Miradas al Sur. Año 5. Edición número 236. Domingo 25 de
noviembre de 2012
Por
Alberto Lettieri. Historiador
El 17 de noviembre de 1845 una fabulosa flota anglo-francesa
compuesta por varias decenas de buques a vapor y 113 poderosos cañones, partió
de Montevideo con la misión de apoderarse del río Paraná e imponer la libre
navegación. La acompañaban más de un centenar de navíos comerciales cargados de
mercancías.
Anoticiado de la expedición, el gobernador Juan Manuel de Rosas encargó al coronel Lucio V. Mansilla la defensa del territorio nacional. Mansilla escogió un estrecho paso, a la altura de la localidad de Vuelta de Obligado, para montar una batería, al tiempo que colocó una serie de botes encadenados sobre el río, para impedir el tránsito de los atacantes. Apenas se contaba con 35 cañones de pequeño calibre, lo cual impedía abrigar cualquier esperanza de alcanzar una victoria. La acción significaba una clara señal para los invasores: la Confederación Argentina estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias para defender su soberanía.
El 20 de noviembre se produjo el combate. Los defensores consiguieron causar importantes daños en las embarcaciones enemigas, y consiguieron rechazar un intento de desembarco, con grandes pérdidas para los agresores. Cuando los patriotas se quedaron sin municiones, los anglo-franceses cortaron las cadenas y remontaron el río hacia el norte. Inmediatamente, un decreto de Rosas declaró a la invasión como acto de piratería.
Anoticiado de la expedición, el gobernador Juan Manuel de Rosas encargó al coronel Lucio V. Mansilla la defensa del territorio nacional. Mansilla escogió un estrecho paso, a la altura de la localidad de Vuelta de Obligado, para montar una batería, al tiempo que colocó una serie de botes encadenados sobre el río, para impedir el tránsito de los atacantes. Apenas se contaba con 35 cañones de pequeño calibre, lo cual impedía abrigar cualquier esperanza de alcanzar una victoria. La acción significaba una clara señal para los invasores: la Confederación Argentina estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias para defender su soberanía.
El 20 de noviembre se produjo el combate. Los defensores consiguieron causar importantes daños en las embarcaciones enemigas, y consiguieron rechazar un intento de desembarco, con grandes pérdidas para los agresores. Cuando los patriotas se quedaron sin municiones, los anglo-franceses cortaron las cadenas y remontaron el río hacia el norte. Inmediatamente, un decreto de Rosas declaró a la invasión como acto de piratería.
Las causas de la
invasión. En 1845 reinaba la paz en la Argentina, hasta que,
súbitamente, el 2 de agosto, una fabulosa flota anglo-francesa impuso un
bloqueo sobre los puertos argentinos y uruguayos, con excepción del de
Montevideo, ciudad gobernada por su aliado Fructuoso Rivera. Los invasores
denunciaban la intromisión de Rosas en los asuntos internos uruguayos, argumento
muy poco creíble al ser esgrimido por las dos potencias que más se involucraban
en las cuestiones ajenas a lo largo del planeta. También se formulaban
exigencias económicas, como la libre navegación de los ríos interiores, medida
que Rosas había descartado de plano para proteger los intereses de los
comerciantes y los productores locales de la competencia foránea –tal como, por
otra parte, hacía la mayoría de los Estados europeos– y el retraso en el pago
de los intereses de la deuda pública a los acreedores británicos.
Los cipayos.
A las pretensiones económicas y políticas anglo-francesas en
la región, se sumaba un causa adicional a la intervención: la instigación de
los exiliados unitarios, cuya insidiosa prensa, editada en Montevideo, no
cesaba de publicar encendidos editoriales e informaciones falaces, que
generaban preocupación por la seguridad de personas y capitales radicados en el
Río de la Plata
entre sus lectores parisinos y londinenses. En vista de que su actividad
periodística no parecía alcanzar para movilizar la intervención europea, el
jefe de los unitarios emigrados, Florencio Varela, se trasladó personalmente al
viejo continente. Allí desplegó una incesante actividad hasta conseguir el
apoyo de diplomáticos y comerciantes para su solicitud de implementar una
urgente intervención armada.
Sin embargo, no eran los unitarios los únicos que pretendían beneficiarse del apoyo anglo-francés, a costas de resignar la soberanía y las riquezas de la patria. Una vez establecido el bloqueo, los gobernadores de Corrientes, Joaquín Madariaga, y de Santa Fe, Juan Pablo López, se aliaron con los invasores, y a ellos se sumó el gobierno paraguayo de Carlos Antonio López. Una fuerza de 4000 hombres, al mando de su hijo Francisco Solano López, fue enviada para respaldar por tierra a los atacantes. A ellos se sumó un ejército correntino de 5000 hombres, puesto a las órdenes del general unitario José María Paz, quien –a similitud de su colega el general Lavalle en tiempos del bloqueo francés (1838-1840)– se manifestaba orgulloso de ser el escogido para poner a la nación de rodillas ante la civilizada Europa.
