Otro 24 de marzo, el documento de Bergoglio y el ataque
devaluacionista.
El nuevo aniversario del golpe del '76 permite reflexionar
sobre la evolución de ciertas palabras en estos 37 años.
"Desaparecido" fue un eufemismo criminal acuñado por el Estado
terrorista para evitar decir que tenían a alguien "torturado",
"vejado", "secuestrado", "picaneado",
"asesinado" o "arrojado vivo al mar". Dentro del contexto
de horror industrial luego conocido, esa palabra sencilla,
"desaparecido", que el diccionario manda a describir inocentemente
como ausencia o extravío, asumió una carga de significado que resume todas las
prácticas aberrantes contra semejantes cometidas en aquella Argentina genocida,
etapa que hasta no hace mucho era definida como "Proceso", en
abreviatura complaciente con el militar "Proceso de Reorganización
Nacional", que ahora podemos llamar, sin vueltas, "dictadura
cívico-militar-clerical" en un triunfo del lenguaje de la verdad, la vida
y la democracia por sobre la herencia retórica oscurantista de la represión
ilegal, que debería llenarnos de orgullo como sociedad. Decir las cosas como
realmente ocurrieron es una manera de sacarse el miedo inoculado por los
genocidas.
El decreto presidencial 1199/12, que dispuso "el
relevamiento y reparación material de los legajos de los empleados de la
Administración Pública Nacional desaparecidos y asesinados", es otro paso
en esta política reparadora de llamar a las cosas por su nombre. En adelante, allí
donde los registros oficiales hablaban de "baja",
"cesantía", "suspensión", "renuncia forzada" o
"despido", podrá leerse "desaparición forzada o asesinato como
consecuencia del accionar del terrorismo de Estado". Es una medida que
reconcilia a las palabras con la verdad de los hechos. Porque las palabras,
además de su sentido individual, tienen una dimensión social e histórica.
Pasaron casi cuatro décadas para que haya justicia con estas víctimas, y
también para que las palabras utilizadas en la operación de ocultamiento de su
tragedia ("cesantía", "suspensión", "despido",
"renuncia"), queden definitivamente liberadas. En este caso, de la
mentira.
EL DOCUMENTO.
EL DOCUMENTO.
La Iglesia Católica dice que Jesús es el Verbo. Sus dogmas están
sostenidos en dos libros fundamentales: la Biblia y el Nuevo Testamento. El
valor que los teólogos dan a las palabras como organizadoras del mundo es
divino. Cuando la Iglesia elabora un documento, habla una tradición de casi
2000 años que alimenta su fe, es decir, le encuentra sentido a una sumatoria de
creencias, con palabras ordinarias que describen sucesos extraordinarios. No es
casual, entonces, que Jorge Bergoglio, ahora Papa Francisco, haya llevado a su
encuentro con Cristina Kirchner, además de una virginal rosa blanca, el
"Documento de Aparecida", producido durante la "V Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe", llevada a cabo en
Brasil, en mayo de 2007. No fue un souvenir más. Se trata de un texto redactado
en su totalidad por Bergoglio, y avalado por todos los obispos de la región.
Es, podría aventurarse, la bitácora espiritual e ideológica de la Iglesia
continental, que ahora llegó a Roma de la mano de Francisco. Leerlo es
adentrarse en la cabeza del nuevo Pontífice, nada menos. Buena parte del
material transcurre por crípticos asuntos teológicos, pero hay pasajes que
sorprenden por su anclaje terrenal. Como en los fallos de la Corte Suprema, hay
párrafos para todos los gustos. Algunos que entusiasman, incluso, a la
izquierda católica, como la que se referencia con el teólogo brasileño Leonardo
Boff, padre de la Teología de la Liberación. Y otros que escandalizarían a los
que suponen que el nuevo papado es la punta de la restauración populista
conservadora, que amenaza la experiencia de los gobiernos progresistas que vive
América Latina.
Cristina destacó que durante el encuentro que mantuvo en el
Vaticano, Bergoglio le habló de "la Patria Grande". Algunos creerán
que fue una concesión, pero en realidad surge del documento, que promueve que
"la fe evangélica, como base de comunión, se proyecte en formas de
integración justa en los cuadros respectivos de una nacionalidad, de una gran
patria latinoamericana (…) La IV Conferencia de Santo Domingo volvía a proponer
'el permanente rejuvenecimiento del ideal de nuestros próceres sobre la Patria
Grande'. La V Conferencia de Aparecida expresa su firme voluntad de proseguir
ese compromiso. No hay, por cierto, otra región que cuente con tantos factores
de unidad como América Latina, pero se trata de una unidad desgarrada (…) Es nuestra
Patria Grande pero lo será realmente 'grande' cuando lo sea para todos, con
mayor justicia."
