Arriba: Una escena editada de la clásica película "La Misión" donde se muestran con toda claridad las contradicciones de la Orden Jesuítica.
América XXI
Tiene mucho de simbólico y poco de casualidad la
coincidencia entre la muerte de Hugo Chávez y la renuncia de Joseph Ratzinger
al trono vaticano, para ser reemplazado por un jesuita argentino, de reconocida
militancia en la organización peronista de ultraderecha Guardia de Hierro,
quien adoptó el nombre de Francisco. Es extraño y por demás elocuente que un
jesuita adopte su nombre papal en homenaje a Francisco de Asís, fundador de
otra congregación. No hace falta ser experto religioso para medir la magnitud
de esa decisión. La
Orden Franciscana hace voto de pobreza, virtud hace tiempo
olvidada por las cúpulas jesuitas. Francisco explicó la decisión en su alegada
adhesión a “una iglesia pobre, para los pobres”.
Pobreza y obligada austeridad son realidades olvidadas que,
como rayo, caen otra vez sobre los pueblos de Europa. En América Latina
predominan como siempre, pero tras una fugaz esperanza de superación, amenazan
agravamiento para millones. Un papa elitista y amante de la pompa, encerrado en
delirios místicos con ropajes teóricos, como Ratzinger, no podía seguir en el
trono. Las calamidades propias de la internacional vaticana y sus secciones
nacionales (despilfarro, desfalcos, déficits siderales, todo en el marco de una
cascada imparable de revelaciones acerca de pedofilia y otras perversiones,
mientras el celibato no resiste más como exigencia canónica), cuentan sin duda
en la necesidad de cambiar rostros, hábitos y conductas públicas de la alta
jerarquía. No obstante, priva en esa exigencia la fuerza que por debajo corroe
y voltea día a día las columnas del sistema global, entre las cuales sobresale
la iglesia católica romana: la crisis del sistema capitalista y su contracara:
el avance de la revolución.
Razones más que suficientes para reemplazar al papa. Como al
parecer Dios no tomó cuenta de la urgencia, los cardenales y alguien más fueron
en su ayuda. No es la primera vez, pero los tiempos han cambiado. En octubre de
1978, un mes después de haber sido designado papa, Juan Pablo I apareció muerto
en su cuarto. Fundadas investigaciones -jamás desmentidas con pruebas-
denunciaron el hecho como asesinato. Beneficiario individual de aquella
operación, Karol Wojtyla (Juan Pablo II), polaco y asociado con el Opus Dei. El
cerebro: Ratzinger; teólogo alemán empeñado en retrogradar el andamiaje teórico
del catolicismo romano a la etapa previa a la Revolución Francesa
(1). Hubo además una mano ejecutora.
Ahora, después de 25 años y dos curvas vertiginosas en la
historia universal, el recambio oportuno se produjo por renuncia de Benedicto
XVI, hecho sin precedentes en más de mil años, es decir, desde la temprana Edad
Media.
En el conjunto de factores conjugados para el recambio de
Juan Pablo I y la renuncia de Benedicto XVI la fuerza determinante fue el
Departamento de Estado estadounidense. No es ésta una afirmación ligera,
llevada por una coyuntura política local o un impulso circunstancial. En agosto
de 1989 publiqué un pequeño libro titulado “CIA-Vaticano: Asociación Ilícita”
(2), en el que ofrezco información probatoria de esa sociedad contra natura.
Jamás he pretendido ser un experto en cuestiones eclesiales,
mucho menos religiosas. Desde mi interés por la economía y la política
internacionales observo los movimientos del Estado Vaticano, del papa y las
altas jerarquías eclesiales, con la misma actitud –y con inalterable
consideración y respeto por los católicos sinceros- que aplico al seguimiento
de los pasos de cualquier otro Estado o gobierno del mundo.