Sin embargo, no eran los unitarios los únicos que pretendían beneficiarse del apoyo anglo-francés, a costas de resignar la soberanía y las riquezas de la patria. Una vez establecido el bloqueo, los gobernadores de Corrientes, Joaquín Madariaga, y de Santa Fe, Juan Pablo López, se aliaron con los invasores, y a ellos se sumó el gobierno paraguayo de Carlos Antonio López. Una fuerza de 4000 hombres, al mando de su hijo Francisco Solano López, fue enviada para respaldar por tierra a los atacantes. A ellos se sumó un ejército correntino de 5000 hombres, puesto a las órdenes del general unitario José María Paz, quien –a similitud de su colega el general Lavalle en tiempos del bloqueo francés (1838-1840)– se manifestaba orgulloso de ser el escogido para poner a la nación de rodillas ante la civilizada Europa.
Táctica y
estrategia.
La batalla de Vuelta de Obligado no fue un hecho aislado,
sino un movimiento táctico en el marco de la estrategia diseñada por Rosas para
expulsar al invasor y garantizar la soberanía nacional. En vista de la
disparidad de fuerzas existentes, el Restaurador descartó un enfrentamiento
frontal, inclinándose por presentar combates puntuales y desgastantes a lo
largo del Paraná, organizando pequeños emplazamientos armados en sus costas. El
2 de enero de 1846 se registró un nuevo combate en Vuelta de Obligado,
replicado en los días sucesivos en Ramallo, San Nicolás, San Lorenzo y la Angostura del Quebracho,
con graves daños para la flota invasora. El 10 de febrero fue gravemente dañado
el vapor inglés Gordon y resultaron aniquilados los refuerzos transportados por
los navíos Firebrand y Alecto, en El Tonelero. Entre marzo y abril, los
anglo-franceses sufrieron graves pérdidas en Quebracho y El Tonelero. Los
resultados, cada vez más favorables, confirmaban el compromiso de los
defensores y el acierto de la estrategia diseñada.
Si bien los invasores consiguieron llegar al puerto de Corrientes, las operaciones comerciales fueron mínimas. En tanto, las victorias nacionales se reiteraban. Mansilla triunfó en Quebracho el 10 de junio, y los invasores fueron puestos en fuga al atacar los puertos de Ensenada y de Atalaya.
Si bien los invasores consiguieron llegar al puerto de Corrientes, las operaciones comerciales fueron mínimas. En tanto, las victorias nacionales se reiteraban. Mansilla triunfó en Quebracho el 10 de junio, y los invasores fueron puestos en fuga al atacar los puertos de Ensenada y de Atalaya.
La victoria.
Las noticias que llegaban a Europa sobre el desenvolvimiento
de la guerra en el Paraná causaron desazón y preocupación. El Parlamento inglés
condenó la operación, sobre la que no había sido consultado, ya que además
había provocado la paralización del comercio con Buenos Aires, generando
grandes pérdidas. Las autoridades inglesas ordenaron que su escuadra abandonara
el Paraná, a mediados de 1848, y enviaron un representante para negociar un
acuerdo de paz, “en condiciones muy beneficiosas para Buenos Aires”, según sus
instrucciones.
Ante la defección británica, los franceses suspendieron la ofensiva sobre el Paraná. Sin embargo, las negociaciones se dilataron, por lo que el bloqueo se mantuvo por varios meses. Finalmente, el 24 de noviembre de 1849 se firmó el Tratado Southern-Arana, por el cual Gran Bretaña aceptaba su derrota, reconocía la soberanía plena de la Confederación sobre los ríos interiores, devolvía todos los bienes y territorios requisados, y se comprometía a realizar un desagravio a la bandera argentina. Un año después, el 31 de agosto de 1850, se firmó el Tratado Arana-Lepredour, en términos similares.
La batalla de Vuelta de Obligado marcó un hito en la reivindicación de la soberanía nacional, y demostró el compromiso asumido por el pueblo argentino, liderado por Rosas, en defensa de nuestra tierra, de nuestras tradiciones y del derecho a ser libres. Y también permitió identificar al verdadero enemigo del proyecto de construcción de una Nación independiente y soberana, en las acciones y los lamentos de unitarios y liberales que sindicaban a la gesta como un triunfo de la barbarie sobre la civilización.
Ante la defección británica, los franceses suspendieron la ofensiva sobre el Paraná. Sin embargo, las negociaciones se dilataron, por lo que el bloqueo se mantuvo por varios meses. Finalmente, el 24 de noviembre de 1849 se firmó el Tratado Southern-Arana, por el cual Gran Bretaña aceptaba su derrota, reconocía la soberanía plena de la Confederación sobre los ríos interiores, devolvía todos los bienes y territorios requisados, y se comprometía a realizar un desagravio a la bandera argentina. Un año después, el 31 de agosto de 1850, se firmó el Tratado Arana-Lepredour, en términos similares.
La batalla de Vuelta de Obligado marcó un hito en la reivindicación de la soberanía nacional, y demostró el compromiso asumido por el pueblo argentino, liderado por Rosas, en defensa de nuestra tierra, de nuestras tradiciones y del derecho a ser libres. Y también permitió identificar al verdadero enemigo del proyecto de construcción de una Nación independiente y soberana, en las acciones y los lamentos de unitarios y liberales que sindicaban a la gesta como un triunfo de la barbarie sobre la civilización.
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