También la economía preocupó a los prelados: "Trabajar
para el bien común global es promover una justa regulación de la economía,
finanzas y comercio mundial." Hasta hay un párrafo kirchnerista: "Es
urgente proseguir en el desendeudamiento externo para favorecer las inversiones
en desarrollo y gasto social, prever regulaciones globales para prevenir y
controlar los movimientos especulativos de capitales, para la promoción de un
comercio justo y la disminución de las barreras proteccionistas de los
poderosos, para asegurar precios adecuados de las materias primas que producen
países empobrecidos." Sobre los tratados de libre comercio, como el ALCA,
la Iglesia dejó asentada su opinión: "Hay que examinar atentamente los
Tratados intergubernamentales y otras negociaciones respecto del libre
comercio. La Iglesia del país latinoamericano implicado, a la luz de un balance
de todos los factores que están en juego, tiene que encontrar los caminos más
eficaces para alertar a los responsables políticos y a la opinión pública
acerca de las eventuales consecuencias negativas que pueden afectar a los
sectores más desprotegidos y vulnerables de la población." Y continúa:
"Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más
pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión,
sino de algo nuevo: la exclusión social. (…) Las instituciones financieras y
las empresas transnacionales se fortalecen al punto de subordinar las economías
locales, sobre todo, debilitando a los Estados, que aparecen cada vez más
impotentes para llevar adelante proyectos de desarrollo al servicio de sus
pueblos (…) La globalización ha vuelto frecuente la celebración de Tratados de
Libre Comercio entre países con economías asimétricas, que no siempre
benefician a los países más pobres (…) Aunque se ha progresado muchísimo en el
control de la inflación y en la estabilidad macroeconómica de los países de la
región, muchos gobiernos se encuentran severamente limitados para el
financiamiento de sus presupuestos públicos por los elevados servicios de la
deuda externa (…) La actual concentración de la renta y riqueza se da
principalmente por los mecanismo del sistema financiero. La libertad concedida
a las inversiones financieras favorecen el capital especulativo (…) La
globalización comporta el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el
lucro en valor supremo."
Boff dijo que si algo quedaba del Concilio Vaticano II en la
catolicidad vigente, había que rastrearlo en este documento, escrito por
Francisco cuando todavía no era Papa: "Hoy queremos ratificar y potenciar
la opción del amor preferencial por los pobres hecha en las conferencias
anteriores (…) Asumiendo con nueva fuerza esta opción por los pobres, ponemos
de manifiesto que todo proceso evangelizador implica la promoción humana y la
auténtica liberación 'sin la cual no es posible un orden justo en la
sociedad'.".
Son palabras potentes las del documento. Que Francisco se lo
haya entregado a la presidenta como "agenda de diálogo futuro" parece
auspicioso. En lo referido a cuestiones económicas y sociales, hay mucho
material para la coincidencia. Por ejemplo, hay un reconocimiento expreso a las
políticas llevadas adelante por los gobiernos de la región: "Después de
una época de debilitamiento de los Estados por la aplicación de ajustes
estructurales de la economía, recomendados por organismos financieros
internacionales, se aprecia actualmente un esfuerzo de los Estados por definir
y aplicar políticas públicas en los campos de la salud, educación, seguridad
alimentaria, previsión social, acceso a la tierra y a la vivienda, promoción
eficaz de la economía para la creación de empleos y leyes que favorecen las organizaciones
solidarias." Y un párrafo merece ser destacado, porque la Iglesia oficial
habitualmente no se expresa de este modo: "Es positiva la globalización de
la justicia, en el campo de los derechos humanos y de los crímenes contra la
humanidad." Eso lo escribió Bergoglio en 2007. Genera esperanza, claro.
Pero no hablamos de Camilo Torres. Porque otro pasaje dice así:
"Constatamos un cierto proceso democrático que se demuestra en diversos
procesos electorales. Sin embargo, vemos con preocupación el acelerado avance
de diversas formas de regresión autoritaria por vía democrática que en ciertas
ocasiones derivan en regímenes de corte neopopulista. Esto indica que no basta
una democracia puramente formal, fundada en la limpieza de los procesos
electorales, sino que es necesaria una democracia participativa y basada en la
promoción y respeto de los derechos humanos. Una democracia sin valores, como
los mencionados, se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al
pueblo."
