El castigo que sufren los pobres hermanos de un país pobre como Chile
nos muestra que el camino del desarrollo sustentable no es la
adquisición de armas de destrucción masiva sino la creación de los
instrumentos para la salvación de las masas en el marco del
calentamiento global.
Un terremoto fuerte en Lima, no quiero pensarlo, podría tener visos
haitianos. Como Chile, carecemos de los medios para afrontar
catástrofes. Ah, pero somos los campeones del crecimiento, la sede de la
culinaria global.
El paradigma capitalista en su expresión neoliberal apuesta a la
salvación del uno por ciento de la población mundial en caso de
necesidad.
Si la buena gente chilena merece toda la ayuda de América Latina y el
mundo, lo mismo merece la buena gente venezolana, que podría ser
arrastrada a la ucranización o, lo que es peor, a una imitación de
Siria, merced a conflictos perfectamente solubles por cauces pacíficos.
El monstruo neoliberal se nutre de la guerra.
Los casos de Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Egipto, Siria, México
y Colombia y de varios países africanos —hay que repetirlo— son los
caminos a no seguir para América Latina. La paz es nuestra primerísima
prioridad.
Uno de los factores comunes en todos los casos citados ha sido la
intervención imperialista y la corrupción ad nauseam (hasta el
canibalismo) de los políticos, burguesías y fuerzas armadas locales por
obra de políticos, empresarios y militares igualmente corruptos de los
países ricos.
Me pregunto si algunos de nuestros presidentes y congresistas, con
sus sueldos de diez mil o veinte mil dólares al mes, y algunos
presidentes con los sobornos de cien o doscientos millones de dólares
que han recibido, creen que van a ser admitidos en la nave del uno por
ciento con destino no se sabe adónde o en los refugios subterráneos si
se diera el espectáculo bíblico de la Gran Tribulación, como sospecha
Leonardo Boff.
Desde uno de los centros del capital financiero internacional, Nueva
York, desde un barrio que casualmente se llama Pequeña Odesa, donde por
ahora convivimos sin matarnos judíos, árabes, turcos, ucranianos, rusos,
peruanos, mexicanos y gringos, les puedo decir con absoluta franqueza y
cierta compasión que no, que ni ellos ni sus hijos tendrán cabida entre
los escogidos: valen demasiado poco.
La gente que vivía en el bolsón de pobreza de Valparaíso vale mucho más que ellos y el uno por ciento juntos.
Publicado en:
http://www.redaccionpopular.com/articulo/las-herramientas-del-neoliberalismo-dos-notas
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