El clima se puso al
rojo tras haberse conocido el "acoso" de la AFIP estadounidense sobre el
grupo Tea Party.
Barack Obama sufre
un embate de la derecha y de los medios concentrados que casi hacen olvidar que
apenas cinco meses atrás asumía su segundo mandato luego de haber ganado los
comicios de 2012. El clima se puso al rojo tras haberse conocido el
"acoso" de la AFIP
estadounidense sobre el ultaraconservador grupo Tea Party y las escuchas
ilegales a periodistas de la agencia de noticias AP, lo que para muchos preanuncia
un aire destituyente como el que terminó con el gobierno de Richard Nixon en
1974.
Fue en este contexto
que tuvo que renunciar Steve Miller, el funcionario a cargo del Internal
Revenue Service (Servicio de Impuestos Internos, el IRS), por la "inexcusable"
intromisión en las cuentas impositivas de los republicanos más críticos de
Obama. El secretario de Justicia Eric Holder, responsable de los organismos que
vigilaron a los periodistas, sudó la gota gorda ante legisladores que le pedían
explicaciones. Haciendo caso al reclamo del The Washington Post –el diario que
destapó el escándalo Watergate en 1972–, que le pidió "atajar el mal a
tiempo", Obama volvió a impulsar un proyecto de ley para garantizar a los
periodistas la protección de sus fuentes confidenciales. Una norma presentada
por el senador demócrata Charles Schumer en diciembre 2009 que nunca se trató
sobre tablas.
Es claro que Obama
no es Nixon y que en muchos sentidos la política del demócrata representa un
giro de 180 grados sobre la que instauró en su momento el republicano,
comenzando por la Ley
de Salud. Por eso el ensañamiento sobre su gestión de algunos sectores de la
prensa concentrada, y especialmente de la cadena Fox, que a esta altura parece
empeñada si no en llegar a un impeachment como el que llevó a la renuncia de
Nixon, al menos en limar tanto su segundo mandato como para que el recuerdo que
quede en la sociedad sobre la administración del primer negro en ocupar la Casa Blanca no sea de
orgullo. Cosa de que no se repita una versión mejorada.
Obama tampoco es
Lula da Silva, otro que viene padeciendo los ataques del establishment a través
de la prensa. "No perdonan que un metalúrgico pueda haber gobernado de un
modo que ellos no fueron capaces de hacer", dijo varias veces el fundador
del Partido de los Trabajadores (PT). Antes de tomarse el avión que lo trajo a la Argentina, Lula volvió a
cargar contra los medios, a los que suele tildar de impiadosos. Y en un acto
partidario por los diez años de gobierno del PT, comentó las reseñas que publicaron
sobre esta década. "Si un inversor extranjero llega a Brasil desde Londres
y lee los diarios O Estado de Sao Paulo, O Globo, Folha o las revistas Veja y
Epoca sale corriendo, porque le parecerá que el país terminó en la ruina."
"¿Cómo hace un
gran editor de un diario de este país para explicar la generación de 22
millones de puestos de empleo formales mientras existen récords de desempleo en
el mundo desarrollado?", objetó el ex sindicalista. Los antecedentes que
podría mostrar Lula sobre la controvertida relación de los gobiernos con la
prensa de Brasil son más dramáticos que los de Obama, pero igualmente
ilustrativos.
Blogueros brasileños
bautizaron como Partido da Imprensa Golpista (PIG, por Partido de la Prensa Golpista) a
esos cotidianos embates del establishment a través de los medios de
comunicación contra gobiernos democráticos con tintes progresistas. Las
iniciales, que remiten a pig, cerdo en inglés, fueron creación del periodista
Paulo Henrique Amorim en el año 2007, en ocasión del comicio en el que Lula fue
reelecto. Otros internautas se plegaron a la chanza y alguno llegó a proponer a
Arnaldo Jabor, un acérrimo enemigo de todo lo que huela a popular en América
Latina, como "presidente del PIG". Recuerdan, incluso, que el lema es
copiado del Canal Fox en su relación a Obama: "El candidato del PT no
puede ganar."
Amorin, a los 71
años, tiene una aquilatada experiencia en prensa gráfica, condujo programas
televisivos y fue corresponsal en Washington de O Globo y la revista Veja. En
su propio blog tenía una sección que tituló "No coma gato por
liebre". Allí recuerda como antecedente de la prensa golpista a Carlos
Lacerda, controvertido periodista que terminó envuelto de un modo insólito en
el suicidio de Getulio Vargas en 1954. Un interesante personaje con una
historia política que comenzó en su juventud como militante del Partido
Comunista y luego viró a virulento antipopulista.
