Por Alejandro Pairone
Alejandro Pairone es periodista y profesor de Taller I y II
en TEA. Trabajó como corresponsal para los diarios Reforma, de México, y El
Economista, de Madrid. Fue columnista del diario América Economía de España.
Realizó coberturas en gran parte de América Latina, España, Francia, Bélgica,
Luxemburgo y Marruecos.
Con sólo echar una mirada veloz sobre las batallas políticas
que se disputan a lo largo de Suramérica, queda muy en claro que los Grupos
controladores de medios de comunicación son los nuevos Ejércitos de Ocupación
que han declarado la guerra abierta y sin cuartel contra todo intento de
cambio, por menor que fuese; contra cualquier viso de autonomía, de pensamiento
crítico y de visión independiente. Es una guerra a matar o matar contra
cualquier ejercicio de dignidad.
Están alineados sin fisuras con los intereses del capital
concentrado, no importa si de Washington, de Bruselas o de Brasilia, o de donde
sea, lo mismo da. Son a la vez parte y expresión de ese capital concentrado
global y regional, y la guardia armada de un modelo de sociedad que fabrica
miseria a gran escala para mantener con vida sus privilegios: hay mil millones
de hambrientos, según las Naciones Unidas.
Son un Ejército de Ocupación de las conciencias que permite la libertad de los cuerpos pero encarcela al pensamiento, lo alimenta con pequeñas dosis de información estandarizada y lo infla para inmovilizarlo con toneladas de anabólicos de entretenimiento y opinión. Es un Ejército con un grado de eficiencia inédita y una maquinaria militar con capacidad de fuego sin precedentes en la historia, capaz de diseñar e imponer un pasado, un presente y un futuro a su medida, a la medida de sus intereses. Y lo mejor de todo es que pueden hacerlo sin intervención de la realidad, sin siquiera tomarla en cuenta, apenas convertida en un insumo variable.
Es todo un Ejército de Ocupación que plantea una guerra asimétrica, desproporcionada y criminal contra todo lo que salga de la línea, lo que se insubordine. Como ocurre en cada país de la región donde se haya puesto en marcha algo diferente de lo que hubo, y que mira aunque de reojo las necesidades de las personas. De la mayoría.
Por ejemplo:
En Ecuador, son los grupos concentrados del capital financiero, de servicios y agro exportadores los que controlan los principales medios de comunicación en todos sus soportes, mientras que en Bolivia pertenecen a los grupos financieros y agro exportadores verdaderamente golpistas que el 11 de septiembre de 2008 no dudaron en masacrar campesinos, según certificó una Comisión Especial de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
En Venezuela, sin máscaras, ejercen el liderazgo opositor y golpista que no solamente en abril de 2002 intentó despacharse al Gobierno, y en Cuba hace más de 50 años que lo intentan, producen daño pero no lo logran.
En Paraguay, el presidente Fernando Lugo encontró en ellos un enemigo feroz y a la vez un articulador político capaz de armonizar un bloque de poder, que terminò con su desplazamiento a través de un fraudulento juicio polìtico que en realidad fue un golpe de Estado.
Si hasta en Chile, Uruguay y Brasil, donde ninguno de sus grandes negocios corre peligro, los grupos de comunicación se pusieron al frente de las batallas contra el cambio, por menor que fuese, por minúsculo que resulte, por poco o nada que los afecte.
En la Argentina, la batalla se ha vuelto despiadada pero ya no con los grupos del capital concentrado, cuyos principales negocios permanecen intocables (petroleros, financieros, mineros y agroganaderos), sino en el terreno de la comunicación. Imposible prever ahora los niveles de violencia que puede alcanzar en el corto plazo. Igualmente, aquí no está claro aun si la ruptura del monopolio comunicacional es un fin en sí mismo, o un paso para avanzar en otros cambios.
