Psicoanalista.
Autor, director y actor teatral.
Te moriste Negro Cabrón, y Latinoamérica está de luto.
La derecha debe estar de fiesta. Tengo rabia de imaginar no
verte nunca más. Te voy a extrañar. No ver tu imagen revolucionaria. Tu
potencia revolucionaria irrenunciable de los principios fundamentales de la
igualdad. Tu lucha contra la indignidad de los indiferentes.
Hace muchos años tuve la oportunidad de ser invitado a dar
un curso de Psicodrama para un grupo de jóvenes profesionales. Todas las casas
de los médicos tenían un gran lujo y piscina. Clase media en ascenso. Cuando
terminamos de trabajar pregunté con ingenuidad por la ausencia de transporte
público. Veía coches último modelo por todas partes. A las siete vi una
multitud haciendo cola y pregunté “¿Esa gente cómo viaja, dónde viaja?”. Esa
gente, me respondieron, sólo viaja en esas camionetas pequeñas. Es la gente que
habita los morros, allá arriba. Eran pequeñas camionetas destartaladas que
llevaban 50 personas por viaje. “¡Pero en la cola hay miles!” Los cargan y
siempre llegan. Los dejan y después a pie suben hasta sus casas caminando. Son
gente fuerte.
Lo decían en un tono naturalista. La tremenda desigualdad ya
estaba interiorizada como un fenómeno obvio, cotidiano. Cuando el horror se
construye día a día, hasta los niños deformes se vuelven cotidianos. Pensé en
los “cabecitas negras” de Perón lavándose las patas en Plaza de Mayo. Allí se
inscribían como Hombres. Se les dio la dignidad de ser “humanos”. De las patas
de los cabecitas surgió el peronismo. Ese fue su primer movimiento de
liberación. De auténtica liberación.
Hugo: cuando la oposición quiso sacarte del poder los
negritos bajaron de los morros y te liberaron. Ya se habían vacunado contra la
indignidad. El contubernio demócrata conservador repartiéndose el poder durante
años. La subjetividad de la desigualdad se había quebrado. De la ignominia. De la
prepotencia del poder inventado. De los morros bajaron ellos y esa herencia no
se olvidará jamás. Frente al estupor de la oligarquía y de los liberales.
Ya no hace falta que no te mueras. Ya está el acto
consumado. Vivirás siempre como el Che y Evita. Devolviste la dignidad y eso no
se olvida nunca, ya estaba consumado el gesto. Tenés 3000 médicos cubanos
trabajando allí, curando enfermedades y haciendo labores pedagógicas.
Podés morirte tranquilo, son muchos los que te llorarán.
Saliste al mundo. Predicaste justicia social a los desamparados. Y eso no se
olvida nunca. Ni tampoco se olvida tu antiimperialismo constante.
Irrenunciable. Sin concederles “ni un poquito así”, como decía el otro inmortal
del “Che”.
Chau, Chávez. Me alegro de haber vivido en tu época. Haberte
conocido. Haberte admirado. Pero me detengo aquí porque tengo ganas de llorar y
cuando lloro no puedo escribir.
Chau, Negro. Hasta la victoria siempre.
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