Horas después de que cerraran los mercados el jueves y el
dólar ilegal terminara 40 centavos por debajo del día anterior, uno de los
comunicadores afines a la cosmovisión del Grupo Clarín reconoció: "Si el
gobierno frena el blue, gana las elecciones caminando, enfrente no hay
nada."
Aunque parezca una simplificación de la realidad –de hecho,
lo es–, no resulta descabellado pensar que en términos conceptuales hoy, ante
la ausencia de un partido político (o grupo de partidos) con un proyecto
consistente, el principal oponente que tiene el gobierno es el segmento más
recalcitrante del establishment que, por razones políticas e ideológicas, se
quiere sacar de encima a esa pesadilla llamada Cristina Fernández de Kirchner.
Sin embargo, ante la ausencia de una partido aglutinante, el principal
mecanismo que tiene a mano el poder económico para apostar a la descomposición
política de Cristina o asegurarse un giro progresivo hacia la derecha, es
avanzar hacia una devaluación. En este sentido, el dólar ilegal forma parte del
proceso preparatorio. El engorde progresivo y continuado del blue persigue dos
objetivos. Por un lado, generar un clima de inestabilidad económica que
deteriore seriamente las expectativas y detengan cualquier proyecto de
inversión a la espera de que se dirima la pulseada entre el fantasma de los
mercados y el poder político. Por el otro, las tapas de los diarios anunciando
todos los días el aumento del blue generan zozobra entre los sectores medios
acostumbrados a convivir con dos monedas: la de uso diario, el peso, y la otra,
el fetiche del dólar. Esta es una característica propia de ciertos sectores
desclasados, que se saben trabajadores y argentinos pero sueñan con ser
empresarios y vivir en los Estados Unidos o en Europa. En definitiva, la
concepción cultural más profunda del dólar está asociada más a un simbolismo
que a una necesidad fáctica de la vida cotidiana. Son muy pocos los momentos de
la vida en los que el dólar resulta de utilidad pero el atesoramiento de
dólares le da, particularmente al porteño de clase media, una sensación de
seguridad. El aumento del dólar ilegal moviliza en este segmento social los
fantasmas más mórbidos de nuestra historia. Despierta intranquilidad, sensación
de malestar y reanima viejos cucos, con crisis que siempre terminaron afectando
el estándar de vida de la clase media. Sin embargo, el principal objetivo de
esta campaña para instalar el ascenso del dólar ilegal es forzar una fuerte
devaluación del peso. Tanto en el Banco Central como en otras esferas
económicas del gobierno, se ha monitoreado la competitividad del tipo de cambio
y los resultados obtenidos han sido tranquilizadores. Un informe de circulación
interna que se está manejando en algunas esferas oficiales, correspondiente a
la primera semana de febrero, muestra que el tipo de cambio real sigue siendo
mucho más favorable para los sectores productivos argentinos que los de Brasil,
Chile, Uruguay e incluso que México. En otro informe reservado del 7 de mayo de
este año, intitulado "Porque no hay que devaluar", los expertos le
achacan el debate por el tipo de cambio a "errores conceptuales
alimentados por una teoría económica neoclásica ya superada en los ámbitos
académicos". Además, el documento señala que "la persistente
preocupación por el tipo de cambio es exagerada" porque "todos los
estudios muestran que las exportaciones argentinas no dependen tanto del valor
del tipo de cambio, sino del precio internacional de los bienes que exportamos
y, fundamentalmente, de la demanda internacional". En este sentido, el
informe también subraya que "cuando el mundo está en crisis o cuando
nuestros principales socios comerciales disminuyen su demanda (especialmente
Brasil), por más que se devalúe la moneda de un país, las exportaciones no
necesariamente aumentan en ausencia de un mercado que las compre". En
síntesis, la devaluación no mejoraría la competitividad de las empresas para
colocar sus productos en el exterior porque la crisis internacional retrae la
demanda mundial. En los ámbitos oficiales, en cambio, se ha ido consolidando la
idea de que las presiones devaluatorias están más orientadas a mejorar la
rentabilidad de ciertos sectores exportadores, particularmente la agroindustria
y la industria básica y, por el otro, a alimentar los beneficios de aquellos
que tienen sus activos dolarizados y buscan obtener más dividendos con sus
divisas. Existen, entonces, múltiples razones para comprender la preocupación
del poder económico de que se frustre el operativo devaluación. En términos
económicos, queda claro que los que apuestan a la devaluación no esperan vender
más sino ganar más por cada unidad vendida. Los grandes atesoradores de
dólares, en tanto, quieren aprovechar para comprar con sus divisas más baratas
las casas, las empresas y pagar menos impuestos. Además, existe una
intencionalidad política más profunda: asegurarse el fracaso del modelo económico,
retornar a un sistema distributivo más inequitativo y destruir, so pretexto de
una crisis, todos los avances en materia social como la AUH y la jubilación para
todos.
Esto también explica la apuesta del establishment al impulso
político del dólar blue y el temor a que el gobierno lo controle.
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