Los generales del Ejército de Ocupación, sus dueños y sus cadetes, claro, saben que ningún proceso político tiene destino sin una comunicación que lo valide y saben que al mismo tiempo no hay comunicación de masas sin una política que la dote de sentido y contenido. Juntas, política y comunicación, se traducen en una idea, un discurso, una cultura, un lenguaje, una estética, una música. Como guardia armada del modelo, del sistema en realidad, ellos atacan en toda la línea del proceso para reducir el espacio de la política desde la fortaleza que les concede ser los dueños de la comunicación.
Los generales del Ejército de Ocupación saben qué es importante y qué no lo es; saben qué debe circular y qué no. Y por eso capturaron a la información y dejaron libre a la opinión. A la información la tienen de rehén y bien escondida, maniatada y amordazada, mientras permiten alegremente que todo el mundo opine una y otra vez sobre lo que se sabe, sobre lo que el Ejército de Ocupación dice que sucede y permite que se sepa.
Frente a esa guerra asimétrica, el único camino es la insurgencia informativa, una guerra de guerrillas noticiosas que en primer lugar debe terminar con la tendencia autocomplaciente hacia la opinión eterna, que en los hechos no es más que el sometimiento a la agenda que impone el Ejército de Ocupación.
El siglo XXI aparece saturado de comunicación, con millares de espacios donde se dice de todo, sobre todo, sin que quede ni se construya nada. Es el paraíso de lo efímero, con canales de TV, radios, diarios, portales, revistas que dicen lo mismo pero de diferente manera. Con millares de blogs donde unos pocos, poquitos incluidos consumidores digitales, dicen lo que le viene en gana. Y donde unos pocos, poquitos incluidos consumidores, hacen como si eso fuera importante. Y nadie se entera, más que ellos mismos.
Pero no circula información veraz, plural, democrática (verdaderamente democrática), más allá de la estrechamente permitida. No hay circulación masiva de información. No hay producción de información. No hay producción de sentidos diferenciados a los impuestos por el Ejército de Ocupación.
Y nada indica que en el corto plazo algo vaya a cambiar, en este comienzo del siglo XXI. Todo lo contrario: los Ejércitos de Ocupación desatarán ataques más duros contra todo intento de disidencia, más salvaje cuando mayor sea el cuestionamiento.
Por eso, cuando aún resuenan los festejos por los primeros 50 años de la Revolución Cubana, tres años atrás, se hace imperioso resignificar la idea de la insurgencia y pensar en las nuevas Moncadas que deberán ser asaltadas en busca de liberar la información. Una auténtica batalla por las ideas que requiere, antes que nada, desechar por infantil la idea de que pueden existir medios democráticos y plurales controlados por grandes empresas.
Son un Ejército de Ocupación de las conciencias que permite la libertad de los cuerpos pero encarcela al pensamiento, lo alimenta con pequeñas dosis de información estandarizada y lo infla para inmovilizarlo con toneladas de anabólicos de entretenimiento y opinión. Es un Ejército con un grado de eficiencia inédita y una maquinaria militar con capacidad de fuego sin precedentes en la historia, capaz de diseñar e imponer un pasado, un presente y un futuro a su medida, a la medida de sus intereses. Y lo mejor de todo es que pueden hacerlo sin intervención de la realidad, sin siquiera tomarla en cuenta, apenas convertida en un insumo variable.
Es todo un Ejército de Ocupación que plantea una guerra asimétrica, desproporcionada y criminal contra todo lo que salga de la línea, lo que se insubordine. Como ocurre en cada país de la región donde se haya puesto en marcha algo diferente de lo que hubo, y que mira aunque de reojo las necesidades de las personas. De la mayoría.
Por ejemplo:
En Ecuador, son los grupos concentrados del capital financiero, de servicios y agro exportadores los que controlan los principales medios de comunicación en todos sus soportes, mientras que en Bolivia pertenecen a los grupos financieros y agro exportadores verdaderamente golpistas que el 11 de septiembre de 2008 no dudaron en masacrar campesinos, según certificó una Comisión Especial de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
En Venezuela, sin máscaras, ejercen el liderazgo opositor y golpista que no solamente en abril de 2002 intentó despacharse al Gobierno, y en Cuba hace más de 50 años que lo intentan, producen daño pero no lo logran.
