La salud de Hugo Chávez tiene repercusiones en toda América
latina por la relevancia que tomó Venezuela en el continente a partir de la
gestión bolivariana. Antes, la proyección venezolana al exterior estaba
monopolizada por los Estados Unidos que de esa forma se abastecía de
combustible y al mismo tiempo controlaba a los gobiernos del país
superpetrolero. Chávez le dio un giro completo a esa situación, con muchas
críticas de una oposición muy manipulada desde Miami, pero lo real es que a
partir de su gobierno Venezuela no puede quedar fuera de ninguna fórmula de
integración regional. Para el Mercosur es fundamental porque su presencia
consolida el núcleo más dinámico de ese proceso. Las derechas de estos países
lo ven con claridad y por eso tratan de oponerse con argumentos muy
influenciados por la oposición venezolana, que a su vez es muy manipulada desde
Estados Unidos por los grupos republicanos más recalcitrantes.
Para sus enemigos, los problemas de salud de Chávez se han
convertido en motivo de regocijo y son utilizados en campañas mediáticas
escabrosas en las que mucho tienen que ver los corresponsales extranjeros, como
el del periódico derechista ABC de España, que inventa una historia que se
publica en la Península
y, cuando rebota de vuelta, en Venezuela es tomado como un hecho consumado por
los medios de la oposición. Hubo un momento en Argentina en que los rebotes
mediáticos también funcionaron de esa manera. Los corresponsales conocen
perfectamente a la oposición venezolana porque han sido objeto de operaciones
mediáticas cada vez que hubo elecciones. Siempre hay personajes que se
presentan como luchadores de la libertad, que consiguen documentos secretos o
reservados, que están muy elaborados pero que no tienen nada que ver con la
realidad. Son mentiras perfectas. Algunas son carpetas con supuestas encuestas
que dan por ganador al candidato de la oposición, otros son supuestos informes
de inteligencia sobre una cantidad variada de temas que van desde la corrupción
de algún funcionario hasta la existencia de un hijo no reconocido de Chávez o
actividades de espionaje contra una oposición a la que no vale la pena espiar.
Cuando los corresponsales llegan a Caracas se encuentran con
este supermercado de supercherías de ex militares, ex funcionarios o ex
dirigentes, todos “desilusionados” del chavismo, que ofrecen esta variada gama
de información muy elaborada pero trucha. No hay ingenuidad en los periodistas.
Los corresponsales saben que se trata de carne podrida pero algunos la reproducen
en el sobreentendido que es lo que esperan sus empresas que ellos digan del
proceso político venezolano.
Chávez ganó trece de las doce elecciones a las que se
presentó desde 1998 y la mayoría de ellas con más de diez puntos de diferencia
sobre sus rivales. En cada uno de esos comicios hubo quienes hablaron
previamente de “triunfo” opositor o de una supuesta “paridad” de fuerzas
haciéndose cargo de las evidentes truchadas que les acercaban los operadores de
la oposición. Después estaban obligados a denunciar que el chavismo ganaba con
fraude pero siempre han sido elecciones tan controladas que esas denuncias ya
eran increíbles. Y no faltaban los más bobos que circulaban por el hall del
hotel con una carpeta bajo el brazo con el rótulo de “información clasificada”.
Esos eran los más irresponsables porque se trataba siempre de información muy
berreta e imposible de verificar. La baja calidad de esa información hacía que
muchos la desecharan a su pesar. En las últimas elecciones venezolanas, en
octubre pasado, hubo periodistas argentinos famosos que se dejaron llevar por
ese cúmulo de informaciones truchas y hablaron de paridad y triunfo de la
oposición y hasta llegaron a presentar como gran logro investigativo alguna de
esas carpetas para incautos. Con este trasfondo, se gestó una frase de
fantasía: “Si gana Chávez, Cristina va por todo”.
Chávez ganó y Cristina Kirchner no varió su gestión de
gobierno. Fue una frase para asustar incautos. Pero lo contrario, que Chávez
hubiera perdido, hubiera impactado con fuerza en la política de integración
regional que no había tenido tanto impulso desde las luchas por la
independencia, en el siglo XIX.