Si 35 años atrás me aboqué a ese tema fue porque en aquel
momento, en medio de la contraofensiva global estratégica lanzada por el imperialismo
para afrontar la crisis estructural del capitalismo, el Vaticano constituía una
herramienta decisiva en dos puntos fundamentales del planeta: Europa del Este y
América Latina. Más específicamente, Polonia en Europa, Nicaragua y Brasil en
América. Es sabido el desenvolvimiento de los hechos desde entonces: derrumbe
de la Unión Soviética,
ahogo a sangre y fuego de la Revolución Sandinista, posterior recuperación de
aquella gesta centroamericana al calor del nuevo auge de los pueblos en América
Latina, encabezado por la Revolución Bolivariana de Venezuela. Detrás de
ese telón, victoria cultural del ultraliberalismo, auge económico ficticio,
seguidas de desagregación moral sin límites y reaparición volcánica de la
crisis estructural del capitalismo.
Si ahora retorno al tema es porque, tras la arrolladora
victoria de aquella ofensiva global estratégica y el breve período de aparente
estabilidad y re-afianzamiento del capitalismo mundial, la crisis del sistema
reapareció, con fuerza jamás vista, en los propios centros metropolitanos. Esa
reaparición inesperada tanto en los centros dirigentes del poder mundial como
en el conjunto de las izquierdas, con las excepciones que ya se verán, dio
lugar al desplazamiento del epicentro de la revolución mundial hacia América
Latina, lo cual conjuntamente con otros factores de la economía y la política
internacionales debilitó como nunca antes al imperialismo estadounidense como
centro inapelable del poder mundial. Y en ese cuadro, acompañado por una
coyuntura de espasmódica crisis y debilitamiento de la iglesia vaticana, se
produjo la renuncia de Joseph Ratzinger y la entronización de un obispo
argentino y jesuita.
Individuo e institución
Es preciso despejar un punto que hoy desvía la mirada:
antecedentes y rasgos individuales de Jorge Bergoglio, papa desde el 13 de
marzo.
Después de la fumata blanca, desde Argentina aparecieron
denuncias sobre la participación activa de Bergoglio en la represión de la
dictadura entre 1976 y 1982. Se lo acusó de ser responsable del secuestro de
dos sacerdotes de su orden e incluso de haber estado en los lugares secretos de
detención. También sin demora estas denuncias fueron negadas por personas
reconocidas por su compromiso en la defensa de los derechos civiles durante la
dictadura, como Adolfo Pérez Esquivel, quien en aquel período recibió el premio
Nobel de la Paz. Por
cierto ese premio no garantiza nada (notorios criminales lo ostentan), pero sí
la conducta de Pérez y otros que como él han negado los cargos contra
Bergoglio. Contrario sensu, no todas las voces acusadoras tienen la
respetabilidad suficiente para hacer valer su palabra. De modo que, hasta que
nuevos datos llevaren a un cambio de juicio, esos avales eximen al papa de
crímenes aberrantes que, en la medida en que en Argentina el catolicismo es
religión de Estado, constituirían crímenes de lesa humanidad.
Defensores y detractores de Bergoglio tienen en común algo
más poderoso que sus ruidosas diferencias: unos cargan contra el individuo y
escamotean el papel de la institución; otros lo protegen… para rescatar la
institución.
Así las cosas y contra los fuegos de artificio, el tema no
es Bergoglio sino el aparato eclesial. Es un hecho reconocido que la jerarquía
católica, acompañada por el entonces nuncio (embajador) del Vaticano en Buenos
Aires, Pio Laghi, respaldó a la dictadura y colaboró con ella, al punto de
ceder una propiedad en el Delta del Paraná para que funcionara allí un campo
secreto de detención. Bergoglio era por entonces la máxima autoridad jesuita en
Argentina, donde miembros de esa congregación habían sido punta de lanza de la Teología de la Liberación, corriente
católica cuyo desmantelamiento, también a sangre y fuego, fue uno de los
objetivos por los cuales Juan Pablo II fue entronizado a costa de la vida de su
antecesor.
