Durante casi dos siglos lo leímos en libros, lo vimos en películas, lo estudiamos en
escuelas o universidades, pero no nos parecía algo real, vivo, políticamente
válido, sino una idea casi arqueológica, una simpática curiosidad de tiempos
idos.
En esas décadas tuvimos una percepción brumosa, difusa,
acerca de la Gran Colombia
bolivariana, las gestas de Tupac Amaru, Sandino o Artigas, el ABC de Perón, el
fracaso del Congreso de Panamá, el proyecto de monarquía incaica de San Martín
y Belgrano o el espíritu latinoamericanista de los caudillos federales
argentinos. Pero nos parecía que esos eran tiempos muertos y acabados,
reemplazados definitivamente, nos gustara o no, por una América Latina
balcanizada y sometida al Imperio. El “Patio Trasero” parecía una realidad
inconmovible. La única “impureza” de esa América cipaya era la heroica isla de
Cuba, que nos parecía la excepción que confirmaba la regla, la protagonista de
una gesta admirable pero que difícilmente terminara bien.
Hugo Chávez cambio todo eso. Desde un país cuya historia,
para los argentinos, parecía haberse “congelado”, terminado, luego de la
desintegración de la Gran Colombia
bolivariana, Hugo Chávez Frías comenzó una prédica solitaria tendiente a
revivir conceptos arrumbados en las vitrinas de los museos: Patria Grande,
Socialismo, Revolución, Justicia Social, Unidad latinoamericana. Por eso en un
artículo reciente el periodista argentino Roberto Caballero ha llamado al líder
venezolano “El Resucitador”.
Chávez no sólo democratizó la sociedad venezolana e impulsó
un profundo cambio social, no sólo le devolvió a su país un lugar destacado en
el mapa del mundo que no tenía desde tiempos de Bolívar, sino que se transformó
en el eje y el símbolo de una América mestiza que busca reasumir su identidad y
anunciar al mundo el nacimiento de “una nueva y gloriosa nación”.
A sus hijos biológicos el Comandante de Barinas le ha sumado
otros, llamados ALBA, SUCRE, UNASUR, Banco del Sur, CELAC, varios de los cuales
fueron gestados en o gracias a la
Cumbre de las Américas de 2005, que fue seguramente la mayor
humillación diplomática de la historia de los Estados Unidos.
Por supuesto que en estas gestas no estuvo solo: logró el apoyo
de millones de venezolanos y de otros tantos compatriotas de otras comarcas de la Patria Grande. Fue el corazón y
el orador principal de un equipo de “estrellas” latinoamericanas que sumaron
sus talentos en pos de un mismo objetivo; evidentemente, los grandes logros
populares son siempre colectivos.
En nuestras sociedades hay líderes, como son o fueron Hugo
Chávez, Néstor Kirchner, Luis Inacio “Lula” Da Silva, Rafael Correa, Evo
Morales, Dilma Roussef, Cristina Fernández o Nicolás Maduro; pero cuando trabajan
en equipo y se transforman en abanderados de sus pueblos, los resultados son
más profundos y duraderos.
El Comandante Hugo Rafael Chávez Frías vivió apenas 58 años.
Esas seis décadas le alcanzaron para ganar 14 elecciones, impulsar la más
profunda transformación social de la historia de Venezuela, y sentar –pese a la
ruda oposición desde el Norte- las bases de la unidad latinoamericana. Eso le
basta y sobra para que su muerte sea simplemente un paso del mundo de los
hombres a la misteriosa tierra de los mitos y leyendas, cuyos habitantes son
inmortales.
Hugo Chávez Frías ya no camina entre nosotros; pero nos dejó
flameando bien en alto sus banderas, sostenidas y vigiladas por un pueblo que
aprendió de su ejemplo, dentro y fuera de Venezuela.
El Espíritu de la Patria
Grande nos sobrevuela, nos acompaña, nos impulsa, nos
inspira. Ese espíritu, que nos lleva “p’adelante”, tendrá siempre la cara y la
voz del Comandante.
Adrián Corbella, 8 de marzo de 2013.
Publicada también en:
http://www.eldiario24.com/nota/280651/chavez-y-el-espiritu-de-la-patria-grande.html
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