La pregunta es: ¿qué mirada pasea la derecha, hoy, por esa
tragedia argentina que es La Plata y es la Capital Federal? La derecha no
pierde tiempo ni se detiene en lo anecdótico. Hace crónica del hecho, claro es,
pero no pierde de vista lo importante: transitar no la crónica sino la
reflexión más profunda que a sus “intelectuales orgánicos” les suscita el
fenómeno.
La derecha siempre ve las cosas a través del prisma del
poder. Incluso ante una inundación como la ocurrida lo sustantivo es, para ese
análisis ideológico, poner el ojo en las relaciones de poder en la Argentina,
en su eventual reconfiguración, en los repartos de potencia e impotencia que la
inesperada realidad provoca, en los desplazamientos, de un lado a otro, de los
consensos, en el vigor o debilidad que pasan a exhibir los campos de fuerza que
preexistían al suceso, en el movimiento que experimenta el sistema político, en
la “independencia del poder judicial” y en la función gobierno dividida en tres
-como quería Montesquieu-, en el presente de los actores y en su previsible o
incógnito futuro.
En otras palabras, hay que tener el diario La Nación siempre
a mano. Es el único que expresa con precisión y nitidez el desvelo de las
clases propietarias del país y también el único que muestra qué es lo que esas
clases tienen entre ceja y ceja: el poder y cómo conservarlo, el poder y cómo
recuperarlo en la hipótesis de que lo hayan perdido. Y esto ocurre en la
Tierra, en el Cielo y en todo lugar. O, más terrenalmente, esto ocurre en
Venezuela, en Bolivia, en la Argentina… y en todo lugar.
Titula Pagni su reflexión del jueves 4 de abril pasado: “El
resultado de una catástrofe política”. Asegura, allí, que lo ocurrido en La
Plata oculta un mal menos perceptible y ese mal –según Pagni- es el que aqueja
al “sistema político” argentino. Ese mal existe –según el periodista- “desde
hace tres décadas”. Y ese mal no es el endeudamiento en que se debatía la
Argentina; ni el desempleo que alcanzaba dimensiones que también eran
catastróficas. Ese mal estriba en que, “desde hace tres décadas”, el sistema
político “renunció a la competencia y, por lo tanto, al debate de problemas y
soluciones…”. Capriles está diciendo cosas parecidas en Venezuela. Todo un
dato.
Tenga o no razón Pagni, lo que interesa destacar ahora es la
mirada política que el hombre pasea por la inundación.
Sigue diciendo que el radicalismo está pintado en la
provincia; que Macri carece de candidatos relevantes y que De Narváez está
ocupado en “desmentir que sea el sostén extrapartidario de Scioli”.
¿Relación de esos asertos con la inundación y las muertes?
Obvia: “la vida pública ha quedado librada a un consenso sin dirección”
–asegura el columnista-. La tragedia, en sí, vale sólo como minucia
administrativa en la pluma de Pagni. Pero es eficaz para poner de relieve la
persistente diáspora opositora. Y eso le sigue pareciendo grave a la derecha de
este país. La derecha, incansable, hace política y no se mira el ombligo, como
sí lo hacen otros que no son derecha.
Pero el que tiene más culpa que nadie es “el peronismo”
porque “controla el poder” en la provincia desde 1987: Cafiero, Menem, Duhalde,
Kirchner. Controla el poder, dice el sofista.
Como se ve, una lectura política a fondo del temporal y sus
secuelas. El colofón está a la medida de los objetivos históricos que ha
perseguido La Nación a lo largo de su ya dilatada vida. Pagni, que en los
últimos años ha sabido referirse con sorna a una oposición inoperante,
paralítica y huérfana de ideas, advierte –pero ahora urbi et orbi- que lo peor
tal vez esté por venir. Y lo peor es una reedición corregida y aumentada de
aquel “que se vayan todos” que ya conocimos. Dice Pagni -dice La Nación- que
esa consigna es “inconducente” y tal vez aquí también le asista la razón. Una
explosión de odio-dolor sangrienta y sin dirección sólo puede ser capitalizada
por una derecha en formato fascista y no es eso lo que quieren –hoy- en
Sudamérica ni La Nación ni los EE.UU. Ellos laboran, infatigables, por un
razonable “bipartidismo”.
Pero no sólo a través de Pagni se expresa la razón, la
astuta razón. La Idea absoluta habla también a través de Fernández Díaz, que
desde un tiempo que los humanos no podemos recordar nos fatiga a todos, con la
regularidad de un cu-cú, desde las páginas del diario que apoyó, justificó y
dio línea al terrorismo de Estado.
