HISTORIAS IMCOMPROBABLES DE LA POLÍTICA ARGENTINA
POR PABLO GALAND
De las chicas de la UES a la bóveda de Néstor Kirchner,
pasando por los pollos de Mazzorín y los gustos violentos de Rosas, la historia
argentina tiene lugar para habladurías que buscaron desacreditar gobiernos
populares. Aquí, un racconto de varias de ellas.
En su carácter de denunciador serial, el domingo pasado
Jorge Lanata aseguró desde su programa de televisión que la casa de los
Kirchner contiene en el subsuelo una bóveda que tiene capacidad para atesorar
decenas de millones de euros. Con una supuesta escenografía hecha a escala, el
periodista aseguró que tras la puerta de esa habitación del sótano existía otra
puerta blindada para resguardo de dinero mal habido. Sin embargo, el arquitecto
que estuvo a cargo de la obra, y que justamente era la fuente de información de
Lanata para sostener la “tesis de la bóveda”, aseguró que en ningún momento
hizo colocar una puerta blindada y hasta sostuvo que era imposible hacerla
pasar por ese lugar. El relato que pretendió sostener el equipo de Periodismo
Para Todos hizo recordar los mitos que a lo largo de la historia argentina se
tejieron sobre los líderes populares con la intención de desestabilizarlos.
Historias infundadas que buscaron prender en la sociedad para legitimar el fin
abrupto de procesos que en general llevaron adelante políticas transformadoras.
De este modo, la investigación de Lanata ubica a “la bóveda de los Kirchner” en
un lugar similar al que ocupan leyendas como “las chicas de la UES de Perón”,
“el diario de Yrigoyen”, o la fascinación de Rosas por espiar la ejecución de
sus enemigos.
Veintitrés consultó a una serie de historiadores para
refrescar aquellas leyendas y descubrir las similitudes que existen entre
ellas. Se trata de un ejercicio de memoria que sirve para entender los
objetivos que se esconden detrás de las historias que ahora se quieren instalar
bajo el formato de denuncias.
En tiempos en que la Patria corría riesgos de desmembramiento, los caudillos federales fueron los blancos más frecuentes a la hora de crear mitos que los denostaran. Sobre todo, de parte de aquellos que serían los vencedores en la batalla de Caseros e impusieran un país basado en un modelo agroexportador y dependiente del capital británico. “La prensa liberal veía a los caudillos como figuras salvajes y por lo tanto se mezclaba la verdad con la ficción”, asegura Gabriel Di Meglio, historiador doctorado de la UBA e investigador del Conicet.
Facundo Quiroga no sólo se convirtió en el personaje paradigmático de la barbarie a la que Domingo Sarmiento denunciaba en su obra cumbre Facundo, sino que fue el caudillo del que se tejieron las mayores leyendas desde el poder económico porteño. Una de ellas, recuerda el historiador Hugo Chumbita, tenía que ver con lo que pasó a llamarse “los tapados de Facundo”. Cuenta el autor de Jinetes rebeldes que uno de los mitos que se había creado en torno del caudillo riojano era la inmensa fortuna que atesoraba en monedas de plata que guardaba en bolsas. “Las tenía escondidas en los tirantes del techo de su casa”, afirma Chumbita. “Cuando Gregorio Aráoz de Lamadrid invadió La Rioja para voltear a Quiroga fue directamente a su casa para apropiarse de esas bolsas tan famosas”, completa. El militar unitario llegó a encarcelar a la madre de Quiroga para que le confesara dónde estaba guardada aquella fortuna. Sin embargo, grande fue la decepción de Lamadrid al comprobar que la cantidad de monedas que atesoraba el Tigre de los Llanos era muy inferior a la que sus detractores habían hecho difundir.
Los mitos acerca de fortunas atesoradas en la historia argentina se remontan hasta la época de la colonia. Cuando los jesuitas fueron expulsados de las colonias españolas, a mediados del siglo XVIII, se dijo que habían dejado enormes fortunas enterradas en los alrededores de las misiones de San Ignacio. “Fue por eso que durante muchos años posteriores aparecían frecuentemente por la zona buscadores de tesoros tratando de hallar las supuestas fortunas. Pero nunca encontraron nada”, afirma Chumbita. Lo mismo sostiene el historiador brasileño Arnaldo Bruxer, autor del libro Los treinta pueblos guaraníes. Allí asegura que los jesuitas “no poseían tesoros ni riquezas fabulosas, ya que lo que más valía en esa época no era la materia prima, sino la mano de obra”. Agrega que “solamente individuos de una supina ignorancia pueden creer en las fabulosas riquezas de las Misiones Jesuíticas”.
