Esas preguntas de
sopetón, que nadie espera y muchas veces generan nerviosismo, pueden esconder
debates muy profundos.
Y éste es el caso.
El viernes, el conductor del noticiero de la Televisión Pública,
Juan Miceli, un periodista de larga trayectoria que dejó el Grupo Clarín para
trabajar en canal 7, le preguntó al dirigente de La Cámpora Andrés
Larroque por qué los jóvenes que llevaban horas trabajando en la clasificación,
distribución y entrega de mercadería a los inundados portaban pecheras que los
identificaban como militantes políticos. "¿Por qué se hace el trabajo
desde una militancia y se muestra de una forma partidaria?", interrogó
Miceli durante la comunicación telefónica en vivo con Larroque, que estaba en La Plata. El contrapunto,
que fue tenso, derivó en una ola de comentarios indignados y en una nueva
condena a la militancia juvenil por parte de los medios hegemónicos.
La postura de Miceli
era que los jóvenes con pecheras estaban repartiendo donaciones que habían sido
cedidas en forma anónima por ciudadanos comunes. Y que esos ciudadanos no
querían un "uso político" de su gesto de solidaridad. Larroque se
encontraba en el centro operativo que las organizaciones juveniles del
kirchnerismo montaron desde hace dos días en la Facultad de Periodismo de
La Plata. Hasta
ese lugar llegaron donaciones de distinta procedencia. La mayor parte provenía
del Estado, pero también se recibió una enorme cantidad de ropa, colchones,
artículos de limpieza que los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires y del conurbano habían
llevado personalmente hasta las unidades básicas y los locales partidarios de La Cámpora, Movimiento Evita,
Nuevo Encuentro, Martín Fierro, Movimiento de Unidad Popular (MUP),
Descamisados, Peronismo Militante y otros espacios del oficialismo.
La pregunta incómoda
de Miceli es necesaria. Porque representa un sentido común de la anti política
que los medios hegemónicos propalan con regocijo, con evidente satisfacción.
Pero tan o más necesaria es la respuesta que se debe ensayar –un aporte que
complejice el debate– ante esa inquietud de ciudadano inquieto. ¿Tienen que
sacarse las pecheras los jóvenes que desde hace varios días vienen trabajando
voluntariamente –la mayoría sin horarios ni retribución económica– en los
barrios lindantes con los arroyos de la periferia platense, en los puntos de
recepción de donaciones o en las cadenas humanas que trasladan de mano en mano
las toneladas de artículos recibidos? Yo creo que no. Esos jóvenes donaron algo
más que artículos de uso cotidiano, como hicieron (hicimos) muchos de sus
compatriotas. También donaron su tiempo. Su fuerza de trabajo, dicho en
términos económicos. Y donar tiempo suele ser lo más sacrificado, hay que
decirlo.
Todos los gestos de
solidaridad son válidos. Desde acercarse individualmente a un local para dar algo
que necesita el prójimo o trabajar en forma ininterrumpida durante varios días,
durmiendo cuatro o cinco horas. Y hacerlo con alegría, compartiendo el momento
con otros. Ese trabajo colectivo no sólo es producto de un brote solidario que
recorre temporalmente a la sociedad a partir de un hecho fatídico. Proviene,
por el contrario, de una concepción particular de la política. Para esos
jóvenes, la política no sólo es presentarse a elecciones cada dos años. Para
ellos, sean del partido que sean, la política no se limita a buscar
financiamiento electoral a través de empresas privadas, ni tampoco a potenciar
candidaturas a través de la televisión. Esos jóvenes creen que si un gobierno
(con todas sus limitaciones) los representa no sólo debe enfrentar los problemas
graves de la gestión con la plantilla de empleados del Estado, lo cual es la
reacción esperable y lógica de cualquier administración. Esos jóvenes
consideran que ante situaciones dramáticas, como una inundación con 51
argentinos muertos, el aparato estatal debe ser fortalecido con miles de
personas que quieren donar su tiempo porque se consideran parte de un proyecto.
Y porque quieren el bien común.
Los jóvenes de la Cruz Roja llevan su
identificación. Los canales de TV privados convocan a hacer donaciones y las
reciben en sus estudios, con el logo en la pantalla y sus efectos favorables
para la imagen corporativa (a fin de cuentas, eso es la responsabilidad social
empresaria). El Papa Francisco hace trascender –a través del equipo de
comunicación del Vaticano– su donación de 50 mil dólares. Las ONG y las
fundaciones publicitan su compromiso con los inundados: eso les garantiza más
financiamiento en el futuro. Todos esos sectores se identifican con pecheras,
remeras, credenciales y otros distintivos. Le cuentan a la sociedad quiénes son
y lo que están haciendo. ¿Por qué no lo pueden hacer los jóvenes que creen en
la militancia política como actividad permanente, no esporádica, como
compromiso existencial?
La sociedad, los
propios damnificados, tienen el derecho de saber quiénes son los que están
colaborando con ellos. Y pensar que el uso de una remera puede inducir o
determinar el voto cuando faltan meses para las elecciones es, a mi entender,
un acto de subestimación muy grande. Igualmente, bienvenido el debate. Y
bienvenidas todas las preguntas.
Publicado en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario