Dejando de lado a los economistas neoliberales, los que
generalmente laboran para el sector financiero y las grandes empresas, existe
un consenso bastante generalizado en la profesión sobre cuáles son los
principales problemas de la economía local. Bajo esta perspectiva, ninguno de
los problemas contemporáneos puede ser considerado estrictamente nuevo. Todos
fueron tratados por lo que bien puede denominarse una macroeconomía
“argentina”, en el sentido de la producción teórica de una suma de economistas
que pensaron, escribieron y teorizaron sobre las particularidades locales en el
contexto latinoamericano y en su relación con el mundo, desde Raúl Prebisch a
Marcelo Diamand o Aldo Ferrer, sólo por dar unos pocos nombres, a los que se
suman muchos de las nuevas generaciones, con algunos integrantes quizás igual
de brillantes, pero que, por juventud, todavía no cuentan con “una obra”. En
mayor o menor medida, todos estos economistas se aglutinan en un colectivo
heterogéneo normalmente identificado, por negación frente al mainstream y el
cercano marxomarginalismo de la izquierda local, como heterodoxia. Lo que
importa aquí no es definir el contenido de estas corrientes, sino el consenso
sobre los problemas que resultan pensados por la heterodoxia. Dedicando
estrictos pocos renglones a su repaso, la heterodoxia acuerda en la existencia
de una estructura económica local desequilibrada, con mayor productividad de los
sectores primarios, que requiere de la acción de las instituciones económicas
estatales para desarrollar un sector industrial más complejo y articulado. A
ello se suma el carácter deficitario de la producción manufacturera,
importadora de insumos y bienes de capital. El punto crítico llega con el
crecimiento. Al alcanzar un determinado punto, la generación de divisas de los
sectores exportadores, de base mayoritariamente primaria, no alcanza para
abastecer los requerimientos de insumos del sector manufacturero, lo que da
origen a la llamada “restricción externa” que se manifiesta en escasez de
divisas. La solución tradicional a esta escasez asumió diversas formas, desde
aumentar la oferta instantánea de divisas por vía del endeudamiento público o
la inversión extranjera (lo que como contrapartida reduce la oferta
intertemporal) a la devaluación de la moneda, la que opera por la negativa; es
decir, no vía aumento de las exportaciones, como sostienen sus apologistas,
sino freno al crecimiento y, con ello, de las importaciones.
Frente al problema general de la restricción externa existen
dos soluciones reales. Una es la que propone el grueso del establishment y
consiste en olvidarse del desequilibrio de la estructura productiva, no
violentar a las “fuerzas del mercado” y dejar que el país se especialice en sus
“ventajas comparativas” estáticas. Dicho de otra manera, olvidarse de los
sueños industrialistas. Detrás de este proyecto, que tuvo su tiempo de gloria
en el último cuarto del siglo pasado, existe una poderosa alianza de clases:
los representantes del bloque agromediático, del sector financiero
transnacionalizado, de las actividades extractivas y, también, de parte de la
industria: como la alimentaria y los productores de commodities industriales.
Aunque parezca extraño e ilógico, como puede verse en el
listado de empresas que integran AEA, la Asociación Empresaria
Argentina que lidera Héctor Magnetto, también se suman a la alianza sectores
del capital supermercadista y de la industria automotriz. Este conglomerado, a
través de sus aparatos ideológicos, suma a sectores de las clases medias, de
cultura excluyente, poco deseosos de nuevos competidores en su segmento.La gran
limitación de este modelo de especialización, que se manifestó en la gran
crisis de 2001-2002, es que deja demasiada gente afuera.
La segunda solución es la inclusiva. Que el Estado
intervenga para equilibrar la estructura productiva, que haya más valor
agregado local, empleo y mercado interno. Ello significa trabajar para evitar
la restricción externa, lo que en términos reales no se soluciona con pases de
magia cambiarios, sino de una sola manera: sustituyendo importaciones;
desarrollando una industria no deficitaria en términos de balance externo.
Como se dijo al principio, no se trata de fenómenos nuevos y
procesos desconocidos. Nadie que haya estudiado la economía local desconocía,
digamos hace una década, cuáles eran los sectores en los que se debía trabajar
en materia de sustitución.
Las tendencias entre producción de hidrocarburos y demanda
de combustibles tenían signos contrarios desde fines de los ’90. YPF recién se
recuperó en 2012 y se necesitarán años para volver al autoabastecimiento. Sólo
en el primer trimestre de 2013 se importaron combustibles por 2000 millones de
dólares, más que el superávit comercial total del período, que fue de 1300
millones. A fines de este año no habrá dólares extra de cosecha que alcancen.
Las principales discusiones de la Política Automotriz
Común del Mercosur en los ’90 incluían la misma demanda de fondo tratada esta
semana por las presidentas de Brasil y Argentina: el aumento de la composición
local de los vehículos producidos en el país. El déficit externo del sector
autopartista ronda los 8500 millones de dólares anuales (promedio 2011-2012).
¿Por qué la industria automotriz local aparece como aliada de clase de los
sectores “antiindustrialistas”? Porque no existe una industria automotriz
argentina, sino regional, a la que no le importa en particular el balance externo
del país. Sólo así puede entenderse que firmas como FIAT integren AEA o que sus
CEO tengan permanentes discursos públicos neoliberales.
El crecimiento de la economía en la última década no se dio
solamente por el llamado viento de cola. Existió la decisión de fortalecer la
demanda y la redistribución del ingreso, lo que posibilitó que las tasas de
crecimiento locales superen a las de la región. Sin embargo, el viento de cola
permitió recostarse en la renta de los recursos naturales y postergar el abordaje
de la restricción externa vía políticas de sustitución más agresivas.
El trasfondo del presente no es la deficiencia de
diagnóstico económico de problemas conocidos, sino de alianza de clases. Como
lo demuestran las experiencias históricas de los países de industrialización
tardía, la continuidad del desarrollo con inclusión demanda una intervención
mucho más activa del Estado. El desafío es mayúsculo. Supone preguntarse cómo
se instrumenta un proyecto que no es el querido por la alta burguesía. De esto
se habla cuando se dice que el ruido del presente responde a la separación
entre poder político y poder económico
jaius@yahoo.com
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