Conviene refrescar el cuadro de época: el citado
CIA-Vaticano registraba en 1989: “El 23 de agosto de 1982 Wojtyla otorgó a la Obra (Opus Dei) el rango de
prelatura personal (diócesis sin territorio). De este modo Opus Dei se liberó
de todo lazo de sujeción o control por parte de los obispados o, lo que es lo
mismo, obtuvo carta franca para llevar a cabo sus empresas con plena
independencia de las jerarquías nacionales y con la obligación de responder
sólo ante el sumo pontífice (…) Al mismo tiempo que elevaba el status –y cedía
más poder- a Opus Dei, el papa suspendía a la Orden de los Jesuitas, comprometida con la Teología de la Liberación y
reemplazaba a su superior general, Pedro Arrupe, por otro escogido por él
mismo. De este modo Opus Dei logró su doble objetivo de sentar en el trono
papal a un hombre con idénticas posiciones ideológicas a las suyas y situarse
como institución en un puesto apropiado para lanzar en todos los planos la
ofensiva final contra la
Teología de la
Liberación”. Entre otros muchos terrenos, Opus Dei y jesuitas
se disputaron con uñas y dientes la primacía en los medios de comunicación. El
texto dedicaba un capítulo a explicar la condición de Opus Dei como aparato
representativo del gran capital, industrial y financiero, controlado por la CIA, introducido como cuña
irrefrenable en la estructura vaticana. Es en ese contexto que Bergoglio actuó
en Buenos Aires, bajo la dictadura –cribada de miembros de Opus Dei, para
comenzar el célebre ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz- y según
su propia convicción frontalmente opuesta a los “sacerdotes del Tercer Mundo”.
La mano amiga
No es casualidad que Opus Dei pierda ahora la primacía y lo
haga en favor del sector al que se impuso en los años posteriores a 1978, la
orden de los jesuitas, ya depurada de su ala radical de izquierda. Con origen
en España y manejando los hilos financieros desde Italia, Opus Dei sufre la
suerte de la economía y la política en esos dos países, que no es sino la
expresión del vuelco operado en todo el mundo tras el colapso de 2008, que en
Estados Unidos llevó a la derrota republicana y la asunción de Barack Obama
quien, dicho sea de paso, se apresuró a enviar un caluroso y fraternal saludo a
Bergoglio, a quien llamó “el primer papa americano”. El reemplazo de la
“prelatura personal” de Escrivá Balaguer por la orden creada por Ignacio de
Loyola equivale al reemplazo en la conducción vaticana de banqueros por curas
que trabajan en villas; dibuja la curva de caída del capitalismo central y del
predominio de una política anticrisis. Así, la agónica situación del
capitalismo central explica la necesidad de apelar a un miembro de la Compañía de Jesús,
concebida por su fundador como ejército combatiente, para conducir el “poder
espiritual” en la cúpula del capitalismo mundial.
Eso no significa un repliegue político del imperialismo,
aunque al menos en términos teóricos el debilitamiento relativo de Estados
Unidos se hará sentir también en ese terreno, dándole a Francisco un margen de
maniobra mayor para enfrentar a Washington en más de un terreno, siempre
girando en torno a temas fundamentales para el ultraconservadurismo jesuítico
de Bergoglio, empeñado en acabar con el legado liberal de la Revolución Francesa.
Por lo que se puede prever a partir de textos suyos y gestos posteriores a su
elección, tras ese objetivo Francisco no vacilará en buscar apoyo en la potente
dinámica de convergencia latinoamericano-caribeña, para negociar desde allí en
mejores términos con la
Casa Blanca. La reivindicación del concepto de Patria Grande
por parte de Bergoglio (3) ha llevado al estado de éxtasis a algunos exponentes
del llamado “marxismo nacional”, ha dado vuelta en cuestión de horas la
oposición frontal de funcionarios argentinos que lo atacaron desmesuradamente
cuando se conoció su designación y producirá riesgosos zigzagueos y violentos
giros en más de una fuerza política en América Latina. Con certeza, se verá en
acto al jesuitismo, forma pragmática, aviesa, pero implacable en sus objetivos,
en torno a la necesidad estratégica de acabar con la revolución al Sur del Río
Bravo, pero adosándose a la fuerza hoy predominante en los pueblos de la
región. Puede esperarse un papa disfrazado de Chávez, tal como en la Venezuela de hoy lo hace
Henrique Capriles Radonsky, quien contra toda lógica pretende copiar el
discurso del líder bolivariano (de paso: Capriles integró las filas del
Tradición familia y Propiedad, otra de las organizaciones que obran como
tentáculos de la CIA
al interior del Vaticano (las restantes son la ya citada Opus Dei, Comunión y
Liberación y la Orden
Militar Soberana de Malta. Por caso, esta última ya puso a
uno de los suyos como secretario privado de Francisco).
