Arriba : La foto no figura en la publicación original. No se si le gustaría al autor de la nota, pero me pareció apropiada [Mirando hacia adentro]
El ingreso real por habitante de los argentinos fue, en
2005, prácticamente el mismo que el de 1975. Durante esas tres décadas, el
ingreso promedio en Estados Unidos casi se duplicó. En Corea del Sur se
multiplicó por ocho y nuestros vecinos chilenos lo multiplicaron por tres. Hay
muy pocos países a los que les haya ido tan mal como a nosotros en esas tres
décadas.
Pero eso no es todo: mientras en 1975 el veinte por ciento
más pobre de la Argentina
era dueño de aproximadamente el tres por ciento del ingreso total, en 2005
apenas superaba el uno y medio por ciento. Sí, no te equivocaste al hacer
las cuentas: el ingreso promedio del 20% mas pobre de los argentino es la mitad
de lo que fue en 1975.
Con estos dos párrafos empecé una entrada en este blog en
Octubre del 2010, titulada
Nos preocupa el
fin? O sólo importa la herramienta?
La entrada continuaba: Esta realidad constituye la
mayor estafa que los que tuvimos la fortuna de nacer en hogares favorecidos en
las dos ultimas generaciones – me incluyo en la segunda – hemos cometido contra
los más desfavorecidos.
Hoy quiero profundizar sobre esta autocrítica, hacer unas
cuentas muy simples con datos nuevos y resumir algunos resultados de un paper
reciente de Nora Lustig y Carola Pessino, que analiza el efecto de las
políticas sociales sobre la distribución del ingreso en Argentina. Pueden bajar
el artículo de la página de la
UCema
Vayamos primero a la autocrítica. Desde principios de los
setenta, la dirigencia (intelectual, política, empresarial, académica,
religiosa, militar, periodística,…..) que manejo este país lo ha (hemos) hecho
francamente mal. Los resultados económicos más obvios, están resumidos en los
dos primeros párrafos. Ya hace mas de 5 décadas que habito este planeta, y
nunca he visto un profesor, presidente, ministro, gerente, rector de universidad,
obispo, rabino, coronel o director de edición que pertenezca al 20% más pobre
de los argentinos.
Cuando un equipo de futbol anda mal, se va el técnico, el
presidente es cuestionado, se puede hacer una purga en el vestuario, pero nadie
le hecha la culpa al utilero o a los que riegan la cancha.
Y el 80% más rico de los argentinos no la paso tan mal
económicamente hablando, por lo menos nuestro ingreso promedio no cayó en esas
fatídicas 3 décadas. Pero nuestra brutal inhabilidad de encontrar un rumbo sustentable
pulverizo el nivel de vida de los utileros y de los regadores.
¿A qué viene toda esta perorata? Quiero argumentar que el
diseño de una política social en la Argentina, que mejore de manera sustentable y
sistemática el nivel de vida de los más desfavorecidos no es una posición
ideológica natural de la izquierda, a la cual yo suscribo desde siempre. Es una
deuda moral que la dirigencia argentina tiene con los más desfavorecidos.
Insisto: puedo entender a la derecha coreana o a la derecha
chilena, cuando argumenta que la política social es un subsidio a la pobreza.
No comparto para nada su visión, pero entiendo la lógica: argumentan que la
creación de oportunidades en una economía donde el salario real sube a través
del tiempo, donde los mercados de crédito permiten estructuras de movilidad
social basadas en el esfuerzo personal, hay políticas de redistribución del
ingreso que son contraproducentes. Sobre este tema hay mucho debate teórico y,
cada vez más, excelente trabajo empírico. Y estamos aprendiendo mucho.
Pero cuando el segmento más pobre de la población ve su
nivel de vida dividido en dos a lo largo de 3 décadas, el debate ideológico se
desdibuja y una amplia y eficiente política social se transforma en un – magro
sin duda – resarcimiento por el daño infligido. En un sentido, es tan necesario
para los que reciben como para que los nos toca dar, pues es, también y
fundamentalmente, un símbolo concreto de nuestra incompetencia. Y sobre el
reconocimiento explícito de esa incompetencia, quizás, aprenderemos la lección
y construyamos un medio para resolver nuestras diferencias – que obviamente las
tenemos y muchas – sin que los más pobres sean el daño colateral de
ellas.
Desde esta visión, la gestión de gobierno que se
inicia en el 2002 ha
dado importantes pasos hacia adelante. Mas allá del discurso reinante sobre el
tema y de muchas otras características de esta gestión, que no me gustan nada,
los números del trabajo de Lustig-Pessino son muy alentadores.
En primer lugar, el gasto social paso del 7,3% en 2003 al
11,8% en el 2009. En particular, el gasto en educación pasó del 3,4% al 5,6% y
el gasto en salud básica, del 1,9% al 2,6%. Por otro lado, el trabajo muestra
que este gasto ha sido progresivo en términos absolutos, lo cual quiere decir
que el monto recibido por lo más pobres es mayor que el monto recibido por los
más ricos (con la excepción de la educación terciaria, que es un tema al cual
volveré en algún otro momento).
Lo interesante del trabajo es que usa la encuesta permanente
de hogares para medir el impacto de los distintos planes sociales. Los detalles
los puede ver allí, hay muchos muy interesantes. Voy a concentrarme en la
evolución de la pobreza (definida como todos aquellos argentinos que viven con
menos de 4 dólares por día) y la pobreza extrema (menos de 2,5 dólares por
día).
El 38,2% de los argentinos era pobre en el 2003, bajó al
18,8% en el 2006 y al 14,4% en el 2009. Los números para la extrema pobreza
fueron, respectivamente, 23,2%, 9,7% y 5,5%. Una primera mirada crítica inmediatamente
reconoce que una parte importante de la reducción de la pobreza tuvo que ver
con la fuerte recuperación económica que sobrevino a la crisis del 2001 y la
fuerte suba de los precios de los bienes exportables.
Lo interesante del trabajo es que puede medir la diferencia
entre el efecto del “mercado”, o sea la creación de fuentes de trabajo y la
mejora en los salarios reales, de las políticas sociales, pues puede medir
cuanta pobreza habría si los hogares no estuvieran recibiendo los ingresos
derivados de ellas. Y muestran que efectivamente, la mejoría entre 2003 y 2006
se debe fundamentalmente a los efectos de mercado. Pero la diferencia entre
2006 y 2009, se debe fundamentalmente a las políticas sociales. En particular,
la reducción de la pobreza de 18,8% – 14,4% = 4.4% se atribuye en 0,8% a los
efectos del mercado y el resto, 3,6%, a las políticas sociales.
Para la pobreza extrema, la diferencia entre 9,7% – 5,5% =
4,2%, se atribuye en un 0,5% de efectos de mercado y de un 3,7% a las políticas
sociales.
En resumen, un millón y medio de argentinos dejo de ser
pobre y otro millón y medio dejo de ser extremadamente pobre entre el 2006 y el
2009. Eso, gracias a nuestras políticas sociales. Seguro que se podría haber
hecho mejor, eso pasa con cualquier política pública cuando las evaluamos sin
la necedad de la ideología. Pero hoy quiero festejar por esos 3 millones de
argentinos.
Ojalá esta primera cuota en nuestra hipoteca moral se
transforme en política de estado, ojalá podamos evaluarla seriamente, como han
hecho Nora y Carola esta vez, como hacen muchos otros (busquen las entradas de
Guillermo Cruces o de Martin González Rosada en este mismo blog), ojalá podamos
mejorarla y sentir que estamos pagando la deuda.
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