Desde Seúl
“Es como si Haití se hubiera convertido en Suiza”, afirma el
economista coreano Ha-Joon Chang, de la Universidad de Cambridge, cuando explica la
transformación que vivió su país. La esperanza de vida en Corea del Sur era de
53 años en 1960, incluso por debajo de 62,4 que hoy registra Haití. El año
pasado fue 80,7, casi el mismo nivel de Suiza, que promedió 82,5 años, según
datos del Indice de Desarrollo Humano del PNUD. Durante ese período, Corea del
Sur protagonizó un desarrollo económico que le permitió elevar su ingreso per
cápita de 100 a
20.000 dólares. Lo más interesante es que lo hizo a partir de un proceso de
industrialización con una fuerte intervención del Estado, algo que es visto
casi como una herejía por los defensores del libre mercado. Además, los años de
mayor crecimiento fueron en un contexto de inflación anual cercana al 20 por
ciento, dejando en claro que ésta no es necesariamente un obstáculo para la
expansión.
Corea es una península asiática de apenas 99.500 kilómetros
cuadrados, superficie similar a la provincia del Chaco, donde viven 50 millones
de personas. Entre 1910 y 1945 estuvo bajo dominio colonial japonés y sus
actividades económicas principales eran la agricultura y la pesca. Al finalizar
la Segunda Guerra
Mundial, soviéticos y estadounidenses se repartieron el país en dos mitades. En
el norte del paralelo 38, Kim II-Sung, un líder comunista que había integrado
la guerrilla antijaponesa, obtuvo el poder con el apoyo del líder ruso Joseph
Stalin. En el sur, Estados Unidos bendijo a Syngman Rhee. Ese equilibrio
precario estalló en junio de 1950, cuando las dos se enfrentaron militarmente,
motivando la intervención de Estados Unidos, China y la Unión Soviética ,
entre otros países. El conflicto se extendió por tres años y cuando parecía ir
camino hacia una guerra nuclear, las potencias firmaron un armisticio y se
reflotó la división gestada en 1945.
A partir de la década del ’60, bajo la conducción del
dictador Park Chung-hee, el padre de la actual presidenta Park Geun-hye, la
parte sur inició su proceso de desarrollo con la puesta en marcha de planes
quinquenales que promovieron inversiones privadas a cambio de fuertes
incentivos, fundamentalmente crédito barato y subsidios a las empresas capaces
de generar divisas a partir de la exportación. En 1962 el ingreso per cápita
era de 100 dólares y se exportaban mercaderías por 55 millones de dólares al
año. Al finalizar esa década, el ingreso per cápita se había duplicado y las
ventas al exterior ya bordeaban los 1000 millones, fundamentalmente con la
venta de telas, pescados, maderas y hortalizas.
En la década del ’70, fue el turno de la industrialización
pesada. La empresa Posco, que actualmente es una de las productoras de acero
más grandes del mundo, inició sus actividades en 1972. Fue en este período
cuando también se desplegaron los grandes conglomerados industriales, conocidos
como chaebols: Samsung, Hyundai, Daewo y LG, entre otros. Estas firmas montaron
astilleros, terminales automotrices y también se especializaron en electrónica,
siendo el principal motor del desarrollo coreano. Samsung, por ejemplo, había
sido fundada en 1938, durante la ocupación japonesa, pero se dedicaba a la
exportación de pescado, verduras y frutas. Recién en los ’70 comenzó a fabricar
productos electrónicos y el año pasado fue el primer proveedor mundial de
semiconductores y smartphones.
La economía del país asiático creció en la década del ’60 a
un promedio anual de 7,7 por ciento, en los ’70 casi al 9,0 por ciento y en los
’80, al 7,9 por ciento. La mejora de esos años se explica por múltiples causas,
entre las que sobresalen el proteccionismo estatal, la mano de obra barata, la
inversión en educación y un fuerte nacionalismo económico. Cuando el desarrollo
todavía era una meta, la prioridad no sólo era obtener divisas sino también
cuidarlas. El proteccionismo se expresaba en restricciones a la importación de
bienes de consumo y aranceles altos. Además, estaba prohibido viajar al
extranjero, salvo para comerciar o estudiar. El discurso nacionalista era el
complemento ideal de esas medidas al exaltar el sacrificio personal y tildar de
traidores a la patria a quienes las boicoteaban.
