Nací un año después de Fito. El primer presidente que
recuerdo es Lanusse, dicen que a los niños les cae bien la figura del
presidente apenas comprenden de qué se trata. Y Lanusse me caía bien. Un niño
no sabe muchísimas cosas que ocurren en el mundo que habita. Aprendí las fechas
patrias en la escuela, las fechas patrias más –en la calle- una fecha
misteriosa que al parecer era tan importante como las oficiales, pero se
trataba de una fecha prohibida o maldita. Había sido el día en que miles de
obreros cruzaron toda la ciudad para mojarse las patas en una fuente con un
poco de agua.
Para hablar de algunas cosas en mi casa se bajaba la voz,
era para decir “el que te jedi”, que era alguien que no recibía simpatías en
casa, pero que igual no se nombraba ni para insultarlo por el miedo a ser
confundido con alguien que sí quisiera al que te jedi. Porque yo nací y crecí
con media población de mi país perseguida, prohibida y fusilada. Un país donde
se creía que había micrófonos en las casas, o que sin micrófonos alguien podía
denunciarte por pronunciar una palabra. El que te jedi vivía en Puerta de
Hierro y aquello sonaba espeluznante y a la vez olímpico: quién sino alguien
muy importante y poderoso podía vivir en un lugar llamado Puerta de Hierro.
Y un día hubo elecciones como una irregularidad que rompía
la normalidad de la vida ciudadana. Y después el de la palabra volvió, hubo más
elecciones, movilizaciones, murió el viejo hombre, y volvieron los del pasado,
y vinieron otros, y murieron miles y miles más.
Y me fui enterando de a poco, como podía, de aquella
maldición, de cómo había comenzado la maldición de mi país. Con la felicidad de
millones que por primera vez tuvieron nombre, dignidad y gobierno que los
defendiera. Con el cariño de millones por Perón y por Evita, el diminutivo
amoroso por esa chica de 30 años que se peleaba con medio mundo para darles
algo y mucho a quienes no tenían nada. Supe de los días salvajes y los días de
alegría, de las muchas victorias y de la gran derrota de las bombas. Pero
durante mucho tiempo creí, me educaron en eso, que todo se trataba de
demagogia. Que “darle” a aquel pueblo era una manera de mantenerlo estúpido,
contento y cautivo. Tiempo después supe que al pueblo no se le da nada, que en
todo caso se le devuelve.
Al final del exterminio el país nunca volvió a ser el que
fue. A la prohibición, persecución y muertes se le sumó la instauración de una
maquinaria de deshumanizar. Lo humano se suspendió durante algunos años eternos
y fuimos salpicados por una sangre que no puede lavarse. Entonces me fui
enterando de más cuestiones. De los que corrieron hacia la plaza para resistir
las bombas, los que aguantaron la proscripción, los que callaron para
sobrevivir, los que silenciaron su dolor y su dignidad, los que no pudieron
guardarla y dieron su vida, los que después quisieron volver del silencio
oponiendo violencia a la violencia.
Y me seguí enterando de a poco mientras me ponía viejo.
Porque el misterio del peronismo es grande y lo guardan con celo. Pero pude
entender que no hay otra idea política en mi país que hable de felicidad y
bienestar tanto como el peronismo que inventó el que te jedi. Felicidad como
horizonte humano real y realizable, bienestar como derecho. Felicidad del pan
dulce y la bicicleta, felicidad del marchar juntos, felicidad de los días
azules que son peronistas, felicidad de conquistar espacios para manejar la
propia vida, felicidad del grito y los dedos en ve, felicidad del choripán y el
humo y las consignas gritadas al unísono. Bienestar de puertas adentro, de los
hijos con la panza llena, el guardapolvo planchado, la casa propia, la mujer
compañera, y afuera el delegado que pelea por uno y todos por él, y el bienestar
de organizarse y unirse en asados o huelgas o fechas que memoran días
inolvidables.
Y me fui enterando que el peronismo es pecador, que no exige
esfuerzos ni contriciones, ni pureza ni austeridad en pos de un futuro de
perfección. Que no hay un más allá, un cielo aquí en la tierra donde después,
mucho después de restringirnos y de aguantar la respiración y transpirar sin
pedir agua nos tocará vivir. No hay un paraíso peronista porque su cielo es el
azul terrestre, el paraíso es la unión y la felicidad humanas, y el Bien es con
minúsculas el bienestar de una sociedad más justa. Ni siquiera justa, sino más
justa, que no es poco si uno ve con cuántos dolores se paga cada justicia nueva
o recuperada.
Y me fui enterando en estos años que después de andar a pie
atravesando decenas de kilómetros, haciendo camino por lo que uno cree, no hay
nada más parecido a esto que llamamos peronismo que una fuente con un poco de
agua para meter las patas. Una fuente prohibida y custodiada por los
escandalizados de la historia. Los que no caminan porque ya llegaron, y con el
culo en sus sillones esperan que el mundo, con sus mujeres, hombres, fábricas,
campos y mares, les siga dando todos sus frutos a ellos. Ellos que a pesar de
tener tanto, no tienen fechas para recordarse a sí mismos con alegría.
Por eso cuando veo las banderas entre los humos de los
chorizos, cuando el perfil de Evita ondea bajo el azul del cielo, cuando miles
de dedos en ve se levantan para gritar, cuando los pañuelos blancos recuerdan a
los miles que murieron por querer estar ahí, cuando el ruido de los camiones se
mezcla con la marcha, cuando la juventud adolescente y bailarina se nombra a sí
misma con los nombres de los que pusieron el cuero, cuando veo que los viejos
que fueron perseguidos vuelven a esa misma marea con los mismos anhelos que
hace décadas, entonce siento que tengo país, un aire que es mío y yo de él, y
todos ellos míos y yo de ellos.
Y eso me gusta y me hace sentir bien. Creo que me están
pasando cosas peronistas.
Epílogo:
Sospecho que quizá algún día que no puedo precisar -y sin
darme cuenta- tuve mi propio 17 de Octubre. Un 17 de Octubre personal y en
solitario. O quizá fueron varios 17 de Octubre que se me fueron sumando. Pero
no lo sé.
Son los misterios de esta historia que siempre está
acechándonos entre el humo de los chorizos y la alegría. Y los nombres de
personas queridas, las que están y las que no están, las largas peleas
compartidas, las angustias, las risas, los vinos, las noches en vela, las
lágrimas, los hijos, los abrazos, la vida.
Cosas peronistas que me están pasando todos los días.
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