Por Luz Marina López Espinosa.
“Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el
chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España”.
La derecha, esa anomalía del espíritu que hace amar
demasiado a los ricos y odiar mucho más a los pobres, no tiene límites ni se
para en mientes a la hora de realizar su designio.
La
República Bolivariana de Venezuela de hoy –aunque en rigor
hay que decir la de siempre-, ejemplo palmario. No sólo su pasado remoto y
reciente habla de ello en una historia de despojos, enriquecimiento y
sangre que es común al ejercicio de esa a la que mal cabe la palabra
ideología en toda parte, sino que en este aquí y ahora de abril de 2013 insiste
en mostrar su mal talante.
Lo anterior, a propósito de la forma como hoy enfrenta al
recién electo presidente de la república Nicolás Maduro. Recordemos así no haga
falta, que tal como las descalificaciones al redivivo padre de la
patria Hugo Chávez pasaban por verlo un poco mestizo, un tanto tosco y un
mucho populachero para el refinado gusto de plutócratas, emergentes y
arribistas, de igual manera el nuevo presidente les parece muy plebeyo para tan
alto estatus. Pero con un agravante absolutamente inadmisible, eufemismo que
estilan los comunicados de los jefes de prensa de la Casa Blanca para decir
que la conducta de este o aquél jefe de Estado ha legitimado el despegue de una
escuadra de bombarderos: el nuevo presidente de la república Bolivariana de
Venezuela fue conductor de línea del metro de Caracas.
¡Que prendan motores pero ya, todos los bombarderos de la
oligarquía! ¡Absolutamente inadmisible!
Y más: que su madre es de Cúcuta, la fronteriza ciudad
colombiana, y que es humilde y la vieron vendiendo hayacas allí. Y peor
por si no fuera bastante, que el hoy presidente, de niño vendió chontaduro en
las calles de Cúcuta. Creemos que esas dos historias son mentiras. Sin embargo,
aquí en Colombia, los que hacemos nuestra la revolución bolivariana y nos
hermanamos con el pueblo que la sustenta, declaramos verdad esas dos versiones,
las hacemos propias y proclamamos nuestro orgullo por ese tierno niño a quien
la insensible oligarquía venezolana obligaba a ayudar al sustento familiar. Y
nos inclinamos hacia esa madre humilde y trabajadora que honraba su
doble condición elaborando uno de esos tradicionales bocadillos, corazón del
maíz de nuestro origen, uno y otro confundidos en el espíritu de la etnia
exterminada.
Pero los defectos del hombre no son pocos: además
sindicalista. ¡Y de qué gremio! Y como si no fuera bastante el haber tenido
formación política en la Cuba
de Fidel, militó en la
Liga Socialista cuyo sólo nombre espanta, luego en el
Movimiento Revolucionario Bolivariano 200 del Chávez golpista y después en el
Movimiento 5ª República, siempre como leal escudero de su caudillo. Demasiadas
cosas para el corazón de por sí afligido de la burguesía después de catorce
años de privaciones.
Vienen luego otros defectos imperdonables –porque nada se le
ha de dispensar- en quien vaya a ostentar la primera magistratura de la patria,
en el baremo de esa aristocracia cuya distinción la da lo pesado de la
alforja, y el linaje, la ilusión de descender de cepas más civilizadas
que los lanceros de Páez y Bolívar. Entonces Nicolás tampoco es buen
orador y a veces yerra, su discurso no es el más galano, no tiene trazas de
erudito y claro –algo le habían de reconocer al Comandante ahora que está
muerto- no tiene el carisma de Chávez.
De nuevo concedemos. Y sí; que todo eso y más sea cierto.
Pero lo que ocurre es que el catálogo de méritos y talentos de un dirigente del
pueblo para representarlo y enaltecer su patria, es distinto, muy distinto del
de quien sólo pretende encarnar los intereses del capital y de la patria
de este que es ninguna. Y si alguna ha de ser y en algún sitio estar, éste no
es Barquisimeto ni Maiquetía sino Washington. ¿Es mentira acaso que el
destino de todo gobernante que gire en la órbita, digo mal, bajo la férula del
capitalismo, es cumplir a rajatabla los mandatos del llamado Consenso de
Washington, que no por capricho ni por azar se llama así?
Así que así como estás, estás bien Nicolás. Ya el
pueblo te escrutó y te encontró bueno. El amor cierto y sencillo al pueblo, la
disposición sin demagogias de ir hasta al sacrificio mayor por él, el
sentir como propias sus ansias y dolores, aplicar para los más y
mayormente necesitados los tesoros de su suelo y venerar la memoria de sus
héroes, eso que de ahí resulta es la aristocracia que requiere un primer
magistrado. Esa la erudición que debe tener quien dispense justicia a sus
conciudadanos; tal la galanura que debe orlar al vocero de una nación pequeña
en los escabrosos foros donde se conciertan los poderosos del mundo; ése el
carisma que debe adornar a quien sólo necesita que lo ame su pueblo. Lo demás,
tonterías, gárrula palabrería que dijera el gran poeta colombiano León de
Greiff.
Así que ¡Adelante Nicolás!, hijo de Cúcuta, de Chávez,
de Caracas y de Nuestra América!
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