Aun en los previsibles momento de tensión y aparente choque
que vendrán a no muy largo plazo, el camuflaje demagógico de Bergoglio es un
riesgo para las fuerzas revolucionarias pero no distanciará al Vaticano de
Estados Unidos en la cuestión que interesa: la contrarrevolución en América
Latina.
El Departamento de Estado, es decir, de la estrategia
estadounidense, pesará sobremanera en el curso del próximo papado. No es éste
el lugar para detallar los pasos que terminaron en la elección de Bergoglio con
más de 90 votos sobre 115 cardenales. Baste decir que el articulador principal
del bloque en favor del cardenal argentino fue su homólogo de Nueva York,
Timothy Dolan. Tanto la prensa italiana como la estadounidense coinciden en
señalar que, a partir de los 11 votos estadounidenses en el cónclave, Dolan
tuvo un papel decisivo en la tarea de convicción sobre prelados de América
Latina, África, Asia y Europa, para que finalmente una sólida mayoría votara a
favor de Bergoglio. Con escasa sutileza, The New York Times subraya que lo
único que le faltó a Dolan fue ungirse él mismo en el trono de Pedro, para inmediatamente
señalar que su papel en la próxima administración vaticana será de
sobresaliente gravitación.
Ahora bien: ¿cuáles son los puntos de acuerdos y cuáles los
desacuerdos entre el Vaticano y Washington?
Aquí sí importa, y mucho, la biografía de Bergoglio. Desde
el peronismo sui generis de Guardia de Hierro, en los años de alzamiento
revolucionario en Argentina, cuando una poderosa corriente de sacerdotes
identificados con las causas populares y la lucha contra el imperialismo y el
capitalismo, resueltos al combate por el socialismo, crecía al interior de la
iglesia y de su congregación en toda América Latina, el entonces principal
jesuita en su país optó por la decisión central del vaticano –conducido
entonces por Opus Dei a través de Wojtyla- y con una u otra conducta individual
respecto de secuestros y asesinatos puntuales, no sólo avaló aquella ofensiva
contrarrevolucionaria sino que su accionar redundó en una escalada sistemática
en la jerarquía eclesial que lo llevó hasta la cima.
No sólo los jesuitas, sino el conjunto de la iglesia romana
–con excepción de Opus Dei y sus áreas de influencia- condenan sin atenuantes
el curso adoptado en el último siglo por las sociedades liberales. No sólo el
conjunto de la iglesia romana, sino la Compañía de Jesús, hoy monolítica, defienden el
capitalismo, al cual están integrados económica, política y culturalmente. La
alianza cada vez más íntima en las últimas décadas entre el socialcristianismo
y su eterna enemiga, la socialdemocracia, Lucifer liberal, confirman en la
política y el sindicalismo mundiales cuál es el verdadero enemigo de
quienquiera ocupe el trono de Pedro. La contradicción entre liberalismo y
oscurantismo medioeval se resuelve siempre y fatalmente por un frente único
entre la Casa Blanca
y la Basílica
de San Pedro; entre CIA y Vaticano, para enfrentar las fuerzas revolucionarias
en cualquier punto del planeta.
Por qué argentino
Todo indicaba en los días previos al cónclave de cardenales
que el nuevo papa provendría del continente americano. Pero los candidatos
principales eran el canadiense Marc Ouellet y el brasileño Odilo Scherer. Al
menos en público, nadie daba un centavo por la elección de un argentino.
Hay una causa interna que hacía necesaria la elección de un
americano, más específicamente latinoamericano. Desde que el Vaticano, en
funesta alianza con la CIA,
se embarcó en la operación contrarrevolucionaria que doblegó a Nicaragua y
exterminó en la región a los sacerdotes del Tercer Mundo, la iglesia romana
perdió más de un cuarto de sus feligreses. Y se trata del bastión mundial del
catolicismo. De modo que, así como en los años 1970 la cúpula vaticana debía
empeñarse en la masacre contrarrevolucionaria por razones de sobrevivencia,
ahora debe hacerlo en sentido inverso, aprovechando la emergencia de numerosas
corrientes y líderes políticos que afirman la posibilidad de realizar una
“revolución” que no conmueva las bases del sistema capitalista. La condición de
jesuita de Francisco y sus alegadas dotes intelectuales lo habilitan para ese delicado
juego estratégico. Su adopción franciscana le abre camino a la base social en
disputa.