Vargas fue el máximo
líder político brasileño del siglo XX que llegó al poder luego de un golpe de
Estado en 1930 y hasta su muerte fue el máximo referente de los cambios que
abrieron las puertas a un Brasil moderno que ahora ya juega en las grandes
ligas, pero que en esa época tenía un PBI de la mitad del argentino. Acusado de
inclinaciones fascistas y de no haber respetado demasiado las formas
democráticas, instauró el Estado Novo a fines de esa década y, a la llegada de
Juan Domingo Perón al gobierno, tendió puentes para la integración con
Argentina y Chile que irritaron notablemente a la Casa Blanca.
Con los ataques de
Lacerda desde la página escrita –había fundado el diario Tribuna da Imprensa–
el periodista se convirtió en una suerte de coordinador de la oposición a
Vargas en las elecciones de 1950 y taladró cada acto de su gestión desde
entonces. La historia lo muestra aliado a sectores golpistas de las fuerzas
armadas, mientras que los varguistas lo veían como el enemigo público. Hasta
que el 5 de agosto del '54 sufrió un atentado en la puerta de su casa. Recibió
heridas menores en los pies, pero un mayor de la aeronáutica que le hacía de
guardaespaldas murió. Arreció la ofensiva de toda la prensa sobre Vargas y
aparecieron indicios sobre miembros de su guardia personal. Vargas aseguró que
no tenía nada que ver con el asunto, pero agobiado por la presión el 24 de agosto
se pegó un tiro en el pecho en su despacho del Palacio do Catete, la sede
presidencial en la entonces capital brasileña, Río de Janeiro.
En una carta
testamento, Vargas escribió que "las fuerzas y los intereses en contra del
pueblo se coordinaron y se desencadenaron sobre mí. No me acusan, me insultan;
no me combaten, me calumnian y no me otorgan el derecho a defenderme. Necesitan
sofocar mi voz e impedir mi accionar, para que yo no pueda continuar
defendiendo como siempre he defendido al pueblo y especialmente a los
humildes." Luego detalla la obra de gobierno que dejaba a la posteridad,
entre ellas las conquistas de los trabajadores, el impulso al desarrollo social
y a la formación de Petrobras y Electrobras. "Les di mi vida. Ahora les
ofrezco mi muerte", finaliza.
Lacerda se tuvo que
ir de la ciudad en medio de los funerales multitudinarios de Vargas. Pocos
meses más tarde hizo todo lo posible para que Juscelino Kubischek no ganara en
las elecciones de 1955. Kubischek, el primer descendiente de gitanos en asumir
como presidente en el mundo, continuó parte de la obra de Vargas: consolidó la
petrolera estatal, pero también fomentó la industria automotriz y promovió la
construcción de Brasilia.
Ni qué decir de la
posición que fue tomando Lacerda ante la llegada al gobierno del sucesor de
Kubischek, Janio Quadros. Una denuncia por contrabando de armas desde Argentina
y de un intento de autogolpe forzaron la renuncia de Quadros, que acababa de
firmar la recuperación de los yacimientos de hierro de Minas Gerais al estado
federal, a siete meses de asumir, en agosto de 1961. "Fuerzas terribles se
levantaron contra mí...", escribió en su renuncia. El vicepresidente Joao
Goulart tuvo que pelear duro para poder asumir en su lugar. Porque era más
radicalizado que Quadros y porque además, en el momento de la transición estaba
de viaje por la China
comunista.
Eran los años de la Guerra Fría y el
triunfo de la revolución cubana, y Goulart, al igual que Arturo Frondizi, no
estaba de acuerdo con clausurar sus relaciones con la isla ni con los países
del bloque comunista. Luego de una entrevista secreta con el Che Guevara tuvo
que enfrentar nuevos embates de Lacerda, a esta altura totalmente abocado a
destituir al presidente, que iba consolidando su aceptación popular. El golpe
del '64 fue una bendición para el arrebatado periodista. Pero pronto se pasaría
a la vereda de enfrente: los militares no venían a luchar por la democracia.
Fue así que formó un Frente Amplio en noviembre de 1966, junto con sus antiguos
enemigos, Kubischek y Goulart. Y como a ellos, la dictadora le quitó los
derechos civiles.
Kubischek falleció
el 22 de agosto de 1976 en un accidente automovilístico, Goulart murió
oficialmente de un ataque al corazón en Corrientes el 6 de diciembre de 1976.
Lacerda también figura como fallecido de un infarto, el 21 de mayo de 1977. La
muerte de los tres en pocos meses siempre resultó sospechosa. La Comisión de la Verdad va a exhumar los
restos de Goulart para analizar si efectivamente fue envenenado, como señalan
muchos testimonios. Desde algunos sectores se impulsa hacer lo propio con el
cuerpo de Kubischek. Nada se dice sobre Lacerda.
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