En Paraguay, el presidente Fernando Lugo encontró en ellos un enemigo feroz y a la vez un articulador político capaz de armonizar un bloque de poder, que terminò con su desplazamiento a través de un fraudulento juicio polìtico que en realidad fue un golpe de Estado.
Si hasta en Chile, Uruguay y Brasil, donde ninguno de sus grandes negocios corre peligro, los grupos de comunicación se pusieron al frente de las batallas contra el cambio, por menor que fuese, por minúsculo que resulte, por poco o nada que los afecte.
En la Argentina, la batalla se ha vuelto despiadada pero ya no con los grupos del capital concentrado, cuyos principales negocios permanecen intocables (petroleros, financieros, mineros y agroganaderos), sino en el terreno de la comunicación. Imposible prever ahora los niveles de violencia que puede alcanzar en el corto plazo. Igualmente, aquí no está claro aun si la ruptura del monopolio comunicacional es un fin en sí mismo, o un paso para avanzar en otros cambios.
Los generales del Ejército de Ocupación, sus dueños y sus cadetes, claro, saben que ningún proceso político tiene destino sin una comunicación que lo valide y saben que al mismo tiempo no hay comunicación de masas sin una política que la dote de sentido y contenido. Juntas, política y comunicación, se traducen en una idea, un discurso, una cultura, un lenguaje, una estética, una música. Como guardia armada del modelo, del sistema en realidad, ellos atacan en toda la línea del proceso para reducir el espacio de la política desde la fortaleza que les concede ser los dueños de la comunicación.
Los generales del Ejército de Ocupación saben qué es importante y qué no lo es; saben qué debe circular y qué no. Y por eso capturaron a la información y dejaron libre a la opinión. A la información la tienen de rehén y bien escondida, maniatada y amordazada, mientras permiten alegremente que todo el mundo opine una y otra vez sobre lo que se sabe, sobre lo que el Ejército de Ocupación dice que sucede y permite que se sepa.
Frente a esa guerra asimétrica, el único camino es la insurgencia informativa, una guerra de guerrillas noticiosas que en primer lugar debe terminar con la tendencia autocomplaciente hacia la opinión eterna, que en los hechos no es más que el sometimiento a la agenda que impone el Ejército de Ocupación.
El siglo XXI aparece saturado de comunicación, con millares de espacios donde se dice de todo, sobre todo, sin que quede ni se construya nada. Es el paraíso de lo efímero, con canales de TV, radios, diarios, portales, revistas que dicen lo mismo pero de diferente manera. Con millares de blogs donde unos pocos, poquitos incluidos consumidores digitales, dicen lo que le viene en gana. Y donde unos pocos, poquitos incluidos consumidores, hacen como si eso fuera importante. Y nadie se entera, más que ellos mismos.
Pero no circula información veraz, plural, democrática (verdaderamente democrática), más allá de la estrechamente permitida. No hay circulación masiva de información. No hay producción de información. No hay producción de sentidos diferenciados a los impuestos por el Ejército de Ocupación.
Y nada indica que en el corto plazo algo vaya a cambiar, en este comienzo del siglo XXI. Todo lo contrario: los Ejércitos de Ocupación desatarán ataques más duros contra todo intento de disidencia, más salvaje cuando mayor sea el cuestionamiento.
Por eso, cuando aún resuenan los festejos por los primeros 50 años de la Revolución Cubana, tres años atrás, se hace imperioso resignificar la idea de la insurgencia y pensar en las nuevas Moncadas que deberán ser asaltadas en busca de liberar la información. Una auténtica batalla por las ideas que requiere, antes que nada, desechar por infantil la idea de que pueden existir medios democráticos y plurales controlados por grandes empresas.
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