Ésa es, no obstante, una causa subordinada. La tónica de
este movimiento estratégico en escala mayor la pone Estados Unidos, aliado en
este punto con la Unión
Europea y todos los regímenes empeñados en evitar que la
crisis en curso desemboque en la revolución socialista.
Existen conflictos sociales, políticos y militares de
magnitud en cada punto del planeta, constantemente agravados por la marcha
ininterrumpida hacia el derrumbe en los países centrales. Pero la vanguardia de
la respuesta socialista se desplazó a América Latina. Esta visión geopolítica,
resistida a derecha e izquierda hasta no hace mucho, es ahora prácticamente
común a todas las corrientes del pensamiento.
Washington necesita frenar primero y destruir después la
vanguardia de esa vanguardia: la Revolución Bolivariana
de Venezuela. No es una simplificación entonces afirmar que Francisco está en
Roma para contribuir desde la trinchera eclesial en la batalla estratégica
contra Venezuela. Los estrategas del Departamento de Estado parecieron en los
últimos meses convencidos de que la muerte de Hugo Chávez permitía irrumpir en
el entramado de las fuerzas revolucionarias para lograr su objetivo. Por eso,
tampoco es desatinado pensar que la coincidencia entre la muerte de Chávez y la
renuncia de Ratzinger no es casual. Quienes aludan a la condición milenaria de
la iglesia, deberán considerar que su crisis interna es potencialmente letal. Y
evaluar hasta qué punto, en el mar de dificultades que atraviesa, el Vaticano
es realmente impermeable a las decisiones de la Casa Blanca. Ante el
gesto escandalizado de presumibles vaticanólogos, sólo puedo decir que, sin el
recurso de explicar el fenómeno atribuyéndolo a un designio divino, apelo al
análisis de los hechos y su encadenamiento. El tiempo dirá si la hipótesis
tiene o no asidero.
Es posible que a la luz de la formidable, inédita
manifestación de masas que provocó en Venezuela la muerte de Chávez, aquellos
estrategas de la contrarrevolución hayan corregido su apreciación y desechen ya
su idea de una inminente caída de la Revolución. Pero
insistirán en dos puntos: dividir las fuerzas revolucionarias en Venezuela;
forzar el aislamiento de este país en la región. Si eventualmente la táctica en
el plano interno tuviese algún grado de éxito, podría abrir la brecha por la
cual el imperialismo entrase con su devastadora fuerza contrarrevolucionaria.
Dado que ya está probado que los intentos divisionistas han fracasado una y
otra vez, es presumible que Francisco será tomado por Washington como una
herramienta salvadora. Al interior de Venezuela esto es difícil, porque el
socialcristianismo (aquí también aunado con la socialdemocracia) está en el
nadir del desprestigio. Y lo mismo vale para la jerarquía eclesial local,
reconocida por las masas como golpistas y por eso repudiadas.
Otra consideración merece la táctica del debilitamiento en
los apoyos de Venezuela en la región. Y allí es donde aparece Argentina. Sea
por el abrazo asfixiante que, mientras se redactan estas líneas, Francisco ha
comenzado a practicar sobre el gobierno argentino, sea por el hecho de que el
actual elenco oficial afronta enormes dificultades y en el cuadro actual está
descartada la posibilidad de reelección de la presidente Cristina Fernández, es
pensable que a corto o mediano plazo Argentina pueda ser desplazada hacia un
bloque enfrentado con la revolución en marcha en Bolivia, Ecuador, Venezuela y
otros países del Caribe, a los que se suman naturalmente Nicaragua y Cuba.
Baste recordar que días atrás el candidato socialdemócrata Hermes Binner,
preguntado acerca de si en Venezuela hubiera votado en octubre último por
Chávez o Capriles, respondió sin vacilar que su opción era Capriles. Es
presumible en Argentina una amplia coalición electoral para 2015 que tenga como
eje de reagrupamiento la estrategia latinoamericana de Estados Unidos, ahora
asumida explícitamente por el papa Bergoglio en su ataque a las revoluciones en
curso, al regalarle a Fernández un libro con documentos del Celam donde se
condena el “avance de diversas formas de regresión autoritaria por vía
democrática que, en ciertas ocasiones, derivan en regímenes de neto corte
neopopulista”. Firma el Consejo Episcopal Latinoamericano; redacta la CIA.