El “marxista” Fernández Díaz, incurriendo en indisimulable
tentativa de escandalizar a su tía vieja, menciona la palabra “proletariado”; y
no sólo eso; asegura entre paréntesis, además, que lo hace en “términos
marxistas”. Ha descubierto que para hacer política hay que tener una “turbia
pero imprescindible pasión por el poder”. No refutaremos aquí las “tesis” que
vierte en su nota al día siguiente del que Pagni escribió la suya, es decir, el
viernes 5 de abril y en la página 27 de la benemérita hoja. A la Idea, al
Demiurgo, al Espíritu absoluto, es difícil refutarlo. Sólo nos ha llamado la
atención el hecho de que ambos periodistas se ubican en el mismo punto para
mirar el país en medio de la tragedia y sus secuelas: la política. Ello nos
afirma en la convicción de que todo aquel que quiera saber qué pasa con el
poder en la Argentina, tiene que leer La Nación, y lo escrito va tal cual, sin
ironía alguna. Es pura realidad argentina. La Nación es el diario del poder
real de la Argentina y el vocero local del poder real del mundo. No es el
único. Tiene repetidoras en el interior. Pero es primus inter pares.
Empieza Fernández Díaz citando a Byron y a renglón seguido
le roba una idea a Leautréamont. En los Cantos de Maldoror, éste le da al lector,
de movida, la posibilidad de volver atrás, de dejar de leer, porque lo
contrario será aventurarse en “estas páginas sombrías y rebosantes de veneno” y
he citado de memoria al escritor joven que, como Gardel, murió joven, no se
sabe aún dónde nació, unos dicen que en Uruguay y otros que era francés. La
única diferencia, aquí, es que el “poeta maldito”, con seguridad, no nunca fue
argentino.
Lo plagia un poco, digo, este Fernández Díaz a Leautrémont,
porque el periodista le da al lector, “la oportunidad, ahora mismo, de
abandonar esta página plebeya y pragmática” ya que –cree el opinante- “lo que
se propone este cronista no será perdonado por muchos lectores…”. Finalmente
todo quedará en que amenazó con un misil y tiró cebita, pero ese, ya lo ha dicho
“este cronista”, es otro tema.
El kirchnerismo dio una voltereta en el aire, como los gatos
–dice el columnista-, se reacomodó y Bergoglio, de enemigo jurado, pasó a ser
el amigo sincero y bueno. Increíble. Si hasta ayer mismo el actual Papa era el
jefe de la oposición. Y el lamento de Fernández Díaz, como el de Pagni, es el
mismo: la oposición lo tuvo que mirar por tevé. Eso fue posible porque el
kirchnerismo, a diferencia de lo que hay enfrente, posee una “monstruosa
voluntad de poder”.
A favor de Fernández Díaz y en coincidencia con él hay que
decir que no abomina de la voluntad de poder ni pone en el index a los que la
tienen. Cual un Maquiavelo de cabotaje opina que ese es el quid divinum del
político (del Príncipe, podríamos decir) y que para disputarle poder a la
Princesa hay que hacer como hace el kirchnerismo.
Fernández Díaz clama por un deseo “animal” e “irrefrenable”
por “tomar el comando de este país”, deseo que ve ausente en la oposición. Sus
dirigentes –opina- son sólo “aspirantes a Capriles grises”. Esto es así en
Argentina, en Venezuela y en todo lugar. Los obsesiona Venezuela y los
obsesiona la Argentina. A Pagni y a Fernández Díaz. A La Nación.
Y después de constatar que Cristina les quitó al Papa la
emprende con un tema menudo: ¿qué es el peronismo? –se pregunta-. Y descubre la
penicilina: el peronismo “es hacer política con los de abajo”.
Que Fernández Díaz desayune tarde no le quita verdad a lo
que dice. A lo sumo lo emparienta un poco con Perogrullo. Pero la razón de La
Nación se está expresando por la razón de Fernández Díaz en lo que hasta aquí
llevamos dicho, y no hay un ápice de inexactitud en lo que dice el columnista.
Y si unas líneas más arriba fue Capriles, unas líneas más
abajo es Chávez: les gana a todos –dice Fernández Díaz- con sólo “mejorarle
mínimamente la calidad de vida” a la población. Chávez. Venezuela. Obsesión en
plena inundación. Política. Poder. Ese es el tema, siempre, para La Nación. Y
eso no está ni mal ni bien. Es así. Para Lenín era igual.