La búsqueda de autosuficiencia de Corea del Sur no fue para
cerrarse sobre sí misma sino para comerciar agresivamente con el exterior desde
una posición de mayor fortaleza. De hecho, el proteccionismo no alcanzó a los
productores nacionales de bienes de capital. En ese caso, se optó por importar
tecnología en virtud de acuerdos de licencia y desarrollar vínculos con
multinacionales. Eso les permitió asimilar tecnologías extranjeras y
desarrollar capacidades propias en el largo plazo para terminar agregando valor
a sus ventas.
En 1979, las exportaciones ya le reportaban al país 15.000
millones de dólares anuales y el ingreso per cápita se había elevado a 1700
dólares. Una década más tarde, las ventas externas sumaban 62.000 millones
anuales y el PBI per cápita 6100 dólares. Por entonces, Corea del Sur ya era
conocida como uno de los tigres asiáticos, junto a Singapur, Hong Kong y
Taiwan. En treinta años, este país concretó la transición de una economía
agrícola a una industrial, proceso que a Holanda, Gran Bretaña, Alemania,
Francia y Estados Unidos les llevó en promedio más de un siglo.
Corea del Sur no sólo demostró la importancia que tiene una
fuerte intervención del Estado al momento de apuntalar el desarrollo, con
premios y castigos o la gestión directa de empresas. También dejó en claro que
la estabilidad económica no es sinónimo de estabilidad de precios. En las
primeras dos décadas de fuerte crecimiento, la inflación se mantuvo cerca del
20 por ciento anual. En los ’60, la suba de precios promedió un 17,4 por ciento
y en los ’70 un 19,8 por ciento, con la producción industrial y el empleo
creciendo como nunca antes. Recién en los ’80, el índice registró una baja
significativa, al promediar un 6,8 por ciento anual.
La creciente liberalización financiera de los ’90 introdujo
los mayores desequilibrios dentro de este modelo de desarrollo que sufrió su
primera gran crisis en 1997, víctima de los movimientos especulativos del
capital y el sobreendeudamiento de muchas firmas. Corea del Sur no tenía en ese
momento una moneda fuertemente sobrevaluada ni un déficit alto en cuenta
corriente, pero algunos de sus pares asiáticos sí tenían una moneda apreciada
(Indonesia), un fuerte déficit corriente (Malasia) o ambos problemas (Tailandia
y Filipinas). El temor que generó la región en los inversores terminó
arrastrando también a Corea. Entonces debió recurrir a un préstamo millonario
del Fondo Monetario Internacional (FMI) para evitar el default. Esa “ayuda”
vino acompañada de una serie de condicionalidades, como reducción de barreras
arancelarias y apertura del mercado de capitales, lo que motivó un nuevo
resurgir del nacionalismo coreano. Algunos diarios inclusive llegaron a
comparar a ese acuerdo con la firma del tratado de anexión a Japón en 1910 y se
buscó limitar la incidencia del FMI. De hecho, si bien Corea del Sur avanzó con
una paulatina liberación de sus mercados, nunca resignó su estrategia industrial
ni entregó el control de sus grandes empresas a capitales extranjeros. Lo que
hizo fue apuntalar la recuperación orientando su desarrollo aún más hacia
actividades basadas en las tecnologías de la información y las comunicaciones
(ver aparte).
Corea ya es la novena economía más grande del mundo y su PBI
per cápita es de 20.000 dólares. Más del 90 por ciento de sus exportaciones,
que representan el 40 por ciento de su PBI, son bienes industriales. Es el
primer fabricante mundial de semiconductores y teléfonos móviles, el segundo
productor de barcos y el quinto de automóviles. Además, evidencia mejoras
notables en el Indice de De-sarrollo Humano que elabora el PNUD, expresadas en
la baja de la mortalidad infantil y las subas de la esperanza de vida y la tasa
de escolaridad. En las grandes ciudades, como Seúl, Busan y Daejeon, se observa
una fuerte inversión en infraestructura, tanto pública como privada, y, a
diferencia de las fases iniciales de industrialización, el consumo interno ya
no está reprimido. Tal vez la mayor paradoja en este contexto de prosperidad es
la posición de Corea en foros multilaterales como el G-20 y la Organización Mundial
del Comercio, donde ahora reivindica el libre comercio, incluso entre países
con una marcada desigualdad, olvidando que no fue ése el camino por el que
alcanzó el desarrollo
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