La región deberá
demostrar de qué madera están hechos estos pueblos en su lucha por la
integración regional
Era el único que
podía derrotar a Hugo Chávez, y lo terminó doblegando. El hombre que enalteció
los mejores ideales de un pueblo y despertó los de una región entera no pudo
más. Como para demostrar que era humano, demasiado humano, sucumbió ante la
enfermedad. Se fue antes de tiempo, con la obra avanzada pero aún por concluir.
Como otros en la historia de este castigado continente.
Pero no se fue como
Bolívar, solo y desencantado por la vileza de algunos de sus contemporáneos –más
proclives a la traición que a la construcción– a los 47 años, en la Quinta de San Pedro
Alejandrino, en Santa Marta, de la actual Colombia. Sintiendo que había arado
en el mar.
Tampoco se fue como San Martín, que prefirió retirarse a Boulogne Sur Mer antes que inmiscuirse en una guerra fratricida fruto de miserias humanas no muy diferentes a las que acosaron al libertador venezolano. Ni como Artigas, que eligió terminar sus días en el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia antes que levantar sus armas contra hermanos rioplatenses.
Chávez murió luego de haber triunfado 13 veces sobre sus adversarios, a esta altura convertidos en enemigos repletos de odio. En elecciones impecables y por diferencias incontestables, como para desmentir a esos que lo tildaban de autoritario y antidemocrático y que pintaron una imagen de monstruo moderno capaz de las mayores iniquidades.
Poco importa ahora lo que digan aquellos que confiaban más en la acción de las células malignas que en propuestas convincentes para lograr el amor de las mayorías. Porque en realidad lo único que tienen para ofrecer es para pocos y de mala forma. Cosa que los pueblos, en su perspicacia, no ignoran. Ellos, los que ahora brindarán por su muerte, no serán llorados ni llenarán de tristeza las calles. Ni encontrarán una línea amable cuando se escriba la historia de estos días.
Chávez no aró en el mar. Y así como otros movimientos políticos de la región encontraron el líder que continuara con ese proceso de cambio, también Venezuela tiene un semillero de dirigentes preparados para continuar la obra iniciada con la Revolución Bolivariana.
Mientras tanto, la derecha y los poderes ligados al establishment apostarán a la división interna en el chavismo. Saben cómo hacerlo, también ellos son bicentenarios en su infamia. Conocen los poderes del mundo dónde apretar las clavijas para intentar socavar la fe de una sociedad en su destino común. De otro modo, el ideal de la Patria Grande se hubiese construido hace mucho y sin derramar sangre inútilmente.
Pero detrás del gobierno venezolano no sólo está un país sino un continente encolumnado en los países de CELAC, su creación póstuma. La Unasur, que creció de la mano de Néstor Kirchner ya había dado muestras de su eficacia cuando logró sentar al flamante presidente colombiano Juan Manuel Santos con Chávez para evitar una guerra promovida por la derecha más reaccionaria.
Esas instituciones ahora más que nunca deberán velar por mantener firmes las convicciones y solidificarse en las propuestas de soberanía popular. Pocas veces en estos 200 años hubo tanta certeza de que la integración es posible y de que para evitar un retroceso es necesario mantener la unidad.
Queda en el poder Nicolás Maduro, un ex dirigente sindical del transporte que ahora va a poder demostrar de qué madera está hecho. Un líder que, como decía Napoleón, tenía el bastón de mariscal en la mochila para hacerse cargo de la situación cuando fuera necesario.
Chávez lo ungió desde la escalerilla del avión que lo llevó a La Habana. Cuando ya pensaba que podría no volver a ocupar la presidencia y pidió que lo votaran en su remplazo. Ahora podrá demostrar por qué es el elegido.
El continente también deberá estar a la altura del desafío que planteó el presidente bolivariano cuando en 1999 llegó por primera vez al Palacio de Miraflores para romper con el pasado. La región también deberá demostrar de qué madera están hechos estos pueblos y no dar pasto a los caranchos que sobrevuelan desde hace tiempo con los más diversos ropajes.
Tampoco se fue como San Martín, que prefirió retirarse a Boulogne Sur Mer antes que inmiscuirse en una guerra fratricida fruto de miserias humanas no muy diferentes a las que acosaron al libertador venezolano. Ni como Artigas, que eligió terminar sus días en el Paraguay de Gaspar Rodríguez de Francia antes que levantar sus armas contra hermanos rioplatenses.
Chávez murió luego de haber triunfado 13 veces sobre sus adversarios, a esta altura convertidos en enemigos repletos de odio. En elecciones impecables y por diferencias incontestables, como para desmentir a esos que lo tildaban de autoritario y antidemocrático y que pintaron una imagen de monstruo moderno capaz de las mayores iniquidades.
Poco importa ahora lo que digan aquellos que confiaban más en la acción de las células malignas que en propuestas convincentes para lograr el amor de las mayorías. Porque en realidad lo único que tienen para ofrecer es para pocos y de mala forma. Cosa que los pueblos, en su perspicacia, no ignoran. Ellos, los que ahora brindarán por su muerte, no serán llorados ni llenarán de tristeza las calles. Ni encontrarán una línea amable cuando se escriba la historia de estos días.
Chávez no aró en el mar. Y así como otros movimientos políticos de la región encontraron el líder que continuara con ese proceso de cambio, también Venezuela tiene un semillero de dirigentes preparados para continuar la obra iniciada con la Revolución Bolivariana.
Mientras tanto, la derecha y los poderes ligados al establishment apostarán a la división interna en el chavismo. Saben cómo hacerlo, también ellos son bicentenarios en su infamia. Conocen los poderes del mundo dónde apretar las clavijas para intentar socavar la fe de una sociedad en su destino común. De otro modo, el ideal de la Patria Grande se hubiese construido hace mucho y sin derramar sangre inútilmente.
Pero detrás del gobierno venezolano no sólo está un país sino un continente encolumnado en los países de CELAC, su creación póstuma. La Unasur, que creció de la mano de Néstor Kirchner ya había dado muestras de su eficacia cuando logró sentar al flamante presidente colombiano Juan Manuel Santos con Chávez para evitar una guerra promovida por la derecha más reaccionaria.
Esas instituciones ahora más que nunca deberán velar por mantener firmes las convicciones y solidificarse en las propuestas de soberanía popular. Pocas veces en estos 200 años hubo tanta certeza de que la integración es posible y de que para evitar un retroceso es necesario mantener la unidad.
Queda en el poder Nicolás Maduro, un ex dirigente sindical del transporte que ahora va a poder demostrar de qué madera está hecho. Un líder que, como decía Napoleón, tenía el bastón de mariscal en la mochila para hacerse cargo de la situación cuando fuera necesario.
Chávez lo ungió desde la escalerilla del avión que lo llevó a La Habana. Cuando ya pensaba que podría no volver a ocupar la presidencia y pidió que lo votaran en su remplazo. Ahora podrá demostrar por qué es el elegido.
El continente también deberá estar a la altura del desafío que planteó el presidente bolivariano cuando en 1999 llegó por primera vez al Palacio de Miraflores para romper con el pasado. La región también deberá demostrar de qué madera están hechos estos pueblos y no dar pasto a los caranchos que sobrevuelan desde hace tiempo con los más diversos ropajes.
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