El
reverdecer del nacionalismo popular trae consigo aparejado el del nacionalismo
oligárquico.
Por:
Federico Bernal
Federico Bernal
Preparan
la fiesta por la Fragata
y hay malestar en la Armada"
(La Nación - 6
de enero). A poco del final se lee: "Proyectada durante el gobierno de
Perón, fue construida por el gobierno (¡sic!) de la Revolución Libertadora,
que le impuso el nombre de Libertad". Mariano de Vedia es el plumífero del
pasquín mitrista encargado de poner en ebullición la tradicional savia
reaccionaria de la
Armada. Tranquiliza saber que para el editor de la sección
Política del referido diario, la Revolución Libertadora
fue tan "gobierno" como el del General Perón. Pegadito a este
artículo, una pieza imperdible de Marcos Novaro, director del Programa de
Historia Política del Instituto Germani (UBA): "A lo largo de 2012,
Cristina Kirchner sólo dejó de caer en las encuestas en dos momentos bien
puntuales [...]: cuando confiscó YPF y cuando se agravó la pelea judicial con
los 'fondos buitre' y la
Fragata Libertad fue retenida en Ghana. Moraleja: la
agitación nacionalista [...] sigue siendo la veta que más le rinde." Nada
más preciso que un sociólogo del Gino Germani –que gustaba comparar al
peronismo con el nazifascismo– para explicar el nacionalismo popular argentino
y latinoamericano. ¿No será que el pueblo aprueba la recuperación del
patrimonio público y aprueba tener una presidenta que no cede al chantaje
internacional ni pone precio a la soberanía (opositores quisieron proponer a
Ghana 95 millones de pesos a cambio de la Fragata)? Mal que le pese a la sociología cipaya,
el pueblo argentino va recuperando su ser nacional, pues en definitiva,
nacionalista es quien pierde el temor a ser uno mismo en su país y en el mundo,
uno mismo en función del interés del conjunto, de su historia y destino
comunes. Pero el reverdecer del nacionalismo popular trae consigo aparejado el
del nacionalismo oligárquico, es decir, el de la patria chica, el del
unitarismo bicentenario. Si el buitrismo (mitrismo en su fase superior) utiliza
la Fragata
para despertar el odio visceral de la más reaccionaria de todas las fuerzas
armadas hacia el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, el pueblo
argentino debe responder acompañando y apoyando a su Presidenta en esta jornada
histórica. La convocatoria hecha por la comandante en jefe de las Fuerzas
Armadas a la ciudad Mar del Plata, ícono del gran triunfo de Sudamérica libre y
unida sobre el ALCA, significa comenzar a recrear la alianza entre FFAA y su origen
popular, sanmartiniano, industrial y antiimperialista. Es por tanto
insoslayable abordar este asunto pero desde la irresuelta cuestión nacional.
LOS
DOS EJÉRCITOS EN EL SIGLO XIX.
Pensar
las FF AA con cabeza propia implica no sólo recordar su origen popular y
antiimperialista, sino también descubrir que el nacionalismo económico en la Argentina tuvo su origen
y sus protagonistas más notables en el ejército. El primero de ellos, el
General Belgrano, revolucionario de Mayo y uno de los autores intelectuales del
Plan de Operaciones de 1810. El nacionalismo jacobino, en las antípodas de
Saavedra y Rivadavia, sería luego blandido por San Martín, Artigas, el
Brigadier Pedro Ferré (crucial en la elaboración de nuestra primera ley
proteccionista, la Ley
de Aduanas de 1835, dictada durante el gobierno de Rosas) y los caudillos del
país profundo. Era el nacionalismo económico nacido al fragor de las guerras
civiles, opuesto al librecambismo pro-británico de la burguesía importadora de
Buenos Aires. Eran militares revolucionarios, populares, antiimperialistas e
industrialistas. Pero la caída de Rosas en Monte Caseros terminó con aquella
generación, e impuso el plan conservador y semicolonial de Rivadavia, encarnado
por la figura de otro General, Bartolomé Mitre. El gran quiebre se produce en
1852. El Estado de Buenos Aires se escinde de la Confederación. Ya
no necesitaría recurrir a la soldadesca negra y gaucha de los ejércitos
nacionales y sudamericanos de San Martín o Belgrano, pues el control de la Aduana durante décadas, su
recuperación absoluta con Caseros, la derogación del proteccionismo en 1853 y
la alianza de hierro con el ascendente Imperio Británico proveerán a la ciudad
puerto de un Ejército regular (ejército de línea) para uso de patria chica y
represión y muerte. Todo gobierno, toda iniciativa contraria a los intereses
semicoloniales serían pasado por las armas.
LOS
DOS EJÉRCITOS EN EL SIGLO XX.
