Tomar la pluma para referirnos a Hugo Chávez, a la Revolución Bolivariana
que él alumbró en Venezuela pero que insinuaba extender su ejemplo al conjunto
de nuestro continente latinoamericano, nos enfrenta a la evidente necesidad de
la memoria y a la amarga imposibilidad de olvidar el horror.
Es el ejercicio de la memoria el que nos lleva a aquellos
días de pueblada desesperada y violenta, de violencia ejercida desde abajo,
desde el subsuelo de la humillación secular y del sufrimiento sin bálsamo a la
mano. Irrumpen con estrépito en la historia venezolana los días del Caracazo,
insurrección obrera y popular que dio al traste con las medidas de ajuste, de
más privaciones, de más hambre, de más carencias, de más dolor para los pobres,
que pretendía implementar, en aquel 1989, el presidente burgués Carlos Andrés
Pérez.
La circunstancia histórica se estaba pariendo a sí misma. Y,
al hacerlo, echaba las bases de la Revolución Bolivariana.
Porque mirando al futuro y auscultando posibles derroteros que se bifurcan ante
la revolución latinoamericana, aparece la tentación de depositar todo el peso
de las tareas históricas en los líderes. Y los líderes no hacen la historia; es
ésta la que los modela y los empuja, muy luego, a la arena donde la lid se
libra contra los enemigos de clase.
La deificación del líder es, en todo caso, una artimaña
inteligente a que echan mano los pueblos cuando de enfrentar a enemigos
poderosos y sin códigos se trata. Pero hay diferencias entre el Dios cristiano
y la Historia. Aquél
es una persona con la cual los pueblos entran imaginariamente en una relación
de amor, en tanto la divinidad de la Historia no se compadece del hombre, ni perdona
sus errores. La Historia
no está para amar a la humanidad. Su función es otra. Es castigar. Pero también
–y esto es lo que importa destacar ahora- la Historia genera las
circunstancias bajo las cuales los hombres podrán sacar de dentro de sí todo el
caudal de valores, de cualidades, de códigos y de virtudes que los erigirán en
constructores de proyectos que chocarán con la Historia y la enderezarán
todo lo posible hacia rumbos deseados por los pueblos. Es la dialéctica
Historia-individuo.
Hugo Chávez, el revolucionario que talla ya a la altura de
los libertadores del continente, comenzó a ser parido por la Historia ya desde aquel
Caracazo. Y su sensibilidad, por demasiado humana, no pudo dejar de advertirle,
que “vivimos en un país de desigualdades obscenas y de desposeídos en el límite
de la pesadilla”. Eso lo dijo tres años más tarde, en 1992, cuando los
paracaidistas de la boina roja se sublevaron y fueron provisoriamente
derrotados por las fuerzas del statu quo. “No hemos alcanzado los objetivos…
por ahora…”, dijo el jefe en aquel día amargo. Había nacido la Revolución Bolivariana.
Si bien se mira, la simplificación tiene, a veces, valor
didáctico. Chávez se ganó el amor del pueblo y el odio de los enemigos del
pueblo. Pero no de cualquier enemigo. Se trata de los enemigos que quieren
poner de rodillas, frente a ellos, a toda la humanidad. La dimensión de nuestro
Comandante caído puede aquilatarse por ese hecho: era un obstáculo para planes
geoestratégicos que involucraban a todo el planeta. América Latina, con la
referencia ideológica de Cuba y el motor a toda marcha del segundo productor
mundial de crudo, constituía un proyecto que, de consolidarse, significaría
(significa) una catástrofe para los anglosajones del Norte y para las
burguesías y coronas reales de Europa, que esos son los enemigos de nuestra
Humanidad.
