UN IMPORTANTE GRUPO DE INTELECTUALES ADVIERTE SOBRE LA EXTINCION DEL SUEÑO
DE UNIDAD DEL VIEJO CONTINENTE
Modelo de integración y de paz para muchas democracias del
mundo, Europa se escapa por varias venas, entre ellas Grecia. Esto aparece en
el manifiesto adscrito por personalidades como Umberto Eco, Salman Rushdie y
Bernard-Henri Levy.
Desde París
“La unidad de Europa era el sueño de unos pocos. Se volvió
una esperanza para muchos. Hoy es una necesidad para todos nosotros”. La frase
del ex canciller alemán Konrad Adenauer tiene un lugar en la historia. Fue
pronunciada diez años antes de que Francia y Alemania firmaran, el 22 de enero
de 1963, el tratado de cooperación franco alemán conocido como el “Tratado del
Elíseo”. Ese texto marca un paso definitivo hacia la reconciliación entre París
y Berlín y reforzó la construcción europea. Transcurrieron exactamente 50 años
y ese “sueño” y esa “necesidad” están hoy en pleno marasmo. Europa se va a
pique. Eso es precisamente lo que constata un grupo importante de intelectuales
europeos que publicaron un manifiesto cuyos tres primeros párrafos dan cuenta
de la orfandad que amenaza al Viejo Continente: “Europa no está en crisis, está
muriéndose. No Europa como territorio, naturalmente. Sino Europa como Idea.
Europa como sueño y como proyecto”.
Este grupo de filósofos, escritores, psicoanalistas y
periodistas, entre los que se encuentran personalidades como Umberto Eco,
Salman Rushdie, Fernando Savater, Bernard-Henri Levy, Claudio Magris o Julia
Kristeva apela a la conciencia de los dirigentes para que no se empañe el sueño
de la unidad europea surgido luego de la Segunda Guerra
Mundial. En este sentido, los intelectuales anotan que “esta Europa como
voluntad y representación, como quimera y como obra, esta Europa que pusieron
en pie nuestros padres, esta Europa que supo tornarse una idea nueva, que fue
capaz de aportar a los pueblos que acababan de salir de la Segunda Guerra
Mundial una paz, una prosperidad y una difusión de la democracia inéditas, pero
que, ante nuestros propios ojos, está deshaciéndose una vez más”. En términos
de producto interno bruto, PIB, Europa es sin dudas la potencia económica más
grande que existe. Pero ello no basta porque, para los autores del manifiesto,
esa potencia económica se ha tragado la idea de Europa y el Viejo Continente
soñado por sus padres fundadores se está “deshaciendo en Atenas, una de sus
cunas, en medio de la indiferencia y el cinismo de sus naciones hermanas”.
Modelo de integración y de paz para muchas democracias del
mundo, Europa se muere por varias venas, empezando por uno de sus pilares, es
decir, Grecia: “Da la impresión de que los herederos de aquellos grandes
europeos, mientras los helenos libran una nueva batalla contra otra forma de
decadencia y sujeción, no tienen nada mejor que hacer que retarlos,
estigmatizarlos, pisotearlos y, desde el plan de rigor impuesto hasta el
programa de austeridad que se les conmina a seguir, se los despoja del
principio de soberanía que, hace tanto tiempo, inventaron ellos mismos”. Ese
diagnóstico es igualmente válido para Italia, país donde se inventó la
“distinción entre la ley y el derecho, entre el hombre y el ciudadano”, país
“al origen del modelo democrático que tanto aportó”, y, hoy, está “enfermo de
un “berlusconismo que no acaba de terminar”. Enfermedad crucial que envuelve
también al ideal europeo y que hace de Italia “el enfermo del continente. ¡Qué
miseria! ¡Qué ridículo!”. El llamado de estos intelectuales del Viejo Mundo es
tan dramático como lúcido. En su breve y apasionada demostración, el texto se
sumerge en la gran miseria europea contemporánea: miseria moral, ética, miseria
de la solidaridad, miseria de los ideales que los europeos propulsaron por el
mundo.
De allí que el manifiesto insista en que Europa se deshoja
en todas partes: “De este a oeste, de norte a sur, con el ascenso de los
populismos, los chauvinismos, las ideologías de exclusión y odio que Europa
tenía precisamente como misión marginar, enfriar, y que vuelven vergonzosamente
a levantar la cabeza. ¡Qué lejos está la época en la que, por las calles de
Francia, en solidaridad con un estudiante insultado por el responsable de un
partido de memoria tan escasa como sus ideas, se cantaba ‘todos somos judíos
alemanes’! ¡Qué lejanos parecen hoy los movimientos solidarios, en Londres,
Berlín, Roma, París, con los disidentes de aquella otra Europa que Milan
Kundera llamaba la Europa
cautiva y que parecía el corazón del continente! Y en cuanto a la pequeña
internacional de espíritus libres que luchaban, hace 20 años, por esa alma
europea que encarnaba Sarajevo, bajo las bombas y presa de una despiadada
‘limpieza étnica’, ¿dónde está? ¿Por qué ya no se la oye?”.
Sueño y realidad a la que, de pronto, millones de individuos
se despiertan sacudidos por la crisis del euro, “esa moneda única abstracta,
flotante porque no está endosada a la economía, a los recursos, a la fiscalidad
convergente”. El horizonte que diseñan los firmantes del manifiesto para volver
a darle cuerpo al sueño europeo es la unión política del Viejo Continente, sin
la cual no habrá vida posible: “El teorema es implacable. Sin federación no hay
moneda que se sostenga. Sin unidad política, la moneda dura unos cuantos
decenios y después, aprovechando una guerra o una crisis, se disuelve”. El
llamado que apareció este fin de semana plantea un paradigma curioso: “Antes se
decía: socialismo o barbarie. Hoy hay que decir: unión política o barbarie.
Mejor dicho: federalismo o explosión y, en la locura de la explosión, regresión
social, precariedad, desempleo disparado, miseria. Mejor dicho: o Europa da un
paso más, y decisivo, hacia la integración política, o sale de la Historia y se sume en el
caos. Ya no queda otra opción: o la unión política o la muerte”. La carrera
vertiginosa hacia ese fin de Europa ya ha comenzado, dicen los autores, y si no
se toman las medidas adecuadas y no simples maquillajes ya nada la detendrá:
“Europa saldrá de la
Historia. De una u otra forma, si no se hace algo,
desaparecerá. Esto ha dejado de ser una hipótesis, un vago temor, un trapo rojo
que se agita ante los europeos recalcitrantes. Es una certeza. Un horizonte
insuperable y fatal. Todo lo demás –trucos de magia de unos, pequeños acuerdos
de otros, fondos de solidaridad por aquí, bancos de estabilización por allá–
solo sirve para retrasar el fin y entretener al moribundo con la ilusión de una
prórroga”.
¿Serán escuchados estos herederos del pensamiento crítico
que aún parece conservar esa dimensión tan europea que consiste en nunca perder
la capacidad crítica frente al comportamiento de los Estados? Apostar por ello
sería otro sueño: entre socialdemócratas que diseñan políticas liberales,
socialistas arrodillados ante las grandes corporaciones y capaces de volver a
servir la bandeja de la “guerra contra el terrorismo islamista” para justificar
intervenciones militares en otros países –Mali–, mientras la gente muere como
moscas en Siria, entre gobiernos liberales azotados por niveles de payasismo y
corrupción dignos de películas cómicas, no se ve por dónde puede aparecer
alguien capaz de encarnar el gran sueño europeo. A menos que quienes lo
fomentaron se levanten de sus tumbas.
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