El diario “La
Nación” de Buenos Aires es y ha sido siempre, como su propio
lema lo indica, “Tribuna de Doctrina”. Ha sido el vehículo por el cual
transitaron los deseos, sueños, proyectos, temores y preocupaciones de la elite
argentina, de la clase dominante. Por eso, lo que se afirma en sus páginas
siempre es interesante, ya que revela lo que piensan los poderosos de la República Argentina.
Hoy, en la nota “Un golpe decisivo a la razón populista” el
periodista Eduardo Fidanza hace algunas reflexiones, interesantes ya desde el
comienzo :
“Más allá de las demonizaciones miserables y de las apologías apresuradas, la designación de Jorge Bergoglio como papa tendrá consecuencias políticas decisivas para el país. Mi hipótesis es que, en sentido general, su figura fijará de manera determinante los parámetros para hacer política de aquí en adelante. Pero, en particular, y quizá lo más significativo, su visión chocará con la concepción del actual régimen acerca de quién es el pueblo y cuáles son los métodos lícitos y aceptables para defender sus intereses. Se actualizará un debate antiguo y crucial. Acaso entender la profundidad de esta discusión obligue a un rodeo inevitable.”
Luego pasa a analizar la lógica y las problemáticas de los
“movimientos socialistas, comunistas y populistas” (que evidentemente para él
son idénticos entre sí) y las resume en el “dilema de los contenidos y los
métodos”. Sostiene que todos éstos movimientos emprendieron una “lucha por el progreso
y la justicia” (sic) pero que la gran discrepancia radicaba en definir “quiénes
deberían formar parte del grupo a emancipar” y cuál sería el “método de
emancipación”.
A continuación el autor pasa a analizar ejemplos que lo
llevan de la CGT
a Marx, de Saint Simon al ERP, del Che Guevara a Montoneros (comparaciones
diversas, si las hay). Estas extrañas comparaciones nos permiten entrever la
lógica binaria del autor: todo lo que no comulga con su lógica conservadora es
un “otro” homogéneo igualmente desagradable.
Luego pasa a analizar el rol de la Iglesia Católica en este
debate. Sostiene que la intervención de esta institución tuvo “razones políticas” que fueron :
“ […] restablecer la paz social y recuperar la influencia sobre las masas subalternas, donde se encontraba buena parte de sus creyentes. La llamada Doctrina Social de la Iglesia fue la respuesta. Se trató, y se trata, de un ejercicio intelectual de equidistancia entre capitalismo y socialismo. Contiene una opción preferencial por los pobres, sin condenar a los ricos, y ofrece una indicación precisa sobre el método: no a la violencia, retórica o física, sí al diálogo y a la presencia del Estado para defender el interés general, limitando el abuso de los poderosos. Promueve el capitalismo social, rechaza el salvajismo.La clave es la justa distribución del ingreso, mediante una administración responsable y progresista. Que los ricos tributen más y que un Estado probo reparta con equidad. La base material es una economía próspera, el reaseguro, un Estado interventor, y el procedimiento, la negociación. Se trata de la esencia del reformismo, alternativa a la revolución.”
Fidanza pasa luego a analizar “los nuevos populismo” quienes
“se purgaron de la violencia clasista y del crimen político” pero con
resultados que según él son “discutibles” ya que :
“[…]reivindicaron un Estado interventor y mejoraron las condiciones sociales, pero generaron a la vez una retórica política que hace de la división la clave de bóveda y del resentimiento una divisa. En eso consiste la razón populista: democracias prepotentes y Estados clientelares, cuyo supuesto es que con votos y dinero se puede arrollar a los opositores, constituidos en enemigos.”
Para Fidanza “la
Iglesia franciscana le disputará capital simbólico al
kirchnerismo”, ya que :
“No discrepará de un Estado fuerte y la preferencia por los pobres, discrepará de la prepotencia, la descalificación por razones ideológicas y la enfermiza división entre ellos y nosotros. Pondrá el diálogo sobre la mesa y lo convertirá en obligatorio.”“Francisco anuncia un nuevo tiempo. Laclau tendrá que confrontar con Ignacio de Loyola. Y me parece que el santo lleva las de ganar.”