“No se puede ser una opción real de poder sin trabajar de
manera sistemática en el barro”-dictamina, con inequívoca precisión, Fernández
Díaz-. Imposible no estar de acuerdo. Se lo dice a la oposición. En realidad,
más que decírselo, la vapulea, como hace Pagni. Parece que se hubieran puesto
de acuerdo. Pero nada es casual, aunque lo parezca. Ambos integran “la sagrada
familia” de genealogía mitrista. Y cuando se pertenece a una capilla como esa,
todos los pensamientos son uno, aunque se piensen por separado. Estamos ante un
actor ideológicamente homogéneo.
Y vapulea fiero, Fernández. “Macri es los ’90; el
radicalismo es la Alianza; Binner es un santafecino y Carrió es la virgen
testimonial”, dispara. Y que el votante piense así es culpa de la oposición que
nunca vio un pobre de cerca. Faltó el tirón de orejas y mandarlos al rincón con
el bonete de “burro”, como se humillaba a los niños de primaria en las viejas
escuelas primarias.
Estamos en un manicomio financiero, este no es un país
normal, el modelo tiene el tanque perforado y nos conduce dulcemente a la
bancarrota. Y todo ello… por culpa de la oposición que no sabe construir una
alternativa a los Atilas que nos gobiernan. Y la alternativa, claro está, es un
país como… Brasil, Chile, Uruguay. Lugares comunes, es cierto. Pero política.
Los ojos puestos en la política.
Y –dice el hombre de La Nación- lo más preocupante de la
inercia opositora es que, a la espera de esa sedicente bancarrota, no se da
cuenta de que “…el kirchnerismo ha sabido capear tempestades y levantarse de
amargas derrotas que parecían terminales”. Y agrega una perla: “Eso es lo que
más rescato de la fuerza gobernante: su pasión por prevalecer” (sic). La turbia
pero imprescindible pasión por el poder sólo la tiene el kirchnerismo, ha
comprobado Fernández Díaz.
En una nota anterior, en esta misma hoja digital (Política
desde el dolor), perfilamos una incipiente debilidad ideológica del
kirchnerismo: su aparente falta de vocación por construir para profundizar.
Allí echamos de menos la ausencia de políticas de alianzas que apunten a unir
todo aquello que, por dentro y por fuera del kirchnerismo es, objetivamente,
componente potencial –por afinidad ideológica y política- de un eventual
movimiento social y sindical de base. Agregábamos que, a nuestro juicio,
Kirchner y el kirchnerismo –sabiéndolo o sin saberlo, eso no importa- no han
sido un banal incidente de la historia. Por el contrario, abonaron el terreno
para sembrar el retoño que, fortalecido, fructifique en un sólido tronco
frentista de amplio espectro, a escala nacional y con lazos que lo unan a lo
continental afín.
Como ha de ser evidente para el ojo u oído sazonado y añejo
en estos temas, no nos estamos refiriendo, en primer lugar, a formas de lucha
por el poder sino a metodologías de construcción para empezar a luchar. Se
construye luchando pero es previo saber qué queremos construir y con quién y
esto, en última instancia, lo sobredetermina la estructura material real de la
formación social argentina.
El tema de fondo, entonces, no se articula en torno de la
dicotomía parlamentarismo versus otras formas de lucha. El tema de fondo es
saber que hoy, en la Argentina y por causas que exceden esta nota, la
construcción no pasa por sentarse en una banca a proferir verdades para, luego,
ganar la próxima elección. Pasa por meterse en el barro, como acaba de
descubrir Fernández Díaz. Pero el caso es que si se meten solos y llamándose La
Cámpora, a secas, la historia los dejará secos.
En el linaje peronista no sólo hay lucha heroica y abnegada.
También hay vocación de unidad en esa lucha. Y esa unidad la pensaron, los
padres y los abuelos de lo que hoy es La Cámpora, con vertientes que nada
tenían de peronistas. A unos y otros los unía sólo –y nada menos- que la
racional certeza y la común voluntad de ir más allá del capitalismo.
Si no se comprende esto se quedarán discutiendo con el
diario La Nación y con el diario Clarín; y el tema de discusión será si el
capitalismo en serio es con o sin monopolios y con o sin hegemonía de los
bancos. Y esa dinámica, tarde o temprano, termina encorsetando y deteniendo
todo crecimiento. Ese será el momento justo para que la derecha golpee y, una
vez más, gane. Y el espíritu del “bipartidismo”, que por ahora planea sobre las
tinieblas argentinas y que constituye el desvelo de Pagni y de Fernández Díaz,
habrá encontrado, al fin, su para sí y su realización como desmesurado engaño
institucional para que los pobres sigan siendo pobres y el buen Francisco pueda
presidir una iglesia para ellos, para los pobres.
Publicado en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario