena
nacional ya fue. Los dólares que faltan para viajar al exterior ya fueron.
Muchachos, busquen otras cosas cautivantes. Y si no las
encuentran, pregúntense eso del porqué.
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