Si
los militares revolucionarios, antiimperialistas, populares e industrialistas
de las gestas libertadoras y primeras décadas del siglo XIX fueron fruto de las
condiciones impuestas por una sociedad en estado de revolución y enfrentada por
dos modelos de país contrapuestos, los del siglo XX serán hijos de la crisis de
la Argentina
agroexportadora, en un mundo aún más complejo. Sobresalen los generales Alonso
Baldrich, Enrique Mosconi y Manuel Savio; el teniente coronel Mariano Abarca,
el capitán de Fragata José Oca Balda, los almirantes Storni y Gregorio
Portillo, el brigadier Ignacio San Martín y, por supuesto, el teniente general
Juan Domingo Perón. El notable sociólogo Blas Alberti dedica un libro entero
(Fuerzas Armadas y nacionalismo económico) a estos próceres militares. Cada uno
a su modo pero todos sin excepción, rechazaron el rol de factoría pampeana
impuesta a sangre y fuego desde Londres por el mitrismo decimonónico. Al
Ejército de la semicolonia no le interesaba la defensa de la soberanía, ni
poseer acero ni combustibles propios, ni una industria poderosa que
satisficiera la provisión bélica para la defensa nacional. Sus municiones,
fusiles y generales provenían del usufructo de la renta agraria y el comercio
exterior (durante el siglo XIX fue el control de la Aduana), no ya para la
defensa nacional sino para la defensa de la patria chica. Y cuando faltaron recursos
o pertrechos, ahí aparecía la metrópoli europea o el ascendente EE UU. Uriburu,
Rojas, Videla, etc., ¿acaso no se sirvieron de la CIA, el imperialismo y sus
multinacionales como Mitre del capitalismo británico? Y su financiamiento una
vez en el poder, ¿no vino del librecambio y de la destrucción del aparato
estatal, impuesto desde Washington y Londres?
LA REIMPLANTACIÓN DEL EJÉRCITO UNITARIO.
Luego
del bautismo de fuego en las invasiones inglesas, el Ejército argentino recibió
gran impulso con el nacionalismo jacobino de los revolucionarios de Mayo y su
profunda concepción social y democrática. Se explica así que ese Ejército se
halla negado siempre a desenvainar su espada contra su propio pueblo. Pero así
como la revolución de Mayo tuvo su contrarrevolución, el Ejército también. Los
contrarrevolucionarios de Mayo fundaron pues un Ejército paralelo al de San
Martín, Belgrano, Artigas y las montoneras, pero de naturaleza y objetivos
enfrentados. El Ejército del partido unitario fue entonces porteño, portuario,
antiartiguista, policíaco y librecambista. Juntos, entregaron las provincias
del Alto Perú y la
Banda Oriental, conspiraron para crear un Estado
independiente en Buenos Aires y para quedarse con la riqueza de todos los
argentinos, alzándose cada vez que les fue posible contra gobiernos legítimos:
el golpe de Rivadavia ante la guerra con el Imperio del Brasil, el fusilamiento
de Dorrego, la contrarrevolución del 11 de septiembre de 1852 contra Urquiza,
la intentona de 1874 contra Avellaneda, la masacre del Paraguay (que como bien
explicó Alberdi, fue una guerra civil), el fracasado golpe de 1890 (con la
marina al frente, prefigurando al Almirante Rojas) y los exitosos golpes de
1930, 1955, 1966 y 1976. Está claro que entre 1983 y la fecha, las FF AA han
vuelto a los cuarteles. ¿Pero quién del mitrismo del siglo XXI no anhela un
nuevo alzamiento castrense? El diario La Nación lo expresa muy claramente por estos días.
Y lo cierto es que el caldo está. Mientras tanto, el Poder Judicial
corporativo, vacuno y sojero –desaparecido de la vida política entre 1976 y la Ley de Medios, y al igual que
el Ejército de línea porteño durante la época dorada del modelo agroexportador–
pasa al frente de batalla.
CONCLUSIONES.
Convocada
nada más y nada menos que por la presidenta de la nación y comandante en jefe
de las Fuerzas Armadas, la recepción de la Fragata Eva Perón
constituye la tercera gran acción para un definitivo reencuentro entre pueblo y
FF AA, divorciados al menos desde 1955 (la segunda, el histórico discurso de
Cristina en Tierra del Fuego, el 2 de abril de 2010, cuando elevó a los ex
combatientes de Malvinas a la categoría de Héroes; la primera, cuando Néstor
Kirchner ordenó descolgar el cuadro de Videla). Porque sólo reeditando la
alianza estratégica y fundacional entre pueblo y FF AA es como puede encenderse
la chispa interna para el resurgimiento del ideario sanmartiniano, del
nacionalismo económico y el industrialismo militar en las mismas fuerzas.
Porque fue justamente de aquella alianza olvidada y censurada por las
historiografías mitrista e izquierdista (que en esencia cumplen iguales
designios) de la cual nació el Ejército argentino que combatió contra los
ingleses antes de Mayo, que se propuso crear un Estado nacional en América del
Sur, que se rebeló contra el localismo porteño en 1812, que se amotinó en
Arequito y que renació con el Acuerdo de San Nicolás; fue aquella alianza la
que encendió y dio fuerza a las montoneras y los caudillos garantes de las
industrias nativas, la unidad nacional y la distribución de la riqueza entre
todas las provincias; fue aquella alianza la que posibilitó la federalización
de Buenos Aires y la Capital,
la que luchó en Obligado y convirtió en Héroes a los combatientes en Malvinas.
Fue aquella misma alianza, en síntesis, la que dio origen al peronismo
histórico. Y es todo esto, aunque esto último más, el origen del aborrecimiento
de los de Vedia, los Mitre y el neoliberalismo criollo hacia la decisión
presidencial de celebrar junto al pueblo, el retorno victorioso de nuestra
Fragata. Nada de recrear unas FF AA al servicio del país, popular, nacional,
democrático, antiimperialista e industrial.
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