Este último es el cierre de la nota de Eduardo Fidanza, que
resulta muy interesante y deja muchos aspectos para analizar. Algunos aspectos
no son nuevos, y reaparecen siempre en la prédica de los neoliberales. Esa
simplicidad con la que se pone en pie de igual a fuerzas y personalidades
políticas claramente diferentes resulta indefendible. Tres conceptos que han
generado muchos debates internos acerca de su contenido y definición son
homologados como parte de un mismo fenómeno: “socialistas, comunistas y
populistas”, dice sin despeinarse ni intentar siquiera un amago de
justificación.
Luego ahonda en conceptos que no por trillados son menos
destacables : “descalificación”, “división”, “ellos y nosotros”,
“resentimiento”, supuesta falta de “diálogo”. Resulta curioso observar como
para algunas personas intentar reducir las diferencias sociales entre ricos y
pobres es estimular la división y faltar al consenso, pero no opinaban lo mismo
en la década del ’90, etapa en que se incrementó dramáticamente la brecha entre
ricos y pobres (¿eso no es división?) y se impulsaron políticas que generaban
este fenómeno al son del “es necesario, no se puede hacer otra cosa” contando
con el “apoyo” de procónsules imperiales enviados por el FMI y con la anuencia
de una Corte Suprema de Justicia famosa por su férreo maridaje con el Poder
Ejecutivo de entonces (¿eso es consenso?). Si por “resentimiento” entiende el
juzgamiento a responsables de delitos de lesa humanidad, la afirmación ni
merece una respuesta.
El uso que realiza la derecha liberal del término “consenso”
es muy curioso, porque evidentemente cuando se adoptan políticas que afectan
los intereses de sectores poderosos, no hay consenso posible ( si mayoría, lo
que en términos del periodista de La
Nación sería “arrollar a los opositores” con los votos). Ésta
imposibilidad de alcanzar el consenso en esas situaciones no la afirma
solamente Ernesto Laclau, sino que es mucho más vieja… Recordemos que
Jesucristo ponía como condición a sus
discípulos que dejaran sus riquezas antes de seguirlo. Y que llegó a afirmar
que era más fácil encontrar una aguja en un pajar que lograr que un rico
ingresara al reino de los cielos. Probablemente Fidanza, de haber vivido en
Judea por aquellos años, hubiera acusado a Jesús de ser un demagogo populista
que estimulaba la división y el resentimiento…
Sin embargo, el texto de Fidanza aporta algunas ideas
novedosas, y deja trascender otras aún más interesantes.
En primer lugar, reconoce que el objetivo de todos los
gobiernos latinoamericanos (“populistas” para él), es lograr “el progreso y la
justicia”; el autor sólo discrepa con el estilo y la metodología.
En segundo lugar, destaca que estos “nuevos populismos” como
los llama no recurren ni a la “violencia clasista” si al “crimen político”.
En tercer lugar, afirma que la Iglesia Católica sólo se ocupa
de los pobres cuando su control sobre éstos se ve amenazado por fuerzas
políticas a las que la Santa Sede
rechaza: socialistas, comunistas y populistas
–el objetivo de las políticas sociales de la Iglesia sería “recuperar
la influencia sobre las masas subalternas” (sic)-
Pero quizás lo más interesante sea lo que Fidanza no dice,
lo que deja entrever, lo que bosqueja. Porque para el periodista de La Nación la única manera de
contrarrestar a los gobiernos latinoamericanos es una fuerte política social
que compita con la de ellos, con un Estado fuerte e interventor. El (neo)liberalismo
deberá ser puesto entre paréntesis por un tiempo, hasta que amaine el temporal.
Y para esta tarea no confía ni en los políticos de derecha, ni en los
uniformados, ni el los empresarios, ni la corporación judicial. Esas líneas de
defensa han caído, o están a punto de hacerlo.
La última esperanza de la “tribuna de doctrina”, del diario
que es el cerebro y la voz de la clase dominante, de la derecha liberal
argentina, es el representante de Dios sobre la Tierra, ya que todas las
línea de defensa anteriores han sido desbordadas.
Difícil expresar de una manera más clara y contundente una
derrota. Que Dios los ayude…
Adrián Corbella, 16 de marzo de 2013
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