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lunes, 8 de abril de 2013

LA CÁMPORA, SOLA, NO PODRÁ…, Por Juan Chaneton (para “Nos Comunicamos” de abril de 2013)



La pregunta es: ¿qué mirada pasea la derecha, hoy, por esa tragedia argentina que es La Plata y es la Capital Federal? La derecha no pierde tiempo ni se detiene en lo anecdótico. Hace crónica del hecho, claro es, pero no pierde de vista lo importante: transitar no la crónica sino la reflexión más profunda que a sus “intelectuales orgánicos” les suscita el fenómeno.

La derecha siempre ve las cosas a través del prisma del poder. Incluso ante una inundación como la ocurrida lo sustantivo es, para ese análisis ideológico, poner el ojo en las relaciones de poder en la Argentina, en su eventual reconfiguración, en los repartos de potencia e impotencia que la inesperada realidad provoca, en los desplazamientos, de un lado a otro, de los consensos, en el vigor o debilidad que pasan a exhibir los campos de fuerza que preexistían al suceso, en el movimiento que experimenta el sistema político, en la “independencia del poder judicial” y en la función gobierno dividida en tres -como quería Montesquieu-, en el presente de los actores y en su previsible o incógnito futuro.
En otras palabras, hay que tener el diario La Nación siempre a mano. Es el único que expresa con precisión y nitidez el desvelo de las clases propietarias del país y también el único que muestra qué es lo que esas clases tienen entre ceja y ceja: el poder y cómo conservarlo, el poder y cómo recuperarlo en la hipótesis de que lo hayan perdido. Y esto ocurre en la Tierra, en el Cielo y en todo lugar. O, más terrenalmente, esto ocurre en Venezuela, en Bolivia, en la Argentina… y en todo lugar.
Titula Pagni su reflexión del jueves 4 de abril pasado: “El resultado de una catástrofe política”. Asegura, allí, que lo ocurrido en La Plata oculta un mal menos perceptible y ese mal –según Pagni- es el que aqueja al “sistema político” argentino. Ese mal existe –según el periodista- “desde hace tres décadas”. Y ese mal no es el endeudamiento en que se debatía la Argentina; ni el desempleo que alcanzaba dimensiones que también eran catastróficas. Ese mal estriba en que, “desde hace tres décadas”, el sistema político “renunció a la competencia y, por lo tanto, al debate de problemas y soluciones…”. Capriles está diciendo cosas parecidas en Venezuela. Todo un dato.
Tenga o no razón Pagni, lo que interesa destacar ahora es la mirada política que el hombre pasea por la inundación.
Sigue diciendo que el radicalismo está pintado en la provincia; que Macri carece de candidatos relevantes y que De Narváez está ocupado en “desmentir que sea el sostén extrapartidario de Scioli”.
¿Relación de esos asertos con la inundación y las muertes? Obvia: “la vida pública ha quedado librada a un consenso sin dirección” –asegura el columnista-. La tragedia, en sí, vale sólo como minucia administrativa en la pluma de Pagni. Pero es eficaz para poner de relieve la persistente diáspora opositora. Y eso le sigue pareciendo grave a la derecha de este país. La derecha, incansable, hace política y no se mira el ombligo, como sí lo hacen otros que no son derecha.
Pero el que tiene más culpa que nadie es “el peronismo” porque “controla el poder” en la provincia desde 1987: Cafiero, Menem, Duhalde, Kirchner. Controla el poder, dice el sofista.
Como se ve, una lectura política a fondo del temporal y sus secuelas. El colofón está a la medida de los objetivos históricos que ha perseguido La Nación a lo largo de su ya dilatada vida. Pagni, que en los últimos años ha sabido referirse con sorna a una oposición inoperante, paralítica y huérfana de ideas, advierte –pero ahora urbi et orbi- que lo peor tal vez esté por venir. Y lo peor es una reedición corregida y aumentada de aquel “que se vayan todos” que ya conocimos. Dice Pagni -dice La Nación- que esa consigna es “inconducente” y tal vez aquí también le asista la razón. Una explosión de odio-dolor sangrienta y sin dirección sólo puede ser capitalizada por una derecha en formato fascista y no es eso lo que quieren –hoy- en Sudamérica ni La Nación ni los EE.UU. Ellos laboran, infatigables, por un razonable “bipartidismo”.
Pero no sólo a través de Pagni se expresa la razón, la astuta razón. La Idea absoluta habla también a través de Fernández Díaz, que desde un tiempo que los humanos no podemos recordar nos fatiga a todos, con la regularidad de un cu-cú, desde las páginas del diario que apoyó, justificó y dio línea al terrorismo de Estado.
El “marxista” Fernández Díaz, incurriendo en indisimulable tentativa de escandalizar a su tía vieja, menciona la palabra “proletariado”; y no sólo eso; asegura entre paréntesis, además, que lo hace en “términos marxistas”. Ha descubierto que para hacer política hay que tener una “turbia pero imprescindible pasión por el poder”. No refutaremos aquí las “tesis” que vierte en su nota al día siguiente del que Pagni escribió la suya, es decir, el viernes 5 de abril y en la página 27 de la benemérita hoja. A la Idea, al Demiurgo, al Espíritu absoluto, es difícil refutarlo. Sólo nos ha llamado la atención el hecho de que ambos periodistas se ubican en el mismo punto para mirar el país en medio de la tragedia y sus secuelas: la política. Ello nos afirma en la convicción de que todo aquel que quiera saber qué pasa con el poder en la Argentina, tiene que leer La Nación, y lo escrito va tal cual, sin ironía alguna. Es pura realidad argentina. La Nación es el diario del poder real de la Argentina y el vocero local del poder real del mundo. No es el único. Tiene repetidoras en el interior. Pero es primus inter pares.
Empieza Fernández Díaz citando a Byron y a renglón seguido le roba una idea a Leautréamont. En los Cantos de Maldoror, éste le da al lector, de movida, la posibilidad de volver atrás, de dejar de leer, porque lo contrario será aventurarse en “estas páginas sombrías y rebosantes de veneno” y he citado de memoria al escritor joven que, como Gardel, murió joven, no se sabe aún dónde nació, unos dicen que en Uruguay y otros que era francés. La única diferencia, aquí, es que el “poeta maldito”, con seguridad, no nunca fue argentino.
Lo plagia un poco, digo, este Fernández Díaz a Leautrémont, porque el periodista le da al lector, “la oportunidad, ahora mismo, de abandonar esta página plebeya y pragmática” ya que –cree el opinante- “lo que se propone este cronista no será perdonado por muchos lectores…”. Finalmente todo quedará en que amenazó con un misil y tiró cebita, pero ese, ya lo ha dicho “este cronista”, es otro tema.
El kirchnerismo dio una voltereta en el aire, como los gatos –dice el columnista-, se reacomodó y Bergoglio, de enemigo jurado, pasó a ser el amigo sincero y bueno. Increíble. Si hasta ayer mismo el actual Papa era el jefe de la oposición. Y el lamento de Fernández Díaz, como el de Pagni, es el mismo: la oposición lo tuvo que mirar por tevé. Eso fue posible porque el kirchnerismo, a diferencia de lo que hay enfrente, posee una “monstruosa voluntad de poder”.
A favor de Fernández Díaz y en coincidencia con él hay que decir que no abomina de la voluntad de poder ni pone en el index a los que la tienen. Cual un Maquiavelo de cabotaje opina que ese es el quid divinum del político (del Príncipe, podríamos decir) y que para disputarle poder a la Princesa hay que hacer como hace el kirchnerismo.
Fernández Díaz clama por un deseo “animal” e “irrefrenable” por “tomar el comando de este país”, deseo que ve ausente en la oposición. Sus dirigentes –opina- son sólo “aspirantes a Capriles grises”. Esto es así en Argentina, en Venezuela y en todo lugar. Los obsesiona Venezuela y los obsesiona la Argentina. A Pagni y a Fernández Díaz. A La Nación.
Y después de constatar que Cristina les quitó al Papa la emprende con un tema menudo: ¿qué es el peronismo? –se pregunta-. Y descubre la penicilina: el peronismo “es hacer política con los de abajo”.
Que Fernández Díaz desayune tarde no le quita verdad a lo que dice. A lo sumo lo emparienta un poco con Perogrullo. Pero la razón de La Nación se está expresando por la razón de Fernández Díaz en lo que hasta aquí llevamos dicho, y no hay un ápice de inexactitud en lo que dice el columnista.
Y si unas líneas más arriba fue Capriles, unas líneas más abajo es Chávez: les gana a todos –dice Fernández Díaz- con sólo “mejorarle mínimamente la calidad de vida” a la población. Chávez. Venezuela. Obsesión en plena inundación. Política. Poder. Ese es el tema, siempre, para La Nación. Y eso no está ni mal ni bien. Es así. Para Lenín era igual.
“No se puede ser una opción real de poder sin trabajar de manera sistemática en el barro”-dictamina, con inequívoca precisión, Fernández Díaz-. Imposible no estar de acuerdo. Se lo dice a la oposición. En realidad, más que decírselo, la vapulea, como hace Pagni. Parece que se hubieran puesto de acuerdo. Pero nada es casual, aunque lo parezca. Ambos integran “la sagrada familia” de genealogía mitrista. Y cuando se pertenece a una capilla como esa, todos los pensamientos son uno, aunque se piensen por separado. Estamos ante un actor ideológicamente homogéneo.
Y vapulea fiero, Fernández. “Macri es los ’90; el radicalismo es la Alianza; Binner es un santafecino y Carrió es la virgen testimonial”, dispara. Y que el votante piense así es culpa de la oposición que nunca vio un pobre de cerca. Faltó el tirón de orejas y mandarlos al rincón con el bonete de “burro”, como se humillaba a los niños de primaria en las viejas escuelas primarias.
Estamos en un manicomio financiero, este no es un país normal, el modelo tiene el tanque perforado y nos conduce dulcemente a la bancarrota. Y todo ello… por culpa de la oposición que no sabe construir una alternativa a los Atilas que nos gobiernan. Y la alternativa, claro está, es un país como… Brasil, Chile, Uruguay. Lugares comunes, es cierto. Pero política. Los ojos puestos en la política.
Y –dice el hombre de La Nación- lo más preocupante de la inercia opositora es que, a la espera de esa sedicente bancarrota, no se da cuenta de que “…el kirchnerismo ha sabido capear tempestades y levantarse de amargas derrotas que parecían terminales”. Y agrega una perla: “Eso es lo que más rescato de la fuerza gobernante: su pasión por prevalecer” (sic). La turbia pero imprescindible pasión por el poder sólo la tiene el kirchnerismo, ha comprobado Fernández Díaz.
En una nota anterior, en esta misma hoja digital (Política desde el dolor), perfilamos una incipiente debilidad ideológica del kirchnerismo: su aparente falta de vocación por construir para profundizar. Allí echamos de menos la ausencia de políticas de alianzas que apunten a unir todo aquello que, por dentro y por fuera del kirchnerismo es, objetivamente, componente potencial –por afinidad ideológica y política- de un eventual movimiento social y sindical de base. Agregábamos que, a nuestro juicio, Kirchner y el kirchnerismo –sabiéndolo o sin saberlo, eso no importa- no han sido un banal incidente de la historia. Por el contrario, abonaron el terreno para sembrar el retoño que, fortalecido, fructifique en un sólido tronco frentista de amplio espectro, a escala nacional y con lazos que lo unan a lo continental afín.
Como ha de ser evidente para el ojo u oído sazonado y añejo en estos temas, no nos estamos refiriendo, en primer lugar, a formas de lucha por el poder sino a metodologías de construcción para empezar a luchar. Se construye luchando pero es previo saber qué queremos construir y con quién y esto, en última instancia, lo sobredetermina la estructura material real de la formación social argentina.
El tema de fondo, entonces, no se articula en torno de la dicotomía parlamentarismo versus otras formas de lucha. El tema de fondo es saber que hoy, en la Argentina y por causas que exceden esta nota, la construcción no pasa por sentarse en una banca a proferir verdades para, luego, ganar la próxima elección. Pasa por meterse en el barro, como acaba de descubrir Fernández Díaz. Pero el caso es que si se meten solos y llamándose La Cámpora, a secas, la historia los dejará secos.
En el linaje peronista no sólo hay lucha heroica y abnegada. También hay vocación de unidad en esa lucha. Y esa unidad la pensaron, los padres y los abuelos de lo que hoy es La Cámpora, con vertientes que nada tenían de peronistas. A unos y otros los unía sólo –y nada menos- que la racional certeza y la común voluntad de ir más allá del capitalismo.
Si no se comprende esto se quedarán discutiendo con el diario La Nación y con el diario Clarín; y el tema de discusión será si el capitalismo en serio es con o sin monopolios y con o sin hegemonía de los bancos. Y esa dinámica, tarde o temprano, termina encorsetando y deteniendo todo crecimiento. Ese será el momento justo para que la derecha golpee y, una vez más, gane. Y el espíritu del “bipartidismo”, que por ahora planea sobre las tinieblas argentinas y que constituye el desvelo de Pagni y de Fernández Díaz, habrá encontrado, al fin, su para sí y su realización como desmesurado engaño institucional para que los pobres sigan siendo pobres y el buen Francisco pueda presidir una iglesia para ellos, para los pobres.

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