La primera
década del presente siglo se ha caracterizado en nuestro continente
latinoamericano por el avance de los procesos nacional-populares que irrumpen
en la escena pública, conducidos por sus líderes. ¿Puede el imperio permitir
este avance en lo que siempre consideró su patio trasero? De ninguna manera. El
modo tradicional de intervenir que tuvo el imperio frente a los procesos
populares como los señalados fueron los golpes militares. Al no ser viable en
el momento actual el clásico golpe militar, o sea, el golpe “duro”, se hizo
necesaria la reformulación del golpe y el resultado fue la formulación de
lo que se denomina “golpe blando o suave”, el cual posee múltiples variantes.
Por Rubén Dri*
La primera década del presente siglo se ha
caracterizado en nuestro continente latinoamericano por el avance de los
procesos nacional-populares que irrumpen en la escena pública, conducidos por
sus líderes. Enfrentan las recetas neoliberales y se plantan con hidalguía y
orgullo frente a la dominación imperial. El proyecto imperial del ALCA
que hubiese significado la imposibilidad de proyectos nacionales independientes
del imperio, que hubiese ahogado nuestras nacientes o renacientes industrias,
se cernía sobre los pueblos latinoamericanos como una maldición decretada por
el destino.
Pero lo que parecía imposible se hizo posible por la voluntad política de
algunos líderes populares como Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Lula y Rafael
Correa. El ALCA quedó sepultada en las aguas del Atlántico marplatense. Fue la
primera victoria de importancia que los pueblos de la Patria Grande logran
frente a la dominación imperial.
¿Podía el imperio permitir este avance en lo que siempre consideró y en gran
parte fue, su patio trasero? De ninguna manera. Para que no quedaran
dudas al respecto activó la
IV Flota encargada de vigilar todo el continente. De ella
afirmaba Fidel que “sus jefes políticos explican que tendrán bajo su
responsabilidad a más de treinta países, cubriendo 15,6 millones de millas
cuadradas en las aguas adyacentes de Centro y Sudamérica, el mar Caribe y sus
doce islas, México y los territorios europeos en este lado del Atlántico”.
Sembró el continente de bases militares, algunas de ellas camufladas como
centros de servicios de distinto tipo.
La manera tradicional de intervenir que tenía el imperio frente a los procesos
populares como los señalados se hacía mediante los golpes militares. Pero en
esta etapa no son posibles o su implementación conlleva un costo político
demasiado alto. ¿Renunciará por tanto el imperio a la utilización de esa
herramienta? De ninguna manera, porque los golpes de Estado pertenecen a la
lógica de la dominación imperial.
El golpe de Estado tiene como finalidad interrumpir un proceso democrático
popular que siempre termina chocando con los intereses de las corporaciones
imperiales. Al no ser viable por el momento el clásico golpe militar, o sea, el
golpe “duro”, se hizo necesaria la reformulación del golpe. A esa
tarea inmediatamente se entregaron las usinas de la CIA.
El resultado fue la formulación de lo que se denomina “golpe blando o suave”
que posee múltiples variantes. El adjetivo “suave” –soft- alude a la no
utilización de las Fuerzas Armadas por lo menos en la manera como
tradicionalmente se hizo. Se lo utilizó con éxito en Georgia contra Eduard
Chevarnadze y en otras partes de Europa, combinándolo con golpes no sólo duros,
sino “durísimos”, como el que le propinó a Livia, sin límite alguno en el uso
de la fuerza destructiva.
El golpe suave no se da “de golpe”, no es un acto aislado o
repentino, sino que se implementa mediante un proceso que va pasando por
diversas fases en las que se intercalan o suceden: promoción del
descontento, desabastecimiento, paro patronal, manipulación del dólar,
acusación de totalitarismo o dictadura, movilización callejera, generalización
de todo tipo de protestas, cacerolazos, acusaciones de corrupción, persistentes
campañas de desaliento, por citar algunas de las más usuales y conocidas.