En un libro publicado en 2007 sostuve que Argentina es una
clave regional, aunque en el actual período histórico lo es por su debilidad,
no por su fuerza (4). Su peso específico en América Latina, su nivel de
desarrollo, los altos parámetros de experiencia y combatividad de obreros y
estudiantes en términos históricos, no obstante sumidos en una coyuntura de
confusión, desorganización y total parálisis, ubican al país como fiel de un
delicado equilibrio continental, pasible de presiones y políticas extremas
desde los dos extremos de la batalla estratégica.
Desde el año 2000, cuando comenzó el proceso de convergencia
desigual pero generalizado en América Latina, Argentina ha navegado a dos
aguas. La resultante de esa marcha ambigua estuvo determinada por el fenómeno
general: concordancia latinoamericana en detrimento de los intereses
imperialistas. Para ninguno de los países que han sostenido una conducta
regional igualmente ambigua e igualmente en colisión con la hegemonía
estadounidense, es posible mantener esa posición de manera indefinida. Pero en
Argentina los plazos son más cortos. Es un rasgo de aguda inteligencia táctica
y osadía estratégica el que han demostrado los gestores de la operación que dio
como resultado la elección de Bergoglio.
Ahora cabe a las fuerzas revolucionarias genuinas en América
Latina demostrar si están o no a la altura de tamaño desafío. Esto vale también
para millares de católicos, sacerdotes y seglares, que ante una reedición del
giro contrarrevolucionario de los años 1970/80, aunque a la inversa en su
forma, están ante la opción de seguir sometidos a las órdenes de Roma o
acometer un cisma revolucionario, antimperialista y anticapitalista.
La unidad de revolucionarios cristianos, marxistas, o
militantes de cualquier otra religión, sólo tiene futuro sobre esas bases. Ése
es el ejemplo de la
Revolución Bolivariana de Venezuela, a emular en todo el
continente, desde Alaska a la
Patagonia.
Notas:
1.- Véase si no la encíclica Spe Salvi, redactada por
Benedicto XVI:
«hay un texto de san Gregorio Nacianceno que puede ser muy
iluminador. Dice que en el mismo momento en que los Magos, guiados por la
estrella, adoraron al nuevo rey, Cristo, llegó el fin para la astrología,
porque desde entonces las estrellas giran según la órbita establecida por
Cristo. En efecto, en esta escena se invierte la concepción del mundo de
entonces que, de modo diverso, también hoy está nuevamente en auge. No son los
elementos del cosmos, la leyes de la materia, lo que en definitiva gobierna el
mundo y el hombre, sino que es un Dios personal quien gobierna las estrellas,
es decir, el universo; la última instancia no son las leyes de la materia y de
la evolución, sino la razón, la voluntad, el amor: una Persona».
2.- Luis Bilbao; CIA-Vaticano: Asociación Ilícita. Editorial
Búsqueda, Buenos Aires, agosto de 1989.
3.- Véase si no: “América Latina puede y tiene que
confrontarse, desde sus propios intereses e ideales, con las exigencias y retos
de la globalización y los nuevos escenarios de la dramática convivencia
mundial. A la vez, América Latina necesita explorar, con buena dosis de
realismo pragmático - impuesto también por su propia vulnerabilidad y escasos
márgenes de maniobra - nuevos paradigmas de desarrollo que sean capaces de
suscitar una gama programática de acciones, un crecimiento económico
autosostenido, significativo y persistente; un combate contra la pobreza y por
mayor equidad en una región que cuenta con el lamentable primado de las mayores
desigualdades sociales en todo el planeta”. Jorge Bergoglio, prólogo a “Una
apuesta por América Latina” de Guzmán Carriquiry, Buenos Aires, Sudamericana,
2005.
4.- Luis Bilbao; Argentina como clave regional. Búsqueda
Editorial; Buenos Aires, mayo de 2007.
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