El 7 de diciembre no se termina el mundo, si no una manera
de mirarlo. Tampoco es tan así, pero algo de eso hay. No es que de un día para
el otro todo cambiará y no habrá tantas mentiras ni manipulaciones. Es sólo una fecha, no un sortilegio. No
será fácil, pues apelarán a todos los trucos posibles para prolongar su agonía,
que no es ni más ni menos que el cumplimiento de la ley. Entonces se verá quiénes son los que defienden en serio las
instituciones. La autoridad de aplicación, la AFSCA, aún no está
plenamente constituida, porque los partidos de la oposición se niegan a enviar
a sus representantes. Además, cuando muchos de ellos se expresan sobre el tema,
sólo apelan a vaguedades de compromiso. No
esperan un final feliz ni contribuyen a ello. Y eso que la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual tuvo una amplia aceptación en el Congreso por parte de
fuerzas no kirchneristas. Sólo se
opusieron los que siempre se oponen. Mientras tanto, a fuerza de tapas y
cacerolazos, el Grupo mediático más poderoso de la región intentará resistir lo
más posible. No será una guerra, pero se
le parece bastante.
El cacerolazo del 13-S puede ser pensado como una primera
presentación de fuerzas. Primero,
tuvieron que sembrar el espectro informativo con consignas inconsistentes: la
diktadura, el miedo, la opresión, la corrupción, el otro, los planes.
Después, convocar a la protesta a través de las redes sociales operadas por
aliados políticos y brindar una sutil propaganda a través de todos sus medios.
Finalmente, presentar una lectura cargada de civismo, ejemplo de heroicidad y
despojada de las deplorables muestras de odio que algunos medios sí mostraron.
Espontanea y pacífica, dijeron. Si bien
el carácter espontáneo no le aporta ni le quita nada, llama la atención la
insistencia en instalar una falsedad. Y lo de pacífica se rompe al ver los
carteles plagados de odio y desprecio, los rostros enojados y las consignas
destructivas. A lo que se agregan las agresiones sufridas por muchos cronistas
en el lugar. Un docente y periodista de la CABA, Raúl Isman, director
del portal “Redacción Popular”, vivió
una experiencia aterradora.
El autor de estos Apuntes dejará que sea él mismo quien cuente los hechos.
“Cumplidas mis labores –relata Isman- pasadas las 22.30 me
dirigí a mi domicilio en un interno de la línea 39 y me bajé en Avenida de Mayo
al 1200. Caminaban caceroleros desconcentrándose. Me llamó la atención un grupo de ellos realizando el conocido gesto de
Fuck you contra un local peronista. Me acerqué con prudencia a un
patrullero y pregunté qué ocurría. A su vez me respondió un joven bastante
calmo y yo cometí un error que pudo ser fatal. Dijo algo así como qué mal los k y le respondí yo también
soy k, (y podemos dialogar). Lo que va
entre paréntesis no lo pudo oír porque
me empezó a insultar a los gritos y la mujer que iba con él llamaba al resto a
los alaridos: "aquí hay un
k". Rápidamente me rodearon con rostros cargados de odio- siempre
protegida mi persona por la policía- y comenzaron a insultarme en una
demostración de su proverbial indigencia
argumental: montonero, subversivo, hijo de puta, trabajá, andate a
Venezuela con Chávez, fueron algunas de
las ricas y sesudas expresiones vertidas,
mientras que un grupo de jóvenes mujeres con distinguido atuendo saltaba
futboleramente mientras gritaba se va a
acabar, la dictadura de los k. Por cierto que por su edad, por fortuna no
vivieron la siniestra dictadura 1976-1983, pero
los insultos proferidos por sus co-caceroleantes antes citados nos permiten
sospechar que no lo ignoran. Pero en realidad están de acuerdo y tal
defensa del proceso constituye un punto nodal para explicitar porqué el odio
exacerbado contra Crisitina Kirchner. Sólo recibí un puntapié mientras me subía
al patrullero que me alejó del lugar, pero
de no ser por la acción policial no podría escribir esta nota y ninguna más”.
Pero además de esta violencia no registrada por los medios
con hegemonía en decadencia ni ningún otro, resulta interesante destacar un
punto. Si bien en distintos lugares del
país se hicieron protestas similares, no fueron tan numerosas ni portaron
consignas tan agresivas y destituyentes. Muchas de las demandas estaban
dirigidas más a las autoridades locales que a La Presidenta.
En
cambio, en la CABA
no hubo una sola consigna orientada a falencias del alcalde, que las tiene en
abundancia. El fenómeno cacerolero anti
K parece ser exclusivo de la CABA,
al menos con esas características. Y eso despierta una sospecha. O al menos sugiere que el carácter
“a-político” de la protesta es una falacia. Y también, que la conclusión
recurrente de que La Capital
representa el estado de ánimo de todo el país es sumamente errónea.
Por supuesto que nadie puede poner en duda la legitimidad de
la protesta cacharrera, aunque no haya sido tan espontánea ni tan inorgánica. Lo ilegítimo es el contenido de sus
demandas. Muchos de los reclamos se basaban en mentiras y exageraciones
instaladas desde la cadena de medios opositores. Como protagonista casi
exclusivo estuvo el miedo, propalado a partir de un recorte mal intencionado de
una frase de Cristina. Los individuos
allí reunidos desafiaban un miedo inexistente y ostentaban una valentía
innecesaria. También reclamaban una libertad que en ningún momento fue
cercenada. Y se quejaban porque no pueden salir del país, aunque el turismo
hacia el extranjero ha crecido un 20 por ciento desde el año pasado hasta
ahora. Por eso las demandas expuestas en
los cacerolazos de la CABA
son ilegítimas porque son producidas a partir de una salmodia interminable de
información maloliente. Quienes
sacudieron sus cacharros constituyen el público cautivo de un relato cargado de
resentimiento, xenofobia, desprecio y manipulación. Sólo puede esperarse
que quienes asistieron a la plaza con reclamos más cercanos a la recuperación
de derechos, como la inseguridad o, en todo caso, la inflación o el desempleo, hayan sentido un poco de vergüenza al ver
los objetivos reales del grueso de los participantes.
Mientras tanto, desde el oficialismo se descartó la
realización de una contra-marcha. En
vano hacer algo así, porque no calmaría a las fieras, sino que las exaltaría.
Esos bulliciosos sectores, que se consideran a-políticos y espontáneos, desprecian la organización, aunque hayan
sido convocados desde las sombras por muchos integrantes del PRO, escudados en
el anonimato de las redes sociales. Por más que las hordas K se presenten
por millones en la plaza, el sentido
común mediático impondrá la lectura de que fueron arrastrados, comprados o
adoctrinados por el relato dictatorial. Porque precisamente la diferencia está
en la valoración del carácter de una marcha. Para los caceroleros es una virtud
no estar ligados a ningún partido político, aunque no sea tan así; creen en
serio que asistieron espontáneamente a una protesta no-política; y, tal vez,
consideran que sus demandas son legítimas. Pero
lo inorgánico es la característica de los minerales, que son los menos
sensibles y cambiantes del planeta. Por
el contrario, los seres orgánicos son los que se transforman, crecen, se
asocian, se reproducen, modifican su entorno. Y no caben dudas de que en
nuestro país se han producido importantes transformaciones en los últimos años.
De las inimaginables. Lo orgánico y lo
planificado es lo que garantiza un rumbo. Lo contrario no es más que un deambular entre cacharros sobre una
inmovilidad que huele a estiércol.
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