Entre los medios utilizados figura, como no puede ser de otra manera, la
descontextualización y tergiversación de los discursos del o de la presidenta y
de sus funcionarios, aunque ello lleve a descuartizar el lenguaje, al que se le
quita todo recurso a la ironía y a la metáfora. Por varios días consecutivos se
propaló por todos los medios que la Presidenta Cristina
Fernández de Kirchner dijo que había que tenerle miedo. Fueron en vano las
explicaciones hechas frente con la repetición constante. Incluso un dirigente
que ostenta todos los rasgos de la “seriedad” y el equilibrio como Hermes
Binner, que después de escuchar el audio en el que claramente se escuchaba que
la presidenta se refería a los funcionarios que había elegido, siguió
repitiendo, sin que se le moviera un músculo de la cara que la presidenta había
dicho que “había que tenerle miedo”.
No creemos que la intencionalidad de Binner sea golpista. Ni sus antecedentes
políticos, ni su actuación en la actual coyuntura hacen presumir tal
intencionalidad, pero su interpretación de los dichos de la presidenta entra en
el entramado golpista de la oposición a la que él pertenece. En política no es
la “buena voluntad kantiana” la que interesa sino los “hechos” con toda su densidad
política.
Por otra parte, la repetición constante, sin tegua, en todos los medios
hegemónicos de que la presidenta había dicho que había que tenerle miedo,
instaló dicha afirmación como una verdad perteneciente al sentido común.
En cuanto a la ironía, viene a cuento lo que decía Federico Schlegel en el
sentido que “la filosofía es la auténtica patria de la ironía, a la que
podríamos definir como la belleza lógica: pues donde quiera que se filosofa en
diálogos orales y escritos, y en general de manera no totalmente sistemática,
se debe ofrecer y exigir ironía” y si hablamos de poemas, los hay “que exhalan
por doquier universalmente el divino hálito de la ironía”.
Narra Marcos en su evangelio, que los escribas al ver que Jesús comía en
la misma mesa con “publicanos y pecadores”, le reprochan tal comportamiento, a
lo que Jesús les dice: “no vine a llamar a los justos, sino a los
pecadores”. Los escribas en cuestión pertenecían al movimiento de los
fariseos que se caracterizaban por creerse los puros, sin pecado. La respuesta
de Jesús es claramente irónica. Para los “puros”, los que se creen tales y
desprecian a los demás, pera esos él no ha venido.
Pero la ironía no pertenece sólo al lenguaje bíblico, filosófico o poético. El
lenguaje común, el de la calle, está plagado de ironías y metáforas. Si así no
fuere, se reduciría a una repetición mecánica como hacen los loros. El discurso
de la presidenta presenta siempre una rica veta irónica. No se necesita haber
pasado por la universidad para captarlo, pero sí buena voluntad, o por lo
menos, no torcer el discurso. ¿Cómo puede ser entonces que el rector de la
universidad de la Matanza
no entienda la ironía de la frase en la que Cristina les dice a los alumnos de
Harvard que no estaban en la
Matanza?
En América Latina el golpe blando fue implementado con suerte diversa. Triunfó
en Honduras y Paraguay y fue derrotado en Venezuela, Bolivia y Ecuador. En
Argentina el proceso desestabilizador que precede al golpe todavía no ha dado
los resultados apetecidos.
En el golpe de
Honduras, según los dichos de Hillary Clinton, se aplicó el “poder
inteligente”, de manera que podemos hablar de “golpe inteligente” como variante
del “golpe suave”. Decía Hillary: “Debemos utilizar lo que se ha llamado smart
power, el rango completo de herramientas que están a nuestra disposición
–diplomáticas, económicas, militares, políticas, legales y culturales-
escogiendo la herramienta correcta, o combinación de herramientas, para cada
situación. Con el smart power la diplomacia sería la vanguardia de
nuestra política exterior”.
