El presidente encarnó la esperanza para millones de
venezolanos abandonados a su suerte. Los negros y mulatos le convirtieron en
uno de los dirigentes que más victorias ha logrado en las urnas
Por Román Orozco
8 MAR 2013
Me impactó la frase “los monos han bajado de los cerros” que
rodean Caracas, cuando aterricé en la capital venezolana a finales de febrero
de 1989.
Eran los días del llamado caracazo. Miles de
venezolanos de los barrios más deprimidos decidieron “bajar” de las colinas
donde vivían hacinados en chabolas y asaltar los supermercados en busca de
comida.
El entonces presidente Carlos Andrés Pérez ordenó intervenir
al Ejército. Oficialmente, la rebelión se saldó con 276 muertos. Parece que
hubo muchos más.
Tres años más tarde, un 4 de febrero, un desconocido
teniente coronel protagonizó un fallido golpe de Estado. Su nombre, Hugo Chávez
Frías. “Los monos”, negros y mulatos muertos de hambre de las colinas
caraqueñas, no olvidarían su nombre. Seis años más tarde, le darían un respaldo
abrumador (56,44%) en las elecciones presidenciales. Nacía así el mito Chávez.
Nacido él también en una familia humilde, Chávez encarnaría
la esperanza para millones de venezolanos que estaban abandonos a su suerte. Maldita
suerte: la miseria, la exclusión, la ignorancia, la enfermedad y la muerte
prematura.
Durante el caracazo, visité algunos de aquellos
barrios inhabitables, que la policía ni pisaba. El taxista te abandonaba en los
aledaños. Algún cura rebelde te servía de guía. Aquellos barrios eran fábricas
de jóvenes delincuentes. Escribí un reportaje sobre el asesinato de
adolescentes a los que navajeaban para robarles unas Nike.
Veinte años después, la violencia sigue en Caracas, sí. Una
ciudad peligrosa, sí. Como Acapulco, o como Ciudad Juárez. Como tantas otras de
tantos países con grandes bolsas de pobreza.
Pero 20 años después, muchas cosas han cambiado en
Venezuela. Algunas buenas. Esos “monos”, como llamaban despectivamente a negros
y mulatos aquellos que habían tenido “la suerte” de nacer blancos y ricos,
convirtieron a Chávez en uno de los dirigentes que más victorias ha logrado en
las urnas durante las últimas décadas.
En 14 años, Chávez ganó cuatro elecciones presidenciales,
otras tantas parlamentarias, tres estatales y cinco referendos. Siempre con
holgadas mayorías absolutas, certificadas por organismos internacionales. Solo
perdió un referéndum, por un punto, en 2007. Dos columnistas han escrito estos
días en estas páginas que esas victorias se dan cuando “hay más pobres que
ricos en el padrón electoral” (J. J. Aznárez). Torreblanca, por su parte,
parece lamentar que, “siempre que los pobres sean más numerosos que los ricos”,
los líderes de la izquierda “podrán ser llevados al poder”.
Es la “ventaja estratégica” que les concede la “denostada
democracia liberal”, dice el por otra parte admirado Torreblanca.
En efecto, los pobres auparon y mantuvieron en el poder a
Chávez. Y este les compensó con escuelas y hospitales, a los que nunca antes
habían tenido acceso.
Sin abrumar con los datos, entre 1998 (año de la primera
victoria de Chávez) y 2011, el porcentaje de venezolanos en situación de
pobreza pasó del 43% al 26%; quienes estaban en pobreza extrema, pasaron del
17% al 7%. El consumo de alimentos creció un 27%. El número de personas con
derecho a una pensión aumentó en un 484% y la inversión en salud pública pasó
del 1,5% del PIB al 2,21%. Según la
CEPAL, en la última década Chávez destinó 400.000 millones de
dólares a gasto social.
Chávez contó con la ayuda inestimable del Gobierno cubano,
que le envió 40.000 voluntarios, entre maestros y personal sanitario. A cambio,
Cuba recibió petróleo. Economía de trueque entre países hermanos
ideológicamente.
Esas amistades peligrosas le granjearon a Chávez grandes
enemigos. Empresarios, medios de comunicación privados, la jerarquía católica.
Intentaron derrocarle en 2002, pero su golpe de mano fracasó.
Cierto es que el mesianismo que presidía algunas de las
actuaciones del fallecido Chávez le hizo cometer excesos y errores, en los que
no me extiendo porque ya han sido suficientemente explicitados. Sí deseo
recordar que hoy millones de “monos” le lloran, porque ayer Chávez se ocupó de
ellos. Como decía en estas páginas María del Cruz Godoy, de 60 años, “a mí,
Chávez me hizo persona”. Le enseñó, como a otros cientos de miles de
venezolanos, a leer y a escribir. Y le dio de comer.
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