No se trata tan sólo
de la responsabilidad pasada de la Iglesia Católica, se trata de su responsabilidad
institucional actual.
Alejandro Horowicz
“El Estado no tiene
el deber de eliminar el miedo sino de hacerlo seguro.”
Roberto Esposito, Communitas.
Roberto Esposito, Communitas.
La polémica como
género discursivo supone la buena fe. Ambas partes confían en sus argumentos, y
por tanto presumen que la verdad, en proporción decisiva, milita en su campo.
Desde esa perspectiva intentan que la otra termine por admitir su inadecuada
versión, para que dicha verdad termine por brillar en un cielo sereno y común.
De modo que el objetivo de la polémica es restablecer el cielo común, dejando atrás
los errores iniciales. Esto sucede en rara oportunidad, incluso entre
contendientes del mismo signo, y esta extraña criatura litigante hace décadas
que abandonó el escenario político argentino. Podríamos decir que se trata de
un animal fantástico, y que llevando la liberalada hasta su extremo límite,
sólo el intercambio entre Vicente Fidel López y Bartolomé Mitre sobre el origen
de la historia nacional, en los finales del siglo XIX, cumple tan exigente
protocolo y que nunca más nadie, a lo largo de tres volúmenes, sostuvo este
ideal pedagógico.
No comparto
aproximación tan pesimista. Eso si, reconozco el carácter excepcional de tan
alta calidad de debate, y esta excepcionalidad me permite otra inferencia: la
calidad remite tanto a sus sostenedores como a la naturaleza del diferendo.
Casi nadie ignora que cuando "la verdad" enfrenta el interés de los
poderosos de la tierra difícilmente pase de "opinión", en la mejor
relación de fuerzas en pugna, y termine siendo una "argumentación
tendenciosa" en todas las demás.
Ese es un extremo,
pero existe otro.
Dicho in media res:
imposible debatir con Jorge Rafael Videla, la verdad no lo obliga a nada, sólo
se trata de "justificar" lo que de antemano está más que justificado,
exterminar a la "subversión". Entonces, todo aquel que no comparte
esa presuposición es un "subversivo" y con los subversivos no hay que
discutir nada sino exterminarlos. Pues bien, responden desde la otra tronera,
usted acaba de reconocer que los exterminaron. De ningún modo, replica Videla,
se trataba de una guerra sucia y las órdenes impartidas, un gobierno legal las
impartió, imponían a las FF AA "aniquilar" al enemigo (ad
nihilum, reducirlo a nada). Curioso argumento, el gobierno debía ser obedecido
sin rechistar (lo que no es cierto, ninguna institución armada está obligada a
cumplir órdenes ilegales) y al mismo tiempo el cumplimiento de las
"órdenes" no obligaba a la conservación del gobierno que las imparte.
Las órdenes de María Estela Martínez de Perón sí, el gobierno "del festín
de los corruptos" no. Videla, apurado, llega a admitir que el golpe del
'76 resultó un "error", pero no registra que en ese punto todo el
edificio argumentativo se derrumbó. Y como si nada hubiera sucedido, repone el
cassette en su punto inicial, y cree que prosigue la
"polémica".
La mala fe es
manifiesta, sólo se trata de reacomodamientos discursivos. Aislado, sin
capacidad de incidencia política, inepto para aterrar, ahora encabeza el club
de los impresentables, y sólo puede exhibir su foto recibiendo la hostia.
Exhibe que forma parte del populus de la Iglesia, que no ha sido expulsado, que sus
"pecados" no alcanzan para la excomunión. Ser el responsable de la
ejecución de una política terrorista sistemática, que incluye el asesinato
aleve de obispos y sacerdotes, de monjas y miles y miles de militantes
católicos, puede ser perdonado. Pero tanta misericordia no alcanzó en 1955, y
el entonces presidente Perón fue excomulgado. ¿El motivo? El ataque de sus
activistas a las Iglesias en junio, tras la marcha antigubernamental de Corpus
Christi y el bombardeo de Plaza de Mayo con cientos de víctimas civiles.