Palabras. Muchas palabras. Algunas preciosas. Otras, no
tanto. Qué ocultan o revelan. El velo sobre su verdadero significado se correrá
cuando hablen los hechos.
EL DÓLAR.
EL DÓLAR.
En los últimos 40 años, el dólar estuvo muy barato en dos
oportunidades: con Videla y Martínez de Hoz; y con Menem y Cavallo. La primera
época es conocida como la de la "plata dulce", y la segunda fue la
década del ’90. En una, 30 mil argentinos eran secuestrados y desaparecidos,
500 chicos eran apropiados, las garantías constitucionales estaban suspendidas
y los opositores eran arrojados al Río de la Plata desde los aviones. En la
otra, desaparecían la industria y los puestos de trabajo, la pobreza aumentaba
y la Argentina –según explicaba la Iglesia Católica en la mesa del Diálogo
Argentino–, quedaba al borde de la disolución. Por lo tanto, la accesibilidad a
la divisa estadounidense nunca fue síntoma de un país mejor, del mismo modo que
su retaceo tampoco es la medida de su fracaso.
Ahora que los diarios Clarín y La Nación funcionan como
arbolitos del dólar ilegal, se quiere convencer a la sociedad de que el dólar
vale entre 8, 9 y hasta 10 pesos. Se presenta alegremente una brecha entre el
oficial y el que cotiza en el mercado negro, de casi el 70%, como evidencia del
atraso cambiario que el gobierno estaría ignorando. El primer dato a tener en
cuenta frente a este ataque especulativo es que no hay productos que hayan
incrementado su precio en idéntico porcentaje. En cualquier supermercado puede
comprobarse. El valor del dólar blue, negro o celeste no se trasladó a los
precios de los productos que consume el 90% de los argentinos, lo que demuestra
que está superficialmente inflado. El grueso de las importaciones y
exportaciones se siguen haciendo con el dólar oficial. El segundo dato valioso
es que ese precio alocado que se pide por el billete de Washington mueve un
mercado marginal de, como mucho, 36 millones de dólares, frente a un dólar
oficial respaldado en 41 mil millones de la misma divisa estadounidense
atesorados en las reservas del Banco Central. Su insignificancia llega a la
tapa de los diarios hegemónicos por una única razón: generar las condiciones de
devaluación del tipo de cambio que licúe el salario real de los trabajadores
después de una década de recuperación sostenida en el aumento del empleo, la actividad
económica y el consumo. Devaluar es ajustar, y la Argentina patronal busca eso.
Puede decirse –como se dice con cierta autosuficiencia desde
el gobierno–, que el último embate cambiario es un intento débil por atacar las
cifras globales de las finanzas oficiales, que lucen robustas pese a todo. Sin
embargo, ignorar que impacta en el inconsciente colectivo de la sociedad,
generando incertidumbre, sería una necia manera de enfrentar lo que hoy no es
un problema grave, pero puede llegar a serlo si su efecto perdura en el tiempo.
Por eso mismo, Cristina Kirchner convocó a su equipo económico a Olivos, el
miércoles pasado.
Hoy se estudian dos alternativas para erradicar la
expectativa devaluatoria. Una habla el lenguaje del mercado y la otra abreva en
la misma filosofía económica que produjo el control de cambio. El primero grupo
propone endeudarse internacionalmente en miles de millones de dólares para
incrementar las reservas del Central, ir liberando el acceso a la divisa y
hacer frente a la demanda, que sería mayúscula en los primeros meses
post-control, para ir cediendo con el paso del tiempo.
El segundo grupo, reforzado en la idea de que el blue es un
artificio, insiste en secar la plaza, obligar a los sojeros a que liquiden el
poroto que guardan en silos bajo amenaza de recrear la Junta Nacional de
Granos, acelerar la reforma del mercado bursátil para crear instrumentos de
atesoramiento que emparden la inflación y actuar policialmente sobre los
especuladores, que no son más que ocho cambistas por todos conocidos. A tres de
ellos, al menos, quieren ver tras las rejas, como elemento disciplinante para
el conjunto.
Por ahora, Cristina no decidió cuál de las propuestas sería
la más viable. Quizá sorprenda en las próximas horas, como casi siempre,
saliendo del laberinto por arriba.
Publicado en:
No hay comentarios:
Publicar un comentario