Hay sorpresa y preocupación en Washington y en las clases dirigentes de la región. Así lo revelan el desconcierto en la cobertura de los grandes medios, las declaraciones vacilantes de sus líderes políticos y los textos erráticos de los analistas a su servicio. La movilización de masas provocada por la muerte de Hugo Chávez y su continuidad sin pausa desde el 5 de marzo son indicativas de una fuerza telúrica que mantiene a Venezuela como contraparte del imperialismo, en momentos en que se agudiza su crisis.
Mucho más que una holgada victoria, el clima político
reinante en Venezuela augura una reafirmación revolucionaria de consecuencias
más allá del 14 de abril. Con la muerte de Chávez no sólo no se frena la
transición al socialismo: se acelera. Y muy probablemente se expandirá más allá
de las fronteras.
Sorprende el vigor y la masividad de los actos a los que
acude el presidente Nicolás Maduro. Pero impacta aún más la sintonía de las
multitudes con el orador; el diálogo entre masa y dirigente y la invariable
radicalización del discurso que resulta de ese intercambio. Maduro ha recibido
el influjo poderoso de esos ríos rojos que lo envuelven todos los días, varias
veces al día. Y ha logrado traducir esa fuerza en convicción de que continuará
sin vacilación el camino señalado por Chávez. Tal certeza ha ganado el corazón
de las mayorías, en todo caso seguras de su propio poder para garantizar el
rumbo. El dolor se ha transmutado en confianza y determinación revolucionarias.
Ha calado muy hondo el legado de 14 años de gobierno,
resumido en el Plan de la
Patria, el programa de Hugo Chávez para transitar hacia el
socialismo. Y comienza a verse que esto no ocurre sólo en Venezuela. Es
perceptible que, a la manera de un Cid Campeador de estas tierras y estos
tiempos, Chávez apronta batallas victoriosas a lo largo de América Latina desde
el Cuartel de la Montaña,
donde reposan sus restos. Esta radicalización espontánea coincide con el
agravamiento de la crisis del sistema capitalista y el inicio de sus efectos en
los países de economías subordinadas.
Repliegue táctico Aunque a su candidato Henrique Capriles le
hace jugar por el momento el papel de alternativa a la Revolución Bolivariana,
Washington ya asumió su derrota. Será una consideración táctica la que lo hará
llegar a los comicios o indicará su retiro, con ataques al Consejo Nacional
Electoral ya desplegados argumentos para justificarse ante la opinión
internacional. Como sea, en pos de eludir el choque frontal con la marejada revolucionaria
la Casa Blanca
da un paso al costado y proyecta otras líneas de ataque.
El punto de preocupación de los estrategas del Departamento
de Estado reside en la combinación de esta reafirmación interna e internacional
de la Revolución
Socialista Bolivariana con el inatajable agravamiento de la
situación económica. El panorama económico internacional se agrava sin pausa.
En la Unión Europea,
con una perspectiva de crecimiento cero para 2013, cada día explota un eslabón
de la corroída cadena del euro. Estados Unidos sortea con medidas inventadas
día a día las amenazas del crack fiscal y la tendencia a la caída del giro
económico, de todos modos prevaleciente.
Hay algo coyunturalmente más grave para los centros del
poder mundial y sus socios del Sur: se avizora un ciclo de caída en los precios
de las materias primas, con las consecuencias esperables en países que, aún con
altos índices de suba del Producto Interno Bruto en los últimos años, no han
cambiado su matriz productiva y están por completo dependientes de aquellos
precios, a la vez que mantienen como espada de Damocles un gravoso
endeudamiento externo.
Esa previsión alarmante tanto para Washington como para
numerosas capitales del Sur se complementa con otra, más preocupante aún para
ellos: según pronostican las consultoras del gran capital, la única materia
prima que no proyecta una caída de precios es el petróleo. En suma: aunque la
crisis penetrará por muchos resquicios, el corazón de la economía venezolana no
latirá a menor ritmo y puede preverse que la transformación del sistema
productivo en este país, más las medidas adoptadas con la moneda de cuenta del
Alba, el Sucre, a la vez que protegerá a las economías de ese bloque de los
duros golpes de la crisis en los países centrales, se convertirá en poderosa
fuerza de atracción para los pueblos de la región. Si a esto se suma el hecho
de que el estancamiento en muy bajos niveles del PIB ya ha llegado a Brasil y
Argentina, mientras el resto de los países tiene como perspectiva una brusca
retracción de sus economías, los efectos políticos de semejante dinámica son
previsibles.
Por eso ahora el centro de atención de Washington no está
tácticamente en Venezuela, sino en la necesidad de evitar que otros países de
Unasur y Celac concurran a buscar soluciones aproximándose al Alba.
En esta coyuntura, doblemente negativa para el capital, el
imperialismo articula y ya aplica una contraofensiva de largo alcance. Uno de
los tentáculos de esa ofensiva es el paso dado con el reemplazo de Benedicto
XVI por Francisco, el papa jesuita que desde su asunción no escatima gestos de
demagogia, especialmente enderezados hacia América Latina. Como en los años
1980, es esperable una tenaza de Washington y el Vaticano para ahogar el
desigual proceso de radicalización antimperialista verificado durante la última
década en el hemisferio al Sur del Río Bravo.
El Departamento de Estado confía en que la crisis obligará a
más de un gobierno en la región a abandonar gestos de soberanía e independencia
y reemplazarlos por un rápido realineamiento con la Casa Blanca. La
debilidad de alternativas antimperialistas consecuentes en esos mismos países,
hacen a tales gobierno más permeables a las presiones imperiales y, en caso de
resistencia, relativamente sencillo cambiarlos por alternativas de derecha.
Por esa vía, suponen, podrían aislar a Venezuela para
después redireccionar su ofensiva centrándola en la Revolución Bolivariana.
No es pensable sin embargo que en el breve lapso hasta el 14
de abril, y mucho menos después, cuando se inaugure formalmente el período
hasta 2019 encabezado por Nicolás Maduro, Venezuela se desentienda de esta
encerrona estratégica programada por Washington. En la crítica coyuntura
global, la ratificación de la política internacional trazada por Chávez permitirá
avanzar como nunca hasta ahora en la estrategia de unidad antimperialista en
toda la gradación que va del Movimiento No Alineado y el Grupo de los 15 hasta
Unasur y Celac, con el Alba como núcleo duro con la propuesta común de
socialismo del siglo XXI, Venezuela como ejemplo para la transición acelerada y
la multiplicación de instancias para que los pueblos y vanguardias puedan
sumarse orgánicamente a la marcha. Sin misticismo, se puede asegurar que el
Faro sigue alumbrando.
Publicado
en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario