El episodio de Presidentes de Latinoamérica con el
mandatario venezolano fue de los más jugosos. “La pasión que pone en cada uno
de sus relatos obliga a meterse en el personaje, hace vivir su relato como si
fuera una novela”, dice su entrevistador, Daniel Filmus.
Durante 2009, envalentonado por los nuevos aires políticos y
culturales que refrescan América latina, el senador Daniel Filmus encaró la
ciclópea tarea de entrevistar a los presidentes de casi todos sus países.
Solventado por el Suterh y el Sadop –dos sindicatos comprometidos con tales
aires– y apoyado en un equipo de documentalistas que le puso imagen, paisaje e
imaginación a cada diálogo, lo concretó bajo el nombre de Presidentes de
Latinoamérica. La serie de entrevistas, que se estrenó hacia fines de aquel año
en Canal 7 y Canal Encuentro, fue sin fines de lucro y por nueve: Lula da
Silva, Michelle Bachelet, Cristina Fernández, Rafael Correa, Evo Morales,
Fernando Lugo, Alvaro Uribe, Daniel Ortega y, claro, Hugo Chávez. “Había estado
con Chávez varias veces, en actos y en reuniones, pero nunca en un diálogo a
solas. Sin lugar a dudas me fui con la impresión de que se trata de un líder de
aquellos cuya presencia resulta insustituible para cambiar la historia. Después
de entrevistarlo, uno se va con la seguridad de que sin él la historia de
Venezuela, y probablemente la de América latina, no sería la misma. Quizás es
uno de aquellos a los que Brecht definió como imprescindibles”, sostiene el
político y sociólogo, sobre la entrevista que Página/12 ofrece en formato DVD,
junto con la edición de mañana.
El encuentro de Filmus con Chávez fue el último de la serie.
En principio, se iba a realizar en la
Casa de Gobierno de Venezuela, pero repentinamente el
comandante bolivariano decidió trasladarlo a otro lugar. “Primero pensamos que
se trataba de una excusa para no hacer el reportaje, pero rápidamente nos
dijeron que Chávez quería hacer una entrevista distinta, relajada, que le
permitiera contar con detalle su historia”, evoca Filmus. El lugar escogido fue
el Cuartel de la Montaña,
donde hoy descansan sus restos y donde él mismo había encabezado el
levantamiento militar para deponer a Carlos Andrés Pérez, en 1992. Un sitio
rodeado de montes y sobrevolado por todo tipo de insectos, en el que Chávez
habló largo y tendido bajo un improvisado techo de chapa. Se explayó, cautivante
y a tono de confesión, sobre aspectos íntimos y públicos de su vida: su abuela,
el socialismo del siglo XXI, Marx y Cristo, Fidel y Bolívar, el golpe militar o
el momento en que estuvieron a punto de fusilarlo.
“Todo con una pasión arrolladora”, sentencia el senador y
sigue, refiriéndose al comandante siempre en tiempo presente: “Es imposible
sustraerse a la atracción que despierta la personalidad de Chávez, más allá de
que quien esté frente a él acuerde o no con su pensamiento. La pasión que pone
en cada uno de sus relatos o afirmaciones obliga a meterse en el personaje.
Chávez nos hace vivir su relato como si fuera una novela. Con pasión y con
ternura cuenta su infancia y la relación con su abuela, con emoción y suspenso
nos relata el momento en que estuvieron a punto de fusilarlo. Juro que si no
fuera porque estaba allí con nosotros, no hubiera sabido el desenlace de esa
noche en la que después del golpe de Estado intentaron asesinarlo: `Yo estaba
muerto... de repente entra una llamada de Fidel, Chávez tú no eres Allende, tú
no te vas a morir hoy... Los soldados estaban dispuestos a disparar, de repente
uno se da cuenta de que a quien van a matar es al comandante Chávez y dice: si
matan a Chávez nos matamos todos... Y allí resucité’, reproduce Filmus, sobre
uno de los momentos más intensos del mano a mano.
De las nueve entrevistas, la de Chávez fue la más larga:
duró siete horas. Empezó de día –con casi 40 grados de calor– y terminó de
noche. De esta situación deviene que, junto con la de Lula da Silva, haya sido
la única que tuvo que desdoblarse en dos capítulos de 50 minutos cada uno.
“Cuando pensamos que por fin dejábamos de transpirar por el calor que hacía, el
comandante miró hacia los cerros, y dijo: `Filmu (sic) está oscureciendo, se
esta haciendo de noche... pidamos un grupo electrógeno para poner luz y poder
continuar charlando, que esta conversación está muy interesante’”, se ríe el
senador, mientras repara en aspectos `eruditos’ de Chávez que también quedan
explícitos en el relato. “Me tomé el atrevimiento de intentar averiguar si era
sólo un `lector de solapas’, como acostumbramos a decir en la facultad, pero
no... siempre me encontré con las respuestas acertadas, que también indicaban
un alto grado de elaboración propia de los textos. ¿Cuándo leés tanto? ¿Cuándo
tenés tiempo?, le pregunté. ‘Leo mucho en los aviones, cuando todos duermen. Yo
casi no duermo, no descanso’... me contestó el comandante, con cierta
conciencia de que eso no era bueno para su salud.”
–Son muchas y notorias las coincidencias entre los
mandatarios latinoamericanos de hoy. ¿Qué fue ‘lo específico’ que encontró en
Chávez respecto de los demás entrevistados?
–A ver, sí, él tiene en común muchas cosas con otros de los
presidentes transformadores de la
América latina actual: infancia humilde, sueños infantiles
también humildes (como Lula que quería ser camionero, Chávez se imaginaba
pintor o beisbolista), años de militancia contra las injusticias, cárceles o
persecuciones, fracasos en los primeros intentos de llegar al poder y una
fuerte perseverancia y convicción en los ideales para superar los fracasos.
Pero Chávez tuvo el mérito de ser el primero que avizoró que en América latina
se terminaban el neoliberalismo y el consenso de Washington y comenzaba una
etapa nueva. Lo hizo solo, antes que Lula, Néstor, Correa o Evo. Y tiene
también el mérito de no conceder, de ser franco en lo que piensa, de llamar al
diablo por su nombre y de ser solidario con los países hermanos que necesitaron
del apoyo de Venezuela... sólo un hombre que amó y confió tanto en su pueblo
puede haberse ganado tanto amor y lealtad como el que mostraron las masas
humildes de Venezuela cuando le rindieron homenaje por su muerte.
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