Hubo en ese golpe
una alucinante secuencia de hechos que muestran el entramado del golpe
inteligente: Obama condena el golpe; su embajador en Tegucigalpa se reúne con
los golpistas; Hillary afirma que Washington no quiere meterse ni influir;
Washington impone la mediación de César Arias; Washington sigue financiando al
régimen golpista; Washington controla las Fuerzas Armadas hondureñas a través de
la base militar de Soto Cano; el lobby de Washington redacta el acuerdo de San
José; la Casa Blanca
“persuade” a los hondureños de que deben aceptar el acuerdo; el avión que
desterró a Zelaya salió de Soto Cano en presencia de los militares yanquis.
De manera que el imperio estaba perfectamente al tanto del
golpe, financian a los involucrados, ayudan a sacar a Zelaya del país y
terminan utilizando a la OEA
como fachada para imponer su agenda. La salida de Honduras del ALBA muestra la
verdadera finalidad del golpe.
Se da en este golpe una combinación de la embajada yanqui, sin la cual ningún
golpe se produce, el ejército, el cual, a diferencia de los golpes duros no se
queda con el gobierno, la
Iglesia Católica, la legislatura y el poder judicial. En el
caso paraguayo se da una combinación semejante: embajada, Iglesia Católica,
legislatura, poder judicial. Pero en ninguno de ambos casos se podría haber
dado el golpe sin la preparación previa de una serie de actos como los ya
señalados.
El golpe suave fue derrotado, como hemos dicho, en Venezuela, Bolivia y
Ecuador. En Venezuela y Bolivia fue fundamental la movilización popular
y, en el caso específico de Bolivia, el apoyo masivo de los países
latinoamericanos, miembros de la
UNASUR. El caso ecuatoriano presentó la novedad de la
participación protagónica de la policía, variante a tener en cuenta, debido a
la dificultad de la intervención militar. En Argentina no es desatinado pensar
que tanto la policía como prefectos y gendarmes puedan ser utilizados en la
intentona golpista.
Pero en todos los casos, la última etapa, la que desencadena el golpe,
fue precedida por un proceso más o menos largo de acciones destituyentes.
En Argentina, desde el conflicto con las corporaciones agrarias, en el 2008, se
puso en marcha el proceso golpista. Ello se vio claramente tanto en las
acciones como en las declaraciones. Buzzi, el líder de la Federación Agraria,
aclaró que la búsqueda era el “desgaste” del gobierno y la dupla
Biolcati-Grondona festejaban la próxima caída del gobierno y la asunción del
vice, el traidorzuelo, Cleto Cobos.
Las campañas
destituyentes no necesariamente deben culminar en el golpe. De hecho muchas
veces no pueden hacerlo, como hemos visto y otras, no tienen necesidad de
llevarlo a cabo, en la medida en que el debilitamiento al que han llevado al
gobierno, lo torna innecesario.
Todo gobierno popular es sometido a campañas destituyentes que, como meta
final, apunta al golpe de Estado. Ello, repetimos, pertenece a la lógica
imperial. No nos debe extrañar, pues, que el gobierno de Cristina sea sometido
a una impiadosa campaña destituyente que, naturalmente se niega. Basta leer
Clarín. La Nación,
Perfil; ver los Cables del monopolio; escuchar a Joaquín Morales Solá, Mariano
Grondona, y demás voceros de dicho monopolio para comprobarlo
fehacientemente. Actos como el bochornoso teatro montado en Harvard cundo la
visita de la presidenta; el cacerolazo, lleno de odio del 13 de septiembre, el
proyectado para el 8 de noviembre; el levantamiento de prefectos y gendarmes,
son eslabones del proceso golpista.
El proyecto de
máxima es terminar con la destitución de Cristina, pero siendo ello
prácticamente imposible por la aprobación de su gobierno por más del 54% y el
apoyo de la comunidad latinoamericana, entre otros factores, se busca el
de mínima, el desgaste para imposibilitar el avance del proyecto nacional,
popular, latinoamericano que, con el triunfo de Chávez en las recientes
elecciones presidenciales en Venezuela, ha recibido un gran impulso.
*Filósofo,
teólogo y docente
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