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lunes, 26 de noviembre de 2012

Un Importante Legado de la Gestión 2002-2010, por Juan Pablo Nicolini (para “Foro Económico” del 25-11-12)




Arriba : La foto no figura en la publicación original. No se si le gustaría al autor de la nota, pero me pareció apropiada [Mirando hacia adentro]

El ingreso real por habitante de los argentinos fue, en 2005, prácticamente el mismo que el de 1975. Durante esas tres décadas, el ingreso promedio en Estados Unidos casi se duplicó. En Corea del Sur se multiplicó por ocho y nuestros vecinos chilenos lo multiplicaron por tres. Hay muy pocos países a los que les haya ido tan mal como a nosotros en esas tres décadas.
Pero eso no es todo: mientras en 1975 el veinte por ciento más pobre de la Argentina era dueño de aproximadamente el tres por ciento del ingreso total, en 2005 apenas superaba el uno y medio por ciento. Sí,  no te equivocaste al hacer las cuentas: el ingreso promedio del 20% mas pobre de los argentino es la mitad de lo que fue en 1975.
Con estos dos párrafos empecé una entrada en este blog en Octubre del 2010, titulada
Nos preocupa el fin? O sólo importa la herramienta?
 La entrada continuaba: Esta realidad constituye la mayor estafa que los que tuvimos la fortuna de nacer en hogares favorecidos en las dos ultimas generaciones – me incluyo en la segunda – hemos cometido contra los más desfavorecidos.
Hoy quiero profundizar sobre esta autocrítica, hacer unas cuentas muy simples con datos nuevos y resumir algunos resultados de un paper reciente de Nora Lustig y Carola Pessino, que analiza el efecto de las políticas sociales sobre la distribución del ingreso en Argentina. Pueden bajar el artículo de la página de la UCema
Vayamos primero a la autocrítica. Desde principios de los setenta, la dirigencia (intelectual, política, empresarial, académica, religiosa, militar, periodística,…..) que manejo este país lo ha (hemos) hecho francamente mal. Los resultados económicos más obvios, están resumidos en los dos primeros párrafos. Ya hace mas de 5 décadas que habito este planeta, y nunca he visto un profesor, presidente, ministro, gerente, rector de universidad, obispo, rabino, coronel o director de edición que pertenezca al 20% más pobre de los argentinos.
Cuando un equipo de futbol anda mal, se va el técnico, el presidente es cuestionado, se puede hacer una purga en el vestuario, pero nadie le hecha la culpa al utilero o a los que riegan la cancha.
Y el 80% más rico de los argentinos no la paso tan mal económicamente hablando, por lo menos nuestro ingreso promedio no cayó en esas fatídicas 3 décadas. Pero nuestra brutal inhabilidad de encontrar un rumbo sustentable pulverizo el nivel de vida de los utileros y de los regadores.
¿A qué viene toda esta perorata? Quiero argumentar que el diseño de una política social en la Argentina, que mejore de manera sustentable y sistemática el nivel de vida de los más desfavorecidos no es una posición ideológica natural de la izquierda, a la cual yo suscribo desde siempre. Es una deuda moral que la dirigencia argentina tiene con los más desfavorecidos.
Insisto: puedo entender a la derecha coreana o a la derecha chilena, cuando argumenta que la política social es un subsidio a la pobreza. No comparto para nada su visión, pero entiendo la lógica: argumentan que la creación de oportunidades en una economía donde el salario real sube a través del tiempo, donde los mercados de crédito permiten estructuras de movilidad social basadas en el esfuerzo personal, hay políticas de redistribución del ingreso que son contraproducentes. Sobre este tema hay mucho debate teórico y, cada vez más, excelente trabajo empírico. Y estamos aprendiendo mucho.
Pero cuando el segmento más pobre de la población ve su nivel de vida dividido en dos a lo largo de 3 décadas, el debate ideológico se desdibuja y una amplia y eficiente política social se transforma en un – magro sin duda – resarcimiento por el daño infligido. En un sentido, es tan necesario para los que reciben como para que los nos toca dar, pues es, también y fundamentalmente, un símbolo concreto de nuestra incompetencia. Y sobre el reconocimiento explícito de esa incompetencia, quizás, aprenderemos la lección y construyamos un medio para resolver nuestras diferencias – que obviamente las tenemos y muchas – sin que los más  pobres sean el daño colateral de ellas.
 Desde esta visión, la gestión de gobierno que se inicia en el 2002 ha dado importantes pasos hacia adelante. Mas allá del discurso reinante sobre el tema y de muchas otras características de esta gestión, que no me gustan nada, los números del trabajo de Lustig-Pessino son muy alentadores.
En primer lugar, el gasto social paso del 7,3% en 2003 al 11,8% en el 2009. En particular, el gasto en educación pasó del 3,4% al 5,6% y el gasto en salud básica, del 1,9% al 2,6%. Por otro lado, el trabajo muestra que este gasto ha sido progresivo en términos absolutos, lo cual quiere decir que el monto recibido por lo más pobres es mayor que el monto recibido por los más ricos (con la excepción de la educación terciaria, que es un tema al cual volveré en algún otro momento).
Lo interesante del trabajo es que usa la encuesta permanente de hogares para medir el impacto de los distintos planes sociales. Los detalles los puede ver allí, hay muchos muy interesantes. Voy a concentrarme en la evolución de la pobreza (definida como todos aquellos argentinos que viven con menos de 4 dólares por día) y la pobreza extrema (menos de 2,5 dólares por día).
El 38,2% de los argentinos era pobre en el 2003, bajó al 18,8% en el 2006 y al 14,4% en el 2009. Los números para la extrema pobreza fueron, respectivamente, 23,2%, 9,7% y 5,5%. Una primera mirada crítica inmediatamente reconoce que una parte importante de la reducción de la pobreza tuvo que ver con la fuerte recuperación económica que sobrevino a la crisis del 2001 y la fuerte suba de los precios de los bienes exportables.
Lo interesante del trabajo es que puede medir la diferencia entre el efecto del “mercado”, o sea la creación de fuentes de trabajo y la mejora en los salarios reales, de las políticas sociales, pues puede medir cuanta pobreza habría si los hogares no estuvieran recibiendo los ingresos derivados de ellas. Y muestran que efectivamente, la mejoría entre 2003 y 2006 se debe fundamentalmente a los efectos de mercado. Pero la diferencia entre 2006 y 2009, se debe fundamentalmente a las políticas sociales. En particular, la reducción de la pobreza de 18,8% – 14,4% = 4.4% se atribuye en 0,8% a los efectos del mercado y el resto, 3,6%, a las políticas sociales.
Para la pobreza extrema, la diferencia entre 9,7% – 5,5% = 4,2%, se atribuye en un 0,5% de efectos de mercado y de un 3,7% a las políticas sociales.
En resumen, un millón y medio de argentinos dejo de ser pobre y otro millón y medio dejo de ser extremadamente pobre entre el 2006 y el 2009. Eso, gracias a nuestras políticas sociales. Seguro que se podría haber hecho mejor, eso pasa con cualquier política pública cuando las evaluamos sin la necedad de la ideología. Pero hoy quiero festejar por esos 3 millones de argentinos.
Ojalá esta primera cuota en nuestra hipoteca moral se transforme en política de estado, ojalá podamos evaluarla seriamente, como han hecho Nora y Carola esta vez, como hacen muchos otros (busquen las entradas de Guillermo Cruces o de Martin González Rosada en este mismo blog), ojalá podamos mejorarla y sentir que estamos pagando la deuda.


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