Por Víctor
Hugo Morales. Perplejidad, esa es la palabra. Porque la demanda de Clarín
viene a mostrar con claridad un gesto irrefutable contra la libertad de
expresión. Justamente del que se autodenomina víctima, surge el ataque
destemplado y absurdo al derecho de expresarse de otros periodistas.
Los que han destruido la credibilidad y el buen nombre de
innumerables personas; ellos, los que viajan en el puño agresivo del cacerolero
que le pegó de atrás al colega del canal de noticias C5N; ellos, los que
difaman desde el poder a quienes denuncian sus negocios; ellos, los que se
defienden con la
Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la Asociación de Entidades
Periodísticas Argentinas (Adepa), el Foro de Periodismo Argentino (Fopea),
mientras desacreditan a cuanto oponente se les cruce en el camino; ellos, los
que proyectan violencia sobre las víctimas de sus mentiras en cada acción
destinada a salvar sus privilegios; justamente ellos, son los que quieren meter
presos a sus colegas por decir lo que piensan.
Perplejidad es la palabra. Porque no hay manera de entender
cómo pueden victimizarse ante expresiones que hasta parecen demasiado cautas,
si se las piensa en el contexto de locura en el que Clarín nos ha hundido para
proteger sus intereses. Perplejidad. Porque en tiempos en que el gobierno
elimina la injuria y las calumnias como delito penal si las mismas se destinan
a los funcionarios, es Clarín, el que demanda penalmente por manifestaciones
que, comparadas con lo que ellos destinan a los hombres públicos, provocan una
inevitable sonrisa.
Clarín pretende que estén presos Roberto Caballero, Sandra
Russo y Javier Vicente, mientras el CEO del multimedios, Héctor Magnetto, y los
otros, siguen libres. Es la metáfora de un mundo insoportable, la que intentan.
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