La oposición va
fragmentada a la elección de octubre, pese a la demanda de unidad de los
caceroleros.
La presidenta
Cristina Fernández viajó a Caracas con los ecos de los cacerolazos. Allá como
aquí, la sociedad está partida en dos. De un lado están quienes desean
profundizar las trasnformaciones y del otro quienes las resisten. El chavismo y
el kirchnerismo tienen no pocas peculiaridades, pero se emparentan al dividir
claramente las aguas del centro hacia la izquierda y del centro a la derecha.
Cuanto más densas son las transformaciones, mayores son las resistencias.
Felizmente, el enfrentamiento no tiene aún aquí la violencia que estalló en
Venezuela, tras las disputadas elecciones.
Pero la gran
diferencia es que mientras la oposición venezolana tiene a un Henrique Capriles
que fue capaz de disciplinar la acción del antichavismo, en la Argentina ese liderazgo
no aparece. La ausencia de un referente que sintetice el clamor de los
caceroleros quedó anteayer al desnudo por tercera vez, cuando miles de personas
expresaron en las calles su rechazo al gobierno con reclamos heterogéneos y
hasta con visiones encontradas. Coinciden en rechazar el modelo kirchnerista,
pero no logran generar una propuesta alternativa. En realidad, no consiguen
pasar de la queja a la política. En consecuencia, frente a la "mitad"
kirchnerista no hay otra "mitad", sino varios fragmentos.
"¡Únanse!",
fue la mayor demanda que recibieron los dirigente que participaron de la marcha
del jueves. No parece distinto al reclamo que recibía Carlos "Chacho"
Álvarez antes de constituir la
Alianza que terminó en un estrepitoso fracaso. Y parece
difícil de satisfacer.
Las alianzas contra
natura, como las de Elisa Carrió con Fernando Pino Solanas, pueden durar una
elección, pero no aguantan una acción común. ¿Qué podrían decidir juntos ambos
dirigentes políticos si debieran resolver el futuro de los ferrocarriles o las
retenciones a las exportaciones de soja? Carrió defiende la actividad privada y
Solanas siempre soñó con trenes estatales. Ella no quiere retenciones y él las
prefiere escalonadas. La diputada Victoria Donda puede consolidar una
cooperativa electoral con Prat-Gay, pero difícilmente puedan ponerse de acuerdo
en materia de Derechos Humanos o en la política exterior hacia América Latina.
El escenario montado
en Plaza de Mayo para el jueves quedó vacío, como un mudo testigo de la
imposibilidad de que un referente pudiera dirigirse a esa masa heterogénea. A
diferencia de las marchas anteriores, hubo una gran presencia de dirigentes
opositores. Pero ninguno puede sintetizar claramente la demanda cacerolera que,
por otra parte, sigue teniendo agenda mediática y contenido antipolítico. Como
lo apuntó el periodista Luis Bruchstein, tal vez el único orador en ese
escenario podría haber sido Jorge Lanata. Contando cómo provocó un escándalo
mediático internacional con dos fuentes muy poco confiables, que se
autoincriminaron y se desdijeron dos días después, podría haber desatado una
ovación.
Pese a haber
alentado la protesta, el dirigente al que el oficialismo trata como principal
adversario, Mauricio Macri, ni siquiera pudo salir a la calle. Más que unir, su
figura divide. Un par de meses atrás, León Gieco dijo, desde un óptica
progresista, que Macri "es una piedra en el zapato". Pero también es
un estorbo para una alianza opositora.
El socialista Hermes
Binner se ha corrido tanto a la derecha que tras afirmar que hubiera votado a
Capriles, para mayor desencanto de muchos de sus compañeros, ahora condenó al
populismo por las muertes en Venezuela, aunque los muertos fueron chavistas.
Binner puede confluir con la UCR
a nivel nacional, pero no llega a tragarse el sapo de Macri. Mucho menos se lo
fumarían los diputados de la
Unidad Popular, Claudio Lozano y Víctor de Genaro, quienes
tampoco se fuman a Carrió, ni aprueban las alianzas de Donda.
Parece coherente. No
es sano para la política que en favor de una idílica unidad se provoque un rejunte
variopinto. La diversidad no es sólo un síntoma de desunión motivado en las
perversas pretensiones personales, como lo percibe buena parte de la
ciudadanía, sino la expresión de la pluralidad de ideas. ¿Qué pueden hacer
juntos el Momo Benegas, Cecilia Pando, Raúl Castels, el rabino Bergman y Pino
Solanas, más que oponerse?
Una parte de la
derecha peronista no tiene pruritos con Macri, pero otros sueñan con que Daniel
Scioli dé el salto. No obstante, el gobernador espera su turno con paciencia
oriental y sólo lo daría si quedara claro que Cristina Fernández no será
candidata. Prefiere esperar la elección de octubre, que medirá el estado de
ánimo de los argentinos con mayor fidelidad que las nutridas manifestaciones
caceroleras.
Si a los matices
ideológicos se suman las pretensiones personales, se concluye que es difícil
que cuaje la demanda de unidad opositora. Los argentinos llegarán entonces a la
elección de octubre con una "mitad" unificada en el FPV y otra
"mitad" partida en al menos tres fragmentos.
El kichnerismo
contiene en su seno evidentes contradicciones, pero su éxito reside
precisamente en haber amalgamado distintas tradiciones políticas en una fuerza
que, con seguridad, será la que obtenga la mayor cantidad de votos en octubre a
nivel nacional. Obviamente, no alcanzará el 54 por ciento de Cristina
Fernández, pero con 15 puntos menos le alcanza. De nada valdrá que en la vereda
de enfrente se hagan sumas que indiquen, como lo hizo Carrió en 2009, que la
oposición fue la ganadora porque más de la mitad votó por opciones
antikirchneristas.
El gobierno apareció
entonces derrotado porque logró menos bancas y porque su jefe perdió en la
estratégica Provincia de Buenos Aires, pero el FPV fue la fuerza más votada. La
oposición intentó luego una acción coordinada en el Congreso con el llamado
Grupo A, pero fracasó al no poder impulsar proyectos comunes. Al igual que los
caceroleros se unieron contra el oficialismo, pero no superaron el "Son
todos chorrros" o "Son todos vagos" y fueron castigados en 2011.
La "mitad" antikirchenerista no es la mitad, sino varios fragmentos.
Es fácil coincidir
en clamar por "una Justicia independiente". Pero después hay que
precisar lo que significa esa consigna. Hay una cosa cierta: pocos argentinos
deben creer que la justicia funciona razonablemente y no merece cambios. En
vísperas del cacerolazo, la
Cámara Civil y Comercial declaró inconstitucional un artículo
de la Ley de
Medios que perjudica a un grupo económico concentrado. ¿Es independiente esa
justicia ? ¿O requiere cambios como cree el gobierno? Para comenzar, el
kirchnerismo tiene propuestas y las lleva adelante en el Parlamento.
Seguramente, la
reforma no modificará totalmente el perfil aristocrático del Poder Judicial.
Pero salvo que crea que no hay nada que cambiar, la oposición podría empezar a
escuchar el reclamo de "la gente" con una propuesta propia para
transformar la justicia. Sería construir la unidad en la acción. Algo mucho más
productivo que lanzar consignas altisonantes como las que refieren a un
"golpe institucional" o a que "preparan la impunidad". Con
títulos para los medios, se puede alcanzar buena repercusión, pero los
caceroleros seguirán huérfanos.
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