Un líder supera la media cuando mira más lejos que sus
pares. Y en América Latina hay varios líderes que miran lejos. En ello reside
el peligro para el imperialismo. Cuando en la reciente Cumbre de Santiago de
Chile el hijo de Bolívar que acaba de partir advirtió que “…si no hay
revolución energética tampoco habrá futuro”, estaba señalando un norte, una
meta, un objetivo tan indeclinable para nuestros pueblos como inaceptable para
los Estados Unidos. Este país ya no puede vivir sin robar los recursos
naturales de otros y las políticas soberanistas que llevan adelante Venezuela,
Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil habían devenido sustentables en el tiempo
debido a que, en el intercambio regional, Venezuela garantizaba el vital
recurso energético sin el cual no podemos aspirar a vencer al imperio en esta
lucha desigual que ya está entablada y que no tiene retorno.
Porque podrán haber restauraciones neoliberales parciales en
el continente de cara al futuro. Pero lo andado hasta hoy por los pueblos a los
que Chávez les habló una y otra vez, eso ya constituye un activo ideológico en
la conciencia de las masas; y desconocer los logros para regresar a modelos
económico-sociales que ya causaron mucho dolor no sólo no será posible sino que
funcionará como fuente de reacciones ofensivo-defensivas por parte de pueblos
que, cada vez más, saben qué es justicia y qué es mentira disfrazada y cómo y
con qué armas hay que luchar contra el imperio y los candidatos que aquí
gestionan sus intereses.
Chávez soñaba con un futuro que para él no era futuro sino
escenario cotidiano que su visión de estadista le permitía ver con claridad. Si
así no fuera, no habría planteado que integración era sinónimo de eje
Caracas-Buenos Aires; no habría explicado, una y otra vez, que un Banco del Sur
es indispensable para avanzar en el proceso integrativo; no habría propuesto,
reiteradamente, crear un centro de resolución de controversias relativas a
inversiones de carácter regional, ya que el CIADI en un ámbito para perder, no
para ganar, y nuestros Estados nacionales no tienen por qué ir a perder frente
a las multinacionales; y tampoco habría propuesto explorar las posibilidades
financieras que permitieran concretar el Gasoducto del Sur, desde Caracas hasta
Tierra del Fuego, utopía propia de visionarios que es utopía hasta que se
concreta.
Unidos seremos inconquistables… Seamos libres y lo demás no
importa nada. Y a los argentinos nos suena familiar el aserto. Claro, lo dijo
San Martín una vez. Pero también lo repetía Chávez cada vez que cuadraba.
Chávez cayó en combate y con las armas en la mano. Los
pueblos desamparados del mundo lo viven como una muerte violenta. Y tal vez
haya sido asesinado. No hay por qué descartar a priori las aserciones del
compañero de luchas del comandante Chávez, el vicepresidente Nicolás Maduro. El
tiempo dirá lo que tenga que decir o lo que pueda decir.
¿Ha sido arrojada al destierro el alma de Hugo Chávez,
envuelta en llamas, rumbo a parajes celestiales, como él siempre supo que
alguna vez ocurriría...? ¿Está él, ahora, sentado a la diestra de Dios,
descansando de tanto trajín, apenado por tanta obra inconclusa, se halla en cada
casa, en cada rancho, en cada piedra, en cada árbol, en los caminos de su amada
Venezuela, en los rincones de Barinas, niño nuevamente, jugando a las
adivinanzas, diciendo voy a ser cuando sea grande, nadando en las turbulentas
aguas del Orinoco, padre Orinoco...? ¿Es ejemplo ya ingresado al templo de los
magnánimos, Bolívar y Martí, seamos libres y lo demás no importa nada...? ¿Será
eso? ¿Será así? Inspirará, de nuevo, revoluciones sin explotadores ni
explotados, con sólo paz, pan y trigo, como dijo en Santiago de Chile? ¿Han
tomado nota los que quedan que sin revolución energética no habrá futuro para
nadie y sin integración tampoco y sin socialismo nada será irreversible y que
el capitalismo es el gran enemigo del género humano? Eso decía el comandante de
paracaidistas Hugo Chávez Frías, Presidente Chávez, votado masivamente por su
pueblo y venía arrinconando a la burguesía poco a poco... ¿Cuántos Chávez
esperan su turno en cada niño venezolano...?
Juan Chaneton
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