El Consenso de Washington, pautado a principios de 1990, sin
duda fue el inicio de lo que se dio en llamar la globalización neoliberal, ya
que sintetizó en principios las medidas que debían adoptar los países
endeudados con el FMI y el Banco Mundial para recibir la ayuda financiera que
necesitaban (apenas poco más que para cumplir con las obligaciones asumidas con
esos mismos organismos).
Nuestro país enarboló esas políticas (venta de activos
públicos, exención fiscal para multinacionales, flexibilización de la
regulación laboral, apertura de las barreras arancelarias, desinversión en los
rubros social, sanitario y educativo, privatización de prestaciones estatales,
etc.) al igual que muchos otros, fundamentalmente en América Latina.
Este nuevo paradigma económico, surgido por la necesidad de
permitir al capital financiero su pleno desarrollo, ha encontrado en estos
últimos años una tenaz resistencia por varios países de la región. Por lo menos
vuelve a contemplarse en los presupuestos públicos una batería de recursos y
políticas sociales abocados principalmente a paliar las deudas sociales
generadas por años de abandono, lo que implica ciertamente la negación de un
aspecto central del capitalismo neoliberal.
Con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la U.R.S.S, el mundo fue por
primera vez uno en la historia del capitalismo: este sistema nunca antes había
gozado de una hegemonía tan completa sobre el mundo. En sus inicios y a medida
que se desarrolló, fue tumbando a las economías feudales, y cuando aún no había
acabado, ya nacía la
Unión Soviética como primer país que acogía al socialismo.
Ante este escenario, a principios de 1990, el centro mundial
de decisiones se basó en que la globalización es un fenómeno irreversible para
consolidar en todo el globo el esquema internacional de dominación.
Pero la misma inviabilidad de ese esquema produjo que en las
relaciones internacionales cada vez puedan observarse más conductas, conflictos
y hechos que dan cuenta de la complejidad de la vida supra-nacional.
Complejidad que pasaba desapercibida en las épocas del “Eje del Mal”.
Las posibilidades que brindó el contar con una pequeña isla
que sostuvo día a día y con un enorme esfuerzo el sistema socialista y también
con una potencia energética mundial, permitieron que hoy América Latina y el
Caribe tengan la posibilidad histórica de constituirse en una alternativa
político-económica al desarrollo voraz del capitalismo neoliberal.
Instituciones como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(CELAC), o la Unión
de Naciones Suramericanas (UNASUR), y propuestas como el Petrocaribe o el Banco
del Sur permiten una mayor autonomía decisoria de los Estados de la región, a
la vez que otorgan más consistencia y solidez a los reclamos y posturas de sus
países en las instancias internacionales.
Ello no quita que aún sean Estados Unidos y algunos países de
la Unión Europea
quienes tienen la capacidad de manipular el destino de muchas economías y
muchas sociedades, ni que haya desaparecido la lógica perversa de apropiación
trasnacional de los recursos naturales.
Sin embargo, en el correr de los sucesos puede reconocerse
un cambio en la orientación a la que apuntaba el escenario internacional hace
pocos años.
Varios organismos internacionales han sido duramente
cuestionados, se han denunciado pactos internacionales y hay paises que
renuncian a entidades internacionales históricas. Se multiplican las voces que
reclaman el levantamiento del bloqueo económico a Cuba, que exigen el ingreso
de Palestina a la ONU;
se vetan pedidos de intervención militar en su Consejo de Seguridad, se
cuestionan estos mecanismos de votación.
Es decir, la comunidad internacional ya no expresa su
voluntad basándose en un discurso único que sostiene los intereses de un puñado
de países.
Tal vez en unos años pueda sostenerse que se está
desmantelando eso que llamaran globalización neoliberal, cuando las relaciones
económicas entre los paises, o regiones, realmente se desenvuelvan en
consideración a su diversidad y a su igualdad.
Mientras, el consenso que han logrado muchos países de
América Latina y el Caribe acerca del rol que debe cumplir el Estado en las
economías locales es una herida que al neoliberalismo le costará superar.
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