Una Iglesia que hizo
posible el derrocamiento de un gobierno legal, y mayoritario, que ocultó en
terreno santo, eso es un cementerio, el cadáver violentado de Eva Perón durante
17 años, que organizó miles de comandos civiles armados, que no vaciló en
utilizar contra ese gobierno todos los instrumentos que le provee la teología
paulina, y que ni siquiera hoy lo admite autocríticamente, sigue siendo una fuente
de "verdad evangélica" para nuestros jóvenes. Una Iglesia que mantuvo
y mantiene 250 capellanes militares, capellanes que justificaron, con el
argumento de muerte cristiana, arrojar hombres y mujeres vivos al río,
capellanes que todavía hoy siguen siendo cómplices activos de la dictadura
burguesa terrorista al ocultar la información sistemática que poseen sobre los
operativos de los grupos de tareas, que saben de hijos apropiados y de
identidades sustituidas, que siguen dañando la subjetividad de una sociedad
suficientemente dañada, que facilitó terrenos y edificios para el
funcionamiento de campos de concentración, sostiene por boca de su jefe de
prensa en Roma que las acusaciones contra Jorge Bergoglio son obra de
izquierdistas anticlericales.
La discusión sobre
la responsabilidad de la
Iglesia Católica en la ejecución del programa terrorista del
'76 supone la peor versión de la mala fe: el cinismo desenfrenado. El jesuítico
argumento de si entonces se debía presionar a media voz queda desenmascarado al
proteger hoy al curita Von Wernich, y a tantos más que ni siquiera sabemos. No
se trata tan sólo de la responsabilidad personal de Bergoglio, se trata de la
responsabilidad institucional de la
Iglesia argentina de la que formó parte hasta ayer. No se
trata tan sólo de la responsabilidad pasada de la Iglesia Católica,
se trata de su responsabilidad institucional actual. Este no es tan sólo un
asunto histórico, o en todo caso su carácter histórico no hace más que
incrementar su significación, capacidad de infligir daño a futuro, de una
institución que "educa" con dineros públicos a miles de menores.
Puede el Estado mirar impertérrito los "disvalores" de una Iglesia
que proclama el "amor universal" y practica la "vendetta cerril"
a perpetuidad.
Nadie que no decida
ignorarlo lo ignora. La data es de dominio público, Iglesia y dictadura de
Emilio Mignone, fundador del CELS, puede ser leído en la biblioteca pública,
adquirido en la librería o consultado en Internet. La banalización de la
política no debería llegar a tanto. Es obvio que no se trata tan sólo de los
testimonios de dos integrantes de la Compañía de Jesús. Si esa fuera toda la
responsabilidad de la Iglesia
argentina frente a la dictadura terrorista estaríamos en presencia de santos
varones, y yo sería el primero en callarme por evidente falta del sentido de
las proporciones históricas. No se trata de una agachada, sino de una política
sistemática, no se trata de una falta de coherencia apostólica, sino de una
praxis enhebrada volitivamente en esa dirección.
Para la política
nacional este no es un problemita menor, un asuntillo sobre la "ética de
los principios", sino de un giro decisivo en la organización del relato
colectivo sobre la política del terror sin límite, un cambio de balance sobre
la única polémica sustantiva posterior a 2001: la verdad sobre los responsables
de una política antiobrera y terrorista, antipopular mediante el uso del estado
de excepción, y antinacional, frenéticamente antinacional, la verdad
sobre un bloque histórico que operó sin fisuras entre 1976 y 2001 mediante el
terror explícito. En esa polémica Videla y sus aliados estratégicos fueron
vencidos discursivamente, y tuvieron que someterse a la ley, y por tanto era
posible que el poder se rehiciera fácticamente, y el terror perdiera la
vaporosa aptitud de envolverlo todo, se volvía relativamente
"seguro", ya que la ley sería su límite. Ahora bien, si a caballo del
triunfalismo futbolero, del Papa argentino y peronista, ese balance queda en
entredicho, si la compacta mayoría decidiera repentinamente desandar lo andado,
la posibilidad de clausurar el 2001, de dejarlo definitivamente atrás, se
pierde; y queda reabierto el intento de perpetuar la democracia de la derrota.
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