Tan amado como odiado en su tiempo, Juan Manuel de Rosas es una de las figuras que más debates genera en la historia argentina y, por lo tanto, es lógico que sus detractores hayan creado todo tipo de mitos para destruir su imagen. La fuente de todas las leyendas acerca de su figura ronda en torno de dos tópicos: el supuesto sadismo para deshacerse de los opositores y la enorme fortuna que logró amasar como consecuencia de la corrupción que caracterizó a sus dos mandatos.
Ni los mayores defensores del Restaurador de las Leyes niegan la violencia que ejercía La Mazorca, una fuerza parapolicial creada por el propio Rosas para eliminar a los opositores. Pero a este dato de la realidad, desde el lado unitario buscaron agregarle la idea de que Rosas participaba personalmente de los asesinatos que cometían los mazorqueros y que incluso disfrutaba viendo sufrir a sus enemigos. La primera víctima de La Mazorca fue Manuel Vicente Maza, quien se desempeñaba como presidente de la Sala de Representantes y fue apuñalado en su propia casa en 1839. Rosas lo acusó de haber conspirado en un levantamiento que había liderado el hijo del propio Maza. “El diario El Grito Argentino, que era dirigido por los unitarios que estaban exiliados en Montevideo, publicó que Rosas había participado del asesinato de Maza, escondido detrás de una cortina, desde donde daba las indicaciones acerca de cómo debían matarlo”, cuenta Di Meglio. Incluso, la nota era ilustrada con un dibujo que retrata el momento en que los mazorqueros matan a Maza y desde un rincón se asoma Rosas, detrás de un cortinado. “A partir de aquel dibujo, los unitarios instalaron el mito de que Rosas tenía una fascinación por ver cómo asesinaban a sus enemigos”, indica el historiador. Como el mito prendió entre los lectores, el diario comenzó a publicar otros asesinatos de los mazorqueros, con Rosas siempre como testigo privilegiado. “Publicaron una secuencia de dibujos en la que se veía a los mazorqueros que llevaban en una carreta las cabezas degolladas de los unitarios, al grito de ‘duraznos, duraznos’. El Grito Argentino hacía lo que hoy se podría llamar una operación de prensa porque con esas ilustraciones buscaba que la gente se volcara en contra de Rosas”, concluye Di Meglio.
Tras la caída del caudillo, los vencedores se ensañaron aún más con la figura de Rosas y utilizaron todos los mecanismos que tenían a su alcance para que pasara a la historia como un déspota. Cuando ya estaba exiliado en Inglaterra, le hicieron un juicio en su ausencia, donde lo terminaron declarando tirano”, asegura la historiadora Araceli Bellota. “Lo acusaron de cuanto hecho de corrupción podía existir, pero lo cierto es que no le pudieron comprobar nada. De todas maneras, le incautaron los bienes. Fue por esa razón que en el exilio pasó apuros económicos. Lo único que le comprobaron para catalogarlo como tirano fueron los asesinatos que cometió. Pero la verdad es que si era por eso, eran todos tiranos. No hay que olvidar, por ejemplo, que cuando Urquiza ingresó a la residencia en Palermo ejecutó a un tendal de rosistas”, completa.
Un siglo después, sería Juan Domingo Perón el acusado de tirano, con mecanismos muy parecidos a los aplicados a Rosas. “La Revolución Libertadora armó lo que se llamó las Comisiones Investigadoras para demostrar lo corrupto que había sido el gobierno de Perón en cuestiones que iban tanto desde la malversación de fondos públicos como la moral y la ética”, señala Roberto Baschetti. Pero como sucedió con Rosas, Perón estaba exiliado y no contó con ningún tipo de defensa. No es casualidad que todas las supuestas pruebas que recopiló la Libertadora se publicaran en lo que denominó El libro negro de la segunda tiranía. “En ese libro se afirmaban cuestiones que nunca se pudieron comprobar”, afirma Bellota. “Sucede que los testimonios eran a ex funcionarios de Perón, pero eran fruto de interrogatorios hechos bajo presión”, completa. Uno de los mitos más difundidos contra Perón era las relaciones que habría mantenido con alumnas de la Unión de Estudiantes Secundarios, tras la muerte de Eva Perón. Incluso, una de las sentencias que recibió de parte de la Libertadora fue la de estupro, a partir de la relación que mantuvo con Nelly Rivas, una estudiante de 14 años. Según la mitología gorila, los padres de la adolescente habrían recibido una casa a cambio de “entregarle” su hija a Perón. Bellota, autora del libro Las mujeres de Perón, reconoce que el General tuvo una relación amorosa con Rivas pero afirma que la historia fue muy diferente a la que plantea el mito. “Cuando Perón se exilió en Paraguay, Nelly quiso seguirlo y se fue con sus padres hacia allá. Pero al llegar a la frontera en Formosa detuvieron a toda la familia. Los padres terminaron presos y ella en un reformatorio, donde la humillaron, le pegaron, le hicieron saltar tres dientes, y al salir tuvo que recibir atención psiquiátrica”, asegura.
