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lunes, 20 de mayo de 2013

HOTEL TRANSYLVANIA, por Claudio Scaletta (para “Página 12” del 19-05-13)





Las voces opositoras no explicitan su proyecto económico, aunque sobran los indicios. En el camino previo se intuye que la estrategia inicial, codo a codo con el poder mediático, es hacer realidad la doctrina Sanz, la etapa superior del Grupo A, un remozado “cuanto peor mejor” que busca el fracaso de cualquier acción gubernamental sin que importen los costos, sociales y económicos. El ejemplo de esta semana fue la amenaza de investigar, en el caso de alcanzar mayorías parlamentarias, a quienes adhieran a la “exteriorización de activos”. La táctica, en tanto, se basa en la doctrina Carrió: machacar en la antipolítica de las clases medias: “todos son corruptos”, gritan. Estas voces olvidaron rápido que en 2011 el exceso de apego al libreto corporativo se pagó en las urnas. Inclusive algunas figuras emblemáticas redujeron su representación a la marginalidad, casi a la inexistencia. Hoy el denuncismo de una cosa pública presuntamente estragada por la corrupción alcanza sus límites. En el micromundo mediático se vuelve cada vez más difícil subir la propia apuesta para sostener la indignación semanal en base a pesquisas de rigor escaso. El castillo de naipes tiembla frente a una sociedad agotada. Las PASO pondrán en orden el descalabro imaginado. En ellas morirán los valientes.
Mientras esto sucede en el debate político sin política, en la economía los desafíos son otros. El actual proyecto ronda apenas una década. Quizá sea poco tiempo para algunos cambios estructurales, pero mucho para votantes que ahora comienzan a los 16. Para las nuevas generaciones, la última dictadura se encuentra casi en la prehistoria y la época de auge del neoliberalismo, ayer nomás para los veteranos, se esconde entre brumas. Para muchos economistas desprestigiados tras su paso por la función pública o por la contumacia de sus pronósticos fallidos, no ser caras conocidas entre teenagers y veinteañeros puede ser un activo, una patente de impunidad para repetir las viejas recetas como si aquí no hubiera pasado nada, como si ellos no hubiesen sido.
Estos economistas aparecen en los medios, relatan que la recesión es inminente con la misma seguridad con que auguraban que el dólar paralelo no tenía techo, también reclaman una nueva megadevaluación y, con los mismos argumentos usados para pronosticar el apocalipsis que no ocurrió, sostienen que, ahora sí, finalmente acontecerá.
La táctica y estrategia del presente, sin embargo, no explicita el plan de un posible futuro gobierno. Quizá piensen, como en su momento se sinceró un presidente riojano, que si adelantan lo que harán, no serán votados. Por ello, es necesario saber que detrás de la parafernalia denuncista, de las apelaciones globales a la república y a la libertad, existe un proyecto de país distinto del actual que, en lo económico, no se limita a las virtudes de una menor inflación o al libre acceso a dólares baratos y abundantes. Tampoco, como en su momento propuso la Alianza que derrotó al menemismo, a una alternativa más prolija o eficiente al rumbo actual.
A juzgar por la suma de declaraciones de sus voceros, la propuesta opositora es revertir los principales logros estructurales de la actual administración. Seguramente no se dará marcha atrás con la AUH, que es vista como una política de contención social efectiva inclusive por los sectores más ultramontanos, pero sí, casi sin excepción, todos los opositores proponen como punto de partida redefinir alianzas internacionales y locales.
Una idea compartida es volver a los mercados globales. Ello supone, sobre el fin del ciclo de desendeudamiento, regresar a la tutela de los organismos financieros y sus condicionalidades. El argumento principal para sostener esta propuesta puede leerse todos los días: las tentadoras tasas que pagan nuestros vecinos continentales. El supuesto implícito es que conseguir estas tasas bajo esas reglas demanda la reconquista de “los mercados”, ansiosos de desterrar el mal ejemplo argentino y hacer tronar el escarmiento. Ello significaría allanarse a todos los reclamos del Ciadi y de los fondos buitre. En 2010 y 2011, por ejemplo, parecía que la economía local no tenía destino si no se arreglaba con el Club de París. Así, antes de ganar cualquier confianza, el país debería enviar buenas señales, es decir: asumir el pago de nuevas obligaciones multimillonarias, las que a su vez volverían a ser determinantes de políticas impuestas por los organismos.
En cuanto a las alianzas locales, la propuesta es que el Estado retroceda de sus pocos avances sobre sectores clave. YPF, Aerolíneas o, también, Canal Encuentro, pasarían a ser considerados fuentes de déficit e ilusiones pretéritas. Por supuesto, los tipos de cambio múltiples para equilibrar sectores con distinta rentabilidad relativa desaparecerían, “hay que dejar en paz al campo”, se repite desde múltiples ámbitos, lo que no sólo desfinanciaría al Estado, compelido así a ajustarse nuevamente, sino que arrasaría algunas manufacturas incipientes. El resultado: contracción y desempleo.
La inflación no sería problema. El Banco Central volvería a ser “independiente” y concentrado en el valor de la moneda y metas de inflación. La idea sería aplicar un shock de contracción monetaria con ajuste fiscal, las dos obsesiones de los economistas opositores y su perimido marco teórico. Estas acciones combinadas frenarían la economía, caería el empleo y, con él, el poder de negociación de los salarios. Las culpas serían de “los desequilibrios acumulados” por el gobierno anterior. La inflación sería más baja y aumentaría la confianza de los inversores, lo que de ningún modo significa que la inversión crecería, ya que en todo el mundo se mueve por criterios objetivos de rentabilidad.
Los expuestos son apenas los principales puntos de un programa común con consenso entre la mayoría de los opositores. Entrar nuevamente y por voluntad mayoritaria del pueblo en un esquema semejante parece insólito, pero podría suceder. La receta mediática para alcanzar el objetivo es la de Hotel Transylvania; que todos los monstruos se alojen en el mismo castillo. El problema para el oficialismo es que con tantos monstruos afuera, no hay tiempo para deshacerse de los propios

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