El chavismo en Venezuela, el petismo en Brasil, el MAS en
Bolivia, el kirchnerismo en Argentina y Correa en Ecuador, más Fernando Lugo en
Paraguay y Pepe Mujica en Uruguay han protagonizado en cada país los procesos
que motorizaron ese camino que fue frustrado en el siglo XIX. Son vistos a
nivel mundial como la expresión de una nueva izquierda. Con sus limitaciones,
problemas y errores, constituyen la izquierda de este momento histórico, como
continuidad de una línea histórica de emancipación. Todos ellos lo hicieron
sobre la base de liderazgos muy carismáticos y sobre la base de fuerzas políticas
débiles de origen. Esos liderazgos tan fuertes dificultan el surgimiento de
otros dirigentes que aparezcan como continuadores de esos procesos.
En el caso argentino, hay un sector de fuerzas progresistas
que quedó por fuera del armado que sostiene este proceso. En Uruguay, el Frente
Amplio abarca a esas dos alas del progresismo, pero solamente la que encarna el
presidente Pepe Mujica garantiza la continuidad decidida por ese camino. Tabaré
Vázquez, que seguramente será el próximo candidato, no mostró la misma
resolución en ese sentido.
En Paraguay, el ex presidente Fernando Lugo no pudo
construir una fuerza que lo sustentara. No alcanzó con su sola convocatoria
personal, fue destituido y difícilmente haya en el corto plazo una fuerza
política importante que impulse sus mismas políticas.
En Bolivia, en algún momento el MAS afrontará una prueba
dura cuando deba impulsar un candidato que no sea Evo Morales. El presidente
Rafael Correa, en Ecuador, arrasa en las elecciones pero se apoya en una
estructura política muy nueva, que a su vez se apoya sólo en su figura. En
Brasil, en cambio, Lula hizo una apuesta muy fuerte y logró la continuidad de
sus políticas en una sucesión con Dilma Rousseff, otro cuadro del PT.
Los problemas de salud de Chávez determinan que, aun cuando
se reponga, difícilmente pueda seguir llevando sobre sus espaldas toda la
responsabilidad del movimiento. Venezuela tendría que afrontar de todos modos
un proceso de transición hacia un modelo de conducción que no recaiga sobre una
figura tan fuerte y carismática como la de Chávez.
Todos los gobiernos populares afrontan un desafío que hasta
ahora sólo superó el petismo brasileño. Y en Argentina ese problema pasará a
ocupar un lugar central a partir de las elecciones de este año. Son movimientos
democráticos: no se trata solamente de elegir al indicado sino que además tiene
que ganar la aceptación de las mayorías. Pero además, el problema de la
continuidad no se reduce a la continuidad en el gobierno, sino también a la
continuidad de las políticas. Se trata por un lado de consolidar mayorías
electorales y por el otro apuntalar las estructuras políticas de apoyo. Los
movimientos iniciales de estos procesos se han recostado en fuertes liderazgos
personales para atravesar barreras culturales y prejuicios y sobreponerse a las
debilidades de origen, pero la única forma de garantizar continuidad es que los
movimientos políticos logren trascender más allá de los gobiernos e incluso de
estos liderazgos tan determinantes. Aún en la oposición, un movimiento popular
fuerte puede impedir que se deshaga lo que se consiguió, no solamente en el
proceso de integración regional que tiene una proyección estratégica, sino
también en otros aspectos en los que se ha avanzado.
La clave está en la vitalidad de los movimientos políticos
que sustentan estos gobiernos. En el caso de Venezuela, la derecha ya ha hecho
correr versiones de divisiones en el chavismo. Advierte con claridad que si el
chavismo no se divide, será muy difícil de vencer aún sin Chavez y puso todas
las fichas en una estrategia con ese objetivo como ya lo demostró la carta que
enviaron a las embajadas tratando de enfrentar al presidente del Congreso,
Diosdado Cabello con el vicepresidente Nicolás Maduro.
El divisionismo o la disolución son peligros que afrontan
estas fuerzas. Si Chávez se recupera, su sola figura podría servir para
mantener unida a su fuerza, lo que sería la garantía de continuidad, aun cuando
él no estuviera a cargo del gobierno. Ese podría ser otro momento de estos
procesos políticos, en los que se desdoble el gobierno y la conducción política
y los liderazgos originales se enfoquen hacia la consolidación de los
movimientos
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