La supuesta fortuna del General fue otro de los mitos que se encargó de instalar la Libertadora. Como los Kirchner, para los opositores Perón también tenía su propia bóveda subterránea. Sólo que en este caso se la llamaba “el búnker de Perón” y según sus enemigos estaba ubicada en el subsuelo del edificio Alas. “En los noticieros de Sucesos Argentinos mostraban la puerta del supuesto búnker donde Perón tendría guardados los mismos lingotes de oro que pateaba en la bóveda del Banco Central”, afirma Bellota.
La Libertadora llevó adelante una campaña de desperonización que consistía en convencer a los peronistas de que en realidad habían sido engañados por su líder. Bajo esa estrategia, aquel gobierno organizó una exposición con todas las alhajas, vestidos y zapatos que habían acumulado Perón y Evita, como muestra de la ostentación con la que se manejaba la pareja presidencial. Pero el efecto fue el contrario al deseado. “La gente que era peronista iba a ver la ropa que era de Evita como una forma de sentirse más cerca de ella”, indica Baschetti. “Pero además, gran parte de ese vestuario era producto de los regalos, agasajos y condecoraciones que recibía de visitas diplomáticas”, añade. Bellota agrega que “los diarios de la época aseguraban que Perón tenía guardados cien pares de zapatos y él desde el exilio les responde: ‘ni que fuera un ciempiés’”.
Las supuestas cuentas bancarias que tendría Perón depositadas en Suiza fueron un mito que volvió a tomar vida en 1987, cuando profanaron su tumba en el cementerio de la Chacarita y le cortaron las manos. “Una de las hipótesis que echaron a correr en ese entonces era que necesitaban las huellas digitales para abrir aquellas cajas de seguridad”, recuerda Baschetti. Sin embargo, el mito cayó al poco tiempo ya que se comprobó que en Suiza no existían cuentas con ese sistema.
Los radicales también fueron víctimas de los mitos de aquellos que quisieron desestabilizarlos. La personalidad hermética y el misterio que rodeó la figura de Yrigoyen sirvieron para que sus enemigos inventaran todo tipo de historias. Una de ellas tiene que ver con el famoso “diario de Yrigoyen”, según la cual sus asistentes le preparaban al líder radical un periódico en el que sólo figuraban buenas noticias. “Es un total invento, eso nunca sucedió”, asegura Di Meglio. “También inventaron que visitaba brujas y que realizaba sesiones espiritistas”, completa. Manuel Gálvez, en el Libro de Yrigoyen, cuenta que según los diarios opositores el líder radical recibía a mujeres en su casa que a cambio de “caricias” conseguían puestos y cátedras.
Otro radical, Arturo Illia, debió soportar el mito de “tortuga” que le endilgaron revistas como Panorama y Confirmado. Según estas publicaciones, el veterano mandatario carecía de iniciativa para tomar decisiones. Sin embargo, durante su corto mandato tomó medidas trascendentes, como la anulación de los contratos petroleros promovidos por Frondizi, considerados “dañosos a los intereses de la Nación”, y sancionó una ley de medicamentos que afectaba los intereses de los laboratorios multinacionales.
Raúl Alfonsín tuvo también su mito a través de lo que se conoció como los “pollos de Mazzorín”, en referencia al secretario de Comercio Interior de aquel gobierno, Ricardo Mazzorín. El funcionario importó 38 mil toneladas de pollo provenientes de Hungría ante un lockout de los productores avícolas –en alianza con las multinacionales del sector– que apostaban al desabastecimiento para lograr mejores precios. Pero un 20 por ciento de esos pollos se pusieron en mal estado y no pudieron comercializarse. Los mismos sectores que apostaban al desabastecimiento hicieron correr el rumor de que el gobierno de Alfonsín estaba vendiendo los pollos podridos. Los medios se hicieron eco de la versión ante un gobierno cada vez más debilitado por la inflación y la recesión económica. Mazzorín fue acusado por malversación de caudales públicos, pero finalmente fue sobreseído por la Justicia en 1995.
El recuento de los casos parecería demostrar que un líder popular, para ser considerado tal, debe tener en su haber algún mito creado. Por lo pronto, con su bóveda dominguera, Periodismo para Todos inaugura su aporte a la historia argentina.
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